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Servicio diario - 29 de marzo de 2015

La frase del día - 29 de marzo

"Cristo, con su entrada en Jerusalén, comienza el camino de amor y de dolor de la cruz". San Juan Pablo II

 


El papa Francisco

Homilía del Papa en la celebración del Domingo de Ramos
Texto completo. Francisco señala que no hay humildad sin humillación. Recuerda a los cristianos perseguidos, los mártires de hoy, que no reniegan de Jesús y soportan con dignidad insultos y ultrajes

Francisco en el ángelus: 'Difundamos la ternura de Dios'
Texto completo. El Papa insta a los jóvenes a continuar su camino de preparación para la próxima Jornada Mundial de la Juventud en Cracovia. Encomienda a la intercesión de la Virgen Marí­a a las ví­ctimas del accidente aéreo en los Alpes franceses

Rome Reports

Estrenan nueva pelí­cula sobre Jesucristo (Ví­deo)
'La espina de Dios' se centra en los tres años de predicación de Jesús

La historia detrás de la cruz armenia de los Museos Vaticanos (Vídeo)
Devoción, fe, historia. Un testigo de la constancia de un pueblo

Ex futbolista colombiano del Inter de Milán cumple la promesa que hizo al Papa (Vídeo)
Su fundación 'Colombia, te quiere ver' ayuda a niños de las zonas más pobres en Colombia

Espiritualidad

Semana Santa
'Palabra y Vida' del arzobispo de Barcelona

San Pedro Regalado - 30 de marzo
«Flor de la reforma franciscana. Fue discípulo aventajado de Pedro de Villacreces. Pasó su vida consumido en oración y sacrificios, sosteniendo el rigor de la Regla que había heredado. Hizo muchos milagros»


El papa Francisco


Homilía del Papa en la celebración del Domingo de Ramos
Texto completo. Francisco señala que no hay humildad sin humillación. Recuerda a los cristianos perseguidos, los mártires de hoy, que no reniegan de Jesús y soportan con dignidad insultos y ultrajes

Por Redacción

CIUDAD DEL VATICANO, 29 de marzo de 2015 (Zenit.org) - El papa Francisco ha presidido hoy, a las 9:30 horas, la solemne celebración litúrgica del Domingo de Ramos y de la Pasión del Señor en la Plaza de San Pedro.

En el centro de la plaza, cerca del obelisco, el Santo Padre ha bendecido las palmas y ramas de olivo y, al final de la procesión, ha celebrado la Misa de la Pasión del Señor delante de la basílica de San Pedro.

Con motivo de la XXX Jornada Mundial de la Juventud, sobre el tema "Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios", han participado en la celebración eucarística numerosos jóvenes de Roma y de otras diócesis.

A continuación publicamos la homilía que ha pronunciado el Pontífice después de la proclamación de la Pasión del Señor según San Marcos:

"En el centro de esta celebración, que se presenta tan festiva, está la palabra que hemos escuchado en el himno de la Carta a los Filipenses: «Se humilló a sí mismo». La humillación de Jesús.

Esta palabra nos desvela el estilo de Dios y, en consecuencia, el que debe ser del cristiano: la humildad. Un estilo que nunca dejará de sorprendernos y ponernos en crisis: nunca nos acostumbraremos a un Dios humilde.

Humillarse es ante todo el estilo de Dios: Dios se humilla para caminar con su pueblo, para soportar sus infidelidades. Esto se aprecia bien leyendo el Libro del Éxodo: ¡Qué humillación para el Señor oír todas aquellas murmuraciones, aquellas quejas! Estaban dirigidas contra Moisés, pero, en el fondo, iban contra él, contra su Padre, que los había sacado de la esclavitud y los guiaba en el camino por el desierto hasta la tierra de la libertad.

En esta semana, la Semana Santa, que nos conduce a la Pascua, seguiremos este camino de la humillación de Jesús. Y sólo así será «santa» también para nosotros.

Veremos el desprecio de los jefes del pueblo y sus engaños para acabar con él. Asistiremos a la traición de Judas, uno de los Doce, que lo venderá por treinta monedas. Veremos al Señor apresado y tratado como un malhechor; abandonado por sus discípulos; llevado ante el Sanedrín, condenado a muerte, azotado y ultrajado. Escucharemos cómo Pedro, la «roca» de los discípulos, lo negará tres veces. Oiremos los gritos de la muchedumbre, soliviantada por los jefes, pidiendo que Barrabás quede libre y que a él lo crucifiquen. Veremos cómo los soldados se burlarán de él, vestido con un manto color púrpura y coronado de espinas. Y después, a lo largo de la vía dolorosa y a los pies de la cruz, sentiremos los insultos de la gente y de los jefes, que se ríen de su condición de Rey e Hijo de Dios.

