El proceso jurídico de Cristo 4. La policía y los sacerdotes

 

a. La policía en tiempos de Cristo[1]

En la época que se realizó la detención de Nuestro Señor, la guardia policial judía estaba dividida en dos cuerpos que tenían por finalidad la tranquilidad y seguridad estatal y el cuidado de los particulares. Para ello se organizaban del siguiente modo:

 

 

a) Por un dado existían los soldados romanos o “policía extrajera”; en efecto, el historiador Flavio Josefo narra que desde de la sumisión de Judea al Imperio Romano, los dominadores romanos mantenían una legión de su ejército en Jerusalén, asentada en la ciudadela Antonia, pequeña villa situada en el ángulo noroeste de la explanada del Templo y comunicada por medio de los pórticos. Dicha legión estaba encargada de velar por la seguridad de la ciudad impidiendo que, en las grandes solemnidades religiosas (donde la masa superaba el millón de personas), se levantara algún tumulto o desorden. Con este fin, una cohorte de la legión romana (alrededor de 600 o 700 soldados), tomaba posición delante del pórtico del Templo, con la consiga de mantener la tranquilidad pública en manos del superior de la policía judía denominado “Capitán” o “Magistrado” el Templo (Hech 4,1; 5,24) Dichos soldados romanos se encontraban así a disposición de este jefe superior del cuerpo sacerdotal, constituyendo una verdadero grupo de elite o policía para asuntos “federales”.

b) Por otra parte se encontraban también los soldados judíos, la policía local, cuya función era la de ejecutar las órdenes de detención emitidas por el Sanedrín (como ya hemos visto, Roma había dejado a los judíos el derecho de juzgar las causas que tocaban a su religión, con el consiguiente derecho de detener, realizar castigos menores y hasta excomulgar). Esta policía dependía únicamente del tribunal supremo y es llamada por los Evangelios con la palabra “ministros” de los sacerdotes, o sea, los servidores o esbirros o criados, según el sinóptico y la traducción que se tome.

En base a los testigos oculares, la detención de Jesús fue efectuada por los esbirros que venían de parte de los sacerdotes, escribas y ancianos; (Jn 18, 3) o los criados de los pontífices y fariseos. Los sinópticos hablan de oxlos polus, que en griego tiene el sentido de “muchedumbre”, “montón”, “masa”, entendida de manera relativa. Así por ejemplo, un grupo de 12 personas sería bastante para prender a una sola, pero en el caso de Jesús, los sanedritas debieron tener en cuenta la presencia de los 11 compañeros (incluso con que algunos de éstos estaban armados, como Pedro). Sea como fuere, la policía que apresó a Nuestro Señor actuó por encargo y con la autoridad del Sanedrín en vistas de la custodia y guarda del Templo. Sin embargo, dicha policía sólo tenía jurisdicción para guardar la seguridad “dentro” del Templo aunque el Sanedrín se las arreglaba muy bien como para utilizar sus fuerzas más allá de su jurisdicción como se lee en los mismos evangelios[2]. Incluso actuaban sin orden romana como se ve en el caso de Cristo al entregarlo a Pilato quien no tenía ningún conocimiento del asunto antes que se lo presentasen (cfr. Jn 18,29).

 

b. ¿Cuántos soldados detuvieron a Cristo?

 

Hay un detalle importante en el prendimiento que normalmente se nos pasa por alto al leer los evangelios. Como sabemos, los Evangelios fueron escritos en un orden, Mateo, Marcos, Lucas y por último Juan, quien tenía a la vista el resto de los relatos y que se ocupa de narrar lo que ellos no han podido relatar. Quizás fue éste el propósito del apóstol San Juan al narrar la Pasión y explicitar exactamente, con palabras técnicas, la participación romana en el momento de la detención de Cristo; participación más bien mixta, como veremos.

