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El mundo visto desde Roma

Servicio diario - 17 de mayo de 2015

El papa Francisco

Homilía del Papa en la misa de canonización de las cuatro religiosas
Dos son las primeras santas declaradas en la historia de Palestina, además de una italiana y otra francesa

Papa y Santa Sede

Este domingo se celebra la 49ª Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales
"Comunicar la familia: ambiente privilegiado del encuentro en la gratuidad del amor" es el tema que ha elegido el santo padre Francisco

Francisco invita a los cristianos de Oriente Medio a imitar a las dos santas palestinas
En el Regia Coeli el Papa recuerda a las cuatro religiosas canonizadas, dos de ellas palestinas, y pide  inspirarse en su ejemplo de misericordia, de caridad, y de reconciliación.

El arzobispo de Toledo celebra en la basílica de San Pedro con el rito Hispano-Mozárabe
El papa Francisco ha enviado un mensaje invitándo "a mantener vivas las raíces por las que el mensaje de Cristo nos ha llegado"

Espiritualidad y oración

Beata Blandina (María Magdalena) Merten - 18 de mayo
«Valerosa ofrenda victimal de la propia vida. Otro enfoque frente al dolor. Al profesar como religiosa ursulina añadió a los votos de pobreza, castidad y obediencia, el de ser víctima. Se la denominado una oculta esposa de Cristo»


El papa Francisco


Homilía del Papa en la misa de canonización de las cuatro religiosas
 

Dos son las primeras santas declaradas en la historia de Palestina, además de una italiana y otra francesa

Por Redacción

Ciudad del Vaticano, (ZENIT.org)

El papa Francisco presidió este domingo 17 de mayo la misa celebrada delante de la basílica de San Pedro. Allí fue la ceremonia de canonización de cuatro religiosas: sor Mariam Baouardy; María Alfonsina Danil Ghattas que son las primeras santas palestinas, además de la francesa Jeanne Emilie de Villeneuve y de la italiana María Cristina de la Inmaculada Brando.
 
A continuación el texto completo de la homilía

"Los Hechos de los Apóstoles nos presentan a la Iglesia naciente en el momento en el que elije a quien Dios ha llamado a tomar el lugar de Judas en el Colegio Apostólico. No se trata de tomar un cargo sino un servicio. De hecho Matías, sobre quien la elección recayó, recibe una misión que Pedro define así: "Es necesario que alguien [...] se vuelva junto con nosotros, testigo de su resurrección" - la resurrección de Cristo (Hechos 1: 21-22).

Con estas palabras él resume lo que significa ser parte de los Doce: significa ser testigo de la resurrección de Jesús. El hecho de que diga "con nosotros" hace entender que la misión de proclamar a Cristo resucitado no es una tarea individual: sino que es vivir como una comunidad, con el colegio apostólico y con la comunidad.

Los Apóstoles tuvieron la experiencia directa y maravillosa resurrección; son testigos oculares de este evento. Gracias a su testimonio creíble muchos creyeron; y de la fe en Cristo resucitado nacieron y nacen continuamente comunidades cristianas.

También nosotros, hoy basamos nuestra fe en la resurrección del Señor de la que dieron testimonio los Apóstoles, el cual nos llegó por la misión de la Iglesia. Nuestra fe está sólidamente ligada a su testimonio como a una cadena ininterrumpida que se ha ampliado durante los siglos, no sólo por los sucesores de los Apóstoles, sino por generaciones y generaciones de cristianos.

A imitación de los Apóstoles, de hecho, todo discípulo de Cristo está llamado a ser testigo de su resurrección, especialmente en los ambientes humanos donde es más fuerte el olvido de Dios y la confusión humana.

Para que esto suceda, debemos permanecer en Cristo resucitado y en su amor, como hemos recordado la primera carta de Juan: "El que permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él" (1 Jn 4, , 16). Jesús lo repitió en diversas ocasiones a sus seguidores: "Permaneced en mí ... Permaneced en mi amor" (Jn 15: 4,9).

Este es el secreto de los santos: permanecer en Cristo, unidos a Él como el sarmiento a la vid, para dar mucho fruto (cf. Jn 15, 1-8). Y este fruto no es otro que el amor. Este amor brilla en el testimonio de la hermana Jeanne Emilie de Villeneuve, quien dedicó su vida a Dios ya los pobres, los enfermos, los presos, explotados, convirtiéndose para ellos y para todos signo concreto del amor misericordioso del Señor.

