Estamos a las puertas de la celebración de la fiesta de San José, esposo de la Virgen, a quien el Señor encomendó una misión trascendental en la historia: la de ser «custodio de María y Jesús». Nos acercamos a dos casos de familias malagueñas que, a imagen de José, reciben en su casa, custodian y aman, a niños cuyos verdaderos padres no pueden cuidar

Fran y Belén y Javi y Ana son dos matrimonios malagueños que han encontrado en la acogida de niños tutelados por la administración una forma de servir al Señor.

«Acogemos y no sabemos quién llega, ni cómo llega –señala Ana–. Hay dificultades y muchas opiniones en contra, porque parece que vas a perder la vida en esta entrega. Escuchamos muchos comentarios como: “yo no lo haría” o “¡qué dolor cuando se vayan!”. Y no negamos el dolor, pero la experiencia de amor, de crecimiento, de inestabilidad que te impulsa a confiar en Dios, no tiene precio». Y es que estas familias de acogida, aunque cuenten su experiencia mística, tienen los pies muy bien puestos en la tierra y reconocen que no todo es de color de rosa. «El inicio fue complicado –recuerda Belén–. Es igual que después de dar a luz, mientras te adaptas al niño, los llantos… Esto es igual. Es un “postparto” donde te tienes que adaptar al niño y el niño a ti y a la familia. Nuestra experiencia es que, si te pones en las manos de Dios, él no te da nunca algo que tú no puedas llevar. él te va a cuidar y te sostiene siempre».

Si hay algo en lo que coinciden es en el bien que aporta la acogida de estos niños a los hijos fruto del matrimonio. «Ellos valoran más ahora lo que es nacer en el seno de una familia –afirma Francisco–. Porque a veces parece como que lo más normal es que todo el mundo tenga una familia. Pues no, hay mucha gente que no tiene algo tan fundamental como un padre y una madre. ¿Cuántos críos no viven eso? Ellos ven esa realidad y les enseñamos que, cuando sean mayores, estudien o trabajen siempre con vistas al otro. Porque Dios te regala tantas cosas gratis que tú tienes que dar la vida también gratis. El Evangelio, con palabras, lo puedes transmitir, pero qué mejor explicación que cuando se vive. Y esto es vivir el Evangelio».

Los hijos, protagonistas 

Y es que los hijos no son meros observadores del proceso, sino auténticos protagonistas, como señala Javier: «sin la ayuda de nuestros hijos mayores, esto habría sido imposible. Los niños nos han apoyado y nos han calmado en los momentos duros, cuando pensábamos que no podíamos más. Hemos aprendido mucho de ellos. Por ejemplo, cuando han arreglado situaciones muy difíciles con generosidad, con sencillez, con el juego… Siempre les consultamos a ellos (esta es ya nuestra tercera acogida), y se dio el caso de que nos pidieron que no recibiéramos a más niños. Fue tras la marcha del primero, porque el dolor de la separación estaba fresco; pero a raíz de un viaje que hicimos a Taizé, la cosa cambió. Allí coincidimos con otro matrimonio que tenía a un niño acogido. Cuando veníamos en el coche de vuelta empezaron a decir: “Bueno… Podría ser interesante que volviéramos a acoger…”. Así que luego llegó otro y luego otros dos».

Para ambos matrimonios, la fe es fundamental para llevar adelante este proyecto de vida. «Nos admira la gente que hace esto sin tener fe. Nosotros seríamos incapaces sin la ayuda de Dios», coinciden en señalar. «Sólo agarrados a la oración y con la ayuda de nuestra comunidad, con quien hemos vivido la comunión de los santos, hemos podido salir de los momentos más duros», recalca Belén. «Nosotros hemos llegado a decir: “esto, o lo arregla Dios, o no lo arregla nadie”, apunta Ana. La fe te permite una experiencia de abandono, de notar que eres débil y que humanamente no puedes. Pero al final, él aparece».

Los testimonios

«He aprendido que mis hijos no son míos, son de Dios»

Javier Cerezuela y Ana Domínguez tienen 43 y 45 años, llevan 17 de matrimonio y tienen tres hijos de 15, 13 y 10 años. Viven su fe en la parroquia del Carmen de Fuengirola y están integrados en una comunidad de antiguos miembros de Juventudes Marianas Vicencianas (JMV), asociación con la que siguen comprometidos. Actualmente tienen acogidos a dos hermanos de 3 y 5 años. Pero no es su primera vez. Hace 6 años, iniciaron esta aventura y, tras un periodo de formación, se ofrecieron como familia disponible a acoger a cualquier niño que lo necesitara. Acogieron durante casi dos años a un niño de 4. «él está ahora feliz con una familia estupenda, y sigue siendo el “mejor amigo” de mi hijo pequeño, que tiene la misma edad» –señala Ana–. Al poco, abrieron su casa a un bebé con 3 días de vida. Lo cuidaron hasta los 10 meses, cuando volvió con su familia. «Fue una experiencia muy gratificante, aunque dolorosa por la separación. Pero contentísimos del regalo que nos dio el Señor ese tiempo. Fue un ángel, y lo sigue siendo ahora para su familia» –señala un emocionado Javier–. «Acoger es amar lo que no es tuyo –replica Ana– y preparar desde el comienzo la despedida intentando vivir intensamente cada momento. Y eso pasa también con los propios hijos. Si algo me ha enseñado el acogimiento es que mis hijos tampoco son míos, son de Dios».

«Dijimos: “Señor, si este es tu proyecto, adelante”»

Francisco Javier Abelaira y Belén García tienen 41 y 42 años respectivamente. Llevan 19 años casados y tienen 4 hijos (de 17, 15, 12 y 9 años). Hace 7 años decidieron acoger de forma temporal (acogimiento simple) a una niña de 22 meses. Pero, al cumplirse los dos años estipulados, les propusieron pasar a acogida permanente. Hoy, la niña tiene 9 años y es “una más de la familia”, como señala su ahora hermana mayor.

Francisco y Belén pertenecen a una comunidad de seglares claretianos de la parroquia del Carmen de Málaga y tenían una inquietud: «nuestra familia no podía ser una familia acomodada, con nuestro trabajo, nuestros hijos, nuestra parroquia y ya está. Queríamos que nuestros hijos formaran parte de nuestro apostolado, que compartieran algo con nosotros. Estuvimos un año siendo voluntarios en una asociación. Un día nos encontramos por casualidad en el colegio un cartel de familias acogedoras. Nos pusimos en las manos de Dios y dijimos: “Señor, si este es tu proyecto, adelante”. Hoy día vemos que valió la pena al cien por cien. Por eso, animamos a la gente que pueda tener una inquietud misionera y no pueden marchar o que quiera hacer un apostolado pero no pueda dedicar dos horas a salir porque tiene muchas cosas… La acogida es relativamente fácil, porque el apostolado lo metes dentro de tu familia».

(Diócesis de Málaga)