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El mundo visto desde Roma

Servicio diario - 31 de mayo de 2015

La frase del día

“La alegría en el cielo por la victoria del amor crucificado no es plena mientras haya un solo hombre en la tierra que sufra y gima”. Santa Teresa de Lisieux

 


El papa Francisco

El Papa en el Ángelus: 'El misterio de la Trinidad abraza nuestra vida'
Texto completo. Francisco invitó a elevar el tono, recordando para qué existimos, trabajamos, luchamos y sufrimos. Animó a los presentes a hacer el signo de la cruz y recordó el testimonio de amor de un nuevo beato

San Francisco de Asís dará el título a la nueva encíclica
El director de la Librería Editora Vaticana, padre Giuseppe Costa, adelantó que el documento papal dedicado a la protección de la creación se presentará a mediados de junio y se titulará "Laudato sii"

Espiritualidad y oración

La Limosna
Catequesis para la familia

Contemplativos en medio de nosotros
'Palabra y Vida' del arzobispo de Barcelona

Beato Juan Bautista Scalabrini - 1 de junio
«Mártir de la verdad, padre de los migrantes y apóstol del catecismo. Fue obispo de Piacenza, fundador de los Misioneros de San Carlos (Scalabrinianos), y cofundador de las Hermanas Apóstoles del Sagrado Corazón»


El papa Francisco


El Papa en el Ángelus: 'El misterio de la Trinidad abraza nuestra vida'
 

Texto completo. Francisco invitó a elevar el tono, recordando para qué existimos, trabajamos, luchamos y sufrimos. Animó a los presentes a hacer el signo de la cruz y recordó el testimonio de amor de un nuevo beato

Por Redacción

Ciudad del Vaticano, (ZENIT.org)

En la solemnidad de la Santísima Trinidad, el papa Francisco rezó este domingo la oración del Ángelus desde la ventana de su estudio en el Palacio Apostólico, ante una multitud que le atendía en la Plaza de San Pedro.

Dirigiéndose a los fieles y peregrinos venidos de todo el mundo, que le acogieron con un largo y caluroso aplauso, el Pontífice les dijo:

"Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! ¡Buen domingo!

Hoy celebramos la fiesta de la Santísima Trinidad, que nos recuerda el misterio del único Dios en tres personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. La Trinidad es comunión de personas divinas, las cuales son una con la otra, una para la otra y una en la otra: esta comunión es la vida de Dios, el misterio de amor del Dios Vivo. Y Jesús nos ha revelado este misterio. Él nos ha hablado de Dios como Padre; nos ha hablado del Espíritu; y nos ha hablado de sí mismo como Hijo de Dios. Y así nos ha revelado este misterio. Y cuando, resucitado, ha enviado a los discípulos a evangelizar a las gentes, les dijo que los bautizaran “en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”.

Este mandato, Cristo lo confía en todo tiempo a la Iglesia, que ha heredado de los Apóstoles el mandato misionero. Lo dirige también a cada uno de nosotros, que, gracias al Bautismo, formamos parte de su comunidad.

Por lo tanto, la solemnidad litúrgica de hoy, al tiempo que nos hace contemplar el misterio estupendo del cual provenimos y hacia el cual vamos, nos renueva la misión de vivir la comunión con Dios y vivir la comunión entre nosotros, basados en el modelo de esa comunión de Dios. Estamos llamados a vivir no los unos sin los otros, encima o contra los otros, sino los unos con los otros, por los otros y en los otros. Esto significa acoger y testimoniar concordes la belleza del Evangelio; vivir el amor recíproco y hacia todos, compartiendo alegrías y sufrimientos, aprendiendo a pedir y conceder el perdón, valorizando los diversos carismas, bajo la guía de los pastores. En una palabra, nos ha encomendado la tarea de edificar comunidades eclesiales que sean cada vez más familia, capaces de reflejar el esplendor de la Trinidad y de evangelizar, no sólo con las palabras, sino con la fuerza del amor de Dios, que habita en nosotros.

