Fracaso y memez de la simpatía como opción pastoral

Vaya por delante que mejor es encontrarte con un sacerdote que saluda amablemente y pregunta por la familia y se toma un café si surge, que no con otro que al pasar a tu lado te saluda, si te saluda, con un rebuzno. Dicho esto, también conocemos todos a sacerdotes que nunca fueron un dechado de simpatía y sin embargo tuvieron parroquias muy vivas.

Digo esto porque hemos tenido en la iglesia unos años en los que hubo gente empeñada en que la mejor opción pastoral era la simpatía, el quedar bien y el ser amables con todos. Sacerdotes que hicieron de esta táctica la única clave de su ministerio y que gracias a ella son recordados con cariño y afecto y con un reconocimiento de las bondades, cercanía y campechanía de don Romualdo. Ya saben: qué buena persona era don Fulano, qué simpático don Mengano.

Insisto que mejor cura simpático que cardo borriquero. Pero por encima de esa consideración, mejor cura que sepa cumplir con sus obligaciones que no cura de palmada en la espalda y tranquilo que no pasa nada.

Porque la simpatía suele ir unida a la supresión de todo aquello que pueda resultar de por sí molesto al personal. Se suprime de la predicación todo lo que pudiera resultar desagradable como novísimos, confesión, pecado, sexto mandamiento, obligaciones cristianas básicas, y se pasa a un predicar mayoritariamente que Dios es bueno, perdona siempre y aquí no pasa nada. Facilidades para todo: se acabaron los engorrosos cursos para sacramentos, exigencias de confirmación y vida cristiana para padrinos de bautismo, mejor facilitar las cosas. Luego se va reduciendo el culto a mínimos en cantidad y calidad, cosas bobas, pero la misa es una fiesta y no el sacrificio de la cruz, hagamos liturgia campechana, creativa, acabemos con rigideces, descafeinada, eso sí, con procesiones de ofrendas bonitas, un rito de paz interminable y mucha gente haciendo cosas para que se vea que se participa y somos hermanos.  

Qué bueno es don Fulano. Qué simpático, cómo facilita las cosas, qué misas tan bonitas y no como don Perenganez, que se pasaba media vida en la Iglesia, era rígido con las cosas y te pegaba unos sermones que temblaba el misterio.

La parroquia de don Fulano, el simpático, se muere. La gente no tiene un ápice de formación porque ni hay apenas grupos, y en los que hay no existe un temario serio de formación, y las homilías llevan años explicando que Dios es bueno y que hay que estar con los pobres. Las celebraciones de puro insulsas no aportan nada. Parroquias que languidecen, se cansan, se agotan, son nada. Pero que tuvieron un sacerdote simpatiquísimo que saludaba por la calle y entraba en los bares. Pero poco más.