La relación con Jesús resucitado es la "atmósfera" en la cual vive el cristiano y en la que se encuentra la fuerza para permanecer fiel al Evangelio, incluso en medio de obstáculos e incomprensiones.

"Permanecer en el amor": Sor María Cristina Brando también lo hizo. Ella fue completamente conquistada por el amor ardiente del Señor; y de la oración, del encuentro corazón a corazón con Jesús resucitado, presente en la Eucaristía. De allí recibió la fuerza para soportar el sufrimiento y donarse como pan partido a muchas personas lejanas de Dios y hambrientas del amor verdadero .

Un aspecto esencial del testimonio del Señor Resucitado es la unidad entre nosotros, sus discípulos, como la que existe entre Él y el Padre. Y la oración de Jesús en la víspera de su pasión ha resonado hoy en el Evangelio: "Que sean una sola cosa como nosotros" (Jn 17, 11).

De este eterno amor entre el Padre y el Hijo, que se extiende en nosotros por el Espíritu Santo (cf. Rm 5, 5), toma fuerza nuestra misión y nuestra comunión fraterna; de allí nace siempre nuevamente la alegría de seguir al Señor en el camino de su pobreza, de su virginidad y obediencia; y ese mismo amor llama a cultivar la oración contemplativa.

Sor Marie Baouardy lo ha experimentado de manera eminente, y aunque humilde y analfabeta, sabía cómo dar consejos y explicaciones teológicas con gran claridad, fruto del diálogo continuo con el Espíritu Santo. La docilidad al Espíritu Santo la ha convertido en instrumento de encuentro y comunión con el mundo musulmán. Así también Sor María Alphonsine Danil Ghattas ha entendido bien lo que significa irradiar el amor de Dios en el apostolado, convirtiéndose en testigo de mansedumbre y unidad. Ella nos ofrece un claro ejemplo de la importancia de volvernos responsables los unos de los otros, de vivir uno al servicio de los otros.

Permanecer en Dios y en su amor, para anunciar con la palabra y con la vida la resurrección de Jesús, siendo testigos de unidad entre nosotros y de caridad hacia todos. Esto hicieron las cuatro santas hoy proclamadas.

Su brillante ejemplo también nos interroga sobre nuestra vida cristiana: ¿Cómo soy testigo del Cristo resucitado?, es una pregunta que debemos hacernos. ¿Cómo permanezco en él, ¿cómo vivo en su amor?, ¿soy capaz de "sembrar" en la familia, en el trabajo, en mi comunidad, la semilla de esta unidad que él nos dio, haciéndonos participar en la vida trinitaria?

Al regresar a casa, llevemos con nosotros la alegría de este encuentro con el Señor resucitado; cultivemos en el corazón el compromiso de permanecer en el amor de Dios, permaneciendo unidos a Él y entre nosotros, y siguiendo los pasos de estas cuatro mujeres, modelos de santidad, que la Iglesia nos invita a imitar.

(Traducido por ZENIT)

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Papa y Santa Sede


Este domingo se celebra la 49ª Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales
 

"Comunicar la familia: ambiente privilegiado del encuentro en la gratuidad del amor" es el tema que ha elegido el santo padre Francisco

Por Redacción

Ciudad del Vaticano, (ZENIT.org)

En este año del sínodo de la familia, el santo padre Francisco ha centrado el mensaje de la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales en la hogar como el primer lugar donde aprendemos a comunicar. El Papa explica en su mensaje que en la familia la comunicación es “la capacidad de abrazarse, sostenerse, acompañarse, descifrar las miradas y los silencios, reír y llorar juntos, entre personas que no se han elegido y que, sin embargo, son tan importantes las unas para las otras”.

Además, en el mensaje recuerda que “no luchamos para defender el pasado, sino que trabajamos con paciencia y confianza, en todos los ambientes en que vivimos cotidianamente, para construir el futuro”. La familia más hermosa, asegura el Papa, es la que sabe comunicar, partiendo del testimonio, la belleza y la riqueza de la relación entre hombre y mujer, y entre padres e hijos.

Publicamos a continuación el Mensaje del Papa para la Jornada Mundial de las Comunicaciones que este año se celebra el domingo 17 de mayo. El texto fue dado a conocer el 23 de enero de 2015.