La Trinidad, como mencionaba, es también el fin último hacia el cual está orientada nuestra peregrinación terrenal. El camino de la vida cristiana es, en efecto, un camino esencialmente 'trinitario': el Espíritu Santo nos guía al conocimiento pleno de las enseñanzas de Cristo. Y también nos recuerda lo que Jesús nos ha enseñado. Y Jesús, a su vez, ha venido al mundo para hacernos conocer al Padre, para guiarnos hacia Él, para reconciliarnos con Él. Todo, en la vida cristiana, gira alrededor del misterio trinitario y se cumple en orden a este misterio infinito. Intentemos, por tanto, mantener siempre elevado el 'tono' de nuestra vida, recordándonos para qué fin, para cuál gloria existimos, trabajamos, luchamos, sufrimos. Y a cuál inmenso premio estamos llamados.

Este misterio abraza toda nuestra vida y todo nuestro ser cristiano. Lo recordamos, por ejemplo, cada vez que hacemos la señal de la cruz: en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Y ahora los invito a hacer todos juntos, y en voz alta, esta señal de la cruz ¡todos juntos! 'En nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo'.

En este último día del mes de mayo, el mes mariano, nos encomendamos a la Virgen María. Ella, que más que cualquier otra criatura, ha conocido, adorado, amado el misterio de la Santísima Trinidad, nos guíe de la mano; nos ayude a percibir, en los eventos del mundo, los signos de la presencia de Dios, Padre e Hijo y Espíritu Santo; nos obtenga amar al Señor Jesús con todo el corazón, para caminar hacia la visión de la Trinidad, meta maravillosa a la cual tiende nuestra vida. Le pedimos también que ayude a la Iglesia a ser, misterio de comunión, a ser siempre una Iglesia comunidad hospitalaria, donde toda persona, especialmente pobre y marginada, pueda encontrar acogida y sentirse hija de Dios, querida y amada.

Al término de estas palabras, el Santo Padre rezó la tradicional oración mariana:

Angelus Domini nuntiavit Mariae...

Al concluir la plegaria, el Pontífice recordó que este domingo es proclamado beato el sacerdote Luis Eduardo Cestac:

"Hoy en Bayonne, Francia, es proclamado beato el sacerdote Luis Eduardo Cestac, fundador de las Religiosas Siervas de María; su testimonio de amor a Dios y al prójimo es para la Iglesia un nuevo aliciente para vivir con alegría el Evangelio de la caridad".

A continuación, llegó el turno de los saludos que tradicionalmente realiza el Santo Padre:

"Saludo a todos, queridos romanos y peregrinos: las familias, los grupos parroquiales, las asociaciones, las escuelas. De manera particular, saludo a los fieles de La Valletta (Malta); Cáceres (España) y Michoacán (México); los procedentes de Caltanissetta, Soave, Como, Malonno y Persico Dosimo; el grupo de Bovino, con los “Caballeros de Valleverde”. Saludo a los chicos que han recibido o se preparan para recibir la Confirmación, animándoles a ser gozosos testigos de Jesús".

El Obispo de Roma se refirió también a una peregrinación mariana en Polonia:

"Al término del mes de mayo me uno espiritualmente a las muchas expresiones de devoción a María Santísima; de modo particular menciono la gran peregrinación de los hombres al Santuario de Piekary, en Polonia, que tiene como tema: “La familia: casa acogedora”.  

Hoy hay muchos polacos en la Plaza, ¿eh? ¡Muchos! ¡Déjense ver!

La Virgen ayude a toda familia a ser 'casa acogedora'".

Asimismo, invitó a participar en la tradicional procesión del Corpus Chisti, que se llevará a cabo el próximo jueves en Roma:  

"El próximo jueves, en Roma, viviremos la tradicional procesión del Corpus Christi. A las 19, en la Plaza de San Juan de Letrán, celebraré la Santa Misa, y entonces adoraremos al Santísimo Sacramento caminando hasta la Plaza de Santa María la Mayor. Les invito desde ahora a participar en este solemne acto público de fe y amor a Jesús Eucaristía, presente en medio de su pueblo".

Al despedirse, el Papa invitó a los fieles presentes a santiguarse:

"Antes de terminar, hacemos una vez más el signo de la cruz en voz alta, todos, 'en nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo', recordando el misterio de la Santísima Trinidad".

Como de costumbre, Francisco concluyó su intervención diciendo:

"Les deseo a todos un buen domingo. Por favor, no se olviden de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!"

