ZENIT

El mundo visto desde Roma

Servicio diario - 15 de febrero de 2015

La frase del domingo 15

“Los santos son como multitud de pequeños espejos en los que Jesucristo se contempla”.
(Santo Cura de Ars)

 


El papa Francisco

Francisco celebra con los nuevos cardenales
Les exhorta: ''No tengan la tentación de estar con Jesús sin querer estar con los marginados, aislándose en una casta que nada tiene de auténticamente eclesial'

Francisco a los orientales: redescubrir la fraternidad y la vida familiar
En el ángelus, invitación del Santo Padre con motivo del año nuevo lunar a los pueblos de Extremo Oriente

Texto completo del Papa en la oración del ángelus
Pide ante la plaza repleta, un aplauso por los nuevos cardenales

Texto completo, homilía del Papa en la misa con los nuevos cardenales
No sólo acoger y integrar, con valor evangélico, aquellos que llaman a la puerta, sino ir a buscar, sin prejuicios y sin miedos, a los lejanos

Espiritualidad

Una Cuaresma abierta a la Pascua
'Palabra y Vida' del arzobispo de Barcelona

Beato José Allamano - Beato José Allamano
«La urgencia en el seguimiento de Cristo es una fuente de inagotables bendiciones. Este fundador de las misioneras de la Consolata lo descubrió pronto. Espiritualmente creció entre dos santos: su tío José Cafasso y Juan Bosco»


El papa Francisco


Francisco celebra con los nuevos cardenales
Les exhorta: ''No tengan la tentación de estar con Jesús sin querer estar con los marginados, aislándose en una casta que nada tiene de auténticamente eclesial'

Por H. Sergio Mora

CIUDAD DEL VATICANO, 15 de febrero de 2015 (Zenit.org) - El papa Francisco ha presidido este domingo 15 de enero en el Vaticano, la misa de acción de gracia junto los nuevos cardenales elevados este sábado a la púrpura, y a con todos aquellos purpurados que han venido a Roma para el consistorio.

En una basílica iluminada 'a giorno', la celebración inició con un cortejo de ingreso. Todos vestían los paramentos verdes del Tiempo ordinario. El Santo Padre incensó el altar y la imagen de la Virgen María que se encuentra al lado del baldaquino del Bernini, mientras el coro de la Capilla Sixtina interpretaba diversos cantos, en gregoriano y polifónico. Y no faltaron algunas participaciones de trompetas e instrumentos de viento.

Las lecturas han sido en diversos idiomas, iniciando por la primera, en español, mientras el Evangelio proclamado en canto llano.

A los nuevos cardenales el anillo les fue entregado ayer, y no hoy, como se realiza desde hace algunos años, cuando lo determinó Benedicto XVI.

En su homilía el Santo Padre recordó que “la lógica de Jesús, éste es el camino de la Iglesia: no sólo acoger y integrar, con valor evangélico, aquellos que llaman a la puerta, sino ir a buscar, sin prejuicios y sin miedos, a los lejanos, manifestándoles gratuitamente aquello que también nosotros hemos recibido gratuitamente”.

E invitó a aprender de María “que es la Madre, nos enseñe a no tener miedo de acoger con ternura a los marginados; a no tener miedo dela ternura y de la compasión; nos revista de paciencia para acompañarlos en su camino, sin buscar los resultados del éxito mundano; nos muestre a Jesús y nos haga caminar como Él”.

“Exhorto -dijo el Papa- a servir a la Iglesia, en modo tal que los cristianos, edificados por nuestro testimonio, no tengan la tentación de estar con Jesús sin querer estar con los marginados, aislándose en una casta que nada tiene de auténticamente eclesial”.

Y concluyó: “En realidad, sobre el evangelio de los marginados, se descubre y se revela nuestra credibilidad”.

Entre los nuevos cardenales electores están representados 18 países. El Papa los ha elegido tomando como criterio "la universalidad”. Entre ellos hay cinco latinoamericanos, tres de los cuales electores y dos eméritos. Y un español.

