Fidel Aizpurúa Donazar es hermano capuchino y teólogo. Profesor de Biblia en la Facultad de Teología de Vitoria. En el terreno social ha publicado “Evangelio para solidarios” y “Una lectura social del Evangelio de Marcos”. Colabora en la revista Militante en la sección “Lectura creyente de la realidad”. Impartió en la diócesis de Menorca el pasado mes de enero Ejercicios en el Monestir de Santa Clara en Ciutadella.

-Hermano Fidel, ¿Qué son los ejercicios espirituales?

-Son una herramienta de crecimiento cristiano. En concreto, son unos días, en torno a una semana, en que uno alimenta su fe, con la oración y la reflexión, de una manera especial. Todos sabemos que un encuentro con Jesús que no se alimenta, se debilita. No es tiempo para el logro de una conversión sino, sobre todo, un espacio de especial alimentación de la experiencia de fe.

-¿Para qué sirven estos ejercicios?

-Estos, en concreto, se centran en la introducción del documento del Papa Francisco que se llama La alegría del Evangelio. En esa introducción viene a decir que una evangelización distinta demanda dos requisitos: encontrarse con Jesús y vivir la fe con gozo. Estos ejercicios quieren motivar mejor esos dos puntos: un encuentro más vivo con Jesús y una experiencia de alegría en torno a Él.

-¿Pero a quién van dirigidos… a partir de qué edad?

-Los ejercicios espirituales han sido tradicionalmente ofrecidos a religiosos y religiosas. Pero esto está cambiando. Partiendo de que el encuentro con Jesús y la tarea evangelizadora es una realidad que afecta a la vocación cristiana, cada vez hay más laicos que hacen ejercicios en la vida. La iniciativa de las Clarisas de Ciutadella de abrir los ejercicios por la tarde a los laicos va en esa línea. Es un acierto. La edad es lo de menos, aunque, lógicamente, son trabajos espirituales que demandan un cierto cultivo de lo cristiano y por ello una cierta edad. Pero desde los 20 años se está capacitado para ello, por poner una edad.

-¿Cada cuándo recomienda hacer Ejercicios Espirituales?

-Una buena medida es hacerlos una vez al año. Son días especiales para dar un “empujón” a la experiencia cristiana. Por eso, como decimos, una buena medida es hacerlos todos los años. Adquirir esa costumbre es algo muy saludable. Poder hacerlos sin romper el ritmo de vida diario es una gran ventaja. Las comunidades contemplativas habrían de facilitar tiempos y espacios para ello.

(Toni Olives – Església de Menorca)