(Texto traducido y transcrito del audio por ZENIT)

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San Francisco de Asís dará el título a la nueva encíclica
 

El director de la Librería Editora Vaticana, padre Giuseppe Costa, adelantó que el documento papal dedicado a la protección de la creación se presentará a mediados de junio y se titulará "Laudato sii"

Por Redacción

Roma, (ZENIT.org)

“Laudato sii” (Alabado seas) podría ser el título de la próxima encíclica del papa Francisco dedicada a la protección de la creación, que se publicaría a mediados del mes de junio, dijo ayer por la tarde el director de la Librería Editora Vaticana (LEV), padre Giuseppe Costa, en declaraciones a la agencia SIR de la Conferencia Episcopal Italiana. “Muchas editoriales en el extranjero se han interesado ya por la publicación de la encíclica en sus países”, aseguró el sacerdote salesiano.

El posible nombre del documento papal está tomado del Cántico de las Criaturas de san Francisco de Asís, que fue escrito en dialecto de Umbria en torno al 1226, y es considerado el texto más antiguo de la literatura italiana. En este célebre poema, el Poverello glorifica al Señor y loa las maravillas de la creación.

El 13 de marzo del 2013, el cardenal Jorge Mario Bergoglio se convirtió en el primer pontífice que tomaba el nombre de Francisco, lanzando de ese modo un primer mensaje al mundo.“Para mí [Francisco de Asís] es el hombre de la pobreza, el hombre de la paz, el hombre que ama y custodia la creación; en este momento, también nosotros mantenemos con la creación una relación no tan buena, ¿no? Es el hombre que nos da este espíritu de paz, el hombre pobre”, explicó a los periodistas.

En la homilía de la Misa de inauguración de su pontificado ante dignatarios de todo el planeta, el Santo Padre afirmó que el fundador de la Orden Franciscana “nos enseña a tener respeto por todas las criaturas de Dios y por el medio ambiente en que vivimos”. En este sentido, invitó a los presentes a “ser custodios de la naturaleza creada, del proyecto de Dios inscrito en la naturaleza; custodios de los demás y custodios del medio ambiente”. Y pidió que “no dejemos que los signos de destrucción y de muerte se sumen al caminar de nuestro mundo”.

Durante el vuelo de regreso de Corea del Sur, el Pontífice comentó también a los periodistas que el primer borrador de la encíclica, elaborado por el equipo del cardenal Peter Turkson, resultaba demasiado voluminoso, pues incluía contribuciones de muchos expertos. Así, el Papa adelantó que el texto final sería mucho más breve y dejaría de lado las discusiones, porque “una encíclica debe ser magisterial, basada en certezas. Las hipótesis se pueden mencionar en las notas como tales hipótesis, pero no en el cuerpo de la encíclica, que es un documento doctrinal y requiere certeza”.

Francisco nunca ha ocultado su enorme preocupación ante el que considera uno de los más grandes desafíos de la humanidad, la custodia de la creación. En la audiencia general del 21 de mayo de 2014, subrayó que “la creación no es una propiedad, de la cual podemos disponer a nuestro gusto; ni, mucho menos, es una propiedad sólo de algunos, de pocos”. “La creación es un don, es un don maravilloso que Dios nos ha dado para que cuidemos de él y lo utilicemos en beneficio de todos, siempre con gran respeto y gratitud”, insistió entonces.

El propio secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, habló recientemente con el Papa sobre su esperada encíclica dedicada a la ecología. Tras su encuentro con el Santo Padre en el Vaticano, el dirigente de Naciones Unidas señaló que este documento “transmitirá al mundo que proteger nuestro medio ambiente es un imperativo moral urgente y un deber sagrado para toda la gente con fe y conciencia”.

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Espiritualidad y oración


La Limosna
 

Catequesis para la familia

Por Redacción

Madrid, (ZENIT.org)

La limosna o colecta en dinero o especies, forma parte de las ofrendas.

“También se puede presentar dinero y otras donaciones para los pobres o para la iglesia que los mismos fieles pueden presentar o que pueden ser recolectadas en la iglesia y que se colocarán en el sitio oportuno de la mesa eucarística”. (1)

Este momento es el más oportuno para enseñar a los más pequeños la solidaridad con los hermanos que sufren o que carecen de lo más indispensable para vivir.

En muchos templos es común que no solo se de limosnas en dinero sino también en alimentos, que reparte caritas de la Parroquia a los ancianos y enfermos o a las personas necesitadas.

Sería conveniente enseñar a los niños a privarse de pequeños gustos durante la semana, para que con lo ahorrado se entregue el domingo como limosna, durante la colecta, ya sea en comida que no se eche a perder o con dinero.

