La última forcanada

 

De Benjamín Forcano, claro. La verdad es que en un primer momento, tanta era la claridad de Forcano y el entusiasmo y convencimiento con que defendía a Juan Carlos Monedero, que hasta llegué a pensar que a lo mejor le había escuchado en confesión, cosa difícil me temo por ambas partes, pero este mundo hace tiempo que funciona al revés.

El caso es que el reverendo Forcano, en un artículo publicado en Religión Digital y que hoy se recoge en Redes Cristianas, se alía al coro de voceros en defensa de Monedero llegando hasta el extremo de declarar que “nadie puede señalarle, ni acusarle, ni castigarle, porque “Donde no hay delito, no hay pena", “Nulla est poena sine delito". Así, sin medias tintas. Por eso decía yo lo de la confesión…

Pero no es esto lo más chusco. Mucho más divertido es que incluso el reverendo Forcano llegue a comparar a Monedero con san Pablo. Arranques que le han dado.

La verdad es que para cualquiera que ande medio en su sano juicio recibir el apoyo público de Forcano te pone en la existencial duda de si cortarte las venas o dejártelas crecer. Hay apoyos que mejor agradecer a distancia y dejar en silencio con la disculpa de que es mucho más conveniente la discreción.

Benjamín Forcano, con sus ochenta años cumplidos o a punto de ello, es un personaje curioso. Religioso y sacerdote claretiano, en el año 1990 fue expulsado de la congregación por negarse a obedecer un traslado de comunidad, lo cual era la última gota que colmó un vaso de desencuentros con los propios claretianos y ya antes con la Congregación para la Doctrina de la Fe. Lo curioso es que Forcano, progresista y liberal donde los haya, conocedor de que el espíritu vivifica y la ley mata, ante el decreto de expulsión se agarró al derecho canónico como una lapa, apeló a las congregaciones romanas con toda su alma y recurrió todo lo recurrible hasta verse finalmente en la calle.

Un religioso expulsado de una congregación no puede seguir ejerciendo como sacerdote si no encuentra un obispo que lo acoja, lo que se llamaba “obispo benévolo”, y lo encontró, aunque fuera a unos cuantos kilómetros, en don Pedro Casaldáliga, que lo incardinó como sacerdote en su diócesis brasileña de sao Felix do Araguaia. Seguimos con lo mismo: la letra mata, pero papeles para estar incardinado.

Incardinado, sí, en Sao Felix, pero con permiso para residir en Madrid. Lástima. Toda la vida contándonos lo excelso del estar con los pobres y cuando por fin es incardinado en una de las diócesis más miserables del planeta, en lugar de ir con don Pedro a vivir y trabajar con los últimos, se queda en Madrid no se sabe muy bien a qué, porque si es por publicar cosas, igual se hace desde allá. Pero una cosa es llenarse la boca con los pobres y otra vivir en Matto Grosso. Mucho más cómodo Madrid, y de paso puede profetizar contra  Rouco. En fin, que tampoco vamos a ponernos tiquismiquis. Nadie es perfecto.

Forcano, para defender a Monedero no ha necesitado papeles, preguntas, pruebas. Para nada eso tan socorrido de si hay algo que lo resuelvan los tribunales. Nada de eso. Un demócrata de izquierdas no necesita prensa, tribunales, jueces ni magistrados, que no son más que miembros de la vieja casta capitalista y represora. Un ciudadano demócrata se basta y se sobra para decir lo que es verdad, lo que es mentira, declarar lo justo y lo injusto y aplicar la pena correspondiente. Y Forcano ha proclamado que no hay delito. Callen, pues jueces y fiscales, enmudezca la prensa, vístanse de saco y ceniza tertulianos, politólogos. Monedero es la justicia con patas, la equidad personificada, la claridad meridiana. Lo ha dicho Forcano.

Ayer lo hablaba con doña Rafaela. Digo yo, ya saben lo tajante que es ella, que si la gente sospecha de ese Monedero, lo que le conviene es ir a los jueces, llevar los papeles y que se vea que ese chico dice la verdad, lo que pasa es que por lo visto los papeles no los enseñan, y sin papeles yo no me creo nada.

Pues Forcano sí. Pero claro, Rafaela es una simple mujer de pueblo. Forcano, el último profeta. Evidentemente, no vamos a comparar.