"Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En estas catequesis sobre la familia, hoy
quisiera hablar de noviazgo. El noviazgo --se escucha en la
palabra (en italiano se dice ‘fidanzamento’ ndr.)-- tiene con
ver con la confianza, la confidencia, la fiabilidad. Confianza
con la vocación que Dios dona, porque el matrimonio es sobre
todo el descubrimiento de una llamada de Dios. Ciertamente es
una cosa bella que hoy los jóvenes puedan elegir casarse sobre
la base de un amor recíproco.
Pero precisamente la libertad de la unión
requiere una consciente armonía en la decisión, no solo un
simple entendimiento de la atracción o del sentimiento de un
momento, de un tiempo breve. Requiere un camino. El noviazgo,
en otros términos, es el tiempo en el que los dos están
llamados a hacer un buen trabajo sobre el amor, un trabajo
partícipe y compartido, que va a la profundidad.
Se conocen el uno al otro: el hombre entiende
a la mujer aprendiendo de esta mujer, su novia; y la mujer
entiende del hombre aprendiendo este hombre, su novio. No
infravaloremos la importancia de este aprendizaje: es un
compromiso bonito, y el amor mismo lo requiere, porque no es
solamente una felicidad sin preocupaciones, una emoción
encantada… El pasaje bíblico habla de toda la creación como un
bonito trabajo del amor de Dios: “Dios miró, así dice el libro
del Génesis, todo lo que había hecho, y vio que era muy
bueno”. Solamente al final, Dios “descansó”. De esta imagen
entendemos que el amor de Dios, que dio origen al mundo, no
fue una decisión improvisada. ¡No!, fue un bonito trabajo. El
amor de Dios creó las condiciones concretas de una alianza
irrevocable, sólida, destinada a durar.
La alianza de amor entre el hombre y la mujer,
alianza para la vida, no se improvisa, no se hace de un día
para otro, no hay matrimonio exprés: es necesario trabajar en
el amor. Es necesario caminar. La alianza del amor entre el
hombre y la mujer se aprende y se afina. Me permito decir, es
una alianza artesanal. Hacer de dos vidas una vida sola. Es
también casi un milagro. Un milagro de la libertad y del
corazón, confiado a la fe.
Tendríamos quizá que comprometernos más en este
punto, porque nuestras “coordinadas sentimentales” están un
poco confusas. Quien pretende querer todo y enseguida, cede
también todo --y enseguida-- a la primera dificultad, o a la
primera ocasión. No hay esperanza por la confianza y la
felicidad del don de sí, si prevalece la costumbre de consumar
el amor como una especia de “integrador” del bienestar psico-físico.
¡El amor no es esto! El noviazgo se centra en la voluntad de
cuidar juntos algo que nunca deberá ser comprado o vendido,
traicionado o abandonado, por tentadora que pueda resultar la
oferta.
También Dios, cuando habla de la alianza con su pueblo lo
hace, algunas veces en la Biblia, en términos de noviazgo. En
el libro de Jeremías, hablando al Pueblo cómo se había alejado
de Él, dice así en el capítulo 2. ‘Yo recuerdo el tiempo de tu
juventud, el tiempo de tu noviazgo’ Cuando el Pueblo era la
novia de Dios y Dios ha hecho este recorrido de noviazgo.
Hace también una promesa, lo hemos oído, ahí, al inicio de
la audiencia en el libro de Oseas. ‘Te haré mi esposa para
siempre, y te daré como dote el derecho y la justicia, en el
amor y la compasión. Te daré como dote mi fidelidad, y
entonces conocerás al Señor’ . Es un largo recorrido que el
Señor hace con su Pueblo en este camino de noviazgo. Al final
Dios se casa con su Pueblo, en Jesucristo, se casa en Jesús
con la Iglesia, el Pueblo de Dios es la esposa de Jesús.
