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El mundo visto desde Roma

Servicio diario - 24 de mayo de 2015

La frase del día 24

¡Con tu todo y mi nada haremos ese mucho! (Beato Óscar Romero) 

 


El papa Francisco

Texto completo de la homilía del Papa en la misa de Pentecostés
En la homilía de este domingo el Santo Padre recuerda que el  Espíritu Santo guía, renueva y fructifica

El Papa: el mundo necesita hombres y mujeres llenos de Espíritu Santo
En la homilía del día de Pentecostés, el Santo Padre recuerda que el Espíritu ha sido dado en abundancia a la Iglesia para que podamos vivir con fe genuina y caridad operante

Francisco: 'La desunión es una herida en el cuerpo de la Iglesia'
El Santo Padre envía un vídeo mensaje a la diócesis de Phoenix y advierte que hoy estamos asistiendo a un "ecumenismo de la sangre"

Francisco: 'La madre Iglesia no le cierra la puerta a nadie'
En la oración del Regina Coeli, el Santo Padre recuerda que la Iglesia no nació aislada. Reza por los refugiados del Golfo del Bengala y en el mar de Andamán.

Mensaje del Santo Padre por la Jornada Mundial de las Misiones 2015
El Papa recuerda que la misión es una pasión por Jesús pero, al mismo tiempo, es una pasión por su pueblo

El Papa: la misión es pasión por Jesús y por su pueblo
Francisco explica en el mensaje para la Jornada Mundial de las Misiones que entre la vida consagrada y la misión subsiste un fuerte vínculo 

Espiritualidad y oración

Santa María Magdalena de Pazzi - 25 de mayo
«Padecer y no morir fue el lema de esta mujer que nació en el seno de una ilustre familia, y que ha sido denominada la extática. Es una de las grandes místicas estigmatizadas. Se ofrendó por la renovación de la Iglesia»


El papa Francisco


Texto completo de la homilía del Papa en la misa de Pentecostés
 

En la homilía de este domingo el Santo Padre recuerda que el  Espíritu Santo guía, renueva y fructifica

Por Redacción

Ciudad del Vaticano, (ZENIT.org)

El santo padre Francisco ha celebrado la misa del domingo de Pentecostés en la Basílica Vaticana. La celebración eucarística ha sido concelebrada por cardenales, arzobispos, obispos y sacerdotes.             

 Publicamos a continuación la homilía del Santo Padre:                 

 

«Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo... recibid el Espíritu Santo» (Jn 20, 21.22), así dice Jesús. La efusión que se dio en la tarde de la resurrección se repite en el día de Pentecostés, reforzada por extraordinarias manifestaciones exteriores. La tarde de Pascua Jesús se aparece a sus discípulos y sopla sobre ellos su Espíritu (cf. Jn 20, 22); en la mañana de Pentecostés la efusión se produce de manera fragorosa, como un viento que se abate impetuoso sobre la casa e irrumpe en las mentes y en los corazones de los Apóstoles. En consecuencia reciben una energía tal que los empuja a anunciar en diversos idiomas el evento de la resurrección de Cristo: «Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en otras lenguas» (Hch 2, 4). Junto a ellos estaba  María, la Madre de Jesús, la primera discípula, y allí Madre de la Iglesia naciente. Con su paz, con su sonrisa, con su maternidad, acompañaba el gozo de la joven Esposa, la Iglesia de Jesús.
La Palabra de Dios, hoy de modo especial, nos dice que el Espíritu actúa, en las personas y en las comunidades que están colmadas de él, las hace capaces de recibir a Dios “Capax Dei”, dicen los Santos Padres. Y ¿Qué es lo que hace el Espíritu Santo mediante esta nueva capacidad que nos da? Guía hasta la verdad plena (Jn 16, 13), renueva la tierra (Sal 103) y da sus frutos (Ga 5, 22- 23). Guía, renueva y fructifica.

En el Evangelio, Jesús promete a sus discípulos que, cuando él haya regresado al Padre, vendrá el Espíritu Santo que los «guiará hasta la verdad plena» (Jn 16, 13). Lo llama precisamente «Espíritu de la verdad» y les explica que su acción será la de introducirles cada vez más en la comprensión de aquello que él, el Mesías, ha dicho y hecho, de modo particular de su muerte y de su resurrección. A los Apóstoles, incapaces de soportar el escándalo de la pasión de su Maestro, el Espíritu les dará una nueva clave de lectura para introducirles en la verdad y en la belleza del evento de la salvación. Estos hombres, antes asustados y paralizados, encerrados en el cenáculo para evitar las consecuencias del viernes santo, ya no se avergonzarán de ser discípulos de Cristo, ya no temblarán ante los tribunales humanos. Gracias al Espíritu Santo del cual están llenos, ellos comprenden «toda la verdad», esto es: que la muerte de Jesús no es su derrota, sino la expresión extrema del amor de Dios. Amor que en la Resurrección vence a la muerte y exalta a Jesús como el Viviente, el Señor, el Redentor del hombre, el Señor de la historia y del mundo. Y esta realidad, de la cual ellos son testigos, se convierte en Buena Noticia que se debe anunciar a todos.

