Un amigo de Lolo – Nuestro corazón desde el de Dios

Presentación

Lolo

Yo soy amigo de Lolo. Manuel Lozano Garrido, Beato de la Iglesia católica y periodista vivió su fe desde un punto de vista gozoso como sólo pueden hacerlo los grandes. Y la vivió en el dolor que le infringían sus muchas dolencias físicas. Sentado en una silla de ruedas desde muy joven y ciego los últimos nueve años de su vida, simboliza, por la forma de enfrentarse a su enfermedad, lo que un cristiano, hijo de Dios que se sabe heredero de un gran Reino, puede llegar a demostrar con un ánimo como el que tuvo Lolo.

Sean, las palabras que puedan quedar aquí escritas, un pequeño y sentido homenaje a cristiano tan cabal y tan franco.

Libro de oración

En el libro “Rezar con el Beato Manuel Lozano, Lolo” (Publicado por Editorial Cobel, www.cobelediciones.com ) se hace referencia a una serie de textos del Beato de Linares (Jaén-España) en el que refleja la fe de nuestro amigo. Vamos a traer una selección de los mismos.

Nuestro corazón desde el de Dios

“Os voy a decir algo importante, sin ningún regateo: vuestro corazón es el niño privilegiado de la Obra del Universo, porque verdaderamente ha nacido para ser relicario del mío. Pequeño él, si os parece, para Mí no cuentan las dimensiones. Hueco así, lo tiene una calabaza, pero sólo por el prodigio del Amor es posible encajar, en lo que de estrechos límites de pelota de goma tiene la grandiosidad de la Creación”. (Reportajes desde la cumbre, p. 33)

Cuando proclamamos, porque es verdad y así está escrito, que somos semejanza de Dios (e imagen suya) no queremos dejar dicho algo que, en sí mismo, resulta bueno escuchar ni hacemos un esfuerzo de buenismo. En realidad, lo que queremos manifestar es que, en principio, somos como Dios quiere que seamos.

También decimos que el corazón, el órgano impulsor de la sangre que riega nuestro cuerpo y le da vida es algo más o, mejor, supone mucho más para la vida del creyente. Y es que en el corazón creemos está el Espíritu Santo al ser, ya lo dijo San Pablo, templo del mismo.

Todo esto ha de querer decir algo importante. Es decir, si somos semejanza de Dios y en nuestro corazón está la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, es que el Creador quiere que así sea y así ha sido.

Es ciertamente pequeño el corazón. Sin embargo, en un espacio tan reducido cabe todo lo que Dios ha creado. Y no queriendo decir esto que se haya hecho diminuta la Creación de tal modo pequeña que quepa en un espacio tan reducido, entendemos que el Todopoderoso (¡Alabado sea por siempre!) ha imbuido sus principios vitales y espirituales en el mismo. Sólo así podemos entender el misterioso don que supone ser semejanza e imagen de Dios.

En realidad, lo que nosotros seamos capaces de entender acerca de qué es lo que tiene cabida en nuestro corazón queda muy lejos, primero, de lo que el Creador entiende por tal posibilidad y, en segundo lugar, de lo que nuestro entendimiento es capaz de tener por bueno y verdad. El caso es que, a pesar de nuestra reducida capacidad de conocimiento de lo que verdaderamente importa, lo que espiritualmente importa es que, por ser semejantes a Dios nos ha entregado un certero entendimiento capacitado para lo mejor y más alto.

Y es que nosotros, en cierta forma, llevamos a Dios dentro. No es que seamos Dios ni sostengamos falsos panteísmos sino que por ser hijos del Creador ha querido el Señor que lo que supone serlo… en verdad lo seamos. No ha regateado, por eso, nada de lo que podía darnos ni espera de nosotros menos de lo que sabe somos capaces de dar y entregar.

El Amor de Dios, capaz de toda misericordia y, en fin, de todo acto de bondad, no quiere menos para nosotros que lo que queramos aceptar como dado por Él. Por eso, en cada acto que llevamos a cabo y en cada pensamiento que nuestro corazón promueve desde nuestro cerebro arraiga un ansia de infinito que nos mueve ora a pensar, ora a hacer en bien de una vida que puede ser agradecida a Quien todo nos ha entregado o no serlo. También, para eso, somos libres.

Nunca, en un espacio tan escaso como es el de un corazón cupo tanto.

 

Eleuterio Fernández Guzmán