Fe y razón

Seminario Diocesano Mayor

Guadalajara Jalisco, México

17 de marzo de 2015.

 

Abstract: El contexto actual se caracteriza por un creciente ateísmo teórico y/o práctico. Pero  la fe católica siempre ha defendido la capacidad de la Filosofía para demostrar racionalmente la existencia de Dios y para penetrar y explicitar los contenidos de la Revelación. Ha defendido la posibilidad de la Revelación y los signos seguros para demostrar la autenticidad de dicha Revelación o comunicación segura de la Verdad divina que son los milagros y las profecías. La Filosofía realista demuestra que la religión católica es ciertamente creíble, y lo hace con los preámbulos de la fe, que hacen que la razón alcance la Verdad sobre Dios para llegar a la fe, que es obra de la gracia, y que Dios no niega a ningún hombre que tenga buena voluntad. En efecto, la fe es un regalo racional que está por encima de la Filosofía y de la razón, pero la fe no se opone a la razón sino que supone la razón y supone la Filosofía para hacerla razonablemente aceptable. En la carta encíclicaFides et Ratio, San Juan Pablo II  destaca el papel de la Filosofía dentro de los medios del hombre para progresar en el conocimiento de la verdad, incluyendo el conocimiento de la verdad que Dios ha revelado. Esta breve exposición está dedicada a enfatizar el papel fundamental de la razón y por lo mismo de la Filosofía, para la explicitación de los contenidos de la Revelación que se encuentran en la carta encíclica Fides et Ratio, incluyendo el hecho de que la Teología católica queda comprometida, cuando pretende apoyarse en algunos sistemas filosóficos modernos y de actualidad. El objetivo es que quede muy claro el hecho de que para la Teología católica, el papel de la razón y por ende el de la Filosofía es fundamental para la explicitación de los contenidos de la Revelación.

 

 

 

Durante el encuentro de presidentes de las comisiones episcopales de América Latina  para la doctrina de la fe, celebrado en México en 1996, el entonces Cardenal Ratzinger, ahora Benedicto XVI, mencionaba que el problema central de la fe gira en torno al relativismo que en ésta década, no sólo se presenta con su veste de resignación ante la inmensidad de la verdad, sino como una posición definida positivamente por los conceptos de tolerancia, conocimiento, diálogo, apertura, etc., y que quedarían limitados si se afirmara la existencia de una verdad válida para todos. El relativismo constituye la fundamentación filosófica de la llamada democracia actual que propone el liberalismo. Por eso la sociedad liberal, al igual que la que se basa en el materialismo marxista, se caracteriza por ser una sociedad relativista. (1)

 

Desde el momento en que Kant hace la distinción entre fenómeno y noumeno, queda negada la capacidad del hombre de alcanzar la verdad última en sí misma.Lo que nosotros captamos, según Kant, no es la realidad en sí, sino un reflejo a nuestra medida, una apariencia en nuestro modo de percibir a través de diferentes lentes. Las repercusiones de estas afirmaciones en el plano teológico producen un giro copernicano. En la cristología, Jesucristo ya no se identifica con lo real sino que pasa a ser un mito quedando como un genio religioso entre otros. Para el pensamiento kantiano, lo Absoluto o el Absoluto no puede darse en la historia por lo que conceptos como Iglesia, dogma, sacramentos, pierden su carácter incondicionado. El concepto de diálogo que se ha mantenido a lo largo de toda la tradición eclesial, se degrada hasta el punto de convertirse en la base del credo relativista. Las opiniones adquieren el mismo nivel de la propia fe.(2)

 

En la misma conferencia el entonces Cardenal nos puso al tanto de las afirmaciones del presbiteriano J. Hick quien afirma que Kant ha probado irrefutablemente que lo Absoluto o el Absoluto no puede ser reconocido en la historia ni aparecer en ella como tal, (3) pues para Kant es imposible según la estructura de nuestro conocimiento lo que la fe cristiana sostiene; milagros misterios o sacramentos no pueden ser más que meras supersticiones. (4) Para el entonces Cardenal Ratzinger, la crisis de la Teología, que es la crisis de la fe se debe a estas premisas filosóficas.(5) De aquí que el Magisterio se haya pronunciado varias veces contra el fideísmo y el agnosticismo que afectan las relaciones entre la fe y la razón y que en el fondo no es más que ateísmo. Como ejemplo de esto, tenemos que a cien años de la publicación de la encíclicaAeternis Patris de S.S León XIII, el Papa Juan Pablo II volvió aponer de relieve la importancia de las relaciones entre razón y fe dentro de la doctrina católica. En la carta encíclica  Fides et Ratio, S.S. destaca el papel de la Filosofía dentro de los medios que el hombre tiene para progresar en el conocimiento de la verdad, (6) incluyendo el conocimiento de la verdad que Dios ha revelado.