Esta es la vía de Dios, el camino de la humildad. Es el camino de Jesús, no hay otro. Y no hay humildad sin humillación.

Al recorrer hasta el final este camino, el Hijo de Dios tomó la «condición de siervo». En efecto, la humildad quiere decir servicio, significa dejar espacio a Dios despojándose de uno mismo, «vaciándose», como dice la Escritura. Este «vaciarse» es la humillación más grande.

Hay otra vía, contraria al camino de Cristo: la mundanidad. La mundanidad nos ofrece el camino de la vanidad, del orgullo, del éxito... Es la otra vía. El maligno se la propuso también a Jesús durante cuarenta días en el desierto. Pero Jesús la rechazó sin dudarlo. Y con él, sólo con su gracia, con su ayuda, también nosotros podemos vencer esta tentación de la vanidad, de la mundanidad, no sólo en las grandes ocasiones, sino también en las circunstancias ordinarias de la vida.

En esto, nos ayuda y nos conforta el ejemplo de muchos hombres y mujeres que, en silencio y sin hacerse ver, renuncian cada día a sí mismos para servir a los demás: un familiar enfermo, un anciano solo, una persona con discapacidad, un sin techo...

Pensemos también en la humillación de los que, por mantenerse fieles al Evangelio, son discriminados y sufren las consecuencias en su propia carne. Y pensemos en nuestros hermanos y hermanas perseguidos por ser cristianos, los mártires de hoy, hay muchos. No reniegan de Jesús y soportan con dignidad insultos y ultrajes. Lo siguen por su camino. Podemos hablar, en verdad, de «una nube de testigos»: los mártires de hoy.

Durante esta semana, emprendamos también nosotros con decisión este camino de la humildad, con mucho amor a Él, nuestro Señor y Salvador. El amor nos guiará y nos dará fuerza. Y, donde está él, estaremos también nosotros".

(Texto distribuido por la Sala de Prensa de la Santa Sede. Las improvisaciones del papa Francisco han sido traducidas y transcritas del audio por ZENIT)

© Copyright - Libreria Editrice Vaticana

(IDV)

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Francisco en el ángelus: 'Difundamos la ternura de Dios'
Texto completo. El Papa insta a los jóvenes a continuar su camino de preparación para la próxima Jornada Mundial de la Juventud en Cracovia. Encomienda a la intercesión de la Virgen Marí­a a las ví­ctimas del accidente aéreo en los Alpes franceses

Por Redacción

CIUDAD DEL VATICANO, 29 de marzo de 2015 (Zenit.org) - Después de la solemne celebración litúrgica del Domingo de Ramos y de la Pasión del Señor, el papa Francisco recitó el Ángelus con los fieles y peregrinos reunidos en la Plaza de San Pedro.

Dirigiéndose a todos los participantes en la Eucaristía, el Santo Padre les dijo:

"Al final de esta celebración, saludo con afecto a todos vosotros aquí presentes, en particular a los jóvenes. Queridos jóvenes, os exhorto a proseguir vuestro camino tanto en las diócesis, como en la peregrinación a través de los continentes, que os llevará el próximo año a Cracovia, patria de san Juan Pablo II, iniciador de las Jornadas Mundiales de la Juventud. El tema de aquel gran Encuentro: «Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios», encaja bien con el Año Santo de la Misericordia. Dejaros llenar de la ternura del Padre, ¡para difundirla a vuestro alrededor!

Y ahora nos dirigimos en oración a María nuestra Madre, para que nos ayude a vivir con fe la Semana Santa. También Ella estaba presente cuando Jesús entró en Jerusalén aclamado por la multitud; pero su corazón, como aquel del Hijo, estaba dispuesto al sacrificio.

Aprendamos de Ella, Virgen fiel, a seguir al Señor también cuando su camino lleva a la cruz.

Confío a su intercesión a las víctimas del desastre aéreo del pasado martes, entre las que había también un grupo de estudiantes alemanes".

Al término de estas palabras, el Pontífice rezó la tradicional oración mariana:

Angelus Domini nuntiavit Mariae...