Los nuevos cardenales latinoamericanos son:
Mons. Alberto Suárez Inda, arzobispo de Morelia (México).
Mons. Daniel Fernando Sturla Berhouet, S.D.B., arzobispo de Montevideo (Uruguay).
Mons. José Luis Lacunza Maestrojuán, O.A.R., obispo de David (Panamá).
José de Jesús Pimiento Rodríguez, arzobispo emérito de Manizales (Colombia). Mons. Luis Héctor Villalba, arzobispo emérito de Tucumán (Argentina).

El nuevo cardenal español es Ricardo Blázquez Pérez, arzobispo de Valladolid.

Texto completo de la homilía del Papa
Ver en facebook las fotos de la misa

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Francisco a los orientales: redescubrir la fraternidad y la vida familiar
En el ángelus, invitación del Santo Padre con motivo del año nuevo lunar a los pueblos de Extremo Oriente

Por Redacción

CIUDAD DEL VATICANO, 15 de febrero de 2015 (Zenit.org) - Después de celebrar en la basílica de San Pedro la santa misa con los nuevos cardenales, el papa Francisco desde su estudio que da a la plaza, rezó la oración del ángelus y deseó a todos los presentes un deseo “de serenidad y de paz a todos de los hombres y mujeres que en el Extremo Oriente y en varias partes del mundo se preparan a celebrar el año nuevo lunar”.

El Santo Padre indicó que dichas fiestas “ofrecen a ellos la feliz ocasión de redescubrir y de vivir de manera intensa la fraternidad, que es el vínculo precioso de la vida familiar y base de la vida social”.

“Este retorno anual a las raíces de la persona y de la familia -concluyó el papa Francisco- puedan ayudar a aquellos pueblos a construir una sociedad en la que se tejen relaciones interpersonales que llevan al respeto, la justicia y la caridad”.

Texto completo del Papa en el ángelus

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Texto completo del Papa en la oración del ángelus
Pide ante la plaza repleta, un aplauso por los nuevos cardenales

Por Redacción

CIUDAD DEL VATICANO, 15 de febrero de 2015 (Zenit.org) - Después de celebrar en la basílica de San Pedro la santa misa con los nuevos cardenales, el papa Francisco desde su estudio que da a la plaza, rezó la oración del ángelus y dirigió las siguientes palabras a los miles de fieles y peregrinos allí presentes.

«Queridos hermanos y hermanas, en este domingo el evangelista Marcos nos narra la acción de Jesús contra toda especie de mal, beneficiando a los que sufren en el cuerpo y en el espíritu: endemoniados, enfermos y pecadores... Él se presenta como aquel que combate y vence el mal en donde lo encuentre. En el Evangelio de hoy, esta lucha que realiza encuentra un caso emblemático, porque el enfermo es un leproso. La lepra es una enfermedad contagiosa y que no tiene piedad, que desfigura a la persona, y que era símbolo de impureza: el leproso tenía que permanecer siempre fuera de los centros habitados y señalar su presencia a quienes pasaban. Era marginado de la comunidad civil y religiosa. Era como un muerto ambulante.

El episodio de la curación del leproso se desarrolla en tres breves etapas: la invocación del enfermo, la respuesta de Jesús, las consecuencias de la curación prodigiosa. El leproso le suplica a Jesús, 'de rodillas' y le dice: 'Si quieres puedes purificarme'. A esta oración humilde y llena de confianza, Jesús responde con una actitud profunda de su ánimo: la compasión. La compasión es una palabra muy profunda que significa 'sufrir con el otro'.

