Lineamenta del Sínodo de la Familia -Respuestas a las preguntas 1-6

XIV Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos

La vocación y la misión de la familia en la Iglesia y en el mundo contemporáneo

 

Respuestas a las preguntas de los Lineamenta

para la recepción y la profundización de la Relatio Synodi

Primera parte –La escucha: el contexto y los desafíos sobre la familia


Antes de reproducir las preguntas 1-6 del cuestionario y de proponer nuestras respuestas, comentaremos el último párrafo del texto introductorio.

“Las preguntas que se proponen a continuación, con referencia expresa a los aspectos de la primera parte de la Relatio Synodi, intentan facilitar el debido realismo en la reflexión de los episcopados individuales, evitando que sus respuestas puedan ser provistas según esquemas y perspectivas propias de una pastoral meramente aplicativa de la doctrina, que no respetaría las conclusiones de la Asamblea sinodal extraordinaria, y alejaría su reflexión del camino ya trazado.”

Según el Art. 23 #2 del Reglamento del Sínodo de los Obispos, cada Episcopado es libre de expresar su opinión sobre los temas a tratar en el próximo Sínodo, “según los modos que considere más oportunos”. Por lo tanto, el texto citado puede ser considerado como un intento inadmisible de limitar esa libertad de los Episcopados y de orientar sus aportes en una dirección cuestionable. Por otra parte, la relación esencial entre doctrina y pastoral en la Iglesia Católica no puede ser otra que la que el texto citado al parecer pretende evitar y calificar como “no realista”: la doctrina católica ha de ser siempre respetada y aplicada en la práctica pastoral.

 

Preguntas y respuestas

 

1. ¿Cuáles son las iniciativas en curso y cuáles las programadas respecto a los desafíos que plantean a la familia las contradicciones culturales (cf. nn. 6-7): cuáles las orientadas al despertar de la presencia de Dios en la vida de la familia; cuáles las destinadas a educar y establecer sólidas relaciones interpersonales; cuáles las destinadas a favorecer políticas sociales y económicas útiles a la familia; cuáles para aliviar las dificultades asociadas a la atención de los niños, ancianos y familiares enfermos; cuáles para afrontar el contexto cultural más específico en el que está implicada la Iglesia local?

Se trata de una pregunta muy compleja y que sólo puede ser respondida adecuadamente por quienes tienen una visión bastante completa de las iniciativas eclesiales en un área determinada. Por lo tanto no intentaremos dar una respuesta exhaustiva, sino que sólo haremos dos comentarios de orden general. 

Hay muchas iniciativas en curso o programadas, pero la gran mayoría de ellas son “sectoriales”, por así decir: algunas organizaciones católicas se ocupan de la militancia pro-vida y pro-familia, otras de la ayuda (sobre todo material) a las familias pobres, otras a la defensa y promoción de la doctrina católica, incluyendo la doctrina sobre la familia, etc.; pero a menudo esas organizaciones son débiles, en más de un sentido, y sus iniciativas están poco coordinadas entre sí.  Quizás haría falta crear o fomentar comunidades cristianas más grandes que aborden todos estos aspectos de un modo más integral. 

Todas esas iniciativas eclesiales se dan en el contexto de una gran crisis eclesial que, como ya hemos dicho, es en sus raíces una crisis de fe. En términos generales, las iniciativas particulares no podrán tener mucho éxito si no se supera la subyacente crisis de fe, o sea si no se combate eficazmente contra la descristianización y secularización.

 

2. ¿Cuáles instrumentos de análisis se están empleando, y cuáles son los resultados más relevantes acerca de los aspectos (positivos y negativos) del cambio antropológico-cultural? (cf. n. 5) ¿Entre los resultados se percibe la posibilidad de encontrar elementos comunes en el pluralismo cultural?

Entre dos sistemas de pensamiento cualesquiera siempre hay algunos “elementos comunes”, pero no siempre esos “elementos” son los más importantes. Por ejemplo, las diferencias entre la cosmovisión católica y la cosmovisión “moderna” (agnóstica, secularista, etc.) son muy profundas e irreconciliables. Es decir, no se trata de simples malentendidos superables a través del diálogo, la buena voluntad o la diplomacia. Sólo se pueden superar de dos maneras: mediante la apostasía del católico o la conversión del no creyente moderno. Para esto último sí se precisa un diálogo, pero un diálogo evangelizador que, sin falsos “respetos humanos”, anuncie todas las verdades de la fe católica y denuncie todos los errores del pensamiento moderno anticristiano. Debemos perder el miedo a las controversias filosóficas o teológicas y dejar de lado la obsesión por no confrontar ideas con los demás, buscando sólo lo que nos une y no lo que nos separa. La doctrina de la fe debe ser predicada en su integridad, sin ampararse en un gradualismo pedagógico para postergar indefinidamente el tratamiento de los puntos difíciles.

Opinamos que la post-conciliar “apertura al mundo” se practicó a menudo de un modo imprudente e indiscriminado, “abatiendo bastiones” que eran muy necesarios para la defensa de la fe católica (considérese, por ejemplo, la crisis de la apologética). A nuestro juicio es urgente que todos los católicos tomemos conciencia de que: “A través de toda la historia humana existe una dura batalla contra el poder de las tinieblas, que, iniciada en los orígenes del mundo, durará, como dice el Señor, hasta el día final.” (Concilio Vaticano II, Gaudium et Spes, 37); y de que en esa “dura batalla” los cristianos somos “soldados de Cristo” (cf. 2 Timoteo 2,3), empeñados en un combate moral y espiritual.