(Texto traducido y transcrito del audio por ZENIT)

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Estrenan nueva pelí­cula sobre Jesucristo (Ví­deo)
'La espina de Dios' se centra en los tres años de predicación de Jesús

Por Rome Reports

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La historia detrás de la cruz armenia de los Museos Vaticanos (Vídeo)
Devoción, fe, historia. Un testigo de la constancia de un pueblo

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Ex futbolista colombiano del Inter de Milán cumple la promesa que hizo al Papa (Vídeo)
Su fundación 'Colombia, te quiere ver' ayuda a niños de las zonas más pobres en Colombia

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Espiritualidad


Semana Santa
'Palabra y Vida' del arzobispo de Barcelona

Por Cardenal Lluís Martínez Sistach

BARCELONA, 29 de marzo de 2015 (Zenit.org) - En la Semana Santa que iniciamos hoy nos adentramos en el misterio central de la fe cristiana. Este misterio consiste en que Jesucristo, entregado a la muerte para nuestra redención, resucita al tercer día.

"Jesucristo no jugó con su muerte, como tampoco lo hizo con su vida", decía el cardenal Bergoglio -hoy papa Francisco- en unos ejercicios espirituales que dio siendo arzobispo de Buenos Aires. Los textos han sido recogidos en el libro Mente abierta, corazón creyente (Ediciones Claretianas).

Con mente abierta y con corazón creyente -ambas cosas- somos invitados a entrar en la celebración de la Semana Santa, contemplando el final del camino terrenal del Señor y lo que nos dice san Pablo en los textos de la liturgia de hoy: "Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo [...], y se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz ".

Jesús mantiene su libertad y hace donación de su vida en libertad, fiel al designio del Padre. Su libertad es tal que acepta tanto el designio del Padre -ser entregado- como las circunstancias y personas concretas que lo llevarán a la cruz y a la muerte. Resplandece así la dignidad de Cristo, que nos lleva a exclamar con el libro del Apocalipsis: "Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, el saber, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza". San Pablo añadirá: "Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre".

En el fundamento de toda dignidad -decía el cardenal Bergoglio a sus ejercitantes- encontramos siempre libertad y abandono. Jesucristo asume libremente en la noche oscura de Getsemaní su anonadamiento, que llega hasta la muerte en cruz. Jesús no pudo tener la satisfacción final de morir dando testimonio del verdadero significado de su existencia ante su pueblo. Lo pudo hacer a los suyos, al grupo reducido y asustado de sus seguidores.

El seguimiento de Jesús en su camino de despojamiento y de cruz lleva al discípulo a avanzar en este mismo camino por amor a su Señor. Muchos santos nos recuerdan que sin participar de la aniquilación de Cristo no estamos en el buen camino sino en el camino de lo que el Papa llama la "mundanidad espiritual" o la "tentación empresarial" de la evangelización. Esto me hace recordar a la filósofa Edith Stein, que sería la gran carmelita descalza santa Benedicta de la Cruz, conducida a la fe por la lectura de la vida de santa Teresa de Jesús. Ella fue una de las más profundas estudiosos del pensamiento de san Juan de la Cruz y glosó admirablemente, en su pensamiento y en su vida como judía inmolada en Auschwitz, esa sentencia cristiana que dice "Salve, o crux, spes unica": "Salve, oh cruz, nuestra única esperanza".

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San Pedro Regalado - 30 de marzo
«Flor de la reforma franciscana. Fue discípulo aventajado de Pedro de Villacreces. Pasó su vida consumido en oración y sacrificios, sosteniendo el rigor de la Regla que había heredado. Hizo muchos milagros»

Por Isabel Orellana Vilches

MADRID, 29 de marzo de 2015 (Zenit.org) - Pedro Regalado y de la Costanilla nació en Valladolid, España, hacia 1390. Perdió a su padre siendo muy pequeño. Su madre lo llevaba temprano al convento de San Francisco donde actuaba como monaguillo, por lo que fácilmente se estableció un vínculo entrañable con los religiosos a los que acompañaba en la santa misa, despertando en él una temprana vocación. A los 13 años ingresó en el convento.

Era jovencísimo cuando le impusieron el hábito. Los muros de los claustros albergaban a personas sin escrúpulos ni vocación. Se habían recluido en esos recintos con variadas y distintas intenciones, lo cual se evidenciaba en una falta de espíritu religioso. A nada de ello fue ajeno el momento histórico que propició numerosos arribismos de esta naturaleza. En esa época, el venerable fray Pedro de Villacreces, egregio maestro en teología por las universidades de París, Toulouse y Salamanca, estaba dispuesto a actuar para renovar la vida monástica que se había impregnado de muchas sombras proyectadas en ella al margen de la consagración. Con este objetivo, el obispo de Osma le autorizó a fundar por tierras burgalesas.

