Otra manifestación de Dios

 

Tenemos por fe y por verdad, por eso lo celebra la Iglesia católica, que Jesús se manifestó, en concreto, en tres momentos muy oportunos y con intenciones, también, muy oportunas. Así, por ejemplo, en las Bodas de Caná, a sus discípulos y momento en el que da comienzo su vida pública; antes, en su Bautismo, manifestándose a los judíos; por fin, y por lo que ahora nos toca, a los Magos de Oriente, con lo que se manifiesta a los paganos.

Vemos, pues, que Aquel que había enviado Dios al mundo para que se salvara, no podía dejar, digamos, sector alguno de la población que no quedara impregnado por la esencia divina puesta al servicio de la salvación del hombre. Todos, por lo tanto, estaban en el corazón de Dios y todos, así, estaban llamados a la salvación y, superando la exclusividad, tenida así, del pueblo judío, el Todopoderoso (¡Alabado sea por siempre!) daba a entender que nadie, del género humano, estaba excluido de volver con el Señor y Creador.

La llamada, por tanto, está hecha por Dios y está hecha para que sea escuchada. También, por supuesto, a los paganos, para que se conviertan y para que, como aquellos tres hombres importantes, sientan una llamada que, a lo mejor, no comprenden pero que les lleva al seno del que salieron y los convierte, en efecto, en verdaderos hijos de Dios conscientes de que lo son.

Cristo se manifestó entonces. Habían pasado, eso suponemos, pocos días desde que viniera al mundo en un lugar poco recomendable para los pensamientos bienintencionados y buenistas. Lo había hecho en la pobreza y la humildad porque los anawin (véase “Hombre pobre, cuya riqueza es tener a Dios. Cree radicalmente en El, y teniéndolo en su ser, le basta para sobrevivir”) eran los preferidos de  Dios. Y, en eso, nada había cambiado en el corazón del Creador y, seguramente, nada ha cambiado hoy día. Se manifiesta como vivió y se manifestó con viviría luego.

La verdad es que Dios tiene cosas como las que ahora celebramos. No quiere, no quiso entonces, la pompa y el despropósito en el que tantas veces cae el ser humano al creer que lo grande es lo ostentoso y lo bueno lo poderoso. No. Para Dios la forma mejor de manifestarse es la que demuestra qué es lo que quiere de nosotros, cuál es su santa voluntad. Y no podemos negar que la forma de hacerlo aquel día, ante aquellos hombres poderosos que se arrodillaban ante un indefenso niño es para nota…

Cuando Dios quiere que lo sencillo sea lo superior y lo ordinario el bien común hace que nos demos cuenta de la forma, en efecto, más sencilla y más ordinaria: nace un niño, el Niño, en la intimidad más universal que nunca se hubiera visto, en una aparente contradicción sostenida por los caminos inexcrutables del Señor que, como tales, no entendemos y ante los cuales nos basta, es suficiente, la fe. Y se manifestó, entonces, envuelto en pañales que bien podemos suponer pobres pero con una grandeza que hizo que el poderoso más poderoso quisiera quitarlo de en medio, eliminarlo, porque creía que atentaba contra su reinado mundano y carnal. ¡Pobre hombre que cimentó su mando sobre las cabezas inocentes de los niños! ¡Pobre alma perdida!

Sin embargo, no es ahora momento de tristezas ni de recuerdos de las miserias humanas. No. Ahora es momento de gozo y alegría porque Dios se ha manifestado. ¿Dios? Sí, Dios mismo hecho hombre. En un cuerpo de Niño el Padre ha querido ser igual en todo a su perfecta creación menos, como sabemos, en el pecado. Y tal es así que su Madre, la Madre, ni siquiera estaba bajo el poder del que lo era original… como don muy especial de Dios que no podía venir al mundo con una tan gran mancha. Por eso se manifiesta con todo su poder que es el de lo poco, el de lo que siendo casi nada lo es todo.

Y aquellos tres hombres, testigos privilegiados de un acontecimiento maravilloso que jalona la salvación humana, no pudieron, ¡qué menos! que volver a sus casas por un lugar distinto al que había llegado a Belén. Se les había avisado al respecto de la intención de Herodes.

Y a lo mejor, siguiendo tanto el paso de la estrella que les llevó al lugar del nacimiento de Dios como ahora no haciendo caso omiso a la advertencia que les hizo quien debió hacérsela, convirtieron su corazón al Dios Único y Verdadero, Creador del cielo y de la tierra. Y se dieron cuenta de que aquella manifestación era un regalo que ahora Dios les hacía a ellos.

Al fin y al cabo, y parafraseando un momento más trágico de la vida de Jesús, ahora, cuando había nacido, “atraía a todos hacia sí”. Y bien que lo hizo.

 

Eleuterio Fernández Guzmán