El corazón de Cristo manifiesta la compasión paterna de Dios por aquel hombre, acercándose a él y tocándolo. Este particular es muy importante. Jesús 'tiende la mano, lo toca... y en seguida la lepra desaparece y Él lo purifica”. La misericordia de Dios supera cada barrera y la mano de Jesús toca al leproso. Él no pone una distancia de seguridad y no actúa delegando, sino que se expone directamente al contagio por nuestro mal. Y así justamente nuestro mal se vuelve el lugar del contacto: Él, Jesús, toma de nosotros la humanidad enferma y nosotros de Él su humanidad sana y que cura.

Esto sucede cada vez que recibimos con fe un sacramento: el Señor Jesús nos 'toca' y nos da su gracia. En este caso pensamos especialmente al sacramento de la Reconciliación, que nos cura de la lepra y del pecado.

Una vez más el evangelio nos muestra lo que hace Dios delante de nuestro mal: no viene a darnos una lección sobre el dolor; tampoco viene a eliminar del mundo el sufrimiento y la muerte; viene más bien a tomar sobre sí mismo el peso de nuestra condición humana, y a llevarla hasta el fondo, para liberarnos de manera radical y definitiva. Así Cristo combate el mal y el sufrimiento del mundo: haciéndose cargo y venciendo con la fuerza de la misericordia de Dios.

A nosotros, hoy, el evangelio de la curación del leproso nos dice que, si queremos ser verdaderos discípulos de Jesús, estamos llamados a volvernos unidos a Él, instrumentos de su amor misericordioso, superando cada tipo de marginación. Para ser 'imitador de Cristo', delante a un pobre o a un enfermo, no debemos tener miedo de mirarlo en los ojos, y de acercarnos con ternura y compasión. Y de tocarlo y abrazarlo. Con frecuenciapido a las personas que asisten a los otros, que lo hagan mirándolos a los ojos, y de no tener miedo de tocarlos. Que el gesto de ayuda sea también un gesto de comunicación. También nosotros tenemos necesidad de ser acogidos. Un gesto de ternura y de compasión. Y les pregunto: ¿Cuando se ayuda a los otros, los miran en los ojo, los acogen sin miedo de tocarlos, los acogen con ternura? Piensen sobre esto. Cómo se ayuda, a distancia o con ternura y cercanía?

Si el mal es contagioso, también el bien lo es. Por lo tanto es necesario que en nosotros abunde siempre más el bien. ¡Dejémonos contagiar por el bien!».

El Santo Padre reza el ángelus y después dirige las siguientes palabras:

«Queridos hermanos y hermanas, dirijo un deseode serenidad y de paz a todos de los hombres y mujeres que en el Extremo Oriente y en varias partes del mundo se preparan a celebrar el año santo lunar. Tales fiestas ofrecen a ellos la feliz ocasión de redescubrir y de vivir de manera intensa la fraternidad, que es el vínculo precioso de la vida familiar y base de la vida social. Este retorno anual a las raíces de la persona y de la familia puedan ayudar a aquellos pueblos a construir una sociedad en la que se tejen relaciones interpersonales que llevan al respeto, la justicia y la caridad.

Saludó también a todos ustedes, romanos y peregrinos, en particular a todos los que han venido con motivo del consistorio, para acompañar a los nuevos cardenales. Y agradezco a los países que han querido estar presentes en este evento enviando delegaciones oficiales.

Saludemos con un aplauso a los nuevos cardenales... (aplausos)

Saludo a los peregrinos españoles que provienen desde San Sebastián, Campo de Criptana, Orense, Pontevedra y Ferrol. A los estudiantes de Campo Valongo y Porto, en Portugal. Y a los de París; al “Foro de las Instituciones Cristianas ” de Eslovaquia; a los fieles de Buren (Holanda), y a los militares de Estados Unidos de paso en Alemania, y a la comunidad de los venezolanos residentes en Italia.

Saludo a los jóvenes de Busca, a los fieles de Leno, Mussoi, Monteolimpino, Rivalta sul Mincio y Forette di Vigasio.

Están también presentes muchos grupos de escolares y de catequistas de tantas partes de Italia.