El Espíritu Santo renueva – guía y renueva - renueva la tierra. El Salmo dice: «Envías tu espíritu... y repueblas la faz tierra» (Sal 103, 30). El relato de los Hechos de los Apóstoles sobre el nacimiento de la Iglesia encuentra una correspondencia significativa en este salmo, que es una gran alabanza a Dios Creador. El Espíritu Santo que Cristo ha mandado de junto al Padre, y el Espíritu Creador que ha dado vida a cada cosa, son uno y el mismo. Por eso, el respeto de la creación es una exigencia de nuestra fe: el “jardín” en el cual vivimos no se nos ha confiado para que abusemos de él, sino para que lo cultivemos y lo custodiemos con respeto (cf. Gn 2, 15). Pero esto es posible solamente si Adán – el hombre formado con tierra – se deja a su vez renovar por el Espíritu Santo, si se deja reformar por el Padre según el modelo de Cristo, nuevo Adán. Entonces sí, renovados por el Espíritu, podemos vivir la libertad de los hijos en armonía con toda la creación y en cada criatura podemos reconocer un reflejo de la gloria del Creador, como afirma otro salmo: «¡Señor, Dios nuestro, que admirable es tu nombre en toda la tierra!» (Sal 8, 2.10). Guía, renueva y da, da fruto.

En la carta a los Gálatas, san Pablo vuelve a mostrar cual es el “fruto” que se manifiesta en la vida de aquellos que caminan según el Espíritu (Cf. 5, 22). Por un lado está la «carne», acompañada por sus vicios que el Apóstol nombra, y que son las obras del hombre egoísta, cerrado a la acción de la gracia de Dios. En cambio, en el hombre que con fe deja que el Espíritu de Dios irrumpa en él, florecen los dones divinos, resumidos en las nueve virtudes gozosas que Pablo llama «fruto del Espíritu». De aquí la llamada, repetida al inicio y en la conclusión, como un programa de vida: «Caminad según el Espíritu» (Ga 5, 16.25).

El mundo tiene necesidad de hombres y mujeres no cerrados, sino llenos de Espíritu Santo. El estar cerrados al Espíritu Santo no es solamente falta de libertad, sino también pecado. Existen muchos modos de cerrarse al Espíritu Santo. En el egoísmo del propio interés, en el legalismo rígido – como la actitud de los doctores de la ley que Jesús llama hipócritas -, en la falta de memoria de todo aquello que Jesús ha enseñado, en el vivir la vida cristiana no como servicio sino como interés personal, entre otras cosas. En cambio, el mundo tiene necesidad del valor, de la esperanza, de la fe y de la perseverancia de los discípulos de Cristo. El mundo necesita los frutos, los dones del Espíritu Santo, como enumera san Pablo: «amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, lealtad, modestia, dominio de sí» (Ga 5, 22). El don del Espíritu Santo ha sido dado en abundancia a la Iglesia y a cada uno de nosotros, para que podamos vivir con fe genuina y caridad operante, para que podamos difundir la semilla de la reconciliación y de la paz. Reforzados por el Espíritu Santo – que guía, nos guía a la verdad, que nos renueva a nosotros y a toda la tierra, y que nos da los frutos – reforzados en el Espíritu y por estos múltiples dones, llegamos a ser capaces de luchar, sin concesión alguna, contra el pecado, de luchar, sin concesión alguna, contra la corrupción que, día tras día, se extiende cada vez más en el mundo, y de dedicarnos con paciente perseverancia a las obras de la justicia y de la paz. 

 

Texto distribuido por la Sala de Prensa del Vaticano

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El Papa: el mundo necesita hombres y mujeres llenos de Espíritu Santo
 

En la homilía del día de Pentecostés, el Santo Padre recuerda que el Espíritu ha sido dado en abundancia a la Iglesia para que podamos vivir con fe genuina y caridad operante

Por Rocío Lancho García

Ciudad del Vaticano, (ZENIT.org)

 “El mundo tiene necesidad de hombres y mujeres no cerrados, sino llenos de Espíritu Santo. El estar cerrados al Espíritu Santo no es solamente falta de libertad, sino también pecado”. Es una reflexión del santo padre Francisco durante la homilía de la misa celebrada este domingo, festividad de Pentecostés. La celebración eucarística en la Basílica Vaticana ha sido concelebrada por cardenales, arzobispos, obispos y sacerdotes. Tal y como ha advertido el Papa durante la homilía, existen muchos modos de cerrarse al Espíritu Santo. Y así ha puesto como ejemplo: “en el egoísmo del propio interés, en el legalismo rígido – como la actitud de los doctores de la ley que Jesús llama hipócritas -, en la falta de memoria de todo aquello que Jesús ha enseñado, en el vivir la vida cristiana no como servicio sino como interés personal”. El mundo tiene necesidad --ha proseguido-- del valor, de la esperanza, de la fe y de la perseverancia de los discípulos de Cristo. Igualmente, ha asegurado que “el don del Espíritu Santo ha sido dado en abundancia a la Iglesia y a cada uno de nosotros, para que podamos vivir con fe genuina y caridad operante, para que podamos difundir la semilla de la reconciliación y de la paz”.

El Papa ha subrayado que “reforzados por el Espíritu Santo y por sus múltiples dones”, llegamos a ser capaces de “luchar contra el pecado y la corrupción”, y de “dedicarnos con paciente perseverancia a las obras de la justicia y de la paz”.

En la homilía, el Papa ha recordado que “la efusión que se dio en la tarde de la resurrección se repite en el día de Pentecostés, reforzada por extraordinarias manifestaciones exteriores”. La mañana de Pentecostés --ha indicado-- los discípulos reciben una energía tal que los empuja a anunciar en diversos idiomas el evento de la resurrección de Cristo.                    

