La llamada universal a la sostenibilidad de algunos clérigos

 

Leo un importante artículo del periodista italiano Ricardo Cascioli en La nuova bussola quotidiana y llego a la conclusión de que tenemos que rezar más, mucho más, y confiar en que el Señor, como nos prometió, no nos abandonará ante la avalancha de estulticia que amenaza con ahogarnos. 

El nuevo frente es el del ecologismo, un ámbito en el que la Iglesia puede aportar mucho, una comprensión profunda y verdadera del valor de la Creación y del papel del ser humano, que la corona al ser el único creado a imagen y semejanza de Dios. El mundo está necesitado de esta verdad cristiana y no de las solemnes bobadas que los neomalthusianos que dominan la ONU nos quieren imponer.

Pero no parece que lo vea así el cardenal Peter Turkson, presidente del Pontificio Consejo Justicia y Paz, que acaba de organizar un congreso en el Vaticano sobre “desarrollo sostenible y cambio climático". Allí, el ponente principal fue Jeffrey Sachs, cuyo último libro, que fue distribuido a todos los asistentes, fue alabado por el cardenal Turkson. Sí, no han leído mal, el cardenal se refiere al mismo Sachs que es consejero especial del secretario de la ONU Ban Ki-moon y que ha expresado en reiteradas ocasiones su apoyo al control de natalidad (”vendrán grandes beneficios en las sociedades con poblaciones estables o progresivamente declinantes“). Exactamente lo contrario de lo que los Papas y el Magisterio siempre han enseñado. Mientras que quienes explican y enseñan lo que dice la Iglesia son marginados en congresos como el citado, quien explica lo contrario de la Iglesia es premiado con la sede principal del congreso, las alabanzas cardenalicias y la distribución de su libro como si fuera una especie de nuevo Kempis de obligada lectura. Cascioli escribe, al respecto, que “cuando se habla de pensamiento no católico que se ha introducido en la Iglesia es a esto a lo que nos referimos“.

Pero éstas no fueron las únicas afirmaciones chocantes del pobre cardenal Turkson. Asumiendo el papel que la ONU tiene reservada a la Iglesia en estas cuestiones, esto es, ser una especie de “brazo ético” que justifique las acciones de sus agencias, que extienden por el mundo la sostenibilidad y la contracepción, afirmó que hoy “la plena conversión de corazones y mentes” significa para los líderes religiosos convertirse en modelos de sostenibilidad. Y añadía la siguiente perla: “¡Guiemos con el ejemplo! ¡Piensen en qué mensaje positivo sería para las personas de fe no solo predicar la sostenibilidad, sino vivir vidas sostenibles! Por ejemplo, piensen cuán positivo sería el mensaje si iglesias, mezquitas, sinagogas y templos de todo el mundo se convirtieran en lugares “cero emisiones”“. Es posible que se pueda decir alguna tontería mayor (aunque tampoco es fácil), pero ser más cursi se me antoja casi imposible.

Cosas de un cardenal despistado, dirán algunos, pero Cascioli advierte de que, y perdonen por la expresión, esta “empanada mental” está más difundida de lo que al menos yo creía. Y cita las diócesis o parroquias en las que se anuncia como un “gesto profético” la instalación de paneles solares en las iglesias o la recomendación de que en Cuaresma la llamada a la conversión se concrete en la separación de residuos. Para algunos la llamada universal a la santidad parece haberse convertido en la llamada universal a la sostenibilidad. En el fondo estamos ante la tentación de siempre: adaptar el mensaje evangélico a lo que el mundo exige a cambio de una vida más fácil y al precio de renunciar a esa capacidad de hablar más allá de las modas que en última instancia solo la Iglesia posee y que tan incómoda la hace para los poderosos de este mundo.