Queridos les animo a ser ser testimonios con alegría y coraje de Jesús en la vida de cada día. Les deseo a todos un buen domingo. Por favor, no se olviden de rezar por mi». Y concluyó con su ya conocido «¡Buon pranzo e arrivederci!».   

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Texto completo, homilía del Papa en la misa con los nuevos cardenales
No sólo acoger y integrar, con valor evangélico, aquellos que llaman a la puerta, sino ir a buscar, sin prejuicios y sin miedos, a los lejanos

Por Redacción

CIUDAD DEL VATICANO, 15 de febrero de 2015 (Zenit.org) - «Señor, si quieres, puedes limpiarme...» Jesús, sintiendo lástima; extendió la mano y lo tocó diciendo: «Quiero: queda limpio» (cf. Mc 1,40-41). La compasión de Jesús. Ese padecer con que lo acercaba a cada persona que sufre. Jesús, se da completamente, se involucra en el dolor y la necesidad de la gente... simplemente, porque Él sabe y quiere padecer con, porque tiene un corazón que no se avergüenza de tener compasión.

«No podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en descampado» (Mc 1, 45). Esto significa que, además de curar al leproso, Jesús ha tomado sobre sí la marginación que la ley de Moisés imponía (cf. Lv13,1-2. 45-46). Jesús no tiene miedo del riesgo que supone asumir el sufrimiento de otro, pero paga el precio con todas las consecuencias (cf. Is53,4).

La compasión lleva a Jesús a actuar concretamente: a reintegrar al marginado. Éstos son los tres conceptos claves que la Iglesia nos propone hoy en la liturgia de la palabra: la compasión de Jesús ante la marginación y su voluntad de integración.

Marginación: Moisés, tratando jurídicamente la cuestión de los leprosos, pide que sean alejados y marginados por la comunidad, mientras dure su mal, y los declara: «Impuros» (cf. Lv13,1-2. 45.46).

Imaginad cuánto sufrimiento y cuánta vergüenza debía sentir un leproso: físicamente, socialmente, psicológicamente y espiritualmente. No es sólo víctima de una enfermedad, sino que también se siente culpable, castigado por sus pecados. Es un muerto viviente, como «si su padre le hubiera escupido en la cara» (Nm12,14).

Además, el leproso infunde miedo, desprecio, disgusto y por esto viene abandonado por los propios familiares, evitado por las otras personas, marginado por la sociedad, es más, la misma sociedad lo expulsa y lo fuerza a vivir en lugares alejados de los sanos, lo excluye. Y esto hasta el punto de que si un individuo sano se hubiese acercado a un leproso, habría sido severamente castigado y, muchas veces, tratado, a su vez, como un leproso.

La finalidad de esa norma de comportamiento era la de salvar a los sanos, proteger a los justos y, para salvaguardarlos de todo riesgo, marginar el peligro,tratando sin piedad al contagiado. De aquí, que el Sumo Sacerdote Caifás exclamase: «Conviene que uno muera por el pueblo, y que no perezca la nación entera» (Jn11,50).

Integración: Jesús revoluciona y sacude fuertemente aquella mentalidad cerrada por el miedo y recluida en los prejuicios. Él, sin embargo, no deroga la Ley de Moisés, sino que la lleva a plenitud (cf. Mt 5, 17), declarando, por ejemplo, la ineficacia contraproducente de la ley del talión; declarando que Dios no se complace en la observancia del Sábado que desprecia al hombre y lo condena; o cuando ante la mujer pecadora, no la condena, sino que la salva de la intransigencia de aquellos que estaban ya preparados para lapidarla sin piedad, pretendiendo aplicar la Ley de Moisés. Jesús revoluciona también las conciencias en el Discurso de la montaña (cf. Mt 5) abriendo nuevos horizontes para la humanidad y revelando plenamente la lógica de Dios. La lógica del amor que no se basa en el miedo sino en la libertad, en la caridad, en el sano celo y en el deseo salvífico de Dios, Nuestro Salvador, «que quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad» (1Tm 2,4). «Misericordia quiero y no sacrifico» (Mt 12,7; Os6,6).