Asimismo ha señalado que Jesús promete a sus discípulos que, cuando él haya regresado al Padre, vendrá el Espíritu Santo que los “guiará hasta la verdad plena”. Lo llama precisamente “Espíritu de la verdad” y les explica que su acción será la de introducirles cada vez más en la comprensión de aquello que Él, el Mesías, ha dicho y hecho, de modo particular de su muerte y de su resurrección, ha observado el Santo Padre.

De este modo, el Pontífice ha asegurado que “estos hombres, antes asustados y paralizados, encerrados en el cenáculo para evitar las consecuencias del viernes santo, ya no se avergonzarán de ser discípulos de Cristo, ya no temblarán ante los tribunales humanos”. Gracias al Espíritu Santo comprenden que “la muerte de Jesús no es su derrota, sino la expresión extrema del amor de Dios”.

Por otro lado, Francisco ha añadido que “el Espíritu Santo que Cristo ha mandado del Padre, y el Espíritu Creador que ha dado vida a cada cosa, son uno y el mismo”. Por eso, ha precisado, “el respeto de la creación es una exigencia de nuestra fe”. El jardín en el cual vivimos --ha añadido-- no se nos ha confiado para que abusemos de él, sino para que lo cultivemos y lo custodiemos con respeto. Y esto solo es posible “si Adán se deja a su vez renovar por el Espíritu Santo, si se deja reformar por el Padre según el modelo de Cristo, nuevo Adán”.                     

Haciendo referencia a la carta a los Gálatas de san Pablo, el Pontífice ha subrayado que “el hombre que con fe deja que el Espíritu de Dios irrumpa en él, florecen los dones divinos, resumidos en las nueve virtudes gozosas que Pablo llama fruto del Espíritu”.

                    

 

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Francisco: 'La desunión es una herida en el cuerpo de la Iglesia'
 

El Santo Padre envía un vídeo mensaje a la diócesis de Phoenix y advierte que hoy estamos asistiendo a un "ecumenismo de la sangre"

Por Redacción

Ciudad del Vaticano, (ZENIT.org)

"La desunión es una herida en el cuerpo de la Iglesia de Cristo. Y nosotros no queremos que esa herida permanezca. La desunión es obra del padre de la mentira, del padre de la discordia, que siempre busca que los hermanos estén divididos". Así lo recuerda el papa Francisco en un vídeo mensaje enviado en ocasión de la jornada del diálogo y la oración organizada el sábado 23 de mayo por la diócesis de Phoenix (Estados Unidos) y en colaboración con un grupo de pastores evangélicos de orientación pentecostal.                  El Papa manifiesta su unidad con ellos espiritualmente durante esta jornada en la que están “buscando juntos, pidiendo juntos la gracia de la unidad”. La unidad --prosigue-- que está germinando en nosotros, la unidad que comienza sellada por un solo Bautismo y que todos tenemos. La unidad que vamos buscando juntos en el camino. La unidad espiritual de la oración, los unos por los otros. La unidad del trabajo conjunto en la ayuda de los hermanos, de los que creen en la soberanía de Cristo.

Francisco invita a pedir para que el Padre envíe el Espíritu de Jesús, el Espíritu Santo, y nos de la gracia de que todos sean uno, “para que el mundo crea”. A continuación explica algo que considera “que puede ser una insensatez, o quizás una herejía, no sé”. De este modo, el Santo Padre asegura que “hay alguien que ‘sabe’ que, pese a las diferencias, somos uno. Y es él que nos persigue. El que persigue hoy día a los cristianos, el que nos unge con el martirio, sabe que los cristianos son discípulos de Cristo: ¡que son uno, que son hermanos!” No le interesa --añade-- si son evangélicos, ortodoxos, luteranos, católicos, apostólicos...¡no le interesa! Son cristianos.

Asimismo recuerda que esta sangre se junta. “Hoy estamos viviendo, queridos hermanos, el ecumenismo de la sangre”, observa el Papa. Y esto, según el Papa, “nos tiene que animar a hacer lo que estamos haciendo hoy: orar, hablar entre nosotros, acortar distancias, hermanarnos cada vez más”.

Por otro lado, el Pontífice reconoce que la unidad no la van a hacer los teólogos, “los teólogos nos ayudan, la ciencia de los teólogos nos va a ayudar, pero si esperamos que los teólogos se pongan de acuerdo, la unidad recién se va a lograr al día siguiente del día del Juicio Final”. La unidad --subraya-- la hace el Espíritu Santo.

Finalmente, el Papa renueva su unión con los destinatarios del mensaje “en esta jornada de oración, de amistad, de cercanía, de reflexión”.  Y concluye “con la certeza de que tenemos un solo Señor: Jesús es el Señor. Con la certeza de que este Señor está vivo: Jesús vive, vive el Señor en cada uno de nosotros. Con la certeza de que nos ha enviado el Espíritu que prometió para que realizara esa “armonía” entre todos sus discípulos”.

        

 

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Francisco: 'La madre Iglesia no le cierra la puerta a nadie'
 

En la oración del Regina Coeli, el Santo Padre recuerda que la Iglesia no nació aislada. Reza por los refugiados del Golfo del Bengala y en el mar de Andamán.

Por Redacción

Ciudad del Vaticano, (ZENIT.org)

El santo padre Francisco se ha asomado para rezar el Regina Coeli, con los fieles reunidos en la plaza de San Pedro, este domingo, Solemnidad de Pentecostés.                 

