Son un insulto a la memoria de San Ignacio de Loyola

El pasado domingo de Resurrección, publicamos un artículo de Mons. José Ignacio Munilla, obispo de San Sebastián, en el que el obispo se limitaba a recordar que es doctrina católica -y de paso de ortodoxos y protestantes evangélicos (no liberales)- algo tan elemental como que Jesucristo resucitó de verdad y que tal hecho, además de ser un dogma de fe, es historico. Además, arremete contra los que niegan dicha historicidad.

Decía el obispo:

Algunos teólogos, en su intento de conseguir que la fe cristiana esté plenamente integrada en los parámetros de la cultura contemporánea, pretendieron realizar una reinterpretación de la resurrección, de forma que la fe cristiana en la resurrección de Jesucristo no implicase la historicidad del sepulcro vacío, la revivificación del cadáver, ni las apariciones de Jesucristo resucitado a los apóstoles. Todo eso no serían más que construcciones literarias de los evangelios. Para estos autores, la resurrección de Cristo se reduce a la experiencia subjetiva de que Jesús vive dentro de nosotros, y de que inspira nuestra existencia.

Pues hete aquí que el “teólogo” José María Castillo se ha enfadado con el prelado vasco. Y no ha tenido mejor idea que escribir otro artículo diciendo que tal resurrección no es un hecho histórico sino, ojo al dato, meta-histórico. Así lo explica:

El obispo Munilla se ha puesto nervioso porque algunos se atreven a decir que la resurrección de Cristo no es un hecho histórico. Los entendidos en historiografía discuten lo que se debe entender cuando hablamos de un “hecho histórico". Sea cual sea la postura que cada cual adopte en esa discusión, lo que parece que se puede afirmar con seguridad es que un hecho se puede considerar como histórico cuando ese hecho sucede dentro de la historia. Lo que le ocurra (o le pueda ocurrir) a un ser humano después de su muerte, eso ya no está, ni puede estar dentro de la historia, sino más allá de la historia.En tal caso, ya no estamos hablando de lo “histórico", sino de lo “meta-histórico“. Por supuesto, puede haber personas (y las hay en abundancia) que, por sus creencias (religiosas, filosóficas o de otra índole), están persuadidos de que un difunto vive, ya sea en el cielo, junto a Dios, en la eternidad o en alguna otra modalidad que los humanos podemos imaginar o idealizar. Pero, cuando esto sucede, ya no estamos hablando de la historia, sino de lo que trasciende la historia. En otras palabras, una cosa es “lo histórico” y otra cosa es “lo trascendente". Que puede ser “real", pero no es “histórico".

Es más, no contento con eso, tiene el valor de preguntar qué cristología ha estudiado el obispo:

Yo me pregunto qué cristología habrá estudiado el obispo Munilla. Sea cual sea la cristología que estudió, lo que demuestra es su buena voluntad por afirmar a toda costa que Jesús, el Señor, no pasó a la historia, sino que es el Viviente, en el que creemos los cristianos. Esto es de elogiar. Pero, con todo respeto y con la libertad que exige el asunto, es aconsejable (y exigible) que un obispo tenga alguna idea de cosas muy básicas, que se encuentran en el común de las buenas cristologías que se vienen publicando desde hace ya varias décadas. Al hablar de la resurrección, hablamos de un hecho trascendente. Y lo trascendente, por su misma definición, es real (para quienes creen en la trascendencia), pero no es, ni puede ser, histórico. Ya sé que todo esto es una reflexión elemental. Pero también es verdad que sólo cuando tenemos claro lo elemental, podremos ponernos a hablar de lo demás. En este caso, de la resurrección de Jesús el Señor.

Bien, vamos por partes:

1- No sé qué historiador que merezca el nombre de tal puede negar que sea historia un hecho que ocurrió… en la historia. ¿Qué recoge al historia? Cosas que pasan. ¿Y qué pasó hace casi dos mil años en Jerusalén? Que Jesucristo murió y resucitó. Así, tal cual. Estaba muerto físicamente y volvió a la vida. No solo resucitó. Se comunicó visiblemente con sus discípulos y otros seguidores. Habló con ellos. Comió con ellos. Les dio instrucciones. Etc. O sea, siguió interviniendo en la historia.

2- No sé cómo alguien puede pretender ser teólogo católico o cristiano, negando que la resurrección de Cristo es sencilla y llanamente histórica. El Catecismo de la Iglesia Católica es claro:

643. Ante estos testimonios es imposible interpretar la Resurrección de Cristo fuera del orden físico, y no reconocerlo como un hecho histórico.

¿Queda claro? Es IMPOSIBLE no reconocer la resurrección de Cristo como un hecho histórico. Punto final. Al menos, punto final si uno pretende ser católico. Quienes no creen en la existencia de Dios, ni de hechos sobenaturales, milagros, etc, no creen que Jesús resucitara. Lo que no tiene el menor sentido es pretender ser cristiano y afirmar lo que afima el señor Castillo.

