¿Qué vemos en el Pesebre de Belén?

Ushetu, Tanzania, 23 de diciembre de 2014.

 

Queridos familiares y amigos:

 

Les escribo en vísperas de una fiesta tan hermosa y familiar como es la de la Navidad. Siempre es una fiesta muy cargada de sentimientos, y es como una obligación acordarse de todos, especialmente de los que no están. Por eso mismo, como se darán cuenta, los tendré muy presentes en las misas de mañana… estando en un lugar tan lejano y tan distinto al que estamos acostumbrados. Aunque si es por acostumbrarse, creo que ya he recorrido un buen trecho.

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Mi saludo de Navidad de este año será acompañado por algunas ideas y relatos de estos lados. Hace varios días o semanas que no escribo,

 

debido al trabajo y a algunas actividades muy hermosas que he podido hacer. Así que hago ahora el esfuerzo de escribir antes de que se venga la avalancha de actividades parroquiales de Navidad.

 

Lo último que les mandé fue un relato de la visita a unas aldeas con un doctor que vino por quince días desde Ibiza, España. Con él, la última visita que pudimos hacer antes de que se fuera, fue a la aldea de Miluli, en dirección sur, aproximadamente una hora y algo de camino. El viaje es largo, pero muy agradable en este tiempo de lluvias, con muchísima vegetación, bosquecitos muy frondosos, campos cultivados o preparados para ello. Un poco cansador también por ser camino o sendero estrecho y de curva contracurva todo el tiempo, pero por eso mismo, muy entretenido.

 

En un momento del recorrido, vimos un grupo de hombres que estaba trabajando el campo. Todos juntos iban con el azadón, y llevando un ritmo por medio de una canción que iban cantando. Era la primera vez que yo veía esto, aunque me habían comentado de que así lo hacían en ésta época. Se juntan para trabajar, varios amigos, o de una familia, y la emprenden con una chacra, y la trabajan parejo hasta terminar. La unión hace la fuerza, y todos se animan a ir a un ritmo muy bueno. la canción que van cantando no tiene ningún sentido en sí, cantan a cosas de la tierra, o costumbres, y se divierten de paso que trabajan. A veces usan un bombito, y por lo tanto el que toca el bombo no trabaja, pero si se cansa de llevar el ritmo, debe agarrar el azadón. Ley del trabajo. Al regreso del viaje tuvimos oportunidad de ver en otro lugar a ocho hombres trabajando juntos. Les mando algunas fotos.

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En la aldea nos esperaba el catequista, Petro, con una gran cantidad de niños y muchos fieles mayores. Cinco niñas iban a recibir su primera comunión, así que luego de los tradicionales saludos, cantos, fotos y caramelos… mientras todos rezaban el rosario en la capilla, me puse a confesar a las niñas, y a todos los que lo necesitaban. Ya de inicio me agradó mucho el gran clima de sencillez de todo, desde la aldea, la capilla, la gente… y las niñas. Muy bien preparadas para la confesión y la comunión. Y muy sencillamente vestidas, sin las pompas y distracciones a las que estamos acostumbrados en nuestra tierra. Pero con una gran dignidad y fe en el sacramento, no por eso le quitan importancia, todo lo contrario.

 

Al comenzar a revestirme para la misa me doy cuenta que el número de niños es muy grande… y la mayoría con el uniforme de escuela. Pregunto si les habían dado permiso en la escuela para venir, y me dicen que usan la capilla como si fuera un aula. Allí junto al altar veo tres tablas unidas a modo de pizarrón.Así que me vi obligado a ver qué podían entender estos niños, que se veían interrumpidos en su horario de clases por la misa. Acto primero es preguntar quién no está bautizado, que levante la mano. Un bosque de pequeños brazos levantados. Más fácil es contar a los que están bautizados. Esto nos hace palpar el ambiente que se vive en las aldeas… la mayoría no son de familias cristianas, pero están dispuestos, y no hay contras en sus padres, si hubiera posibilidad de enseñarles, o ellos mismos quisieran venir al catecismo. Pero viven en el campo, muy lejos, es difícil, y generalmente, no saben de la existencia del catecismo. Al comenzar a revestirme, les iba explicando muy brevemente cada ornamento del sacerdote… y el catequista corregía el swahili, lo extendía, y lo traducía al sukuma. Con todos esos agregados me sentía muy tranquilo.