 

Para definir los campos, cabe resaltar, que la Revelación descansa esencialmente sobre lo revelado pero es más amplia porque Dios no solo ha revelado lo que sobrepasa la razón humana sino que en la revelación se encuentran algunos conocimientos accesibles a nuestra razón. Estos últimos conocimientos, aunque de hecho Dios los ha revelado, no pertenecen de derecho, a lo revelado puesto que su esencia es NO ser únicamente cognoscibles por la Revelación, sino también por la razón. En otras palabras, la Revelación descansa esencialmente sobre lo revelado, pero como su fin es la salvación del hombre, incluye muchas cosas más. (7)

 

En la medida en que el fin de la revelación es hacer posible la salvación del hombre, es decir, que el hombre alcance su fin, resulta necesario que éste lo conozca. Sin embargo, como el fin del hombre excede infinitamente su conocimiento natural, era necesario que Dios le revelase los conocimientos que sobrepasan los límites de la razón. La verdad sobrenatural nos llega únicamente de Dios, por lo que la Teología tiene por fundamento la fe en una Revelación hecha por Dios a los Apóstoles y los profetas. La Revelación confiere autoridad divina a los Apóstoles y los profetas haciendo que la Teología repose sobre la fe en su autoridad.

 

Así la Teología católica descansa, ante todo, sobre el conjunto de escritos inspirados por Dios que conocemos con el nombre de Sagrada Escritura, y sobre la Tradición que es la vida de la Iglesia. Versa sobre estas dos cosas, puesto que es la ciencia que de ellas tenemos y es por esta razón, que la Teología como ciencia no alcanza en todos los hombres el mismo grado de perfección. La Teología contiene la Revelación que Dios ha dado a los hombres para su salvación. Pero también contiene la aprehensión racional del hombre sobre el dato revelado. Por eso la labor del teólogo consiste en explicitar, con ayuda de la razón natural, el dato de la Revelación. La ciencia teológica no es otra cosa que la Revelación divina a la luz de la razón humana que indaga sobre el contenido de la fe y dentro de los límites de la fe misma. (8)

 

En lo que se refiere a la Filosofía, el conocimiento que se obtiene por ella no excede los límites de la razón natural, sin embargo, aunque estas verdades son cognoscibles por la sola inteligencia, no son siempre conocidas por todos los hombres con uso de razón. Por lo que en este caso, lo revelado se distingue de lo revelable en que lo revelable no figura en la Revelación en virtud de su propia esencia, sino que pertenece a lo filosófico que está incluido en la Teología que lo asume con miras a su propio fin. Por eso el Concilio Vaticano I afirmó que: “…La razón, ilustrada por la fe, cuando busca cuidadosa, piadosa y sobriamente, alcanza por don de Dios alguna inteligencia, y muy fructuosa, de los misterios, ya por analogía de lo que naturalmente conoce, ya por la conexión de los misterios entre sí y con el fin último del hombre; nunca, sin embargo, podrá entenderlos totalmente a la manera de las verdades que constituyen a su propio objeto”. (9) Sólo la razón debidamente cultivada, penetrada por la sana Filosofía que constituye un patrimonio universal y que goza de una autoridad de orden superior, puede realizar el trabajo tan importante de comprensión y explicitación de los contenidos de la fe. (10) De esto se sigue que sólo un sistema filosófico realista pueda estar incluido en la Teología. No todos los sistemas filosóficos sirven igualmente a la razón para la inteligencia de los misterios. Sólo desde la Filosofía realista y perenne es posible realizar esta labor.

 

Al respecto, San Juan Pablo II sostiene en la carta encíclica Fides et Ratio, que a pesar de que en la actualidad existen una diversidad de sistemas filosóficos: “La capacidad especulativa, que es propia de la inteligencia humana lleva a elaborar, a través de la actividad filosófica, una forma de pensamiento riguroso y a construir, así, con la coherencia lógica de las afirmaciones el carácter orgánico de los contenidos, un saber sistemático” (11)

 

Existe un núcleo de conocimientos filosóficos permanentes que constituyen un patrimonio espiritual de la humanidad. (12) Por esto, San Juan Pablo II considera la Filosofía como una ayuda indispensable para profundizar la inteligencia de la fe y llevar a cabo el proceso de la Evangelización. (13) Pues la encarnación del Verbo se lleva a cabo a partir  del proceso de inculturación del Evangelio mediante el diálogo con los distintos ambientes culturales.

 

La Revelación se subordina a la salvación y connota tanto los conocimientos que nos salvan y que no podríamos obtener de manera natural, como los conocimientos que pueden ser necesarios o útiles a la obra de salvación. Por eso santo Tomás se refiere a la Revelación diciendo que como incluye toda verdad salvadora, puede aplicarse tanto al conocimiento natural como al sobrenatural, así la unidad de la Filosofía y la Teología se da en que ambas intentan ofrecer al hombre todos los conocimientos que le permitan salvarse. Lo revelable consiste, pues, en el conjunto de conocimientos que por no ser trascendentes a la razón, no debían ser necesariamente revelados para ser conocidos, pero que han sido revelados como útiles a la obra de la salvación.(14) “La ciencia sagrada puede, sin menoscabo de su unidad, considerar bajo una razón única los materiales tratados en las diversas ciencias filosóficas, a saber, en tanto que son revelables a fin de que la ciencia sagrada sea algo así como una huella de la ciencia divina que es la ley única y simple de todo.” (15) Y por su parte, la verdad que constituye el objeto de la Filosofía primera es que el Verbo hecho carne ha venido a manifestarse al mundo puesto que el verdadero objeto de la Metafísica como primera causa o fin último del universo no puede ser otro que Dios. (16) Por esta razón santo Tomás define a la Metafísica desde su objeto más perfecto, a saber, el principio último del ser, que es Dios.