 

3. Más allá del anuncio y de la denuncia, ¿cuáles son las modalidades elegidas para estar presentes como Iglesia junto a las familias en situaciones extremas? (cf. n. 8). ¿Cuáles son las estrategias educativas para prevenirlas? ¿Qué se puede hacer para sostener y reforzar a las familias creyentes, fieles al vínculo?

Pensamos que la mayor pobreza es no conocer a Cristo y que lo más importante que los católicos podemos hacer por las familias pobres es darles un testimonio explícito de Cristo, con palabras y obras. Conviene subrayar un hecho que, pese a su obviedad, no suele ser destacado: la crisis de la familia es una de las causas principales de la pobreza; la desintegración de una familia implica una pérdida de “capital social” que afecta gravemente a sus integrantes (por ejemplo: si en una familia de clase media-baja el esposo abandona a su esposa y a sus tres hijos, éstos podrán caer fácilmente en la pobreza). Y si, como hemos dicho antes, la causa principal de la crisis de la familia es la crisis de fe, de ambas afirmaciones se deduce una doctrina social católica no muy repetida en estos días: no hay solución a la cuestión social fuera del Evangelio. Por lo tanto, lo más importante que la Iglesia puede hacer por las familias pobres es ser plenamente fiel a su identidad y a su misión, resistiendo a las tendencias que pretenden convertirla en una gran ONG, con fines meramente intramundanos.

 

4. ¿Cómo reacciona la acción pastoral de la Iglesia a la difusión del relativismo cultural en la sociedad secularizada y al consiguiente rechazo de parte de muchos del modelo de familia formado por el hombre y la mujer en el vínculo matrimonial y abierto a la procreación?

En los hechos hay tres tipos diferentes de reacciones: a) una minoría defiende y propone de forma íntegra y coherente la doctrina católica sobre el matrimonio y la familia, rechaza explícitamente los errores que se le oponen y combate a quienes los favorecen dentro de la Iglesia; b) otra minoría (que goza del apoyo de los mayores poderes mundanos) procura cambiar esa doctrina católica para que la Iglesia se conforme con el relativismo dominante en la cultura actual; c) la mayoría no es muy consciente de la existencia o la importancia de la lucha entre esas dos tendencias contrarias, o bien no quiere comprometerse a fondo tomando realmente partido en esa lucha; en la práctica, suele predicar la doctrina ortodoxa sin denunciar los errores contrarios ni mucho menos combatir a quienes los impulsan; otras veces busca un compromiso imposible entre las dos tendencias antes mencionadas.

 

5. ¿De qué modo, con cuáles actividades están involucradas las familias cristianas en el testimoniar a las nuevas generaciones el progreso en la maduración afectiva? (cf. nn. 9-10). ¿Cómo se podría ayudar a la formación de los ministros ordenados respecto a estos temas? ¿Cuáles figuras de agentes pastorales específicamente calificados se sienten como más urgentes?

Consideramos que lo más urgente es contar con un número mucho mayor de agentes pastorales con una fe católica firme y una formación doctrinal plenamente ortodoxa, deseosos de alcanzar la santidad, empeñados en una vida de oración personal y litúrgica, llenos de celo por la difusión de la religión verdadera y de la doctrina católica sobre el matrimonio y la familia. En cuanto a la formación para la maduración afectiva, se debe rechazar claramente la concepción romántica o sentimentalista del amor, que hoy está muy difundida y contribuye mucho a la crisis del matrimonio. El amor (incluso el amor conyugal) es ante todo un acto de voluntad: querer el bien del otro.

 

6. ¿En qué proporción, y a través de cuáles medios, la pastoral familiar ordinaria está dirigida a las personas lejanas? (cf. n. 11). ¿Cuáles son las líneas operativas predispuestas para suscitar y valorizar el “deseo de familia” sembrado por el Creador en el corazón de toda persona, y presente especialmente en los jóvenes, incluso en los que están involucrados en situaciones de familias que no corresponden a la visión cristiana? ¿Cuál es la respuesta efectiva entre ellos a la misión a ellos dirigida? Entre los no bautizados, ¿cuán fuerte es la presencia de matrimonios naturales, incluso en relación al deseo de familia de los jóvenes?

La misión de la Iglesia debe dirigirse a todas las personas, pero en la práctica es importante que esa misión siga un cierto orden, “en círculos concéntricos”, por así decir. Nos explicamos: en un sentido importante los católicos que no van a Misa regularmente están más “alejados” de la Iglesia que los que van a Misa todos los domingos. Sin embargo, esto no implica necesariamente que estos últimos no estén más alejados de la Iglesia que los primeros en otros sentidos, también importantes. A menudo los católicos “practicantes” no aceptan ni viven toda la doctrina católica sobre el matrimonio. El caso más frecuente (pero por cierto no el único) de disidencia es el de la anticoncepción. Entonces la primera prioridad de la pastoral familiar debería ser la de evangelizar a fondo a los que materialmente (o sea, aparentemente) están cerca de la Iglesia, pero en realidad están espiritualmente lejos de la fe de la Iglesia.

En el Uruguay, entre los no bautizados la práctica del matrimonio civil (que correspondería al matrimonio natural) está disminuyendo rápidamente y a la vez crece de forma acelerada la práctica del concubinato. Pese a los defectos de nuestro matrimonio civil (posibilidad de divorcio, “matrimonio homosexual”, etc.), esta transformación es muy negativa para las familias involucradas y para toda la sociedad.