 

Texto del mensaje

"El tema de la familia está en el centro de una profunda reflexión eclesial y de un proceso sinodal que prevé dos sínodos, uno extraordinario –apenas celebrado– y otro ordinario, convocado para el próximo mes de octubre. En este contexto, he considerado oportuno que el tema de la próxima Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales tuviera como punto de referencia la familia. En efecto, la familia es el primer lugar donde aprendemos a comunicar. Volver a este momento originario nos puede ayudar, tanto a comunicar de modo más auténtico y humano, como a observar la familia desde un nuevo punto de vista.

Podemos dejarnos inspirar por el episodio evangélico de la visita de María a Isabel (cf. Lc 1,39-56). «En cuanto Isabel oyó el saludo de María, la criatura saltó en su vientre, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó a voz en grito: “¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!”» (vv. 41-42).

Este episodio nos muestra ante todo la comunicación como un diálogo que se entrelaza con el lenguaje del cuerpo. En efecto, la primera respuesta al saludo de María la da el niño saltando gozosamente en el vientre de Isabel. Exultar por la alegría del encuentro es, en cierto sentido, el arquetipo y el símbolo de cualquier otra comunicación que aprendemos incluso antes de venir al mundo. El seno materno que nos acoge es la primera «escuela» de comunicación, hecha de escucha y de contacto corpóreo, donde comenzamos a familiarizarnos con el mundo externo en un ambiente protegido y con el sonido tranquilizador del palpitar del corazón de la mamá.

Este encuentro entre dos seres a la vez tan íntimos, aunque todavía tan extraños uno de otro, es un encuentro lleno de promesas, es nuestra primera experiencia de comunicación. Y es una experiencia que nos acomuna a todos, porque todos nosotros hemos nacido de una madre.

Después de llegar al mundo, permanecemos en un «seno», que es la familia. Un seno hecho de personas diversas en relación; la familia es el «lugar donde se aprende a convivir en la diferencia» (Exort. ap. Evangelii gaudium, 66): diferencias de géneros y de generaciones, que comunican antes que nada porque se acogen mutuamente, porque entre ellos existe un vínculo. Y cuanto más amplio es el abanico de estas relaciones y más diversas son las edades, más rico es nuestro ambiente de vida. Es el vínculo el que fundamenta la palabra, que a su vez fortalece el vínculo. Nosotros no inventamos las palabras: las podemos usar porque las hemos recibido.

En la familia se aprende a hablar la lengua materna, es decir, la lengua de nuestros antepasados (cf. 2 M 7,25.27). En la familia se percibe que otros nos han precedido, y nos han puesto en condiciones de existir y de poder, también nosotros, generar vida y hacer algo bueno y hermoso. Podemos dar porque hemos recibido, y este círculo virtuoso está en el corazón de la capacidad de la familia de comunicarse y de comunicar; y, más en general, es el paradigma de toda comunicación.

La experiencia del vínculo que nos «precede» hace que la familia sea también el contexto en el que se transmite esa forma fundamental de comunicación que es la oración. Cuando la mamá y el papá acuestan para dormir a sus niños recién nacidos, a menudo los confían a Dios para que vele por ellos; y cuando los niños son un poco más mayores, recitan junto a ellos oraciones simples, recordando con afecto a otras personas: a los abuelos y otros familiares, a los enfermos y los que sufren, a todos aquellos que más necesitan de la ayuda de Dios. Así, la mayor parte de nosotros ha aprendido en la familia la dimensión religiosa de la comunicación, que en el cristianismo está impregnada de amor, el amor de Dios que se nos da y que nosotros ofrecemos a los demás.

Lo que nos hace entender en la familia lo que es verdaderamente la comunicación como descubrimiento y construcción de proximidad es la capacidad de abrazarse, sostenerse, acompañarse, descifrar las miradas y los silencios, reír y llorar juntos, entre personas que no se han elegido y que, sin embargo, son tan importantes las unas para las otras. Reducir las distancias, saliendo los unos al encuentro de los otros y acogiéndose, es motivo de gratitud y alegría: del saludo de María y del salto del niño brota la bendición de Isabel, a la que sigue el bellísimo canto del Magnificat, en el que María alaba el plan de amor de Dios sobre ella y su pueblo.