Se coloca cerca del altar una gran canasta para recolectar los donativos en comida, y los niños pasan a dejar su limosna en especie.

Esto es una respuesta a la pregunta que muchos pequeños se hacen, ¿Cómo puedo ayudar a los pobres o a la Iglesia si no trabajo, ni tengo dinero?

También se trata de enseñar a compartir de lo poco que tenemos y no solo dar lo que nos sobra. Recordemos el pasaje de la viuda: “En aquel tiempo, alzando Jesús la mirada, vio a unos ricos que echaban sus donativos en el arca del Tesoro; vio también a una viuda pobre que echaba allí dos moneditas, y dijo: De verdad os digo que esta viuda pobre ha echado más que todos. Porque todos éstos han echado como donativo de lo que les sobraba, ésta en cambio ha echado de lo que necesitaba, todo cuanto tenía para vivir”. (2)

Después los primeros cristianos también compartían sus bienes. “Todos los creyentes vivían unidos y tenían todo en común; vendían sus posesiones y sus bienes y repartían el precio entre todos, según la necesidad de cada uno. (3)

Que este acto nos enseñe a vivir en comunión de bienes con la Santa Madre Iglesia y con los más necesitados.

(1) INSTRUCCIÓN GENERAL DEL MISAL ROMANO N° 73 párrafo 4°.

(2) San Lucas 21, 1-4.

(3) Hechos, 2, 44-45.

Por: Maria del Rayo

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Contemplativos en medio de nosotros
 

'Palabra y Vida' del arzobispo de Barcelona

Por Lluís Martínez Sistach

Barcelona, (ZENIT.org)

Los contemplativos viven entre nosotros. Por su estilo de vida los vemos muy poco. Han hecho una opción por el silencio y la oración en su entrega a Dios. La vida de los contemplativos y las contemplativas, es decir, la de los monjes y las monjas de clausura, suscita sorpresa y curiosidad en nuestro ambiente social, tan fuertemente marcado por la secularización. ¿Qué sentido tiene esta vida? Cuando estamos celebrando el quinto centenario del nacimiento de santa Teresa de Jesús, podemos afirmar que la vida de estas personas nos recuerda la primacía que debería tener Dios en la vida de cada uno de nosotros.

Julien Green, un novelista cristiano, hace años se preguntaba: "¿Cuántas personas hay entre nosotros que hayan experimentado el sentimiento de la presencia de Dios?" Al hombre de hoy, inmerso en la desazón y el ruido, apenas le queda tiempo para probar el gusto sabrosísimo de la oración y de la presencia de Dios en su vida. Sin embargo, hay hombres y mujeres que se sienten llamados a dedicar toda su vida a la oración, al trabajo y a la vida de comunidad en el seno de un monasterio contemplativo. Son personas que han tomado esta decisión para toda la vida y son muy felices.

En este tiempo nuestro de escasez de vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa activa o apostólica, es muy significativo que no faltan las peticiones de ingreso en la vida de los monasterios. Son jóvenes que aman la vida, son solidarios con los hermanos y están comprometidos en la transformación del mundo. Su vida contemplativa en un monasterio no es de ninguna manera una evasión del mundo, un desentenderse de la sociedad. La vida contemplativa es expresión del amor a Dios y no se puede amar auténticamente a Dios sin amar a la humanidad.

La vida contemplativa realiza plenamente a las personas que han recibido esta vocación, porque Dios llena maravillosamente todos nuestros anhelos. ¿Has visitado alguna vez una comunidad contemplativa? Es una buena experiencia, que interpela y suscita muchas preguntas como éstas: ¿Qué valor damos a Dios en nuestra vida? ¿Qué relación creemos que existe entre Dios y la creación, entre Dios y la vida? ¿Qué valor damos a la oración y al silencio en nuestra vida personal y familiar?

Los contemplativos y las contemplativas son muy necesarios para la Iglesia y para la sociedad. Aunque parece una paradoja, estas personas que han dejado el mundo son muy solidarias y están muy cerca de las necesidades eclesiales y de las inquietudes, las tristezas y los sufrimientos de los hombres y las mujeres, sus hermanos. Son personas que viven con los ojos puestos en Jesucristo y con el corazón abierto a las necesidades de los hermanos. Nos llevan a todos en su oración y en su impetración ante Dios. Este domingo dedicado a la Santísima Trinidad, la Iglesia nos propone recordar a estas personas que rezan y nos muestran la primacía que Dios debe tener en la vida de todos los cristianos.