En el Evangelio de San Juan, junto a los servidores del Sanedrín, se menciona también la speira (o “cohorte” en latín) con su jefe (xiliaryos), que comandaba la tropa. Una speira romana estaba compuesta de alrededor de 600 (enorme cantidad para Getsemaní, un pequeño huerto) pero absolutamente necesaria para detener a alguien que desde hacía tiempo los judíos querían detener y siempre se les escapaba de entre las manos (vgr. Lc 4,28). Se debe afirmar, entonces que la tropa que detiene a Cristo no es simplemente un pequeño grupo como muchas veces se ve en los cuadros, sino un verdadera cohorte de soldados romanos (o policía extrajera, federal) bajo las órdenes del Jefe del Templo, junto con la “policía local” o los servidores del Sanedrín. Es por ello que recrimina a los jefes de las tropas: “todos los días estaba yo en medio de vosotros en el Templo y vosotros no me prendisteis” (Mt 26,55), haciendo mención claramente a esa policía “federal” dirigida por los sanedritas del Templo que, luego de prenderlo lo condujeron a casa de Anás y Caifás. Hay quienes comoBlinzler, concluyen a favor de la legalidad formal del prendimiento pues quienes lo llevaron a cabo estaban al servicio del Sanedrín, la más alta autoridad judía con cuyo consentimiento y voluntad se llevó a cabo.

Esquematicemos entonces (Jn 18,3):

- Policía judía: los alguaciles, policíacos y judiciales, que fueron enviados por el Sanedrín a Getsemaní directamente desde (ex, dice el texto griego) el lugar donde se reunían[3].

- Policía romana: la guardia del Templo, mandada por el oficial del Templo, el xiliarxos, que salió para Getsemaní desde su lugar de estacionamiento (el Templo) y fue enviado igualmente por el Sanedrín.

c. Los Sumos Sacerdotes

El Evangelio de Lucas nos introduce en el Sanedrín con el siguiente marco histórico: “El año decimoquinto del imperio de Tiberio César, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea…” y tras aludir a Herodes, Filipo y Lisanias, el evangelista termina situando la época con las autoridades judías: “…bajo los Sumos Sacerdotes Anás y Caifás” (Lc 3,1 y ss.)

Estos personajes presentados al inicio de la vida pública de Jesús, aparecen nuevamente, citados también por Lucas cuando, luego de haber dado muerte al Maestro, empiezan a perseguir a los discípulos con la intención de juzgarlos, y tras haber ordenado su detención, nos dice: “al día siguiente se reunieron en Jerusalén sus jefes, ancianos y escribas; también Anás, el sumo sacerdote, Caifás, Juan Alejandro y cuantos eran de la familia de los sumos sacerdotes…” (Hch 4,5 y ss.). Es por el mismo San Lucas que sabemos otro dato importante: “el sumo Sacerdote con todos los suyos pertenecía a la secta de los saduceos” (Hch 5,17), como habíamos dicho antes.

Sucede que al ser el antiguo Israel una nación teocrática, su organización era conforme a las leyes religiosas y el sumo sacerdote era asimismo el jefe de todo el pueblo judío, reuniendo en su persona poderes religiosos y civiles. Sin embargo, en tiempos del Imperio Romano, esto no se daba sino en teoría, a raíz de la potestad que detentaba el procurador imperial, quien de hecho nombraba al sumo sacerdote quien custodiaba incluso las vestiduras sacerdotales, cedidas sólo en  ocasiones especiales y limitadas. Con todo, al sumo sacerdote correspondían la autoridad y responsabilidad en materia religiosa ya que los romanos, como era habitual en ellos, no querían mezclarse en tales asuntos.

Pero: ¿quién elegía al Sumo Sacerdote? Como dijimos, el nombramiento era con la anuencia de Roma, pero la elección correspondía a los miembros más encumbrados de las familias sacerdotales: una casta privilegiada. Su cargo, en principio, el era vitalicio y sólo de manera excepcional el sumo sacerdote podía ser depuesto, excepción que, desde la época de Herodes el Grande, se había convertido en regla. Desde los comienzos del reinado de Herodes hasta el drama del Calvario (unos 65 años aproximadamente) se sucedieron quince sumos sacerdotes, alguno de los cuales sólo ejercieron su cargo durante un año o menos.

Los sumos sacerdotes depuestos –juntamente con otros miembros de sus privilegiadas familias– formaban aquella casta que no sólo los evangelios sino también Flavio Josefo, califican de “sumos sacerdotes”. En la época del proceso de Jesús, ocupaba el cargo, Qajapha (Caifás), nombre que deriva del arameo y significa Cefas; Caifás, excepcionalmente, hacía 12 años que estaba al frente del sacerdocio judío a raíz de la designación del procurador Valerio Grato (18 d.C.) y de su confirmación por Pilato, siendo destituido recién en el año 36 de nuestra era por Vitelio.