Estas son las palabras del Papa para introducir la oración mariana:

Queridos hermanos y hermanas, buenos días:

La fiesta de Pentecostés nos hace revivir los inicios de la Iglesia. El libro de los Hechos de los Apóstoles narra que, cincuenta días después de la Pascua, en la casa donde se encontraban los discípulos de Jesús “de pronto, vino del cielo un ruido, semejante a una fuerte ráfaga de viento… y todos quedaron llenos del Espíritu Santo” (2,1-2). Los discípulos son completamente transformados con esta efusión: al miedo le entra la valentía, la clausura cede lugar al anuncio y toda duda es eliminada por la fe llena de amor. Es el “bautismo” de la Iglesia, que iniciaba así su camino en la historia, guiada por la fuerza del Espíritu Santo.

Ese evento que cambia el corazón y la vida de los apóstoles y de los otros discípulos, se refleja inmediatamente en el Cenáculo. De hecho, esa puerta cerrada durante cincuenta días finalmente es abierta y la primera Comunidad cristiana, ya no cerrada en sí misma, inicia a hablar a la multitud de distintas procedencias de las grandes cosas que Dios ha hecho (cfr v. 11), es decir de la Resurrección de Jesús, que había sido crucificado. Y cada uno de los presentes escucha hablar a los discípulos en su propia lengua. El don del Espíritu restablece la armonía de las lenguas que se había perdido en Babel y pronostica la dimensión universal de la misión de los apóstoles. La Iglesia no nace aislada, nace universal, una y católica, con una identidad precisa pero abierta a todos, no cerrada, una identidad que abraza al mundo entero, sin excluir a nadie. La madre Iglesia no le cierra a nadie la puerta en la cara. A nadie, ni siquiera al más pecador, a nadie, y esto por la gracia y la fuerza del Espíritu Santo. La madre Iglesia abre sus puertas a todos porque es madre.

El Espíritu Santo derramado en Pentecostés en el corazón de los discípulos es el inicio de una nueva época: la época del testimonio y de la fraternidad. Es un tiempo que viene de lo alto, de Dios, como las llamas de fuego que se posaron sobre la cabeza de cada discípulo. Era la llama del amor que quema cualquier aspereza; era el lenguaje del Evangelio que cruza las fronteras puestas por los hombres y toca los corazones de la multitud, sin distinción de lengua, raza o nacionalidad. Como ese día de Pentecostés, el Espíritu Santo se derrama continuamente hoy sobre la Iglesia y sobre cada uno de nosotros para que salgamos de nuestra mediocridad y de nuestras clausuras y comuniquemos al mundo entero el amor misericordioso del Señor. Comunicar el amor misericordioso del Señor. ¡Esta es nuestra misión! También a nosotros nos han dado la “lengua” del Evangelio y el “fuego” del Espíritu Santo, porque mientras anunciamos a Cristo resucitado, vivo y presente en medio de nosotros, calentamos el corazón de los pueblos acercándoles a Él, camino, verdad y vida.

Nos encomendamos a la materna intercesión de María Santísima, que estaba presente como Madre, era la madre de Jesús que se convierte en madre de la Iglesia, en medio a los discípulos en el Cenáculo, para que el Espíritu Santo descienda en abundancia sobre la Iglesia de nuestro tiempo, llene los corazones de todos los fieles y encienda en ellos el fuego de su amor.

Regina Coeli….

Después de la oración:

Queridos hermanos y hermanas, sigo con viva preocupación la situación de los numerosos refugiados en el Golfo del Bengala y en el mar de Andamán. Aprecio los esfuerzos cumplidos por los países que les han dado su disponibilidad y acogen a estas personas que están afrontando graves sufrimientos y peligros. Animo a la comunidad internacional para darles la asistencia humanitaria necesaria.

Tal día como hoy, hace 100 años, Italia entró en la Gran Guerra, esa masacre inútil. Pedimos por las víctimas pidiendo al Espíritu Santo el don de la paz.

Ayer, en el Salvador y en Kenia, fueron proclamados beatos un obispo y una religiosa. El primero es monseñor Óscar Romero, arzobispo de San Salvador, asesinado por odio a la fe, mientras estaba celebrando la eucaristía. Este pastor celante, sobre el ejemplo de Jesús, eligió estar en medio de su pueblo, especialmente de los pobres y  los oprimidos, también a costa de la propia vida. La religiosa es sor Irene Stefani, italiana, de las Misioneras de la Consolata, que sirvió a la población keniana con alegría, misericordia y tierna compasión. El ejemplo heroico de estos beatos suscite en cada uno de nosotros el vivo deseo de testimoniar el Evangelio con valentía y abnegación.

Saludo a todos vosotros, queridos romanos y peregrinos: las familias, los grupos parroquiales, las asociaciones. En particular a los fieles procedentes de Gran Bretaña, Barcelona, de Friburgo, y el coro de jóvenes de Herxheim. Saludo a la comunidad Dominicana de Roma, los fieles de Cervaro (Frosinone), los militares de la aeronáutica de Nápoles, la Sacra Coral Jónica y los chicos de confirmación de Pievidizzio (Brescia).
Saludo hoy, en el día de la María Auxiliadora, a la comunidad salesiana. Que el Señor les dé fuerza para llevar adelante el espíritu de san Juan Bosco.
A todos deseo un buen domingo de Pentecostés. Por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!