 

Sin embargo, como mencioné anteriormente, San Juan Pablo II hace notar que a partir de la modernidad y sobre todo con Descartes y Kant, la Filosofía ha sufrido un deterioro hasta el punto de declararse incompetente para orientarse hacia una verdad trascendente. “La filosofía moderna, dejando su investigación sobre el ser, ha concentrado la propia búsqueda sobre el conocimiento humano. En lugar de apoyarse sobre la capacidad que tiene el hombre para conocer la verdad, ha preferido destacar sus límites y condicionamientos”. (17) El agnosticismo y el relativismo nos han conducido a un escepticismo en el que todo se reduce a opinión. (18) Ante esta perspectiva, San Juan Pablo II nos ha exhortado a que recuperemos la confianza en nuestras capacidades cognoscitivas y reconozcamos en la Filosofía la capacidad de ser formadora del pensamiento y la cultura. (19)

 

La razón, por sus propias fuerzas, nos permite alcanzar ciertas verdades relativas a Dios y a su naturaleza, aun cuando el conocimiento de Dios excede infinitamente las fuerzas del entendimiento humano. Siendo Dios un ser puramente espiritual, nuestro conocimiento sobre Él, tiene que ser a partir de los datos sensibles, de modo que nuestro intelecto puede inferir que Dios existe fundándose en los datos que le aportan los sentidos, aun cuando resulta evidente que no podemos introducirnos totalmente en la esencia divina desde el momento en que hay verdades que son accesibles a la razón mientras que hay otras que la sobrepasan. (20)

 

El objeto propio de la fe es aquello que nuestra razón no alcanza, por eso, todos los conocimientos que pueden obtenerse racionalmente a partir de los principios, nopertenecen al objeto de la fe. Y en esto la fe juega un papel peculiar ya que hay ciertas verdades que deben ser creídas por los ignorantes y comprendidas por los sabios, debido a la limitación de nuestro entendimiento que además está sujeto a errores.Toda ciencia o técnica humana recibe sus principios de una ciencia superior a los cuales asiente por la fe como sucede con el físico que recibe las conclusiones del matemático, el ingeniero de la Fíaica, etc. La Teología cree en la ciencia de Dios y los bienaventurados, se subalterna a ella y de ella recibe sus propios principios y como el hombre es limitado, la Providencia impone ciertas verdades como verdades de fe aunque sean accesibles a la razón porque, como lo he dicho, pocos  hombres podrían alcanzar todas las verdades acerca de Dios accesibles a la razón. Dios quiere que todos participemos fácilmente en el conocimiento de Él sin estar expuestos a la duda y al error (21) porque todo hombre tiene derecho a las verdades metafísicas necesarias para la salvación.

 

Si observamos, la encíclica  Fides et Ratio parte del hecho de que la Iglesia es la depositaria de un mensaje que tiene su origen en Dios mismo. (22) Y en el Concilio Vaticano I ya se había enseñado que la verdad alcanzada a través de la reflexión filosófica y la verdad que proviene de la Revelación no se confunden. (23)

 

Es evidente que la salvación que el hombre exigía, que la Revelación divina hiciese conocer un número de verdades necesarias para poder aprehender su fin y dirigir a Él sus intenciones y sus actos. Por eso la fe en lo incomprensible es lo que le proporciona al conocimiento racional su acabamiento y perfección.

 

Por otra parte si se admite que los motivos de credibilidad como los milagros y las profecías así como los efectos maravillosos de la religión cristiana prueban suficientemente la verdad de la religión revelada, (24) se habrá de admitir que la fe y la razón no pueden contradecirse puesto que sólo lo falso puede ser contrario a la verdad. Dios autor de nuestra naturaleza, es el autor de los principios del conocimiento natural por lo que todo lo que es contrario a los principios debe serlo con respecto a su Infinita Sabiduría.

 

La verdad que Dios ha comunicado al hombre sobre sí mismo y sobre su vida, se inserta en el tiempo y en la historia y ofrece al hombre la verdad última sobre su propia vida y sobre su historia. (25) “La Revelación introduce en nuestra historia una verdad universal y última que induce a la mente del hombre a ya no pararse nunca…” (26) De lo anterior resulta que el objeto de estudio de la Filosofía y de la Teología sea el fin último de la existencia personal, es decir, el gozo pleno y duradero de la contemplación de Dios Uno y Trino. (27) Por eso es un hecho que entre un principio racional que viene de Dios y la Revelación que también procede de Dios únicamente puede haber acuerdo. (28) Dice santo Tomás que así como el hombre sin educación considera contrario a la razón que el sol sea más grande que la tierra, mientras que el sabio lo puede comprender, nosotros debemos creer que las incompatibilidades aparentes entre la fe y la razón, son conciliables en el Entendimiento de Dios. (29)

 

La fe supera la razón, no en cuanto al modo de conocer puesto que la fe es más oscura (no menos cierta) que la razón, sino en cuanto que hace que el pensamiento humano pueda elevarse hasta la posesión de un objeto superior que para él sería imposible alcanzar. Así como la gracia no destruye la naturaleza sino que la perfecciona, la fe permite que la razón desarrolle una actividad más perfecta. (30)

 

La razón y la fe no se pueden separar sin que se reduzca la posibilidad del hombre de conocerse de modo adecuado a sí mismo, al mundo y a Dios, (31) el hombre con la razón alcanza la vedad, porque iluminado por la fe, descubre el sentido profundo de cada cosa y, en particular de la propia existencia. (32)