De un «sí» pronunciado con fe, surgen consecuencias que van mucho más allá de nosotros mismos y se expanden por el mundo. «Visitar» comporta abrir las puertas, no encerrarse en uno mismo, salir, ir hacia el otro. También la familia está viva si respira abriéndose más allá de sí misma, y las familias que hacen esto pueden comunicar su mensaje de vida y de comunión, pueden dar consuelo y esperanza a las familias más heridas, y hacer crecer la Iglesia misma, que es familia de familias.

La familia es, más que ningún otro, el lugar en el que, viviendo juntos la cotidianidad, se experimentan los límites propios y ajenos, los pequeños y grandes problemas de la convivencia, del ponerse de acuerdo. No existe la familia perfecta, pero no hay que tener miedo a la imperfección, a la fragilidad, ni siquiera a los conflictos; hay que aprender a afrontarlos de manera constructiva. Por eso, la familia en la que, con los propios límites y pecados, todos se quieren, se convierte en una escuela de perdón.

El perdón es una dinámica de comunicación: una comunicación que se desgasta, se rompe y que, mediante el arrepentimiento expresado y acogido, se puede reanudar y acrecentar. Un niño que aprende en la familia a escuchar a los demás, a hablar de modo respetuoso, expresando su propio punto de vista sin negar el de los demás, será un constructor de diálogo y reconciliación en la sociedad.

A propósito de límites y comunicación, tienen mucho que enseñarnos las familias con hijos afectados por una o más discapacidades.

El déficit en el movimiento, los sentidos o el intelecto supone siempre una tentación de encerrarse; pero puede convertirse, gracias al amor de los padres, de los hermanos y de otras personas amigas, en un estímulo para abrirse, compartir, comunicar de modo inclusivo; y puede ayudar a la escuela, la parroquia, las asociaciones, a que sean más acogedoras con todos, a que no excluyan a nadie.

Además, en un mundo donde tan a menudo se maldice, se habla mal, se siembra cizaña, se contamina nuestro ambiente humano con las habladurías, la familia puede ser una escuela de comunicación como bendición. Y esto también allí donde parece que prevalece inevitablemente el odio y la violencia, cuando las familias están separadas entre ellas por muros de piedra o por los muros no menos impenetrables del prejuicio y del resentimiento, cuando parece que hay buenas razones para decir «ahora basta»; el único modo para romper la espiral del mal, para testimoniar que el bien es siempre posible, para educar a los hijos en la fraternidad, es en realidad bendecir en lugar de maldecir, visitar en vez de rechazar, acoger en lugar de combatir.

Hoy, los medios de comunicación más modernos, que son irrenunciables sobre todo para los más jóvenes, pueden tanto obstaculizar como ayudar a la comunicación en la familia y entre familias. La pueden obstaculizar si se convierten en un modo de sustraerse a la escucha, de aislarse de la presencia de los otros, de saturar cualquier momento de silencio y de espera, olvidando que «el silencio es parte integrante de la comunicación y sin él no existen palabras con densidad de contenido» (Benedicto XVI, Mensaje para la XLVI Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, 24 enero 2012).

La pueden favorecer si ayudan a contar y compartir, a permanecer en contacto con quienes están lejos, a agradecer y a pedir perdón, a hacer posible una y otra vez el encuentro. Redescubriendo cotidianamente este centro vital que es el encuentro, este «inicio vivo», sabremos orientar nuestra relación con las tecnologías, en lugar de ser guiados por ellas. También en este campo, los padres son los primeros educadores. Pero no hay que dejarlos solos; la comunidad cristiana está llamada a ayudarles para vivir en el mundo de la comunicación según los criterios de la dignidad de la persona humana y del bien común.

El desafío que hoy se nos propone es, por tanto, volver a aprender a narrar, no simplemente a producir y consumir información. Esta es la dirección hacia la que nos empujan los potentes y valiosos medios de la comunicación contemporánea. La información es importante pero no basta, porque a menudo simplifica, contrapone las diferencias y las visiones distintas, invitando a ponerse de una u otra parte, en lugar de favorecer una visión de conjunto.

La familia, en conclusión, no es un campo en el que se comunican opiniones, o un terreno en el que se combaten batallas ideológicas, sino un ambiente en el que se aprende a comunicar en la proximidad y un sujeto que comunica, una «comunidad comunicante». Una comunidad que sabe acompañar, festejar y fructificar. En este sentido, es posible restablecer una mirada capaz de reconocer que la familia sigue siendo un gran recurso, y no sólo un problema o una institución en crisis.

