Choque de cardenales: Kasper contra Newman

Kasper contra Newman

Estaba estos días dándole vueltas al tema del desarrollo de la doctrina, cuando me topo con un artículo del padre Dwight Longenecker en el National Catholic Register que expresa perfectamente lo que yo quería decir. Y que plantea dos alternativas: o el cardenal alemán Walter Kasper o el británico John Henry Newman.

El artículo de Longenecker viene motivado por el próximo Sínodo de la Familia, y en concreto por las declaraciones del cardenal Kasper a raíz de la presentación de su nuevo libro, “La Revolución de la ternura y el amor del Papa Francisco”, en las que se refería explícitamente al Sínodo como a una batalla que hay que ganar.

Parecen haber pasado los tiempos en los que el principal argumento para cambiar las enseñanzas de la Iglesia en lo que se refiere al matrimonio era el de la distinción entre la doctrina y la pastoral (un argumento en el que hoy mismo leo que insiste un obispo español que aún no se ha enterado de que no hay por dónde cogerlo). Les debemos principalmente a los cardenales Müller y Sarah el haber aclarado que esta separación no es posible, que no se trata más que de una artera trampa. En palabras del guineano cardenal Robert Sarah, “la idea que consistiría en colocar el Magisterio en un bello cofre y separarlo de la práctica pastoral, que podría evolucionar de acuerdo a las circunstancias, modas e impulsos es una forma de herejía, una peligrosa patología esquizofrénica”.

Puesta en evidencia la falsedad de este argumento, Kasper vuelve ahora a la carga con el tema del desarrollo doctrinal: tras insistir en su tesis de que los divorciados que se han vuelto a casar civilmente deberían poder comulgar bajo ciertas circunstancias, Kasper afirmó que confía en que “el Sínodo será capaz de encontrar una respuesta común, con una gran mayoría, que no será una ruptura con la tradición, sino una doctrina que es un desarrollo de la tradición”.

Como decía, es un tema sobre el que estaba pensando pues se suele utilizar a la hora de justificar cualquier cambio en las enseñanzas de la Iglesia, no sólo en lo referente al matrimonio, sino a cualquier aspecto de las mismas (en concreto, me movió a estudiar un poco este tema ciertas afirmaciones recientes sobre el tema de la pena capital). Pero no hay que ser un gran teólogo, pensaba yo, para comprender que desarrollo es crecimiento a partir de lo existente, no negación y destrucción de lo ya existente. Desarrollar nunca puede ser negar lo anterior. Y aquí es cuando encuentro las iluminadoras reflexiones de Longeneker, quien se asombra de que un cardenal de la Iglesia católica como Kasper entienda tan poco acerca de este aspecto, esencial, del desarrollo de la doctrina (aunque una mirada a la misma historia de la Iglesia te cura de espantos a este respecto y te da, o al menos a mí me da, bastante tranquilidad).

Vale la pena leer con atención este pasaje, en la que se hace referencia a las pautas que se derivan de la enorme obra del cardenal y ya beato Newman:

Estas pautas fueron especificadas por el Cardenal John Henry Newman en su histórico ensayo sobre el tema en 1878. En palabras sencillas, el auténtico desarrollo de la doctrina no solo debe estar en continuidad con el pasado, sino que debe de haber también un crecimiento natural que sea consistente con el pasado y no contradictorio. Lo que parece una innovación debe ser un fruto lógico de la semilla de verdad original. Además, la “nueva” verdad debe ser vista como ya existente en forma germinal en la enseñanza primitiva y la “nueva” verdad debe ser una consolidación, no una destrucción, de la “vieja” verdad. Por último, Newman dice que debe haber “vigor crónico” en la doctrina desarrollada; en otras palabras, se presenta a sí misma como el fruto dinámico y vibrante de la vieja verdad, no como una disminución de aquella verdad”.

¿Alguien duda de que Newman gana por goleada?  ¡Y qué claro queda!

Longenecker acaba de aclarar el asunto citando al arzobispo de Bolonia, Carlo Caffarra, en una entrevista publicada el pasado 15 de marzo en Il Foglio. Allí afirmaba Caffarra lo siguiente:

“Los que sostienen esta hipótesis no tienen una respuesta a una pregunta muy sencilla: ¿qué pasa con el primer matrimonio, rato y consumado? La solución propuesta nos lleva a pensar que el primer matrimonio permanece intacto, pero que también hay una segunda forma de convivencia que la Iglesia legitima. Por lo tanto existe un ejercicio extramarital de la sexualidad humana que la Iglesia considera legítimo. Pero con esto viene la negación de la piedra angular de la enseñanza de la Iglesia sobre la sexualidad. En este punto, uno podría preguntarse: ¿y por qué no aprobar la cohabitación a voluntad?, ¿y por qué no las relaciones entre homosexuales? Esto no es sólo una cuestión de práctica, también toca la doctrina. Inevitablemente. Uno puedo decir que no lo hace, pero lo hace. No sólo eso. Introduce una costumbre que a la larga determina esta idea en la gente, y no sólo entre los cristianos: no hay tal cosa como un matrimonio absolutamente indisoluble. Y esto es con certeza contrario a la voluntad del Señor”.

Me parece que poco hay que añadir y que, una vez más, y aunque Kasper y quienes comparten sus tesis se empeñen en hacernos creer que no, el tema está ya zanjado y no hay partido que jugar.