 

La razón puede encaminarnos hacia la comprensión de la verdad perfecta que Dios nos descubrirá después. (33) La razón no debe tratar de demostrar lo indemostrable, pero si debe tratar de explicar, interpretar y aproximarse a lo que no se puede probar. Las verdades inaccesibles se fundan sobre algunas razones y algunas autoridades ciertas. La Revelación y la razón no pueden contradecirse puesto que la verdad no puede estar dividida contra sí misma, por eso la razón no puede tener razón cuando va en contra de la fe. No hay argumento válido que demuestre la falsedad de la fe. (34)

 

 No obstante san Juan Pablo II, ha señalado que el camino para el hombre no es fácil, porque la razón es limitada y se encuentra afectada por el egoísmo y el pecado. El deseo natural de saber encuentra su objeto propio en una verdad universal y absoluta que de respuesta y sentido a toda su búsqueda. Esta verdad que se apoya sobre evidencias inmediatas o confirmadas experimentalmente como las de la vida diaria y de la investigación científica; otras son de carácter filosófico, a las que el hombre llega mediante la capacidad especulativa de su intelecto; por último están las verdades religiosas que en cierta medida hunden sus raíces en la Filosofía. (35) El conocimiento de creencia que se funda en la confianza interpersonal, está en relación con la verdad: el hombre, creyendo, confía en la verdad que el otro le manifiesta. (36)

 

La relación entre la verdad revelada y la Filosofía impone una doble consideración, en cuanto que la verdad que nos llega por la Revelación, es al mismo tiempo, una verdad que debe ser comprendida a la luz de la razón. De hecho, el encuentro del cristianismo con la Filosofía no fue inmediato ni fácil y los Padres de la Iglesia acogieron plenamente la razón abierta a lo absoluto incorporándole la riqueza de la Revelación. (37) Fue santo Tomás quien tuvo el mérito de destacar la armonía que existe entre la razón y la fe, reconociendo que la naturaleza, objeto propio de la Filosofía, puede contribuir a la comprensión de la Revelación divina.

 

Refiriéndose a santo Tomás, San Juan Pablo II ha afirmado que la Iglesia lo ha puesto siempre como maestro del pensamiento y modelo del modo correcto de hacer Teología,(38) pues santo Tomás resalta el papel del Espíritu Santo en la maduración en sabiduría de la ciencia humana. La sabiduría que es don del Espíritu Santo, difiere de la fe en que asiente a la verdad divina por sí misma y difiere de la sabiduría intelectual adquirida en que procede del mismo Dios. Santo Tomás reconoce, sin embargo, la sabiduría filosófica basada en la capacidad del intelecto para indagar la realidad dentro de sus límites naturales, y reconoce la Teológica, fundamentada en la Revelación y que examina los contenidos de la fe, llegando al misterio de Dios. (39)

 

La unidad de la verdad hace que ningún conocimiento científico, aún de las cosas sensibles pueda ser indiferente para la Teología. La fe no puede dejar de tomar en consideración las conclusiones científicas. Aunque los dominios entre la Filosofía y la Teología son formalmente distintos, su relación es íntima. La Filosofía parte del ser y de las causas propias de las cosas. La Teología argumenta a partir de Dios como causa primera y considera tres clases de argumentos: unas veces afirma una verdad por el principio de autoridad de Dios, otras veces porque la perfección de Dios así lo exige y otras porque Dios es infinito. (40) Es así como las dos ciencias llegan a las mismas conclusiones partiendo de principios diferentes y por diferentes vías. La Filosofía parte de las criaturas para llegar a Dios, mientras que la Teología considera a Dios y a partir de Él a todas las criaturas. La Teología considera a todas las criaturas en vista de la salvación y por referencia a Dios. (41) Entre la Teología que parte de los artículos de la fe, y el conocimiento que la Filosofía nos ofrece de Dios hay una diferencia de especie dentro del mismo género,(42) fundada en los principios de demostración. Sin embargo, un sistema filosófico será más cristiano, cuanto más verdadero sea dentro de los límites de la razón natural. Una vez más, ambas fe y razón, no pueden ni ignorarse, ni contradecirse, ni confundirse. Aunque la razón intente justificar la fe, jamás la transformará en razón y aunque la fe ilumine la razón, nunca la razón dejará de ser razón.

 

El hombre goza de una facultad intelectual que lo coloca de alguna manera en un nivel comparable con las criaturas más nobles que Dios ha formado puesto que la espiritualidad se presenta, a la vez, en el hombre, en el ángel y en Dios. (43)

 

