El síndrome de Herodías

San Juan Bautista, el mayor profeta del Antiguo pacto, no era un hombre que se dejara impresionar por los poderosos. Si tenía que decirle a un rey que era pecador, se lo decía claramente. Eso fue lo que le costó la vida. Leemos el evangelio de Marcos:

En efecto, el propio Herodes había mandado apresar a Juan y le había encadenado en la cárcel a causa de Herodías, la mujer de su hermano Filipo; porque se había casado con ella y Juan le decía a Herodes: «No te es lícito tener a la mujer de tu hermano».
Herodías le odiaba y quería matarlo, pero no podía, porque Herodes tenía miedo de Juan, ya que se daba cuenta de que era un hombre justo y santo. Y le protegía y al oírlo le entraban muchas dudas; y le escuchaba con gusto.

Mc 6,17-21

Vemos al profeta señalando el pecado de Herodes sin rodeos. Vemos a Herodías odiando al profeta por decir la verdad. Y vemos al rey que, aunque le detuvo, reconocía la santidad de san Juan y admitía en cierta manera que le señalara su condición pecaminosa, aunque sin intención real de arrepentirse

Como demuestran las reacciones a la campaña de los obispos polacos contra el amancebamiento, veinte siglos después todo sigue igual. La Iglesia tiene el deber de señalar lo que es pecado. Es más, por mucho que a los buenistas les desagrade, Jesucristo dejó bien claro que esa es la primera tarea del Espíritu Santo:

Y cuando venga Él, acusará al mundo de pecado, de justicia y de juicio.

Jn 16,8

¿Qué ocurre cuando la Iglesia hace tal cosa? Que muchos reaccionan como Herodías y otros como Herodes. Los primeros odian a aquellos pastores -también seglares- que osen recordar que es pecado aquello que lo es. Los segundos reconocen que hay verdad en esa “acusación” pero siguen viviendo alejados de Dios. Hay un tercer tipo de personas que rizan el rizo, negando que es pecado aquello que lo es, a las que cabe aplicar las siguientes palabras de Cristo:

Si fuerais ciegos no tendríais pecado, pero ahora decís: «Nosotros vemos»; por eso vuestro pecado permanece. 

Jn 9,41

¿Cómo acabó la cosa entre Herodes, Herodías y el profeta?:

Cuando llegó un día propicio, en el que Herodes por su cumpleaños dio un banquete a sus magnates, a los tribunos y a los principales de Galilea, entró la hija de la propia Herodías, bailó y gustó a Herodes y a los que con él estaban a la mesa. Le dijo el rey a la muchacha: -Pídeme lo que quieras y te lo daré. Y le juró varias veces: -Cualquier cosa que me pidas te daré, aunque sea la mitad de mi reino.
Y, saliendo, le dijo a su madre: -¿Qué le pido? -La cabeza de Juan el Bautista -contestó ella. Y al instante, entrando deprisa donde estaba el rey, le pidió: -Quiero que enseguida me des en una bandeja la cabeza de Juan el Bautista.
El rey se entristeció, pero por el juramento y por los comensales no quiso contrariarla. Y enseguida el rey envió a un verdugo con la orden de traer su cabeza. Éste se marchó, lo decapitó en la cárcel  y trajo su cabeza en una bandeja, y se la dio a la muchacha y la muchacha la entregó a su madre.

Mc 6,21-28

Como ven ustedes, a pesar de saber que el profeta era santo, Herodes acabó cediendo y entregando su cabeza en una bandeja. Eso también ocurre hoy. Antes o después, se produce un pacto entre los Herodes y las Herodías modernos, y buscan decapitar a los cristianos fieles al Señor. Una decapitación que no tiene por qué ser física sino social, política… e incluso, hay que decirlo, eclesial en no pocas ocasiones.

¿Ejemplos de la decapitación sociopolítica? Lo vemos en el tema del aborto, el “matrimonio” homosexual, la eutanasia, etc. Quienes alzan la voz diciendo “eso es un pecado” e incluso “un crimen", son presentados como enemigos de la sociedad, como fundamentalistas a los que hay que tratar como apestados. Durante un tiempo se tolera más o menos su existencia. Pero antes o después, se usa contra ellos la guillotina ilustrada de los medios de comunicación laicistas y acaban apareciendo leyes que buscan criminalizarlos en nombre de una falsa tolerancia.

