El obispo de Amberes, contra la Escritura, la Tradición y el Magisterio

Si hace 40 años alguien dice que buena parte de Occidente acabaría celebrando «bodas» entre parejas del mismo sexo, nadie lo habría creído.

Si hace 35 años, tras la celebración de un sínodo de obispos católicos sobre la familia y la exhortación post-sinodal papal que le siguió, la Familiaris consortio, alguien hubiera dicho que otro sínodo hubiera emanado un «documento intermedio» que incluyera la siguiente afirmación, «sin negar las problemáticas morales relacionadas con las uniones homosexuales, se toma en consideración que hay casos en que el apoyo mutuo, hasta el sacrificio, constituye un valioso soporte para la vida de las parejas«, nadie lo habría creído.

Y si además esa persona hubiera dicho que un obispo católico afirmaría que «debemos buscar en el seno de la Iglesia un reconocimiento formal de la relación que también está presente en numerosas parejas bisexuales y homosexuales. Al igual que en la sociedad existe una diversidad de marcos jurídicos para las parejas, debería también haber una diversidad de formas de reconocimiento en el seno de la Iglesia«, posiblemente habría sido remitida a un psiquiatra.

Y sin embargo, hoy se celebran «bodas» entre homosexuales, el pasado sínodo tuvo una relatio post disceptacionem con el texto ya citado y el obispo de Amberes, Mons. Johan Bonny, acaba de pedir que la Iglesia acepte esa barbaridad, sin que hasta el momento se sepa de su cese inmediato como pastor de la grey católica que tiene encomendada.

El prelado belga opina que la Iglesia necesita urgentemente encontrar una conexión con la sociedad moderna. ¿Y en qué consiste dicha conexión? En aceptar cualquier cosa que a la sociedad le parezca bien. Ahora puede ser el «matrimonio» entre homosexuales, mañana puede ser el aborto o la eutanasia, pasado mañana la ejecución de los niños ya nacidos (ver 12 y 3) y dentro de cierto tiempo las relaciones sexuales entre adultos y niños -existe un partido en Holanda que lo promueve-. Basta que algo sea aceptado por una mayoría de ciudadanos para que la Iglesia lo asuma.

Es evidente que quien afirma algo así no solo no tiene la fe católica, sino que de haberla tenido alguna vez, ha caído en la peor de las apostasías. Pero no estamos ante un seglar despistado, ante un sacerdote ingeniosamente hereje o ante un catedrático de teología a punto de ser retirado de la docencia. No, estamos ante un sucesor de los apóstoles, ante un obispo de la Santa Madre Iglesia.

Hablando de universidad, la de Lovaina, que dicen que es católica, tiene un rector, Rik Torfs, que ha explicado el contexto de las declaraciones de Mons. Bonny:

No hay que subestimar la importancia de esto, porque Mons. Bonny aboga por un cambio en principios sostenidos como inquebrantables, algo que durante los pontificados dogmáticos de Juan Pablo II y Benedicto XVI ningún obispo podría darse el lujo de hacer.

Efectivamente, si un prelado llega a decir algo lejanamente parecido a lo que acaba de decir el obispo de Amberes durante los dos pontificados anteriores, no habría durado en su sede muchas semanas. Pero por alguna razón, Mons. Bonny cree que hoy sí puede soltar esa barbaridad sin que le pase nada. Es cuestión de tiempo que veamos si tiene razón.

El papa Francisco dijo, siendo cardenal y arzobispo de Buenos Aires:

«Está en juego la identidad, y la supervivencia de la familia: papá, mamá e hijos. Está en juego la vida de tantos niños que serán discriminados de antemano privándolos de la maduración humana que Dios quiso se diera con un padre y una madre. Está en juego un rechazo frontal a la ley de Dios, grabada además en nuestros corazones».

«No seamos ingenuos: no se trata de una simple lucha política; es la pretensión destructiva al plan de Dios. No se trata de un mero proyecto legislativo (éste es sólo el instrumento) sino de una movida del Padre de la Mentira que pretende confundir y engañar a los hijos de Dios».