Como lo he mencionado anteriormente, el objeto de la fe es la verdad revelada por Dios con el propósito de que el hombre alcance su Fin Último que es la bienaventuranza, (44) es decir, la visión beatífica. Los filósofos griegos aún con la profundidad de su pensamiento no pudieron concebir que el hombre estuviera orientado a tal destino, debido a la desproporción que existe entre Dios y el hombre. Un fin como ese sobrepasa por mucho la naturaleza humana y por eso la Revelación hace accesible al hombre el conocimiento de la bienaventuranza. Dios comunica en lenguaje humano algo de lo que es Él mismo. El hombre no puede ver por sí mismo la verdad que cree, pero la voluntad suple la evidencia ausente y da su asentimiento a la verdad sobre Dios, conocida por Dios mismo y que Él comunica por su palabra y ante la que el hombre sabe que es una visión divina adquiriendo de ella una certeza más sólida que la de la ciencia. La Teología filosófica conoce a Dios como causa primera y por esa razón es respecto a la Teología revelada, otra especie de un mismo género. La Teología Natural es un conocimiento de Dios por el hombre, que no eleva al hombre por encima de su naturaleza puesto que permanece como algo esencialmente humano. Para la salvación hacen falta esas verdades y otras verdades que la razón no puede darnos a conocer. La diferencia entre la Teología Natural y la Teología Revelada no es una diferencia de grado, sino de orden, es decir, de especie, son específicamente distintos. En la Escritura y la Tradición, Dios se hace conocer personalmente. Los alcances de la Filosofía se incorporaron a la Teología de modo que por ellos obtenemos una cierta inteligencia de la fe, como un medio que nunca llega a ser fe. La fe natural que podemos tener sobre verdades demostrables por la Filosofía y la fe en las verdades de la Revelación divina que Dios nos propone para la salvación son distintas puesto que la fe sobrenatural es un don de Dios. La Revelación no sólo es desvelamiento de la verdad salvadora, sino una invitación a la salvación. Dios, al revelarse al hombre, no sólo lo invita a la bienaventuranza, sino que lo empuja interiormente, con la gracia, a aceptar su invitación. (45)

 

San Alberto Magno y santo Tomás, manteniendo el vínculo entre la Teología y la Filosofía, fueron los primeros que reconocieron además de la dependencia de ambas ciencias, la necesaria autonomía que la Filosofía y las ciencias necesitan para dedicarse eficazmente a sus respectivos campos de investigación. Pero ya he mencionado el hecho de que, san Juan Pablo II, señaló que esta legítima distinción se convierte, sobretodo en la modernidad, en una terrible separación, haciendo referencia al idealismo dialéctico, al positivismo y al nihilismo contemporáneo.[46]

 

De aquí que san Juan Pablo II haya insistido en que el papel del Magisterio es determinante en el discernimiento de cuestiones filosóficas. “El Magisterio eclesiástico puede y debe (…), ejercer con autoridad, a la luz de la fe, su propio discernimiento crítico en relación con las filosofías y las afirmaciones que se contraponen a la doctrina cristiana. Corresponde al Magisterio indicar, los presupuestos y las conclusiones filosóficas que fueran incompatibles con la verdad revelada formulando así las exigencias que desde el punto de vista de la fe se imponen a la Filosofía”. (47)

 

Los errores modernos y posmodernos ya fueron señalados por el Magisterio desde hace mucho tiempo y de muy diversas formas. En el discurso que tuvo San Juan Pablo II ante los Obispos hispanoamericanos, en Puebla de los Ángeles (México) el 28 de enero de 1979, les decía. “Como pastores tenéis la viva conciencia de que vuestro deber principal es el de ser maestros de la Verdad. No de una verdad humana y racional, sino de la Verdad que viene de Dios, que trae consigo el principio de la liberación del Hombre: <conoceréis la verdad y la verdad os hará libres> (Jn 8, 32). Vigilar por la pureza de la doctrina, base de la edificación de la comunidad cristiana, es, pues, el deber primero e insustituible del Pastor, del Maestro de la fe” (48)

 

Y en la Encíclica Redemptor Hominis, dice que “la Teología tuvo siempre y continúa teniendo una gran importancia para que la Iglesia, Pueblo de Dios, pueda de manera creativa y fecunda participar en la misión profética de Cristo. Por eso, los teólogos, como los servidores de la verdad divina, que dedican sus estudios y trabajos a una comprensión siempre más penetrante de la misma, no pueden nunca perder de vista el significado de su servicio en la Iglesia, incluido el concepto de intellectus fidei. Este concepto funciona, por así decirlo, con ritmo bilateral, según la expresión de san Agustín: “intellege ut credas; crede ut intellegas” (Sermo, 43, 7-9), y funciona de manera correcta cuando ellos buscan servir al Magisterio, confiado a los Obispos, unidos con el vínculo de la comunión jerárquica con el sucesor de Pedro.” (49)

 

“Aquí se funda la grave responsabilidad del teólogo, quien debe tener siempre presente que el Pueblo de Dios,(…) tiene el derecho a que se le expliquen, sin ambigüedades ni reducciones, las verdades fundamentales de la fe cristiana (…) sed tenaces y constantes en la maduración continua de vuestras ideas y en la exactitud de vuestro lenguaje.” (50) La fe cristiana a diferencia del fideísmo luterano, exige además las obras puesto que la fe sin obras está muerta. La fe no es sólo saber de Dios, sino vivir en Dios y con Dios movidos por la gracia. La fe no justifica la pereza mental. La verdadera fe exige testimonio en todas las manifestaciones de la vida, incluida la vida profesional y científica. “Como convicción del entendimiento y del corazón no puede estancarse sólo en el entendimiento como una actitud meramente teórica, que no influye en la vida diaria. Y tampoco puede reducirse a un sentimiento vacío. Tiene que orientar desde la inteligencia y con el corazón toda la conducta humana”. (51) La Iglesia siempre ha custodiado fielmente lo que la Palabra de Dios enseña sobre las verdades de la fe y sobre el comportamiento que agrada a Dios (Cfr. 1 Tes. 4, 1), llevando a cabo en lo moral, un desarrollo doctrinal análogo al que se ha dado en el ámbito de las verdades de fe. (52)