Jesús, nuevo Moisés, ha querido curar al leproso, ha querido tocar, ha querido reintegrar en la comunidad, sin autolimitarsepor los prejuicios; sin adecuarse a la mentalidad dominante de la gente; sin preocuparse para nada del contagio. Jesús responde a la súplica del leproso sin dilación y sin los consabidos aplazamientos para estudiar la situación y todas sus eventuales consecuencias. Para Jesús lo que cuenta, sobre todo, es alcanzar y salvar a los lejanos, curar las heridas de los enfermos, reintegrar a todos en la familia de Dios. Y eso escandaliza a algunos.

Jesús no tiene miedo de este tipo de escándalo. Él no piensa en las personas obtusas que se escandalizan incluso de una curación, que se escandalizan de cualquier apertura, a cualquier paso que no entre en sus esquemas mentales o espirituales, a cualquier caricia o ternura que no corresponda a su forma de pensar y a su pureza ritualista. Él ha querido integrar a los marginados, salvar a los que están fuera del campamento (cf. Jn10).

Son dos lógicas de pensamiento y de fe: el miedo de perder a los salvados y el deseo de salvar a los perdidos. Hoy también nos encontramos en la encrucijada de estas dos lógicas: a veces, la de los doctores de la ley,o sea, alejarse del peligro apartándose de la persona contagiada, y la lógica de Dios que, con su misericordia, abraza y acoge reintegrando y transfigurando el mal en bien, la condena en salvación y la exclusión en anuncio.

Estas dos lógicas recorren toda la historia de la Iglesia: marginar y reintegrar. San Pablo, dando cumplimiento al mandamiento del Señor de llevar el anuncio del Evangelio hasta los extremos confines de la tierra (cf. Mt 28,19), escandalizó y encontró una fuerte resistencia y una gran hostilidad sobre todo de parte de aquellos que exigían una incondicional observancia de la Ley mosaica, inclusoa los paganos convertidos. Tambiénsan Pedro fue duramente criticado por la comunidad cuando entró en la casa de Cornelio, elcenturión pagano (cf. Hch 10).

El camino de la Iglesia, desde el concilio de Jerusalén en adelante, es siempre el camino de Jesús, el de la misericordia y de la integración. Esto no quiere decir menospreciar los peligros o hacer entrar los lobos en el rebaño, sino acoger al hijo pródigo arrepentido; sanar con determinación y valor las heridas del pecado; actuar decididamente y no quedarse mirando de forma pasiva el sufrimiento del mundo. El camino de la Iglesia es el de no condenar a nadie para siempre y difundir la misericordia de Dios a todas las personas que la piden con corazón sincero; el camino de la Iglesia es precisamente el de salir del propio recinto para ir a buscar a los lejanos en las “periferias” de la existencia; es el de adoptar integralmente la lógica de Dios; el de seguir al Maestro que dice: «No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a que se conviertan» (Lc 5,31-32).

Curando al leproso, Jesús no hace ningún daño al que está sano, es más, lo libra del miedo; no lo expone a un peligro sino que le da un hermano; no desprecia la Ley sino que valora al hombre, para el cual Dios ha inspirado la Ley. En efecto, Jesús libra a los sanos de la tentación del «hermano mayor» (cf. Lc 15,11-32) y del peso de la envidia y de la murmuración de los trabajadores que han soportado el peso de la jornada y el calor (cf. Mt 20,1-16).