Pues bien, ya como Papa, tiene bajo su autoridad a un obispo que promueve esa movida, que si era diabólica como ley civil, todavía es más diabólica cuando se pretende introducir el reconocimiento de la unión homosexual dentro de la misma Iglesia… Resulta por otra parte inquietante que el obispo de Amberes, según él mismo informa, en el mes de septiembre, antes de la celebración del Sínodo en octubre, envió a Roma una carta con su propuesta.  A lo que se ve, en este caso, nadie en la Santa Sede ha considerado hasta ahora que toda enseñanza abiertamente contraria a la Escritura, a la Tradición y al continuo Magisterio apostólico es una agresión diabólica contra la fe y la disciplina católica, como el Concilio Vaticano II expresó claramente (Dei Verbum 10). Es preferir los pensamientos y normas de los hombres a los pensamientos y caminos de Dios (Is 55,8-9). ¿Puede un obispo católico permanecer en su sede apostólica si persiste en esas doctrinas y enseñanzas? En un caso semejante, nuestro Señor Jesucristo le dijo a Simón Pedro: «¡Aléjate de mí, Satanás!… Tú piensas como los hombres, no como Dios» (Mt 16,23).

Cada vez resulta más profética la advertencia que hizo el cardenal Pell en pleno sínodo:

«La comunión para los divorciados vueltos a casar es para algunos padres sinodales -muy pocos, ciertamente no la mayoría- solo la punta del iceberg, el caballo de Troya. Ellos quieren cambios más amplios, el reconocimiento de las uniones civiles, el reconocimiento de las uniones homosexuales»

No han pasado ni tres meses para ver cumplidas sus palabras. Nadie dude que si la Iglesa quisiera suicidarse admitiendo la comunión de aquellos a los que Cristo llama adúlteros, después, más tarde o más temprano, llegaría lo demás. Una vez se abre la puerta a la herejía, llega después la apostasía como tsunami arrollador. Y nadie dude que Dios jamás permitirá tal cosa. Hará lo que sea necesario para impedirlo. A menos, claro, que estemos ante la apostasía previa antes de la Parousía profetizada en la Escritura. Si ese fuera el caso, cualquier cosa será posible en los próximos meses y años.

No debemos fijar nuestros ojos solo en Roma para encontrar la respuesta a esta provocación del obispo belga. Hay unos cinco mil obispos repartidos por todo el mundoTodos y cada uno de ellos deben, en conformidad con la enseñanza del Concilio Vaticano II, mostrar su solicitud por toda la Iglesia:

Los Obispos, como legítimos sucesores de los Apóstoles y miembros del Colegio Episcopal, reconózcanse siempre unidos entre sí y muestren que son solícitos por todas las Iglesias, porque por institución de Dios y exigencias del ministerio apostólico, cada uno debe ser fiador de la Iglesia juntamente con los demás Obispos (Christus Dominus 6).

Cada uno de los Obispos que es puesto al frente de una Iglesia particular, ejerce su poder pastoral sobre la porción del Pueblo de Dios a él encomendada, no sobre las otras Iglesias ni sobre la Iglesia universal. Pero en cuanto miembros del Colegio episcopal y como legítimos sucesores de los Apóstoles, todos y cada uno, en virtud de la institución y precepto de Cristo, están obligados a tener por la Iglesia universal aquella solicitud que, aunque no se ejerza por acto de jurisdicción, contribuye, sin embargo, en gran manera al desarrollo de la Iglesia universal. Deben, pues, todos los Obispos promover y defender la unidad de la fe y la disciplina común de toda la Iglesia… (Lumen Gentium, 23).

Por tanto, el silencio no es una opción. Es deber de cualquier obispo del mundo -no solamente de unos cuantos altos Cardenales que no tienen nada que perder- salir al paso de las palabras del obispo de Amberes. De lo contrario, los fieles podrán pensar que la fe de la Iglesia no está siendo custodiada por quienes por su ministerio están llamados a ello. Y eso supondría una catástrofe de tal magnitud que no se habrá visto cosa igual en veinte siglos de historia del cristianismo. Si los fieles pierden la fe en los Pastores sagrados, es inevitable la dispersión del rebaño, la ruina de la Iglesia, la negación de Pentecostés y la afirmación de Babel.

Dice la Escritura que el diablo es «león rugiente, anda rondando y busca a quién devorar» (1ª Ped 5,8). Al león ya le vemos las fauces, los colmillos, las garras. Está dispuesto a pegarse un gran festín. O los pastores nos protegen o el Pastor de pastores vendrá en gloria y poder para juzgar tanta mentira y tanta maldad.

¡Santidad o muerte!

 

Luis Fernando Pérez Bustamante