Un amigo de Lolo – Orar es, gozosamente, esto

Presentación

Lolo

Yo soy amigo de Lolo. Manuel Lozano Garrido, Beato de la Iglesia católica y periodista vivió su fe desde un punto de vista gozoso como sólo pueden hacerlo los grandes. Y la vivió en el dolor que le inflijían sus muchas dolencias físicas. Sentado en una silla de ruedas desde muy joven y ciego los últimos nueve años de su vida, simboliza, por la forma de enfrentarse a su enfermedad, lo que un cristiano, hijo de Dios que se sabe heredero de un gran Reino, puede llegar a demostrar con un ánimo como el que tuvo Lolo.

Sean, las palabras que puedan quedar aquí escritas, un pequeño y sentido homenaje a cristiano tan cabal y tan franco.

 

En el libro “Rezar con el Beato Manuel Lozano, Lolo” (Publicado por Editorial Cobel, www.cobelediciones.com ) se hace referencia a una serie de textos del Beato de Linares (Jaén-España) en el que refleja la fe de nuestro amigo. Vamos a traer una selección de los mismos.

 

Orar es, gozosamente, esto

 

“En la oración pasa como en las vasijas que, cuanto más desnudo aparece el barro, más fina se filtra el agua y se purifica el corazón” (Al pie de la tapa, p. 67).

 

En lo individual, la oración, es como un chorro fresco que viene a crear el ardor de las pasiones o la tibieza de la vida gris, un molde de vida sana, útil, noble y bella que viene a configurar los perfiles de la actuación de cada día. La oración arranca incesantemente las malas hierbas que nacen en la sementera de nuestra felicidad”.  (Al pie de la tapia, ‘Cartas a religiosas’) p. 67).

Mucho de lo que queremos para nuestra vida o para la del prójimo lo pedimos en la oración. Así, por ejemplo, desde la sanación de enfermedades hasta la búsqueda del amor que creemos perdido. Todo lo que, por tanto, ansiamos, es lo que le demandamos a Dios que sabemos nos escucha.

La oración, como muchas veces se ha dicho, es el hilo conductor de nuestra relación con el Padre. A través de ella nos mantenemos alerta ante las asechanzas del Maligno y prevenimos de todo aquello que pueda hacernos daño.

Pero ¿cómo debemos ser a la hora de pedir a Dios?

La respuesta a esta pregunta la da una palabra que significa mucho: limpios. Es decir, cuando pedimos al Creador debemos tener el alma limpia y, así, poder ser dignos de merecer una respuesta que se corresponda con lo que queremos y anhelamos.

El caso es que la oración es mucho para nosotros. No es o, mejor, no supone, simplemente, el establecimiento de una relación con Dios (siendo eso importante) sino que nos permite crecer, espiritualmente hablando, y nos lleva por caminos rectos hacia el definitivo Reino de Dios.

Sin embargo, no debería tenerse por buena la especie según la cual la oración es algo que llevamos a cabo en determinados momentos…como acotados. Es decir, que oramos únicamente cuando tenemos establecido hacerlo y el resto del tiempo… si te he visto no me acuerdo, como dice el dicho popular. No, orar es cosa no ya de cada día sino, y en todo caso, de todo momento. Y es que podemos ofrecer a Dios aquello que hacemos. Eso también es oración porque, al fin y al cabo, no media entre nosotros y el Creador nada ni nadie: estamos solos con el Señor y a Él nos dirigimos.

Pero hay algo más. Y es que la oración, el orar mismo, tiene una consecuencia más que buena para nosotros y nuestra vida ordinaria. Tal es así porque los momentos felices pueden contener, en sí mismos, especies las cuales sólo se pueden sacar con oración (como en una ocasión dijo Jesús) o, lo que es lo mismo, el germen de algo no tan bueno como aquello de lo que estamos disfrutando.

Pues bien, entonces, en tales momentos que sabemos y creemos gozosos, pedir a Dios por aquello escondido que no conocemos pero que está ahí, agazapado, puede ser un buen remedio ante lo que desconocemos. Por eso la oración, entonces, es crucial. Es decir, no gozar sin tener en cuenta lo que eso nos puede costar sino, gozar y, por decirlo así, guardar la ropa de nuestro espíritu.

En realidad, la oración es algo más que un decirle a Dios; es, sencillamente, un entregarse al Creador. Y eso, cada día, cada momento, cada pensamiento.

 

Eleuterio Fernández Guzmán