En consecuencia: la caridad no puede ser neutra, indiferente, tibia o imparcial. La caridad contagia, apasiona, arriesga y compromete. Porque la caridad verdadera siempre es inmerecida, incondicional y gratuita (cf. 1Cor 13). La caridad es creativa en la búsqueda del lenguajeadecuado para comunicar con aquellos que son considerados incurables y, por lo tanto, intocables. El contacto es el auténtico lenguaje que transmite, fue el lenguaje afectivo, el que proporcionó la curación al leproso. ¡Cuántas curaciones podemos realizar y transmitir aprendiendo este lenguaje! Era un leproso y se hay convertido en mensajero del amor de Dios. Dice el Evangelio: «Pero cuando se fue, empezó a pregonar bien alto y a divulgar el hecho» (Mc 1,45).

Queridos nuevos Cardenales, ésta es la lógica de Jesús, éste es el camino de la Iglesia: no sólo acoger y integrar, con valor evangélico, aquellos que llaman a la puerta, sino ir a buscar, sin prejuicios y sin miedos, a los lejanos, manifestándoles gratuitamente aquello que también nosotros hemos recibido gratuitamente. «Quien dice que permanece en Éldebe caminar como Él caminó» (1Jn 2,6). ¡La disponibilidad total para servir a los demás es nuestro signo distintivo, es nuestro único título de honor!

En esta Eucaristía que nos reúne entorno al altar, invocamos la intercesión de María, Madre de la Iglesia, que sufrió en primera persona la marginación causada por las calumnias(cf. Jn8,41) y el exilio (cf. Mt 2,13-23), para que nos conceda el ser siervos fieles de Dios. Ella, que es la Madre, nos enseñe a no tener miedo de acoger con ternura a los marginados; a no tener miedo dela ternura y de la compasión; nos revista de paciencia para acompañarlos en su camino, sin buscar los resultados del éxito mundano; nos muestre a Jesús y nos haga caminar como Él.

Queridos hermanos, mirando a Jesús y a nuestra Madre María, os exhorto a servir a la Iglesia, en modo tal que los cristianos – edificados por nuestro testimonio – no tengan la tentación de estar con Jesús sin querer estar con los marginados, aislándose en una casta que nada tiene de auténticamente eclesial. Os invito a servira Jesús crucificado en toda persona marginada, por el motivo que sea; a ver al Señor en cada persona excluida que tiene hambre, que tiene sed, que está desnuda; al Señor que está presente también en aquellos que han perdido la fe, o que, alejados, no viven la propia fe; al Señor que está en la cárcel, que está enfermo, que no tiene trabajo, que es perseguido; al Señor que está en el leproso – de cuerpo o de alma -, que está discriminado. No descubrimos al Señor, si no acogemos auténticamente al marginado. Recordemos siempre la imagen de san Francisco que no ha tenido miedo de abrazar al leproso y de acoger aquellos que sufren cualquier tipo de marginación. En realidad, sobre el evangelio de los marginados, se descubre y se revela nuestra credibilidad. 

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Espiritualidad


Una Cuaresma abierta a la Pascua
'Palabra y Vida' del arzobispo de Barcelona

Por Cardenal Lluís Martínez Sistach

BARCELONA, 15 de febrero de 2015 (Zenit.org) - Con su extraordinaria capacidad de expresar gráficamente y de manera muy clara su pensamiento, el papa Francisco ha escrito que "hay cristianos cuya opción parece la de una Cuaresma sin Pascua". Recuerdo ahora esta frase suya, que encontramos en La alegría del Evangelio, su documento programático, porque con el Miércoles de Ceniza iniciamos precisamente el camino de Cuaresma que nos debe llevar a la celebración de la Pascua, la principal fiesta del año cristiano y el centro de todas las otras fiestas.

Cuando ya eran evidentes los aires de confrontación entre Jesús y algunos de los fariseos y maestros de la Ley judía, éstos -según nos cuenta el Evangelio- le hicieron una pregunta acusatoria a Jesús: "¿Cómo es que tus discípulos no siguen la tradición de los mayores, sino que comen con las manos impuras?"