Los medios de comunicación tienden en ocasiones a presentar la familia como si fuera un modelo abstracto que hay que defender o atacar, en lugar de una realidad concreta que se ha de vivir; o como si fuera una ideología de uno contra la de algún otro, en lugar del espacio donde todos aprendemos lo que significa comunicar en el amor recibido y entregado. Narrar significa más bien comprender que nuestras vidas están entrelazadas en una trama unitaria, que las voces son múltiples y que cada una es insustituible.

La familia más hermosa, protagonista y no problema, es la que sabe comunicar, partiendo del testimonio, la belleza y la riqueza de la relación entre hombre y mujer, y entre padres e hijos. No luchamos para defender el pasado, sino que trabajamos con paciencia y confianza, en todos los ambientes en que vivimos cotidianamente, para construir el futuro.

 

(Texto distribuido por la Sala de Prensa del Vaticano © Copyright - Libreria Editrice Vaticana)

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Francisco invita a los cristianos de Oriente Medio a imitar a las dos santas palestinas
 

En el Regia Coeli el Papa recuerda a las cuatro religiosas canonizadas, dos de ellas palestinas, y pide  inspirarse en su ejemplo de misericordia, de caridad, y de reconciliación.

Por Redacción

Ciudad del Vaticano, (ZENIT.org)

Al concluir la santa misa celebrada delante de la basílica de San Pedro, en la que el papa Francisco canonizó a cuatro religiosas, las dos primeras santas palestinas, una italiana y una francesa; y antes de rezar la oración del Regina Coeli, cantada por el coro de la Capilla Sixtina, dirigió las siguientes palabras.

«Queridos hermanos hermanas, al concluir esta celebración deseo saludar a todos quienes han venido a rendir homenaje a las nuevas santas, en particular a la delegación oficial de Palestina, Francia, Italia, Israel y Jordania.

Saludo con afecto a los cardenales, obispos y sacerdotes, así como a los hijos espirituales de las cuatro santas. Por su intercesión, el Señor conceda un nuevo impulso misionero a los respectivos países de origen. Inspirándonos a su ejemplo de misericordia, de caridad, y de reconciliación, los cristianos de estas tierras miren con esperanza el futuro, siguiendo en el camino de la solidaridad y de la convivencia fraterna.

Extiendo mi saludo a las familias, a los grupos parroquiales, a las asociaciones y a las escuelas presentes, en particular a los que reciben la confirmación en la arquidiócesis de Génova. Un pensamiento especial dirijo a los fieles de la República Checa, reunidos en el santuario de Svaty Kopećek, en Olomuc, y que hoy recuerdan los veinte años desde la visita de san Juan Pablo II.

Ayer en Venecia ha sido proclamado beato el sacerdote Luigi Caburlotto, párroco, educador y fundador de las Hijas de San José. Demos gracias a Dios por este ejemplar pastor, que concluyó una intensa vida espiritual y apostólica dedicada enteramente al bien de las almas.

Invito también a rezar por el querido pueblo de Burundi, que está viviendo un momento delicado: el Señor ayude a todos a huir de la violencia y a actuar responsablemente por el bien del país.

Con amor filial nos dirigimos ahora a la Virgen María, Madre de la Iglesia, Reina de los Santos y modelo para todos los cristianos.

Y les deseo a todos un buen domingo y por favor no se olviden de rezar por mi».

(Traducido por ZENIT)

 

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El arzobispo de Toledo celebra en la basílica de San Pedro con el rito Hispano-Mozárabe
 

El papa Francisco ha enviado un mensaje invitándo "a mantener vivas las raíces por las que el mensaje de Cristo nos ha llegado"

Por Dr. José Alberto Rugeles Martínez

Ciudad del Vaticano, (ZENIT.org)

 Mons. Braulio Rodríguez Plaza, Arzobispo de Toledo y Primado  España ha presidido este sábado por la tarde en la Basílica de San Pedro en el Vaticano, la misa en el rito Hispano-Mozárabe.

El Papa Francisco ha enviado un mensaje a los participantes invitándoles "a mantener vivas las raíces por las que el mensaje de Cristo nos ha llegado. Entre ellas se encuentra ese antiquísimo rito" ha leído el obispo auxiliar de Toledo, Ángel Fernández Collado.

