“Si yo supiese escribir”

 

Una de las personas que más ha influido en mi vida, y una de las personas a las que más he querido, solía repetirlo a veces: “¡Si yo supiese escribir!”. Lo decía con la convicción de un profeta, con la seguridad de quien, si todo dependiese de la escritura, el mundo, ya, casi por arte de magia, sería otro. Un mundo nuevo. Un mundo justo, solidario, un mundo que no es, ni de lejos, nuestro mundo.

Esta persona tan especial para mí era una tía-bisabuela, una hermana de mi bisabuela. A mi bisabuela no la conocí. Ni a mi abuela materna, tampoco. A ella sí. Y sí sabía escribir. Lo hacía con una caligrafía muy estudiada, adornando las “efes” con las que empezaba su nombre y su primer apellido, y adornando, en justa medida, también la “ese” de su segundo apellido.

“FFS”. Esas eran las iniciales. Ella no escribía artículos, pero tenía el don de la narración, de contar cuentos, de encandilar con la palabra. Cuando yo era muy pequeño, ella pasó casi un mes en Lisboa. Y cuando, años más tarde, yo visité Lisboa buscaba los escenarios que había evocado su relato. Y lo que veía en ese momento adquiría un valor añadido, avivando el recuerdo, como fantástico, que yo tenía de Lisboa gracias a las narraciones de mi tía.

Aunque los gallegos no somos colombianos, el realismo mágico de García Márquez podría haber surgido en un pueblo de Galicia. Una escritora brasileña, Nélida Piñón, en una de sus novelas, ha sabido combinar esa especie de mezcla entre realidad y fantasía, entre Galicia y América. Aunque no se trata de Colombia, sino de Brasil. Pero podría ser - ¿por qué no? – también Colombia.

A lo que vamos: “¡Si yo supiese escribir!”. Una vez le pregunté a un escritor portugués, no en Lisboa, sino en Braga, cuál pensaba él que eran los mejores teólogos-escritores; los teólogos que escribían mejor. Y él, José Tolentino Mendoça, me contestó con tres nombres: Newman, Guardini y Ratzinger.

Estoy completamente de acuerdo con él. Newman escribe admirablemente bien. Y los que hayan estudiado inglés en profundidad – no es mi caso, que solo he estudiado un poco de inglés para leer a Newman  sin perderme – lo sabrán apreciar mejor. Guardini es, asimismo, un buen escritor. Casi lo que más admiro de él es la ausencia de notas a pie de página. ¿Para qué? Un buen texto no es una prueba notarial de haber leído la inmensa literatura reciente sobre cualquier tema. Un buen texto ha de ser coherente, personal y, mejor si es así, bello.

Y Ratzinger es otro maestro. Todavía disfruto releyendo la encíclica mejor escrita de todas. Es, y en esto yo soy como mi tía, muy “suyo”, o muy “mío”– muy de admirar mucho o de no admirar nada - , la “Spe salvi”, de Benedicto XVI.

Dirán que ahora, con eso de los “wasaps” y demás historias, no importa tanto escribir bien. Yo, sin embargo, sigo fiel al lema aprendido: “¡Si yo supiese escribir!”.

 

Guillermo Juan Morado.