 

Es por esto que san Juan Pablo II sosiene en la Fides et Ratio, que es a los teólogos y filósofos católicos, a quienes incumbe el grave cargo de defender la verdad divina y humana y de sembrarla en las almas de los hombres, por lo que deben conocer las opiniones que se apartan más o menos del recto camino, para curarlas y para encontrar lo que de verdad se encuentra en ellas. (53)

 

Su Santidad varias veces y de distintos modos, nos ha alertado contra los sistemas filosóficos que no casan con la Teología católica: contra la tentación racionalista, la fenomenología, el agnosticismo y el  inmanentismo, así como la filosofía marxista, el comunismo ateo y la teología de la liberación. (54)

 

El mismo Credo va en contra del politeísmo, del panteísmo, de la materia preexistente y los emanatistas. Los sistemas filosóficos que desembocan en estas afirmaciones, entran en contradicción con los contenidos de la fe.

 

Muchos filósofos tuvieron muy buenas intenciones. Descartes preguntaba si algo de lo que escribía estaba en contra del Magisterio y lo borraba, pero sus afirmaciones filosóficas no fueron acertadas. Resulta imposible salir del escepticismo partiendo de un error que es el inmanentismo y tomando como método la duda.

 

El fideísmo agnóstico que afirma que la razón científica no puede conocer a Dios, no deja otro camino más que el fideísmo. Si a Dios se llega por el sentimiento (razón práctica) la razón pura queda fuera de toda posibilidad para alcanzar a Dios. Recordemos que la encíclica Veritatis Splendor ya nos alertaba sobre la moral autónoma, (55) pues si los principios morales no vienen de Dios, quedan abiertas las puertas del subjetivismo y del voluntarismo relativista. El formalismo moral reduce la normatividad al imperativo categórico pero constituye un intento de enmendarle la plana al Espíritu Santo en cuanto a la revelación del decálogo.

 

La combinación de los sistemas filosóficos de los siglos XIX, XX y lo que va del XXI que constituyen la base de las teologías llamadas <modernistas> resulta, por tanto, incompatibles con la doctrina del Magisterio de la Iglesia. No podemos asimilar a la Revelación cualquier pensamiento o Filosofía, puesto que la Teología está hecha básicamente de Revelación y de Filosofía.

 

En lo que se refiere al pensamiento hegeliano, además del incompatible panteísmo, va contra la necesidad de declarar la distinción esencial entre las criaturas y Dios. Su afirmación acerca de que Dios se va haciendo, va contra la absoluta simplicidad e inmutabilidad de Dios.

 

En cuanto al positivismo, éste afirma que sólo hay certeza  en lo que se conoce por métodos experimentales, niega por tanto, la certeza del conocimiento de Dios. La llamada filosofía del lenguaje que reduce el ser a la palabra, no cae en la cuenta de que el signo lingüístico, dice relación subordinada al entendimiento y a la realidad. En lo que a la Teología de la liberación se refiere, ésta afirma, que Cristo no vino a liberarnos del pecado sino de la pobreza lo cual dista mucho de una exégesis correcta de la Sagrada Escritura. Y por último la fenomenología que constituye un intento por salir del inmanentismo y alcanzar el en sí, en noumeno, pero que no lo logra. (56)

 

San Juan Pablo II nos alerta ente el peligro que se esconde en estas corrientes de pensamiento, ante el eclecticismo provocado por el abuso retórico de términos filosóficos y lo que –como lo he mencionado antes- él llama <modernismo> diciendo que “con la justa preocupación de actualizar la temática teológica y hacerla asequible a los contemporáneos, (…) recurre sólo a las afirmaciones y jerga filosófica más recientes, descuidando las observaciones críticas que se deberían hacer eventualmente a la luz de la tradición”. (57) El Papa rechaza al cientificismo, hijo del positivismo en cuanto que avala que en el campo de la moral, lo que sea técnicamente realizable puede llegar a ser moralmente admisible. Asimismo rechaza elpragmatismo con su concepto de democracia y el nihilismo al que todas estas posturas desembocan negando la humanidad del hombre y su misma identidad. (58) Todo esto lo atribuye al principio de inmanencia que considera como el centro de la postura racionalista que surgió el siglo XIX. (59)

 

Por lo anterior, san Juan Pablo II exhorta a los teólogos a no dejarse condicionar de forma acrítica por afirmaciones que entren en el lenguaje y en la cultura corriente ya que algunos de ellos que no tienen competencia filosófica, no se dan cuenta de que ese lenguaje carece de suficiente base racional. (60) El santo Papa hace referencia al Papa Pío XII, quien llamó la atención sobre el olvido de la tradición filosófica y sobre el abandono de las terminologías tradicionales. (61) Hoy más que nunca, el reto es rescatar la Teología especulativa junto con la Filosofía clásica y perenne, ya que de ésta Filosofía han sido extraídos los términos tanto de la inteligencia de la fe como de las mismas formulaciones dogmáticas.