 

Texto traducido por ZENIT 

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Mensaje del Santo Padre por la Jornada Mundial de las Misiones 2015
 

El Papa recuerda que la misión es una pasión por Jesús pero, al mismo tiempo, es una pasión por su pueblo

Por Redacción

Ciudad del Vaticano, (ZENIT.org)

Publicamos a continuación el Mensaje del santo padre Francisco por la 89ª Jornada Mundial de las Misiones, que se celebra el 18 de octubre.

Queridos hermanos y hermanas:

La Jornada Mundial de las Misiones 2015 tiene lugar en el contexto del Año de la Vida Consagrada, y recibe de ello un estímulo para la oración y la reflexión. De hecho, si todo bautizado está llamado a dar testimonio del Señor Jesús proclamando la fe que ha recibido como un don, esto es particularmente válido para la persona consagrada, porque entre la vida consagrada y la misión subsiste un fuerte vínculo. El seguimiento de Jesús, que ha dado lugar a la aparición de la vida consagrada en la Iglesia, responde a la llamada a tomar la cruz e ir tras él, a imitar su dedicación al Padre y sus gestos de servicio y de amor, a perder la vida para encontrarla. Y dado que toda la existencia de Cristo tiene un carácter misionero, los hombres y las mujeres que le siguen más de cerca asumen plenamente este mismo carácter.

La dimensión misionera, al pertenecer a la naturaleza misma de la Iglesia, es también intrínseca a toda forma de vida consagrada, y no puede ser descuidada sin que deje un vacío que desfigure el carisma. La misión no es proselitismo o mera estrategia; la misión es parte de la “gramática” de la fe, es algo imprescindible para aquellos que escuchan la voz del Espíritu que susurra “ven” y “ve”. Quién sigue a Cristo se convierte necesariamente en misionero, y sabe que Jesús «camina con él, habla con él, respira con él. Percibe a Jesús vivo con él en medio de la tarea misionera» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 266).

La misión es una pasión por Jesús pero, al mismo tiempo, es una pasión por su pueblo. Cuando nos detenemos ante Jesús crucificado, reconocemos todo su amor que nos dignifica y nos sostiene; y en ese mismo momento percibimos que ese amor, que nace de su corazón traspasado, se extiende a todo el pueblo de Dios y a la humanidad entera; Así redescubrimos que él nos quiere tomar como instrumentos para llegar cada vez más cerca de su pueblo amado (cf. ibid., 268) y de todos aquellos que lo buscan con corazón sincero. En el mandato de Jesús: “id” están presentes los escenarios y los desafíos siempre nuevos de la misión evangelizadora de la Iglesia. En ella todos están llamados a anunciar el Evangelio a través del testimonio de la vida; y de forma especial se pide a los consagrados que escuchen la voz del Espíritu, que los llama a ir a las grandes periferias de la misión, entre las personas a las que aún no ha llegado todavía el Evangelio.

El quincuagésimo aniversario del Decreto conciliar Ad gentes nos invita a releer y meditar este documento que suscitó un fuerte impulso misionero en los Institutos de Vida Consagrada. En las comunidades contemplativas retomó luz y elocuencia la figura de santa Teresa del Niño Jesús, patrona de las misiones, como inspiradora del vínculo íntimo de la vida contemplativa con la misión. Para muchas congregaciones religiosas de vida activa el anhelo misionero que surgió del Concilio Vaticano II se puso en marcha con una apertura extraordinaria a la misión ad gentes, a menudo acompañada por la acogida de hermanos y hermanas provenientes de tierras y culturas encontradas durante la evangelización, por lo que hoy en día se puede hablar de una interculturalidad generalizada en la vida consagrada. Precisamente por esta razón, es urgente volver a proponer el ideal de la misión en su centro: Jesucristo, y en su exigencia: la donación total de sí mismo a la proclamación del Evangelio. No puede haber ninguna concesión sobre esto: quién, por la gracia de Dios, recibe la misión, está llamado a vivir la misión. Para estas personas, el anuncio de Cristo, en las diversas periferias del mundo, se convierte en la manera de vivir el seguimiento de él y recompensa los muchos esfuerzos y privaciones. Cualquier tendencia a desviarse de esta vocación, aunque sea acompañada por nobles motivos relacionados con la muchas necesidades pastorales, eclesiales o humanitarias, no está en consonancia con el llamamiento personal del Señor al servicio del Evangelio. En los Institutos misioneros los formadores están llamados tanto a indicar clara y honestamente esta perspectiva de vida y de acción como a actuar con autoridad en el discernimiento de las vocaciones misioneras auténticas. Me dirijo especialmente a los jóvenes, que siguen siendo capaces de dar testimonios valientes y de realizar hazañas generosas a veces contra corriente: no dejéis que os roben el sueño de una misión auténtica, de un seguimiento de Jesús que implique la donación total de sí mismo. En el secreto de vuestra conciencia, preguntaos cuál es la razón por la que habéis elegido la vida religiosa misionera y medid la disposición a aceptarla por lo que es: un don de amor al servicio del anuncio del Evangelio, recordando que, antes de ser una necesidad para aquellos que no lo conocen, el anuncio del Evangelio es una necesidad para los que aman al Maestro.

Hoy, la misión se enfrenta al reto de respetar la necesidad de todos los pueblos de partir de sus propias raíces y de salvaguardar los valores de las respectivas culturas. Se trata de conocer y respetar otras tradiciones y sistemas filosóficos, y reconocer a cada pueblo y cultura el derecho de hacerse ayudar por su propia tradición en la inteligencia del misterio de Dios y en la acogida del Evangelio de Jesús, que es luz para las culturas y fuerza transformadora de las mismas.