Jesús, a partir de una cita del profeta Isaías, los acusa de hipócritas porque honran a Dios con los labios pero mantienen alejado su corazón, que para la Biblia es el núcleo fundamental y el centro de la persona. El fariseísmo es una tentación constante de toda práctica religiosa si ésta se apoya sólo en el cumplimiento de la letra, en la formalidad, en la apariencia e ignora el fondo, la esencia, el valor profundo y pedagógico de las prácticas. De este modo, es fácil caer en la hipocresía y en un sentimiento de falsa superioridad moral sobre los demás, tan magistralmente ilustradas por Jesús en la parábola del fariseo y el publicano con en estas palabras: "Te doy gracias, oh Dios, porque no soy como los demás hombres, ni como ese publicano..."

La liturgia del Miércoles de Ceniza es una muy buena terapia contra la tentación del fariseísmo. Y lo es precisamente con unas palabras que nos hablan de la actitud interior y la discreción espiritual con la que tenemos que vivir las tres prácticas propias de los tiempos de Cuaresma: la oración, el ayuno y la limosna. En el Sermón de la Montaña, la carta magna del cristiano, Jesús nos dice: "Cuando oréis -oración- no lo hagáis como los hipócritas"; "Cuando ayunéis -ayuno- no pongáis cara triste"; "Cuando des a los que lo necesitan-limosna-, no lo vayas pregonando…" Y añade: "Os aseguro que ya tienen la recompensa. Tú, cuando ayunes, lávate la cara y ponte perfume para que la gente no sepa que ayunas, sino sólo tu Padre, y él, para quien no hay secretos, te recompensará."

El Señor dice por medio del profeta Isaías que el ayuno que le complace es el que libera a los que están encarcelados, desata las correas del yugo, deja libres a los oprimidos y trocea yugos de todo tipo. "Comparte tu pan con el hambriento, viste a quien va desnudo. No los rehúyas, que son hermanos tuyos. Entonces brillará como el amanecer tu luz, y tus heridas se cerrarán al momento”. Amor y solidaridad frente a formulismos vacíos; realidad frente a apariencias. Sin hipocresías ni engaños. Lo expresa de una manera contundente el profeta Joel, a quien escucharemos el próximo miércoles: "¡Rasgad los corazones, no las vestiduras!"

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Beato José Allamano - Beato José Allamano
«La urgencia en el seguimiento de Cristo es una fuente de inagotables bendiciones. Este fundador de las misioneras de la Consolata lo descubrió pronto. Espiritualmente creció entre dos santos: su tío José Cafasso y Juan Bosco»

Por Isabel Orellana Vilches

MADRID, 15 de febrero de 2015 (Zenit.org) - «Primero santos, después misioneros», era una de las hondas persuasiones de este fundador. Sabía que si el eje que vertebra cualquier acción es la santidad, la gracia se derrocha a raudales. Nació en Castelnuovo d’Asti, Italia, el 21 de enero de 1851. Sus padres eran campesinos y tuvieron cinco hijos. José fue el cuarto. A los 3 años perdió a su progenitor, y a partir de entonces su madre, su maestra Benedetta Savio, su tío san José Cafasso y san Juan Bosco se ocuparían de formarle en las distintas etapas de su vida. Su encuentro con éste último se produjo en 1862. José era uno de los moradores del Oratorio de Valdocco y tuvo la gracia de tenerle como confesor.

Los cuatro años que pasó junto a Don Bosco, como le sucedió a otros muchachos, dejaron una profunda huella en su vida. De hecho, el afecto por este gran maestro perduró siempre en su corazón. No en vano había descubierto su vocación junto a él. De Valdocco partió a Turín. No había quien lo detuviese. Por eso, cuando sus hermanos mostraron frontal oposición a su decisión de convertirse en sacerdote, se posicionó advirtiendo con firmeza: «El Señor me llama hoy … no sé si me llamará aún dentro de dos o tres años». Así es. El «tren de las 5», dicho en términos metafóricos, pasa a esa hora exacta y no a otra, y José lo tomó. Son radicales decisiones que cambian la vida, cascada inextinguible de bendiciones.

