¿Están locos los cristianos estadounidenses?

Interesantes los datos sobre creencias religiosas que reflejan las encuestas de LifeWay Research en Estados Unidos y que comenta en First Things R. R. Reno. Con algunos ajustes, creo que en España sucede algo similar.

Más de dos tercios de los norteamericanos creen que hay un solo Dios verdadero y tres personas distintas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Muy bien. Cuando, más adelante, se les pregunta si creen que el Espíritu Santo es una fuerza más que una persona, el 64% responde afirmativamente. O sea, que para un tercio de los norteamericanos, Dios es tres personas excepto cuando es dos personas y una fuerza. Clarísimo, ¿no?

Y sigue: más de la mitad de los estadounidenses afirman que la salvación es un asunto sólo de Cristo, pero al mismo tiempo el 71% está de acuerdo  en que hay que hacer algún esfuerzo para salvarse. Y en cuanto al pecado, una brumadora mayoría afirma que existe el pecado y que todos somos pecadores por el hecho de ser hombres, pero al mismo tiempo son también mayoría los que afirman que los hombres son buenos por naturaleza.

Podríamos seguir con más contradicciones (sí, ya sé que son cuestiones delicadas, donde los matices teológicos pueden ser muy importantes, pero estamos hablando de encuestas), pero la verdad es que no me chocaron: yo mismo las veo en mi entorno constantemente.

Reno se pregunta qué nos dicen estos datos. En primer lugar, es evidente, un fracaso de la catequesis, de la predicación y en general de los medios de transmitir nuestra fe. Pero Reno hace un comentario que me ha parecido especialmente certero y que coincide con algo sobre lo que he pensado muchas veces: no somos conscientes de cómo la cultura dominante influye en nuestra manera de pensar y ver la vida. Y sí, sin darnos cuenta, nos influye, y mucho. Reno cita la convicción estadounidense de que somos dueños y forjadores de nuestras vidas, noción ampliamente extendida allí y que choca con la teoría de muchos protestantes que creen en la predestinación. También cita la idea generalizada de que somos básicamente buenos y la responsabilidad de nuestros actos malos reside en el exterior como explicación para que nuestras sociedades nieguen algo tan evidente como el pecado original.

Una persona de la que he aprendido mucho dice que somos como peces en una pecera: si el agua está sucia y contaminada la asimilamos igual y, sin darnos cuenta, nos afecta negativamente. No otra cosa es la que ocurre en Occidente.