Dentro de esta compleja dinámica, nos preguntamos: “¿Quiénes son los destinatarios privilegiados del anuncio evangélico?” La respuesta es clara y la encontramos en el mismo Evangelio: los pobres, los pequeños, los enfermos, aquellos que a menudo son despreciados y olvidados, aquellos que no tienen como pagarte (cf. Lc 14,13-14). La evangelización, dirigida preferentemente a ellos, es signo del Reino que Jesús ha venido a traer: «Existe un vínculo inseparable entre nuestra fe y los pobres. Nunca los dejemos solos» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 48). Esto debe estar claro especialmente para las personas que abrazan la vida consagrada misionera: con el voto de pobreza se escoge seguir a Cristo en esta preferencia suya, no ideológicamente, sino como él, identificándose con los pobres, viviendo como ellos en la precariedad de la vida cotidiana y en la renuncia de todo poder para convertirse en hermanos y hermanas de los últimos, llevándoles el testimonio de la alegría del Evangelio y la expresión de la caridad de Dios.

Para vivir el testimonio cristiano y los signos del amor del Padre entre los pequeños y los pobres, las personas consagradas están llamadas a promover, en el servicio de la misión, la presencia de los fieles laicos. Ya el Concilio Ecuménico Vaticano II afirmaba: «Los laicos cooperan a la obra de evangelización de la Iglesia y participan de su misión salvífica a la vez como testigos y como instrumentos vivos» (Ad gentes, 41). Es necesario que los misioneros consagrados se abran cada vez con mayor valentía a aquellos que están dispuestos a colaborar con ellos, aunque sea por un tiempo limitado, para una experiencia sobre el terreno. Son hermanos y hermanas que quieren compartir la vocación misionera inherente al Bautismo. Las casas y las estructuras de las misiones son lugares naturales para su acogida y su apoyo humano, espiritual y apostólico.

Las Instituciones y Obras misioneras de la Iglesia están totalmente al servicio de los que no conocen el Evangelio de Jesús. Para lograr eficazmente este objetivo, estas necesitan los carismas y el compromiso misionero de los consagrados, pero también, los consagrados, necesitan una estructura de servicio, expresión de la preocupación del Obispo de Roma para asegurar la koinonía, de forma que la colaboración y la sinergia sean una parte integral del testimonio misionero. Jesús ha puesto la unidad de los discípulos, como condición para que el mundo crea (cf. Jn 17,21). Esta convergencia no equivale a una sumisión jurídico-organizativa a organizaciones institucionales, o a una mortificación de la fantasía del Espíritu que suscita la diversidad, sino que significa dar más eficacia al mensaje del Evangelio y promover aquella unidad de propósito que es también fruto del Espíritu.

La Obra Misionera del Sucesor de Pedro tiene un horizonte apostólico universal. Por ello también necesita de los múltiples carismas de la vida consagrada, para abordar al vasto horizonte de la evangelización y para poder garantizar una adecuada presencia en las fronteras y territorios alcanzados.

Queridos hermanos y hermanas, la pasión del misionero es el Evangelio. San Pablo podía afirmar: «¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio!» (1 Cor 9,16). El Evangelio es fuente de alegría, de liberación y de salvación para todos los hombres. La Iglesia es consciente de este don, por lo tanto, no se cansa de proclamar sin cesar a todos «lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos» (1 Jn 1,1). La misión de los servidores de la Palabra - obispos, sacerdotes, religiosos y laicos - es la de poner a todos, sin excepción, en una relación personal con Cristo. En el inmenso campo de la acción misionera de la Iglesia, todo bautizado está llamado a vivir lo mejor posible su compromiso, según su situación personal. Una respuesta generosa a esta vocación universal la pueden ofrecer los consagrados y las consagradas, a través de una intensa vida de oración y de unión con el Señor y con su sacrificio redentor.

Mientras encomiendo a María, Madre de la Iglesia y modelo misionero, a todos aquellos que, ad gentes o en su propio territorio, en todos los estados de vida cooperan al anuncio del Evangelio, os envío de todo corazón mi Bendición Apostólica.
Vaticano, 24 de mayo de 2015, Solemnidad de Pentecostés 

 

Texto distribuido por la Sala de Prensa del Vaticano

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El Papa: la misión es pasión por Jesús y por su pueblo
 

Francisco explica en el mensaje para la Jornada Mundial de las Misiones que entre la vida consagrada y la misión subsiste un fuerte vínculo 

Por Rocío Lancho García

Ciudad del Vaticano, (ZENIT.org)

La misión no es proselitismo o mera estrategia, la misión es parte de la “gramática” de la fe, es algo imprescindible para aquellos que escuchan la voz del Espíritu que susurra ‘ven’ y ‘ve’. Son palabras del Santo Padre en el mensaje por la Jornada Mundial de las Misiones publicado hoy y que se celebra el 18 de octubre.         

El Papa recuerda en el texto que esta Jornada tiene lugar este año en el Año de la Vida Consagrada, y recibe de ello un estímulo para la oración y la reflexión. De hecho, si todo bautizado está llamado a dar testimonio del Señor Jesús proclamando la fe que ha recibido como un don, “esto es particularmente válido para la persona consagrada, porque entre la vida consagrada y la misión subsiste un fuerte vínculo”. La dimensión misionera, recuerda el Papa, es también intrínseca a toda forma de vida consagrada, y “no puede ser descuidada sin que deje un vacío que desfigure el carisma”. Y añade que “la misión es una pasión por Jesús pero, al mismo tiempo, es una pasión por su pueblo”.

