Hechos 2, 1-11: “Todos quedaron llenos del Espíritu y
empezaron a hablar”.
Salmo 103: “Envía, Señor, tu Espíritu a renovar la tierra.
Aleluya”.
I Corintios 12, 3-7. 12-13: “Hemos sido bautizados en un mismo
Espíritu para formar un solo cuerpo”.
San Juan 20, 19-23: “Como el Padre me ha enviado, así también
los envío yo: reciban el Espíritu Santo”.
“Parece una muñeca
de trapo. Nos dijeron los doctores que es una enfermedad muy
rara y que a pocas personas les ha dado. Pero nuestra hija se
está muriendo y no podemos hacer nada… la cuidamos, la
atendemos pero no se mejora nada. Sus huesos no la aguantan.
No se puede levantar, no se sostiene… parece de trapo, como si
no tuviera espíritu”. Los padres de la chica con dolor
contemplan a su niña adolescente tirada en su catre en medio
de la pobreza y la desolación, y resuenan sus palabras: “No se
sostiene… como si fuera de trapo”. El Papa Francisco ha
hablado de cristianos que parecerían de trapo y no se
sostienen como si no tuvieran espíritu: “Cuando se dice que
algo tiene «espíritu», esto suele indicar unos móviles
interiores que impulsan, motivan, alientan y dan sentido a la
acción personal y comunitaria. ¡Cómo quisiera encontrar las
palabras para alentar una etapa evangelizadora más fervorosa,
alegre, generosa, audaz, llena de amor hasta el fin y de vida
contagiosa! Pero sé que ninguna motivación será suficiente si
no arde en los corazones el fuego del Espíritu”.
Truenos, vientos fuertes, llamas de fuego, entusiasmo y
dinamismo son las señales que emplea San Lucas para indicarnos
esa fuerza incontenible del Espíritu que irrumpe en el corazón
y en la vida de los Apóstoles. Pentecostés es el cumplimiento
de las promesas, es la claridad de la nueva vida, es irrupción
de una nueva fuerza que sacude, clarifica y da nuevos
impulsos. Pentecostés es novedad que sacude las conciencias,
que disipa los miedos, que lanza a la aventura con el corazón
henchido de amor. Muchos son los signos con los que la
Escritura ha buscado describir esta fuerza del Espíritu y cada
uno de estos signos encierra una gran enseñanza y nos habla,
aunque parcialmente, de su actividad: el fuego, el viento y el
rocío; el agua o la lluvia, la paloma y la nube, la lengua que
todos entienden. Pero el Espíritu es mucho más y no puede ser
encerrado en lo que es un símbolo para representarlo. Quizás
en diferentes etapas de nuestra vida y en diversas
circunstancias nos llama más la atención una figura en
especial. En estos días me he estado preguntando por qué se
aparecerá con frecuencia bajo el signo del viento.
Quizás para nosotros la palabra “espíritu” no suene tan
dinámica y tan llena de vida porque más bien tiene como un
sentido metafísico, designando “un ser no material”. Pero ya
desde el Antiguo Testamento la palabra que se usa en hebreo
para designarlo, “ruaj”, tiene más el significado de “aliento
de vida”, y de un modo especial su manifestación en la
respiración, el hálito, el resuello, que manifiesta toda esa
vitalidad interior que tiene una persona. Viento, vendaval,
brisa, aire, aura, son expresiones que se quedan cortas cuando
queremos expresar todo lo que es el Espíritu. Es una fuerza
que arrastra, palpable y evidente, aunque los ojos no puedan
ver más que sus efectos. Es el “soplo” de Dios, su propio
aliento, que infundido en la figura de barro la transforma en
una persona a su imagen y semejanza. Es el viento poderoso que
hace surgir a los jueces y los profetas. Es la brisa suave y
silenciosa que manifiesta la presencia de Dios.
La fuerza del Espíritu es el viento que sopla en Jesús, que
se ve impulsado, “ungido por el Espíritu”, para realizar su
misión: anunciar Buena Nueva, proclamar liberación, abrir los
ojos y anunciar un año de gracia. Jesús es el hombre
arrastrado por el Espíritu. Y en este día también se nos
presentan los discípulos, aquella pequeña y desamparada
comunidad, que sienten el mismo viento de Jesús. Viento
poderoso capaz de hacerles cambiar de vida, de mentalidad y de
religión. Los que antes estaban asustados, apocados y
escondidos que no pensaban más que en escapar de una muerte
semejante a la de su Maestro, ahora se transforman en audaces
misioneros capaces de enfrentarse al Sanedrín, de abrir
fronteras, de expresarse en nuevos lenguajes, de dejar la
seguridad del Cenáculo para explorar nuevos espacios donde
resuene la Buena Nueva. En el pasaje evangélico, con el
“soplo” de Jesús y las palabras de envío, reciben la misma
misión de Jesús, con todos sus compromisos y obligaciones, con
todas sus manifestaciones, una de las cuales será el perdón y
la reconciliación.
A veces como cristianos damos la impresión de ser una barca
que no quiere que la toque el viento y que permanece inmóvil,
con apariencia de ser fiel, que no se deja impulsar, que no
despliega sus velas porque tiene miedo a descubrir nuevos
horizontes. No son los grandes vientos los que más nos
amenazan, sino la pasividad, la calma chicha, lo cotidiano, lo
cómodo y la indiferencia. Permanecemos como aguas estancadas
que al no removerse se contaminan y se pudren. Permanecemos
asustados e indiferentes ante un mundo en cambio, nos
instalamos en nuestros miedos y preocupaciones personales y no
somos capaces de abrirnos al soplo del Espíritu. A veces en
nuestro conformismo, nos dejamos llevar por vientos nocivos,
destructores, con tal de seguir la corriente del mundo y su
cultura de muerte.
Es tan fuerte el impulso de este “Espíritu” que es capaz de
hacernos hablar nuevas lenguas. Hoy debemos experimentar este
“viento”. Hace falta que levantemos la cabeza y aspiremos
profundo para que nos interiorice y haga brotar nuestra fuente
profunda. Hoy hay viento, hay rumbo, hay destino, hay misión.
Hoy es un día muy especial para entrar un momento en nuestro
interior y escuchar, más allá de lo cotidiano, lo acostumbrado
y lo trivial, la voz de Dios y el viento, suave y poderoso,
capaz de empujar nuestra nave a buenos puertos. Es día de
pedir para cada uno de nosotros y para nuestra Iglesia, el
“viento” de Jesús. Hoy es día para anunciar nueva
reconciliación, nuevo lenguaje de paz, capaz de superar
barreras y divisiones. Hoy es día de nuevas actitudes frente
al hermano. Es día para dejar escuchar dentro de nosotros al
Espíritu de justicia y de verdad ¿Le abriremos nuestro
corazón?
Ven, Dios Espíritu Santo y envíanos desde el cielo tu luz,
para iluminarnos, porque sin tu divina inspiración nada
podemos. Ven.