El milagro de ser católico

Aunque el número de evangélicos que se convierten al catolicismo está lejos de ser desdeñable, a día de hoy son muchos más los que salen de la Iglesia Católica camino de cualquiera de las variantes del protestantismo que siguen los principios del Sola Scriptura, Sola Fides y Libre examen.

El pentecostalismo es, a día de hoy, el destino más habitual de esos católicos bautizados que, probablemente de forma mayoritaria, tenían una vivencia del catolicismo más bien débil, por no decir inexistente. Ahora bien, sí existen católicos practicantes y con cierta formación doctrinal que se hacen protestantes. La máxima “católico ignorante, futuro protestante” queda bien como eslogan pero no sirve para explicar todo el proceso de sangría del catolicismo hacia el protestantismo, especialmente en el continente americano.

Analizar las razones por las que un católico acaba siendo evangélico no es el motivo de este post, pero den ustedes por hecho que alguna de esas razones acabará apareciendo.

Más interesante me parece analizar el proceso contrario. Es decir, ¿qué puede llevar al catolicismo a un cristiano evangélico, miembro activo de una congregación “viva”, con una vida espiritual más o menos asentada, con relaciones de amistad y fraternidad espiritual muy fuertes?

La única respuesta posible e irrefutable es “la gracia de Dios”. Pero salvo casos raros de conversión radical de un día para otro, esa gracia suele actuar durante un tiempo, meses y a veces años, en el alma del futuro católico. 

Hay evangélicos que llegan a la Iglesia gracias a la labor apostólica de apologetas católicos. Y he aquí una de las primeras peculiaridades de nuestro tiempo. Esos apologetas son en su mayor parte seglares. Se cuentan con los dedos de las manos los sacerdotes involucrados en la tarea de traer a la barca de Pedro a los hermanos separados. Es más, en no pocas ocasiones son acusados de ser antiecuménicos.

Hay otros evangélicos, menos, que llegan al catolicismo leyendo libros de teología, estudiando la historia, bebiendo de la fuente la sabiduría de los Padres de la Iglesia. Decía el beato Newman que estudiar la historia de la Iglesia implica necesariamente dejar de ser protestante. Doy fe de ello. Si uno lee a los Padres, podrá albergar alguna duda intelectual sobre si lo que se ve ahí es catolicismo y cristianismo ortodoxo -oriental-, pero jamás encontrará protestantismo.

Tanto en un caso como en el otro, pero más en el segundo ejemplo, es de justicia reconocer que para un protestante evangélico hay un hecho objetivo que puede pesar bastante a la hora de plantearse la duda de si hacerse católico u ortodoxo. A saber, la absoluta ausencia de obispos, teólogos y sacerdotes infectados de la teología liberal entre los ortodoxos. Un protestante evangélico auténtico siente repugnancia absoluta por cualquier cosa que huela a liberalismo teológico. Desprecian a los que desprecian la inerrancia de la Biblia. Desprecian a los que quieren hacer del cristianismo una fe adúltera que fornica con el mundo, en el sentido bíblico del término.

Voy a ser claro. Cuanto menos se parece el catolicismo a lo que siempre ha sido, menos atrayente es para los protestantes que están en proceso de conversión. Un protestante que ve que el obispo de Amberes dice que la Iglesia ha de aceptar las uniones homosexuales y nadie hace nada para que deje de ser obispo, se planteará qué tipo de Iglesia es la que admite algo así. Un protestante que ve que las librerías católicas están plagadas de libros que serían arrojados a la basura en una librería evangélica por atentar contra dogmas de fe comunes a todos los cristianos, se plantea qué tipo de Iglesia permite eso. Y si encima constata que tal cosa no ocurre, ni por un casual, entre los ortodoxos, es comprensible que sienta cierta querencia hacia estos. Un protestante que tenga sensibilidad litúrgica estará mucho más cerca de los ortodoxos que de unos católicos que llevan medio siglo admitiendo abusos litúrgicos de todo tipo y que han perdido, a ojos vista, el sentido de lo sagrado. 

De la misma manera que indico eso, advierto que tales hechos no sirven de excusa para hacerse ortodoxo en vez de católico. No hay nada que pueda justificar no estar en comunión con Pedro. Y los ortodoxos, no lo están. Eso es igual de cierto aunque el Papa de turno sea un amoral, un necio o un irresponsable. No se me ocurre personaje más siniestro que Caifás y sin embargo cumplió el papel de sumo sacerdote profetizando que Cristo habría de morir por el pueblo. De igual manera, a lo largo de la historia de la Iglesia hemos tenido papas nefastos, y sin embargo el ministerio petrino sigue siendo voluntad de Dios para su Iglesia. Obviamente para un protestante evangélico es mejor que el Papa sea Benedicto XVI y no alguno de los Borgia, pero bien sabe que el mal uso de un ministerio no anula el ministerio. Lo que el concilio de Calcedonia dijo del Papa León Magno, santo, vale para San Pío X, Pablo VI o Francisco.

No solo atrae la figura de Pedro. Un converso sabe apreciar como pocos la riqueza de la espiritualidad católica. Tenemos un tesoro tan precioso, que por mucha crisis que haya, el fulgor del oro de la fe católica sigue brillando con fuerza.

Quizás el mayor obstáculo que plantea el catolicismo de las últimas décadas para la conversión de protestantes es precisamente la casi absoluta ausencia de labor pastoral que favorezca dicha conversión. Es decir, en la mayor parte de los casos, los protestantes se hacen católicos porque Dios les ha “empujado” a ello y no porque la Iglesia haga algo para atraerles. La excepción son los ordinariatos anglocatólicos que con tanta sabiduría impulsó Benedicto XVI. En mi caso concreto, que sé bien que no es el único, apenas hubo un solo sacerdote, dominico para más señas, del que pueda decir que fue instrumento del Señor para devolverme a su Iglesia. De no ser por él, y por todo lo que el Señor obró en mi alma, yo podría haber permanecido como cristiano evangélico durante toda mi vida sin que un solo sacerdote me animara a regresar a la fe en la que fui bautizado nada más nacer.

Una Iglesia que no sabe atraer a los que están en comunión imperfecta con ella difícilmente podrá parar a quienes se van en busca de otros prados. Una Iglesia que parece dilapidar siglos de tradición, de sabiduría de santos y doctores, de la gracia de los místicos que iluminan el camino, que está infectada de secularismo en un mundo entregado en manos de la apostasía, no es atrayente para quienes tienen la Escritura como fundamento de su fe. Pero aun así, Dios sigue obrando el milagro de la conversión a la fe católica de muchos hermanos separados. Y el mismo Dios que obra ese milagro, obrará la reforma de su Iglesia, para que las puertas del Hades no la derroten. Ojalá nuestros ojos vean esa reforma.

¡¡Santidad o muerte!!

 

Luis Fernando Pérez Bustamante