 

Por esto, haciendo también referencia al Papa León XIII con su encíclica Aeterni Patris, san Juan Pablo II vuelve a poner la Filosofía de santo Tomás como el mejor camino para recuperar el uso de la Filosofía conforme a las exigencias de la fe. (62) Acentuando la importancia de la formación filosófica para los que se dediquen a la pastoral y considerando la formación filosófica como fundamental e imprescindible en la estructura de los estudios teológicos y en la formación de los candidatos al sacerdocio. (63) Sin la aportación de la Filosofía no se podrían ilustrar los contenidos teológicos. Es necesario que la razón del creyente tenga un conocimiento natural, verdadero y coherente de las cosas creadas, del mundo y del hombre, con son también objeto de la revelación divina. (64) La Teología Dogmática, la Teología Fundamental y la Teología Moral, deben acudir a una visión filosófica correcta. Para el creyente, tanto la Filosofía como la Teología quedan directamente bajo la autoridad del Magisterio. En la encíclica san Juan Pablo II no escatimó en elogiar los méritos del pensamiento de santo Tomás refiriéndose a que el Magisterio lo ha puesto como guía y modelo de los estudios teológicos. Expresa que la reflexión de santo Tomás alcanza la síntesis entre la razón y la fe más alta que el pensamiento haya alcanzado jamás. (65)

 

Por todo lo anterior, el santo Papa ha considerado dentro de las exigencias y cometidos actuales, el retorno a la Metafísica del ser. Menciona que el reto final del milenio pasado era la necesidad y la urgencia de pasar del fenómeno al fundamento, (66) puesto que el acto de fe con que se acepta la Revelación debe ser voluntario, razonable y libre. “La Iglesia tiene sumo cuidado de que nadie sea forzado contra su voluntad a abrazar la fe católica, pues como sabiamente lo advierte Agustín: <nadie puede creer sino voluntariamente>. (67) En el católico debe haber un equilibrio que manifieste su madurez doctrinal en la que en la fe y la razón haya unión sin confusión. (68)

 

San Juan Pablo II nos propuso la renovación de las metodologías para un servicio más eficaz a la evangelización recordándonos que el objetivo fundamental de la Teología consiste en presentar la inteligencia de la Revelación y el contenido de la fe. Y por otro lado la contemplación del misterio de Dios Trino al que debemos llegar sin prescindir de la aportación de la Filosofía. (69) Al respecto, el Papa Pablo VI dice: “La fe necesita el entendimiento. La fe da confianza a la inteligencia, la respeta, le crea exigencias, la defiende, y por el hecho mismo de comprometerla en el estudio de las verdades divinas, la obliga a una honradez absoluta de pensamiento y a un esfuerzo que no la debilita, sino que la robustece, en el orden especulativo natural y sobrenatural” (70) Definitivamente, la fe necesita la razón aunque la supera.

 

La palabra de Dios no se dirige a un solo pueblo y a una sola época, pero con su lenguaje histórico y circunscrito, el hombre puede expresar sus verdades que trascienden el fenómeno lingüístico. (71) Esta consideración permite entrever la solución al problema de la perenne validez del lenguaje conceptual usado en las definiciones conciliares, que de no conservar su valor cognoscitivo universal, la Filosofía y las ciencias no podrían comunicarse entre ellas ni ser asumidas por culturas distintas. (72)

 

En conclusión, la fe en Dios salvador implica el deseo de buscarle y encontrarle. “Cuando la voluntad de un hombre está dispuesta a creer, ama la verdad que cree, quiere comprenderla, aplicar a ella su reflexión y, si puede encontrar algunas razones en su favor, las hace suyas”. (73)

 

La voluntad quiere comprender la fe a partir de los datos que el entendimiento le proporciona de ella. La fe católica confía plenamente en el efecto bueno que ejerce la fe sobre la razón natural. (74) Dice santo Tomás que la “la fe, se encuentra entre dos pensamientos, de los cuales uno inclina a la voluntad a creer y precede a la fe, mientras que el otro tiende a la intelección de lo que ya cree, y este es simultáneo con el asentamiento de la fe”. (75) En lo que se refiere a las verdades que podemos conocer naturalmente, no hay necesidad de una luz nueva pero sí debe ser el intelecto movido de alguna manera y dirigido por Dios. (76) La distinción fundamental entre lo revelado y lo que la razón puede alcanzar naturalmente a conocer, no implica que el conocimiento natural esté totalmente exento de la influencia de Dios. De hecho ninguna operación natural opera sin recibir de Dios su ser y su eficacia pues en Él vivimos, nos movemos y somos.

 

En la intelección teológica, tanto el origen como el medio y el fin, son religiosos. Pero en cuanto intelección, la razón no renuncia a sus exigencias esenciales. Si Dios ha creado al hombre a su imagen dotándole de conocimiento intelectual discursivo, es natural que este conocimiento lo ponga en el camino de su último fin y que Dios le ayude sobrenaturalmente para alcanzarlo llevando la naturaleza humana a su máxima perfección. La razón y la fe no tienen otro fin que Dios pues siendo Dios la causa final del mundo, todos los órdenes y grados, todas las causas, deben ordenarse a Él.

 

(1) Ratzinger, J., “Situación actual de la fe y la teología”. L´Osservatore Romano, n.44, 1 de noviembre de 1996.

(2) Cfr. Idem.

(3) Cfr. Idem.

(4) Kant, E. La religión dentro de los límites de la mera razón. B 302.

(5) Cfr. Ratzinger, J., op. cit. 44-1.