En todo caso, no cabe esperar otra actuación del mundo que rechaza el evangelio. Mucho más grave, y condenable, es el proceder de quienes dicen ser de Cristo y actúan como el rey y su amante asesinos. Si hoy alguien osa decir que el adulterio y la fornicación son pecado, que el uso de anticonceptivos también lo es, que no acudir a Misa dominical idem, etc, se encontrará dentro de la propia Iglesia con paladines del odio y cruzados de la tibieza. Los primeros actúan como el Sanedrín ante las palabras de San Esteban, primer mártir cristiano.

Al oír esto ardían de ira en sus corazones y rechinaban los dientes contra él.

Hech 7,54

Otros, como Félix, prefecto romano:

Al hablar Pablo de la justicia, la continencia y el juicio futuro, Félix le respondió aterrorizado: -Por ahora puedes retirarte. Te haré llamar cuando surja una ocasión propicia.

Hech 24,25

Y si no fuera porque Cristo ha prometido que las puertas del Hades no prevalecerán, den ustedes por seguro que paladines de la apostasía y cruzados de la falsa misericordia, esa que deja al pecador en sus pecados, se aliarían y decapitarían a quienes profesan verdaderamente la fe católica. Derrotarían, si les fuera posible, a los que, aunque pecadores, se ponen en manos de la gracia divina para caminar el sendero de la santidad, a quienes aman tanto las almas que no están dispuestos a dejar de ser testigos eficaces del evangelio y del Dios que los ha sacado de las tinieblas a su luz admirable.

Esos fieles verdaderos, sean cardenales, obispos, sacerdotes, diáconos religiosos o seglares, no han de señalar el pecado con la intención de condenar, sino para buscar la conversión de los pecadores. No serán como Jonás, que se enfadó cuando todo Nínive se convirtió por su predicación. Saben bien que la gracia de Dios es capaz de salvar incluso a un ladrón crucificado al lado de Cristo. Pero también saben, y lo dicen, cuál es el destino del otro ladrón.

Es necesario decir algo más. Todos aquellos a los que Dios ha concedido el don de estar comprometidos en ser testigos de la gracia y de la santidad, deben huir de toda autocomplacencia, de toda actitud farisaica que busca la gloria propia y no la de Dios. Deben saber que:

Porque si evangelizo, no es para mí motivo de gloria, pues es un deber que me incumbe. ¡Ay de mí si no evangelizara!

1 Cor 9,16

Y recordar que el mismo San Pablo dijo:

Así pues, yo corro no como a la ventura, lucho no como quien golpea al aire, sino que castigo mi cuerpo y lo someto a servidumbre, no sea que, después de haber predicado a otros, quede yo descalificado.

1ª Cor 9,27-28

Y:

Así pues, el que piense estar en pie, que tenga cuidado de no caer.

1ª Cor 10,12

Y, sobre todo, deben implorar del Señor más y más santidad, para que no se pueda decir de ellos:

Por eso, tú que juzgas, quienquiera que seas, eres inexcusable; porque en lo que juzgas a otro te condenas a ti mismo, ya que tú, el que juzgas, haces lo mismo. Pues sabemos que Dios condena según la verdad a los que hacen esas cosas. ¿Y tú, hombre que juzgas a los que hacen las mismas cosas que tú, piensas que escaparás al juicio de Dios? ¿O es que desprecias las riquezas de su bondad, paciencia y longanimidad, y no sabes que la bondad de Dios te lleva a la penitencia?

Rom 2,1-4

Lo que está en juego hoy en la Iglesia es la fidelidad por gracia al modelo de san Juan Bautista, o santo Tomás Moro, frente al modelo de Herodes y Herodías, cuya hija baila deseosa de mancillar el evangelio con los deseos del mundo. Da igual que esa hija se presente con aparencia de cardenal, obispo, sacerdote, teólogo, religioso o seglar. Es, simple y llanamente, una ramera. Una idólatra. Una apóstata.

Cuéntanos Señor, entre tus elegidos.

Santidad o muerte.

 

Luis Fernando Pérez Bustamante