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Otra percepción que tuve en el momento de las confesiones, antes de entrar a la capilla, mientras confesaba. La gran cantidad de mujeres embarazadas, en una aldea tan pequeña. Una alegría de ver familias jóvenes, y la felicidad que reina en las aldeas, que proviene de los niños. Y no sólo la felicidad, sino también la esperanza… y la fuerza del mismo país y de África mismo, por ir un poco más lejos. Y más todavía, la fuerza de esa capilla, y de nuestra misma parroquia, y de la Iglesia Católica.

 

Al ver los números de la iglesia en el mundo, ha llevado a los últimos Papas a llamar a África “el continente de la esperanza”, y eso no necesitamos que nos lo recuerden, sino que lo vemos todos los días en estos lados.

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Luego de la misa los líderes y el catequista nos invitaron a almorzar junto con el Dr. Rafael, en la casita que está junto a la capilla. Hemos pasado un rato muy agradable, a pesar de la dificultad idiomática, y de que yo trataba de hacer el oficio de traductor. Es verdad que se comparten muchas cosas, y ellos están muy acostumbrados a charlar. No tienen el apuro de nuestras sociedades, y no tienen los aparatos que interrumpen todo diálogo en las familias y reuniones de amigos y vecinos. El Dr. Rafael miraba con rostro de gran satisfacción eso, y en un momento del viaje me lo hizo notar… que le parecía volver el tiempo atrás, en que en los pueblos la gente se reunía a la tarde al terminar los trabajos, y se charlaba, y se divertían, y se jugaba a las cartas, y se compartían alegrías y dolores. Cuando ya estuvimos un buen rato entre ellos y decidimos emprender el retorno, ellos mismos se sorprendían… ¿Ya se van? Y entre bromas decían que podían arreglar las estancias para que nos quedáramos a dormir. Nos hemos reído con pequeñas ironías y salidas chispeantes de uno de ellos, el mayor, un abuelo de nombre Johane que quiso fotografiarse “junto al doctor que venía de Europa”.

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Mirando para atrás en mis relatos de las visitas a las aldeas, creo que he repetido muchas veces la idea de que nos hemos encontrado con la “sencillez” del ambiente, de la gente, de los niños y de los grandes, de las comidas y de los vestidos, de las casas y de la capilla. En la visita a Miluli nos encontramos con la sencillez de los trabajos, de las primeras comuniones, de la misa… de la charla.

 

Sencillez… que es una virtud tan hermosa como difícil de practicar. Porque el que es sencillo, no sabe que lo es, o no lo percibe. Sencillez que tiene sinónimos tan bellos como: simplicidad, candidez, humildad, franqueza, sinceridad, confianza.

 

Y el que posee esa cualidad se transforma en simple, cándido, humilde, franco, sincero, confiable… ¡quién no desearía serlo! ¡Quien no desearía ser amigo de alguien así! Sencillo se dice de lo que no tiene artificio ni composición, que carece de ostentación y adornos, como dice el Diccionario de la Real Academia Española.

 

Y Nuestro Señor nos recomendó esto no sólo como una cualidad natural, sino como virtud, y lo hizo con la palabra y el ejemplo:“Sed sencillos como palomas”,“Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón”.

 

¡Cuántas cosas que hemos perdido en nuestra sociedad! Ése trabajo en conjunto, el contacto con la naturaleza, y la vida sencilla de pueblo. Hemos perdido muchas veces ése saber “perder el tiempo” con los demás. Y mucho más podríamos decir, si consideramos que hemos perdido tantas veces esa sencillez… o que no somos capaces de buscarla, porque se trata de una virtud, muy unida a la humildad, y efecto de ella.

 

Pero como nos vamos despidiendo, me animo a resumir: ¿Qué vemos en el Pesebre de Belén en ésta Nochebuena sino la “sencillez encarnada” en un Dios que se hace Niño?

 

Pido que me tengan presentes en sus oraciones de esta noche ante el Pesebre. Estaremos muy unidos en ese momento.

 

¡Firmes en la brecha!

P. Diego, desde Ushetu

 

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