Así pues, Caifás llevaba varios años ininterrumpidos en el más alto puesto de la Sinagoga ¿Cómo es que podía sostenerse tanto tiempo ante una situación tan precaria? La respuesta era sencilla, por medio del soborno con el que “convencían” a los procuradores. “Poderoso caballero es don Dinero”, decía el poeta Quevedo.

Existía, por lo que varios estudiosos señalan, un acuerdo entre Pilato y Caifás (y la familia de su suegro, Anás), por el que el procurador recibía periódicamente una cuantiosa suma de dinero, evitándose de esta manera que por intereses económicos hubiera sustituciones en el cargo. No por nada en el mismo año, caído en desgracia Pilato y enviado a Roma, fue depuesto también Caifás.

Hay que tener en cuenta entonces que, al hablarse en los Evangelios de “sumos sacerdotes” en plural, (como lo hace San Lucas[4]) se refería a lo más encumbrado de la casta sacerdotal, sin que por esto contradiga a los demás evangelistas que hablan en singular: “el sumo sacerdote”. Así, Anás, suegro de Caifás, también podía ser llamado por extensión “sumo sacerdote”, quien había sido depuesto en el año 15 por Valerio Grato y luego del cual ocupó su cargo por dos años uno de sus hijos, Eleazar.

El gobierno de la Sinagoga en aquel tiempo, se daría de manera conjunta entre Caifás y Anás, siendo este último quien gobernaría también desde las sombras –por su prestigio y riqueza, además de por su habilidad–, como señala el historiador judío, Flavio Josefo, al decir que llegó a tener en el cargo a sus 5 hijos, además de su yerno. Era, “el padrino” del rabinato y poseía una extraordinaria energía y un enorme talento diplomático y, aunque hacía tiempo que había sido destituido de su cargo su influencia permanecía intacta, de allí que un autor insospechado como Renan le endilgase la responsabilidad del arresto de Cristo: “es un hecho perfectamente comprobado que la autoridad sacerdotal, de hecho, estaba sólidamente asentada en manos de Anás. Y es bastante probable que la orden de arresto proviniera de él. Por tanto, es normal que Jesús fuera llevado inmediatamente a presencia de este influyente personaje”.

Pero, ¿cómo fue el encuentro Anás y Cristo?

Según los textos (cfr. Jn 18,3) Anás realizó el interrogatorio no oficial, siendo enviado allí sólo “porque era suegro de Caifás”, es decir por motivos familiares o privados: quizá Caifás quiso por medio de esta previa entrega manifestar su respeto al anciano suegro a quien los judíos consideraban como único y legítimo Sumo Sacerdote a causa de haber sido destituido a la fuerza por los romanos[5]; o bien, porque confiaba en la experiencia y sagacidad del anciano para procurar un rápido proceso ante el Sanedrín. Sea como fuere, era un modo de aprovechar el tiempo mientras convocaba durante la noche al tribunal en pijamas. Es por esto que Anás y Caifás aparecen siempre nombrados por pares atribuyéndose a ambos el cargo.

 

 


 
[1] Cfr. Agustín Lemann, La police autour de Jesús-Christ, Librarie V. Lecoffre, París 1895.
[2] También por los Evangelios sabemos que existía en toda Galilea el “espionaje” o policía secreta que informaba al Sanedrín. Según Mateo (15,1; 16,1) y Lucas (5,7) eran “escribas y fariseos” enviados entre medio de la masa para informar sobre Jesús. Además todo el capítulo 7 de San Juan está dedicado al proceder de este espionaje judío.
[3] A este grupo se añade el soldado Malco, perteneciente al servicio personal del Sumo Sacerdote (Jn 18,10; Mc. 14,47), parece que no cumplía una tarea oficial, sino que, seguramente, tenía la misión de informar a Caifás.
[4] Mateo utiliza muchas veces la expresión en plural pues la utiliza para designar a toda la nobleza sacerdotal, el grupo más poderoso del Sanedrín. Son los “sumos sacerdotes” los que persuaden a la multitud para que elija a Barrabás; los que lo insultan al pie de la cruz; piden a Pilato que ponga una guardia en el sepulcro; pagan a los soldados para que no hablen de la Resurrección y propaguen la mentira del robo del cadáver.
[5] La dinastía de Anás terminó con la muerte de su quinto hijo, también Sumo Sacerdote y llamado igual que su padre, quien fuera asesinado en el año 67 por los insurrectos judíos contra Roma.