Estuvieron presentes a la celebración el ministro de Asuntos Exteriores de España, José Manuel García Margallo; el embajador de España ante la Santa Sede, Eduardo Gutiérrez Saenz de Buruaga y el personal de dicha  embajada; el vice-presidente de la Pontificia Comisión para América Latina, Guzmán Carriquiry Lecour; el embajador de México en Grecia y un númeroso grupo de peregrinos, asi como españoles residentes en Roma.

Estuvieron presentes los Cardenales Ravasi, Monteiro de Castro, Santos Abril, De Giorgi, Herranz,  Rodé, y Martino, el prelado del Opus Dei, Mons. Javier Echeverría, el arzobispo Ladaria S.J. otros arzobispos y obispos así como más de un centenar de sacerdotes. 

En la Homilía el Primado de España recordó como san Juan Pablo II celebró la misma liturgia hispano-mozárabe en esa Basílica Papal de San Pedro en mayo de 1992.

El Arzobispo Primado de España afirmó que" la plegaria eucarística, descubre en lenguaje teológico típico de nuestro Rito Hispano, la manera como Jesucristo ha recogido la historia salutis” del Antiguo Testamento y la ha llevado a plenitud en su acción salvadora, acción dramática pero victoriosa. Gocen con esa oración hoy o en otro momento. Nos adentramos así en Acción de gracias, en la Eucaristía que nos dejó el Señor, en la manera cómo, desde la época tardorromana, pasando por el esplendor visigodo, los católicos de Hispania celebraban su fe, sin haber perdido nunca su rito, que es algo más que rúbricas o ceremonias. Es su genio litúrgico, su penetración en el misterio, su acercamiento a la Humanidad santísima del Salvador".

D. Braulio recordó que "muchos han sido los avatares por los que ha pasado el rito Hispano-Mozárabe. Gracias al Concilio Vaticano II, gracias al cardenal Marcelo González Martín y a cuantos le ayudaron a poner de nuevo en disposición de celebrar el venerable rito, en Toledo y en toda España.  Hoy con la aprobación de la Santa Sede y la Conferencia Episcopal Española, podemos nosotros gozar de la Eucaristía celebrada con esta expresión litúrgica del rito Hispano-Mozárabe.

Cuando, tras ser aprobado el misal y editado a finales de 1991, el Santo Padre, san Juan Pablo II, celebró esta misma misa solemne en el venerable rito, se hizo visible un signo de amor y de reconocimiento de uno de los mayores tesoros culturales y espirituales de la Iglesia española y de su diócesis primada de Toledo".

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Espiritualidad y oración


Beata Blandina (María Magdalena) Merten - 18 de mayo
 

«Valerosa ofrenda victimal de la propia vida. Otro enfoque frente al dolor. Al profesar como religiosa ursulina añadió a los votos de pobreza, castidad y obediencia, el de ser víctima. Se la denominado una oculta esposa de Cristo»

Por Isabel Orellana Vilches

Madrid, (ZENIT.org)

 «Dios no requiere obras extraordinarias; solo desea amor», hizo notar esta religiosa. La suya fue otra vida de ocultamiento en Cristo, sendero que en 1987 le llevó a los altares, tras haberlo recorrido sobrenaturalizando las acciones cotidianas. Nació el 10 de julio de 1883 en la localidad germana de Düppenweiler de Saarland. Era la penúltima de diez hermanos. Sus padres, John y Catherine, humildes campesinos, habían fraguado la educación de sus hijos al abrigo de la fe. Y Magdalena fue sumando años viendo como algo natural cómo se vivían en su hogar las prácticas piadosas que compartía con gran fervor: la misa, la recepción de los sacramentos y el rezo del rosario. Fueron germen de su vocación.

Culminó brillantemente sus estudios de magisterio en el Instituto de Marienau en Vallendar, y ejerció la docencia en Morscheid, Hunsrück desde 1902 a 1908. Era una reputada profesional que iba dejando a su paso la estela de su bondad, suscitando la estima de sus alumnas. Prudente, entregada, y singularmente devota de la Eucaristía, sobre todo desde que a sus 12 años recibió la primera comunión casi seguida de la confirmación, tenía su corazón dispuesto a cumplir la voluntad divina. Los niños, particularmente los indigentes, estuvieron en su punto de mira. Su labor con ellos era completa: vestido, alimento, enseñanza…, realizado todo en medio de proverbial delicadeza, exquisitez y generosidad. A su buen hacer académico añadía la riqueza de una visión alumbrada por la fe, que le instaba a orientar a sus alumnas a transitar por el camino del amor a Cristo Redentor y a María, así como la devoción por la Eucaristía. En ella se cumplía lo que dice el evangelio: «de la abundancia del corazón habla la boca».