En la Iglesia, “todos están llamados a anunciar el Evangelio a través del testimonio de la vida” y de forma especial “se pide a los consagrados que escuchen la voz del Espíritu, que los llama a ir a las grandes periferias de la misión, entre las personas a las que aún no ha llegado todavía el Evangelio”, explica Francisco.

A continuación el Papa ha recordado que para muchas congregaciones religiosas de vida activa, el anhelo misionero que surgió del Concilio Vaticano II se puso en marcha con una apertura extraordinaria a la misión ad gentes, a menudo acompañada por la acogida de hermanos y hermanas provenientes de tierras y culturas encontradas durante la evangelización, por lo que hoy en día se puede hablar de una interculturalidad generalizada en la vida consagrada. Precisamente por esta razón, “es urgente volver a proponer el ideal de la misión en su centro: Jesucristo, y en su exigencia: la donación total de sí mismo a la proclamación del Evangelio”.

Para estas personas --precisa el Papa-- el anuncio de Cristo, en las diversas periferias del mundo, “se convierte en la manera de vivir el seguimiento de él y recompensa los muchos esfuerzos y privaciones”. Y advierte que “cualquier tendencia a desviarse de esta vocación, aunque sea acompañada por nobles motivos relacionados con la muchas necesidades pastorales, eclesiales o humanitarias, no está en consonancia con el llamamiento personal del Señor al servicio del Evangelio”.

A los jóvenes, el Papa les pide que no se dejen robar el sueño de una misión auténtica, de un seguimiento de Jesús que implique la donación total de sí mismos. Igualmente les invita a preguntarse cuál es la razón por la que han elegido la vida religiosa misionera y medir la disposición a aceptarla por lo que es: “un don de amor al servicio del anuncio del Evangelio, recordando que, antes de ser una necesidad para aquellos que no lo conocen, el anuncio del Evangelio es una necesidad para los que aman al Maestro”.

Por otro lado, el Papa presenta el reto al que se enfrenta la misión de “respetar la necesidad de todos los pueblos de partir de sus propias raíces y de salvaguardar los valores de las respectivas culturas.” Se trata de conocer y respetar --asegura Francisco-- otras tradiciones y sistemas filosóficos, y reconocer a cada pueblo y cultura el derecho de hacerse ayudar por su propia tradición en la inteligencia del misterio de Dios y en la acogida del Evangelio de Jesús, que es luz para las culturas y fuerza transformadora de las mismas.

Además, invita a preguntarse por quiénes son los destinatarios privilegiados del anuncio evangélico. La respuesta es clara, asegura el Papa: los pobres, los pequeños, los enfermos, aquellos que a menudo son despreciados y olvidados, aquellos que no tienen como pagarte. Y esto debe estar claro especialmente para las personas que abrazan la vida consagrada misionera: con el voto de pobreza se escoge seguir a Cristo en esta preferencia suya, “identificándose con los pobres, viviendo como ellos en la precariedad de la vida cotidiana y en la renuncia de todo poder para convertirse en hermanos y hermanas de los últimos”.

También recuerda el Papa que las personas consagradas están llamadas a promover en el servicio de la misión, la presencia de los fieles laicos. Es necesario --afirma el Pontífice-- que los misioneros consagrados se abran cada vez con mayor valentía a aquellos que están dispuestos a colaborar con ellos.

Las Instituciones y Obras misioneras de la Iglesia --recuerda el Papa-- están totalmente al servicio de los que no conocen el Evangelio de Jesús. Para lograrlo los consagrados “necesitan una estructura de servicio, expresión de la preocupación del Obispo de Roma para asegurar la koinonía, de forma que la colaboración y la sinergia sean una parte integral del testimonio misionero”.

Para finalizar el mensaje, el Papa recuerda que el Evangelio es “fuente de alegría, de liberación y de salvación para todos los hombres”. La misión de los servidores de la Palabra - obispos, sacerdotes, religiosos y laicos - es la de poner a todos, sin excepción, en una relación personal con Cristo. Y afirma que todo bautizado está llamado a vivir lo mejor posible su compromiso, según su situación personal.                    

 

                

            

        

 

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Espiritualidad y oración


Santa María Magdalena de Pazzi - 25 de mayo
 

«Padecer y no morir fue el lema de esta mujer que nació en el seno de una ilustre familia, y que ha sido denominada la extática. Es una de las grandes místicas estigmatizadas. Se ofrendó por la renovación de la Iglesia»

Por Isabel Orellana Vilches

Madrid, (ZENIT.org)

A Magdalena no se le ha hecho justicia porque en su acontecer hay un riquísimo trasfondo espiritual que respalda su admirable virtud. Y, sin embargo, la tendencia generalizada ha sido destacar de manera sesgada y errónea sus experiencias místicas, todas de gran alcance, tildándola de histérica, calificando como masoquista su insistente súplica a Cristo de «padecer y no morir». Se ha dejado atrás lo relevante: la centralidad trinitaria de su vida y su deseo de renovación dentro de la Iglesia que le llevó a ofrecerse a Dios como víctima expiatoria. No se ha tenido en cuenta ni su discreción, ni el grado de obediencia que le llevó a narrar los favores celestiales con los que fue agraciada cuando hubiera deseado mantenerlos a resguardo. Eso sí, con todo rigor se la denomina «la extática» por antonomasia, considerándola una de las grandes místicas estigmatizadas.