Pero cuánto camino, y vosotros italianos, en vuestra
literatura, tenéis una obra maestra sobre el noviazgo. Es
necesario que los jóvenes lo conozcan, lo lean. Es una obra
maestra donde se cuenta la historia de los novios que han
sufrido mucho dolor, han hecho un camino de muchas
dificultades hasta llegar al final, al matrimonio. Pero no
dejéis de lado esta obra maestra sobre el noviazgo que la
literatura italiana os ha ofrecido. Es necesario ir adelante,
leerlo y ver la belleza, también el sufrimiento, pero la
fidelidad de los novios. (se refiere a I promessi sposi de
Alessandro Manzoni)
La Iglesia, en su sabiduría, cuida la distinción
entre el ser novios y ser esposos, precisamente en vista de la
delicadeza y la profundidad de esta verificación. Estemos
atentos a no despreciar a la ligera esta sabia enseñanza, que
se nutre también de la experiencia del amor conyugal
felizmente vivido. Los símbolos fuertes del cuerpo conservan
las claves del alma: no podemos tratar los vínculos de la
carne con ligereza, sin abrir alguna herida duradera en el
espíritu. (1 Cor 6,15-20).
Cierto, la cultura y la sociedad de ahora se han
convertido lamentablemente indiferentes a la delicadeza y a la
seriedad de este pasaje. Y por otro lado, no se puede decir
que sean generosos con los jóvenes que tienen serias
intenciones de formar una familia y a traer hijos al mundo. Es
más, a menudo ponen mil obstáculos, mentales y prácticos.
El noviazgo es un recorrido de vida, que debe
maturar, como la fruta. Es un camino de maduración, el amor.
Hasta el momento en el que se convierte precisamente en
matrimonio.
Los cursos prematrimoniales son una expresión
especial de la preparación. Y nosotros vemos muchas parejas,
que quizá llegan al curso un poco sin ganas. ‘Estos sacerdotes
nos obligan a hacer este curso, pero ¿por qué? Nosotros ya
sabemos...’ Lo hacen sin ganas. Pero después están contentos y
dan las gracias, porque de hecho han encontrado allí una
ocasión --a menudo la única-- para reflexionar sobre su
experiencia en términos no banales.
Sí, muchas parejas están juntos desde hace mucho
tiempo, quizá también en la intimidad, a veces viviendo
juntos, pero no se conocen verdaderamente. Parece extraño,
pero la experiencia demuestra que es así. Por eso, se debe
revalorar el noviazgo como tiempo de conocimiento recíproco y
de compartir un proyecto.
El camino de preparación al matrimonio viene
configurado en esta perspectiva, valiéndose también del
testimonio simple pero intenso de los cónyuges cristianos. Y
dirigiéndose también aquí sobre lo esencial: la Biblia, de
redescubrir juntos, de forma consciente; la oración en su
dimensión litúrgica, pero también esa oración ‘doméstica’, de
vivir en familia. Los sacramentos, la vida sacramental, la
confesión, la comunión... El Señor viene a vivir en los novios
y les prepara para recibirles verdaderamente el uno con el
otro con la gracia de Cristo; y a la fraternidad con los
pobres y con los necesitados, que nos invitan a la sobriedad y
a compartir. Los novios que se comprometen en esto, ambos,
esto lleva a preparar una bonita celebración del matrimonio.
De forma distinta, no mundana, sino de forma cristiana.
Pensemos en estas palabras de Dios que hemos escuchado
cuando Él habla a su pueblo, como el novio a la novia. ‘Te
haré mi esposa para siempre, y te daré como dote el derecho y
la justicia, en el amor y la compasión. Te daré como dote mi
fidelidad, y entonces conocerás al Señor’.
Cada pareja de novios piense en esto y diga el uno al otro
‘te haré mi esposa, te haré mi esposo, espero ese momento’. Es
un momento, es un recorrido que va despacio hacia adelante y
que es un recorrido de maduración. No deben quemarse las
etapas del camino. La maduración se hace así, paso a paso.
El tiempo del noviazgo puede convertirse de
verdad en un tiempo de iniciación, ¿a qué? a la sorpresa, a la
sorpresa de los dones espirituales con los cuales el Señor, a
través de la Iglesia, enriquece el horizonte de la nueva
familia que se dispone a vivir en su bendición.
Ahora, invito a rezar a la Sagrada Familia de Nazaret,
Jesús, José y María. Rezar para que la familia tenga este
camino de preparación. Y rezar por los novios. Rezamos a la
Virgen todos juntos, un Ave María por todos los novios para
que puedan entender la belleza de este camino hacia el
matrimonio. Ave María… "
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(RL) (HSM)