Abiertos los brazos a Cristo, a sus 25 años dio un paso decisivo tendente a su consagración. El 2 de abril de 1908, junto a su hermana Elise, se convirtió en religiosa ursulina del convento de Calvarienberg en Ahrweiler. Allí tomó el nombre de Blandina (en honor de una mártir cristiana de la primera era) del Sagrado Corazón. Profesó en 1910. Su director espiritual, el jesuita padre Merk, le dio el visto bueno para que añadiera a sus votos de pobreza, castidad y obediencia, el de «ser víctima». Hacen falta altas dosis de valentía y fortaleza, muchísimo amor para enfrentarse al dolor a cara descubierta. Magdalena estaba en posesión de estas gracias. Le sobraban arrestos para acoger lo que Dios hubiese dispuesto para su vida. Ella misma recogió por escrito su impresión de que Cristo aceptaba su ofrenda al profesar perpetuamente el 4 de noviembre de 1913. Entonces hizo notar: «En este día me consagré al Divino Redentor y creo que Él aprobó el sacrificio».

Adoptaba frente al dolor una actitud infrecuente, ofreciéndose en libación por exclusivo amor a Dios. Cuando lo habitual es –si no se ofrece resistencia al sufrimiento– aceptarlo sin más, un tercer y selecto grupo que no está afectado por patología alguna, integrado también por personas anónimas que no han alcanzado la gloria de Bernini, da un paso edificante, poderosamente conmovedor. Porque no conviene olvidar que no hay nada a lo que se le tema más en esta vida que a cualquier gama de dolor físico, o el global sufrimiento en el que aquél se inscribe. Cristo mismo tembló en el Huerto de los Olivos. De modo que un gesto como el de la beata, y de quienes han determinado, no ya unir sus sufrimientos a los de Cristo, sino reclamarlos por amor a Él, no es baladí precisamente. Magdalena no pondría cota alguna a su particular holocausto. Y a ello le ayudaría la oración y la contemplación de la Eucaristía. De otro modo no podría haber soportado, como lo hizo, con paciencia y completo abandono en las manos del Padre, lo que debió afrontar.

Como religiosa su misión siguió estando en la enseñanza. Era una persona entrañable que ejercía de forma competente su labor, y sabía infundir en las alumnas las virtudes evangélicas que ella practicaba, ya que, por encima de todo, se dejaba llevar por sus ansias de santidad. Los rasgos de inocencia, modestia y piedad hicieron que ya desde niña fuese tomada como una especie de ángel por quienes la conocieron. Se distinguía por su fe, espíritu de oración –aunaba contemplación y acción–, que enriquecida por la Eucaristía y devoción mariana, alentaban el quehacer apostólico que realizaba en el aula.

Fue destinada a la escuela de Saarbrücken, y allí aparecieron los primeros síntomas de la enfermedad pulmonar, incurable en la época, que le llevaría precozmente a la muerte; Dios se apiadaría de ella acortando su vida. De regreso a Trier en 1910, ciudad a la que se trasladó por consejo médico con objeto de hacer frente a la tuberculosis, no desatendió su trabajo. Además de ejercer la docencia, asumió nuevas responsabilidades hasta que la enfermería se hizo completamente indispensable y vivía recluida en ella. En otoño de 1916 la lesión avanzaba de manera implacable y fue trasladada al hospital de Merienhaus. Su ofrenda victimal tomaba forma. Colindante la enfermería a la capilla, con gran sentido del humor –que nunca perdió, como tampoco la alegría–, altas dosis de conformidad, paciencia y paz interior, hacía notar: «Jesús y yo somos vecinos». En ese tiempo aprendió que «el dolor es la mejor escuela de amor». Así es.

Con gran esperanza asumió que pronto llegaría su muerte considerando que era una «alegre noticia». Murió en el convento de Trier el 18 de mayo de 1918. Tenía 35 años, y llevaba 11 de vida religiosa. Seguramente por su forma de morir a sí misma, como indica el evangelio, rodeada de esa fulgurante luz que desprende la falta de notoriedad cuando todo discurre en el anonimato a los pies del Redentor, ha sido denominada por su biógrafo «una oculta esposa de Cristo». Fue beatificada por Juan Pablo II el 1 de noviembre de 1987.

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