En 1404 llegó a Valladolid. Procedía de las cuevas de Arlanza y del eremitorio de La Salceda donde se hallaba buscando seguidores para secundarle en tan delicada misión. Cuando Pedro Regalado lo conoció a sus 14 años, entró en inmediata sintonía con él. La diferencia de edad –el fraile superaba los 60–, nunca fue un muro entre ambos; todo lo contrario. Y es que los dos compartían el anhelo de conquistar la santidad, y ante este altísimo fin nada se interpone. Entonces fray Pedro ya era considerado santo por muchos, y fue instructor del joven que aprendió a estimar junto al fraile el cumplimiento de la observancia franciscana.

Unidos partieron rumbo a La Aguilera, lugar colindante a Aranda de Duero, para fundar un convento. Con sumo gozo, y sin temor a la austeridad porque buscaba la gloria de Dios con todas sus fuerzas, se abrazó el muchacho al rigor de la regla. Y no era baladí. De las veinticuatro horas que tiene el día, diez estaban destinadas a la oración comunitaria y personal, trabajo y limosna. Éste era, en esencia, el plan cotidiano. El bondadoso fraile se ocupó de formar a Pedro Regalado para el sacerdocio. Éste celebró su primera misa en la ermita del convento en 1412. De algún modo era su credencial para realizar el apostolado en la cuenca media del Duero. Su virtud, percibida en palabras y gestos, era bendecida con hechos prodigiosos por los que fue reconocido como «el santo del Duero». Nadie quedaba indiferente ante sus dotes taumatúrgicas. Fray Pedro de Villacreces podía respirar tranquilo; Dios había bendecido a la Orden con un gran santo. Durante once años cumplió con alegría las humildes misiones que le encomendaron. Ofrecía limosnas a los pobres que llegaban al convento, trabajó en la cocina como ayudante, y fue sacristán, entre otras.

En 1415 cuando fray Pedro fundó El Abrojo en la provincia de Valladolid, su discípulo estaba tan bien formado y había dado tales muestras de virtud que no dudó en elegirlo maestro de novicios. Y como tal prosiguió su vida deintensísima mortificacióny penitencia. Recorría el entorno como un consumado predicador. Con su sencillez y ardor apostólico arrebataba numerosas conversiones. Todos acudían a él con el corazón contrito y la certeza de que saldrían plenamente renovados después de mostrarle las huellas de sus heridas. Nada tiene de particular que en octubre de 1422, cuando se produjo la muerte de Villacreces, tras el capítulo de Peñafiel los religiosos de las dos casas fundadas por él pensaran en Pedro Regalado para que siguiera al frente de todos como prelado o vicario. Y no se equivocaron. La reforma se extendió como un floreciente rosario de nuevas fundaciones, conocidas como «las siete de la fama».

Pedro, con su inflamada devoción por la Eucaristía, la Pasión de Cristo y María, hilvanaba las jornadas consumiéndose en oración y sacrificios, sosteniendo el rigor de la regla que había heredado. Toda disciplina cabía en su acontecer. Los habitantes del lugar sabían de su severo ascetismo. Veían su escuálida figura perfilada sobre el cerro del Águila, rebosante de austeridades, portando los símbolos del Redentor: cruz, corona de espinas y soga, mientras realizaba el Via Crucis.

Los milagros se sucedían, como también los favores celestiales que recibía. Uno de ellos, quizá el más renombrado, alude a un 25 de marzo, festividad de la Anunciación; estuvo vinculado a su amor por María. Fue Ella quien debió colmar el anhelo del santo de poder postrarse ante su imagen en la iglesia de La Aguilera mientras rezaba maitines. El lugar distaba unos ochenta km. del Abrojo. Pero los ángeles hicieron posible este sueño de Pedro trasladándole en un santiamén al templo, mientras una estrella que simbolizaba a la Virgen los conducía. Devuelto del mismo modo al convento, una vez hubo cumplido su anhelo, todo se produjo en tan brevísimo espacio de tiempo que ninguno de sus hermanos llegó a percatarse de su ausencia, ignorando lo concerniente a este hecho prodigioso.

En 1456 Pedro viajó a San Antonio de Fresneda, cerca de Belorado, y se reunió con un religioso antiguo compañero suyo que se hallaba enfermo. También él regresó al Abrojo debilitado. Ante la cercanía de su muerte, se trasladó a La Aguilera y el 30 de marzo de ese año entregó su alma a Dios. Cuando en el estío de 1493 la reina Isabel la Católica visitó el convento, se dirigió a las damas de su séquito y aludiendo a la tumba de Pedro, dijo: «Pisad despacio, que debajo de estas losas descansan los huesos de un santo». Fue beatificado por Inocencio XI el 17 de agosto de 1683. Benedicto XIV lo canonizó el 29 de junio de 1746. Es el Patrón de Valladolid.

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