(6) Cfr. S.S. Juan Pablo II. Fides et Ratio. Introducción n.3.

(7) Cfr. Gilson, Etienne. El tomismo: Introducción a la filosofía de Santo Tomás de Aquino. Ed. EUNSA. Pamplona, 1989 p.28.

(8) Cfr. Idem., p.30.

(9) Concilio Vaticano I, c.4; Dz, 1976.

(10) Cfr. Pío XII. Enc. Humani generis. 12- VIII-1950; Dz. 2330.

(11) Fides et Ratio., n.4

(12) Cfr. Ibidem.

(13) Cfr. Idem., n.5.

(14) Cfr. Aquino, Tomás de. S.Th., I, q.1, a.3, ad. Resp.

(15) Cfr. Aquino, Tomás de. S.Th., I, q.1, a.3, ad.2.

(16) Cfr. Aquino, Tomás de. C.G., III, 25.

(17) Fides et Ratio, n.5.

(18) Cfr. Fides et Ratio, n.5.

(19) Cfr. Fides et Ratio, n.6.

(20) Cfr. Gilson, Etienne, op. cit., p.38.

(21) Cfr. Aquino, Tomás de., C.G. I, 4.

(22) Cfr. Fides et Ratio., n.7.

(23) Cfr. Fides et Ratio., n.9.

(24) Cfr. Aquino, Tomás de., C.G. I, 6.

(25) Cfr. Fides et Ratio., n.11 y 12.

(26) Fides et Ratio., n14.

(27) Cfr. Fides et Ratio., n.15.

(28) Cfr. Aquino, Tomás de C.G., I, 7.

(29) Cfr. Aquino, Tomás de. De Veritate, q.XIV, art,10, ad.7.

(30) Cfr. Aquino, Tomás de C.G., I, 7.

(31) Cfr. Fides et Ratio., n.16.

(32) Cfr. Fides et Ratio., n.20.

(33) Cfr. Aquino Tomás de., C.G., I,7.

(34) Cfr. Aquino, Tomás de., C.G., I, 1,2 y 1,9.

(35) Cfr. Fides et Ratio., n.30.

(36) Cfr. Fides et Ratio., n.32.

(37) Cfr. Fides et Ratio, n.41.

(38) Cfr. Fides et Ratio., n.43.

(39) Cfr. Fides et Ratio., n.44.

(40) Cfr. Aquino, Tomás de. C.G., II,4.

(41) Cfr. Ibidem.

(42) Cfr. Aquino, Tomás de. C.G., III, 37.

(43) Cfr. Aquino, Tomás de. C.G., III, 37.

(44) Cfr. Aquino, Tomás de. S.Th., II-II, q.9, a.4, ad.1.

(45) Cfr. Aquino, Tomás de. S.Th., II-II, q.2, a.9, ad.3.

(46) Cfr. Fides et Ratio.

(47) Fides et Ratio., n. 50.

(48) Rodríguez, Victorino, O.P. Estudios de Antropología Teológica. SPEIRO, Madrid, 1991, p.91.

(49) Juan Pablo II. Enc. Redemptor hominis, 4-III-1979, núm19.

(50) Juan Pablo II. “Discurso a los teólogos españoles en la Universidad Pontificia de Salamanca.” 1 de noviembre de 1982.

(51) Cfr. Martínez Sáez. Santiago. Sabiduría, ciencia y fe. Ed. Minos. 1 edición 1997, p.257.

(52) Cfr. Juan Pablo II. El esplendor de la vedad. Ed. B.A.C., Madrid, 1993, n.28.

(53) Cfr. Fides et Ratio., n.54.

(54) Cfr. Fides et Ratio., n.55.

(55) Cfr. Juan Pablo II. El esplendor de la verdad. Ed. B.A.C. Madrid, n.35,36,37,40 y 41.

(56) Fides et Ratio., n.87.

(57) Fides et Ratio., n.87.

(58) Cfr. Fides et Ratio., n.88-90.

(59) Cfr. Fides et Ratio. n.91.

(60) Cfr. Fides et Ratio., n.55.

(61) Cfr. Fides et Ratio., n.55.

(62) Cfr. Fides et Ratio., n.57.

(63) Cfr. Fides et Ratio., n.60 y 61.

(64) Cfr. Fides et Ratio., n.66.

(65) Cfr. Fides et Ratio., n.68.

(66) Cfr. Fides et Ratio., n.83.

(67) León XIII. Enc. InmortaleDei. I-XI-1885; Dz. 1875.

(68)  Martínez Sáez, Santiago., op.cit., p. 254.

(69) Cfr. Fides et Ratio., n.93.

(70) Cfr. Pablo VI., Aloc., 30-X-1968, cit. en. Martínez Sáez, Santiago, op. cit. p.254.

(71) Cfr. Fides et Ratio., n.95.

(72) Cfr. Fides et Ratio., n.96.

(73) Aquino, Tomás de. S. Th., q.2, a.1. Resp.

(74) Cfr.. Gilson, Etienne., op.cit. p.64.

(75) Cfr. In. III, Sent., d.23, q.2, a.2, sol. 1, ad. 2., cit en. Gilson, E., op. cit. p.64.

(76) Cfr. In Boet. De Trinitate, Porm,, q.7, a.7., Resp., cit. en. Gilson, E., op.cit. p.64.