Nació en Florencia, Italia, el 2 de abril de 1566 en el seno de la ilustre y noble familia Pazzi. El año 1576, en breve intervalo de tiempo, recibió la primera comunión y efectuó voto privado de virginidad. Ambos hechos tenían estrecha conexión ya que a la edad de 8 años había permanecido interna durante un tiempo con las Damas de San Giovannino, monasterio al que regresó cumplidos los 14 con la condición de que le permitiesen recibir diariamente la Eucaristía, algo infrecuente en la época. Es decir que comunión y consagración iban entrelazadas. Obligada a dejar el convento, se esforzó por convencer a sus padres para que le permitieran abrazarse a la vida religiosa. Y en agosto de 1582 realizó una experiencia con las carmelitas de Santa María de los Ángeles para dilucidar el carisma y lugar en el que haría efectiva su entrega. En la quincena que permaneció junto a las religiosas vio que era su camino, máxime cuando tenían el privilegio de recibir la comunión todos los días. En diciembre de ese año ingresó con ellas y en enero de 1583 inició su noviciado.

En esa época ya estaba siendo favorecida con éxtasis. La primera experiencia de esta naturaleza, que se produjo en presencia de su madre, la había vivido en 1578. La primavera de 1584 trajo consigo una desconocida enfermedad diagnosticada como incurable. Y el 27 de mayo, día de la Santísima Trinidad ese año, le permitieron profesar ante el altar de María acostada en una camilla. Fue el inicio de una serie de éxtasis diarios que le sobrevenían después de recibir la comunión, prolongándose durante dos o tres horas. En ellos y durante cuarenta días fue instruida por Cristo. La enfermedad desapareció de improviso, tal como se le había presentado, en la primavera de 1585. En abril recibió los estigmas y fue desposada místicamente por Cristo que le entregó un anillo. A la par comenzaron a desatarse una serie de pruebas, un desierto que iba transformando todo su ser en un fuego de amor que sellaba su encuentro con el Creador.

Una persona como ella, revestida de inocencia, que suspiraba por la pureza en un sentido global y estricto, sufría enormemente al constatar la tibieza moral de la época que había impregnado también a la Iglesia. En 1586 a través de un éxtasis fue invitada a colaborar en la reforma de la misma. En 1589 fue designada vice-maestra de novicias. Al año siguiente perdió a su madre y en una visión contempló que estaba esperanzada y gozosa en el purgatorio. Continuaba experimentando un profundo anhelo de conversión para la Iglesia. No contenta con orar insistentemente por ella, el 1 de mayo de 1595 renovó su ofrenda a Dios con una promesa. Quería arrebatar de Él esa gracia para que nadie permaneciese de espaldas al don de la fe, y rogó que se le concediera el «desnudo padecer». Viviría completamente desprendida de todo lo que tuviera que ver consigo misma. Pero ese momento suplicado por ella en el que iba a quedar sumida en el abandono que demandó no llegaría hasta junio de 1604. A partir de entonces y hasta su muerte estaría despojada de consuelos celestiales. Entretanto, su itinerario espiritual iba conduciéndole por los senderos de la alta mística entretejidos de sufrimientos pero llenos de inenarrables gracias.

Ese año de 1595 fue nombrada maestra de profesas. Y en 1598 maestra de novicias. Cinceló en el corazón de ellas los rasgos del verdadero discípulo de Cristo, comenzando por la vivencia de la caridad. No tomaba nota de las experiencias sobrenaturales que le acontecían. Pero sus superiores le indicaron por obediencia que narrase su vida espiritual. Y tuvo que dictar sus favores consignados en Coloquios y Renovación de la Iglesia, entre otros. En ellos queda plasmada su particular «locura de la cruz», su elegancia en el abrazo a este símbolo del cristiano, su valentía al asumir y reclamar por amor todo sufrimiento, anegada de urgencia apostólica que le llevaba a suplicar enardecida: «¡Almas, Señor; dadme almas!». «Envidio la suerte de los pájaros que pueden volar por el mundo. Si yo tuviese alas volaría a las Indias lejanas para recoger a sus niños abandonados y si Cristo me preguntara si tengo fe yo le contestaría con mis obras».

Su inmolación discurría entre la oración que era comunicación con Dios y la Eucaristía. Absorta en la meditación, con una capacidad para sumergirse en lo divino, podía pasarse varias horas reflexionando sobre dos o tres puntos del evangelio. En 1607, poco antes de su deceso, mientras se hallaba en el jardín junto a sus hermanas, en un éxtasis le fue dado a contemplar el purgatorio. Las religiosas le escuchaban proferir: «¡Misericordia, Dios mío, misericordia!». Esta visión fue especialmente dolorosa para ella que comprobó horrorizada las penas sufridas por los que antepusieron al amor su impenitencia. Al final rogó no volver a presenciar algo así. Extrajo esta lección: «Dime, Señor, el por qué de tu designio, de descubrirme esas terribles prisiones de las cuales sabía tan poco y comprendía aún menos… ¡Ah! ahora entiendo; deseaste darme el conocimiento de tu infinita santidad, para hacerme detestar más y más la menor mancha de pecado, que es tan abominable ante tus ojos». Murió el 25 de mayo de 1607 con fama de santidad, precedida por sus milagros. Urbano VIII la beatificó el 8 de mayo de 1626. Clemente IX la canonizó el 28 de abril de 1669.

 

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