Su salud era lamentable. En más de una ocasión estuvo a punto de morir. La debilidad que fue compañera de su vida se hizo patente el primer año de su permanencia en el seminario. Pero como Dios dilata las fuerzas humanas hasta límites insospechados, atravesó ese itinerario llenándolo con sus virtudes que edificaron al resto de sus compañeros, y fue ordenado en 1873. Poseía excelentes cualidades para la formación. Por eso, y aunque le hubiera agradado especialmente la labor pastoral ejercida en una parroquia, pasó siete intensos años dedicados a los seminaristas en calidad de asistente y director espiritual del seminario mayor por expresa designación del arzobispo, monseñor Gastaldi. Mientras, seguía completando sus estudios. Obtuvo la licenciatura en teología y la acreditación para impartir clases en la universidad entre los años 1876 y 1877. Además de enseñar derecho canónico y civil, se convirtió en el decano de estas facultades.

En 1880 le designaron rector del santuario de la Consolata, patrona de Turín. Inicialmente temió a su juventud y la inexperiencia de sus 29 años. El bondadoso arzobispo, que ya le había animado cuando le encomendó el seminario, le escuchó paternalmente y acogió benévolo su inquietud: «Pero monseñor, soy muy joven», había dicho José. Y el prelado nuevamente le alentó: «Verás que te amarán. Es mejor ser joven, así, si cometieras errores, tendrás tiempo para corregirlos». Inspirado consejo. Ese fue el destino de José hasta el final.

Tomó como estrecho colaborador a su amigo y dilecto compañero, el padre Santiago Camisassa. Y juntos sellaron una bellísima historia de amistad que duró más de cuatro décadas. Compartieron colegialmente, con caridad y respeto, diversos proyectos que pusieron en marcha. Entre los dos convirtieron el santuario en un templo ricamente restaurado y espiritualmente renovado haciendo de él un importante núcleo mariano. José era un gran confesor. Fue rector del santuario de san Ignacio, un lugar en el que había resonado también la voz de su tío, san José Cafasso, que incendió su corazón con un amor singular por los seminaristas y sacerdotes. Allamano convirtió el lugar en un centro de espiritualidad genuino que estaba a rebosar; tal era su influjo sobre las gentes. Se había propuesto «hacer bien el bien y sin hacer ruido». Tenía un espíritu misionero ejemplar acrecentado al tratar con uno de ellos que estaba destinado en Etiopía, Guillermo de Massia, y el celo apostólico que le caracterizaba lo inculcó a los sacerdotes. Lo tenía claro: él no había podido ir a misiones, pero otros podrían hacerlo. Y llevó a su oración este anhelo.

En 1900 se libró milagrosamente de una grave enfermedad por las fervientes oraciones dirigidas a la Virgen de la Consolata y la ayuda del cardenal Richelmy. Un año después recibió la autorización para dar inicio a su fundación. Primeramente surgieron los misioneros. En 1909 mantuvo una audiencia con Pío X, quien animándole a dar otro nuevo paso, le dijo: «...si no tienes vocación para fundar religiosas, te la doy yo». Y el 29 de enero de 1910 puso en marcha la fundación de las misioneras de la Consolata. Tres años más tarde partían para las misiones.

Este incansable apóstol y gran formador de jóvenes y sacerdotes, devoto de María e impulsor de una revista mariana, estuvo implicado en numerosas acciones, incluidas las que llevó a cabo durante la Primera Guerra Mundial. Murió en Turín el 16 de febrero de 1926. En su testamento hizo notar: «Por ustedes he vivido tantos años, y por ustedes he consumido bienes, salud y vida. Espero que, al morir, pueda convertirme en su protector desde el cielo». Fue beatificado el 7 de octubre de 1990 por Juan Pablo II.

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