3- En la Historia no hay hecho más importante que la encarnación, predicación del evangelio, muerte y resurrección de Cristo. Toda una civilización nació de ese hecho histórico. La Cristiandad no se base en meta-historia sino en historia pura y dura. Uno de los testigos de aquellos hechos históricos, lo explica así:

Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y han palpado nuestras manos a propósito del Verbo de la vida pues la vida se ha manifestado: nosotros la hemos visto y damos testimonio y os anunciamos la vida eterna, que estaba junto al Padre y que se nos ha manifestado.
1 Jn 1,1-2

4- La Iglesia Católica siempre ha confesado la historicidad de los evangelios. Lo hizo también en el Concilio Vaticano II. Cito de la Dei Verbum:

La Santa Madre Iglesia firme y constantemente ha creído y cree que los cuatro referidos Evangelios, cuya historicidad afirma sin vacilar, comunican fielmente lo que Jesús Hijo de Dios, viviendo entre los hombres, hizo y enseñó realmente para la salvación de ellos, hasta el día que fue levantado al cielo.

DV,19

Ante esa realidad, la pregunta que cabe hacer no es qué cristología ha estudiado Monseñor Munilla, sino qué cristología ha enseñado un señor que, siendo sacerdote y jesuita durante los doce años en que fue profesor de Teología dogmática en la Facultad de Teología de Granada. Fue también profesor invitado en la Universidad Gregoriana de Roma, en la Universidad Pontificia Comillas de Madrid y en la Universidad Centroamericana «José Simeón Cañas» de El Salvador.

¿Qué enseñó Castillo a los feligreses del pueblo de Granada del que fue párroco? ¿qué enseñó mientras fue miembro de la Compañía de Jesús? Sí, es cierto que abandonó esa orden religiosa en el año 2007, pero eso no indica nada por sí mismo. Ahí tienen ustedes al jesuita Juan Masiá, que se mofa de la resurrección de Lázaro en uno de sus infames artículos. Lo hace de esta manera:

Jesús, levantando los ojos al cielo, oró así:

“Gracias, Abba, por escucharme. Gracias porque acoges en tu seno a Lázaro y que viva para siempre. Me dan ganas de gritar de gozo al despedirle hacia Tí, aunque no lo van a entender quienes me rodean".

Y Jesús gritó: “Lázaro, sal fuera".
Marta, asustada, miró al interior de la tumba, donde el cadáver envuelto en sudario, no se movía".

-"Desatadlo", gritó Jesús.

De nuevo, Marta y los familiares asustados:

-¿Es que quieres que lo desenterremos?
-No, Marta, no habéis entendido nada, ¿qué hacéis mirando ahí dentro?
-Mirad hacia arriba, allá entre las nubes, dijo María señalando hacia lo alto.
Difuminada entre jirones de nube se divisaba una figura blanca que se despojaba del sudario y se perdía adentrándose más allá del azul.

Es decir, por razones incomprensibles para cualquier católico con algo de sentido de la fe, con algo de respeto por la fe, con algo de amor por la fe, a día de hoy se puede ser sacerdote y jesuita y negar lo que los evangelios afirman sobre la resurrección de Lázaro, que luego volvió a morir, y la de Cristo, que vive eternamente y ascenció al cielo. ¿Hace alguien algo para evitar ese sinsentido, esa burla a la fe de millones de fieles? No, nadie lo hace. Como mucho se suele impedir que esos personajes sin fe no ejerzan la docencia en universidades católicas. Pero siguen siendo sacerdotes y miembos de una orden religiosa cuyo fundador, si resucitara, tardaría un segundo en ponerles en la calle, pues que esa gente haya sido y/o sea jesuita es un insulto a la memoria del gran San Ignacio de Loyola. Y eso dice mucho, demasiado, del estado actual del catolicismo. Se mantiene la doctrina en el Catecismo a la vez que se permite que auténticos herejes sigan ejerciendo el sacerdoco y difundiendo su ponzoña entre muchos bautizados. 

Ciertamente la mayoría de quienes siguen sus pasos demuestran tener el mismo grado de fe católica que llos. O sea, ninguno. Pero sin duda son piedra de tropiezo para quienes dudan. Una piedra de tropiezo que ha sido consentida durante demasiado tiempo. Mons. Munilla es de los pocos obispos que no la consienten y públicamente refutan a esos herejes. ¿Hasta cuándo durará esta locura? Pienso que hasta que la paciencia del Señor se acabe y, por amor a sus elegidos, aplique a la Iglesia aquello que se ha ganado a pulso. ¿Qué? Sólo Dios sabe. Pero le imploro que lo haga pronto. 

 

Luis Fernando Pérez Bustamante