+ Lluís Martínez Sistach
Cardenal arzobispo de Barcelona

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Beato Juan Bautista Scalabrini - 1 de junio
 

«Mártir de la verdad, padre de los migrantes y apóstol del catecismo. Fue obispo de Piacenza, fundador de los Misioneros de San Carlos (Scalabrinianos), y cofundador de las Hermanas Apóstoles del Sagrado Corazón»

Por Isabel Orellana Vilches

Madrid, (ZENIT.org)

Se definió a sí mismo diciendo que era: «uno que se pone de rodillas ante el mundo para implorar como una gracia el permiso de hacerle el bien». Perfecta descripción de este defensor de la «unidad en la verdad». Nació en Fino Mornasco, Como, Italia, el 8 de julio de 1839. Pertenecía a una familia de clase media. Era el tercero de ocho hermanos. El rezo comunitario del rosario, la devoción materna por Cristo crucificado y por María, entre otras, fueron lecciones inolvidables que aprendió en su hogar, aunque en sus hermanos calaron de forma desigual. Uno estuvo a punto de ser encarcelado por temas económicos, y otro tuvo que emigrar perdiendo la vida en la travesía. Los restantes destacaron en la política y en la universidad. Sus hermanas estuvieron cerca de él. Una alumbró a dos sacerdotes, y la benjamina respaldó generosamente sus proyectos y fue artífice de otros. Por su afán en compartir la fe con sus amigos, mientras estudiaba en el Instituto, se veía que estaba abocado a la consagración.

A los 18 años su padre le condujo al seminario. Fue ordenado en 1863 con un expediente impecable, impregnado de su grandeza humana y espiritual. Versado en ciencias modernas, políglota, inquieto e inteligente, cifró su afán evangelizador en el continente asiático. Contaba con la bendición materna que rogó hincándose de rodillas. Pero el prelado le disuadió diciéndole: «Tus Indias están en Italia». Comenzó siendo coadjutor de una modesta parroquia, misión breve porque el obispo pronto le encomendó otras. En 1867 se produjo una epidemia de cólera y por su heroica acción con los damnificados fue galardonado civilmente. Ese mismo año fue designado vicerrector del seminario; sería también su rector. Allí ejerció la docencia.

En esa época tomó contacto con el beato Luigi Guanella, que se ocupaba de los emigrantes, y con dos científicos: Serafino Balestra, admirable por su labor con los sordomudos, y Antonio Stoppani que era, además, escritor. Los tres dejaron su huella en él. Y otro tanto sucedió con Jeremías Bonomelli, entonces arcipreste de Lovere, que sería nombrado obispo. Ambos se influenciaron entre sí compartiendo similares afanes. En 1870 fue nombrado párroco de San Bartolomé. Su quehacer apostólico y formativo era extraordinario. Fundó un jardín de infantes, promovió la obra de San Vicente destinada a niños enfermos y creó un oratorio para jóvenes. Se ocupó de los sordomudos a los que ayudó de manera decisiva aplicando el método fonético de su amigo Balestra. También se implicó activamente en temas socio-laborales teniendo siempre como trasfondo el elemento espiritual. Allí escribió un catecismo para niños y dictó una serie de conferencias sobre el Concilio Vaticano I que no pasaron desapercibidas para Pío IX.

No tenía más que 36 años cuando ocupó la sede episcopal de Piacenza a la que fue elevado en 1876. Durante casi tres décadas actuó como un pastor infatigable, ejemplar. Tenía la agenda repleta con la administración de sacramentos, predicación, asistencia y educación al clero y a su grey. Visitó cinco veces las 365 parroquias de la diócesis a pie o a caballo, ya que aún no había llegado el progreso. Realizó tres sínodos, reformó los estudios eclesiásticos, consagró doscientas iglesias, etc. Y se preocupó por infundir en todos el amor por la comunión frecuente y la Adoración Perpetua. En 1895, junto al padre Giuseppe Marchetti, fundó la congregación de Hermanas Apóstoles del Sagrado Corazón.

Pero su acción más representativa la llevó a cabo con los emigrantes. Conocía perfectamente el drama del éxodo de los que partían de Italia con el ideal americano en sus corazones y la esperanza de una vida mejor. Muchos hallaron frustrados sueños y fe. Viendo el peligro que corrían de perderla, en 1887 instituyó la congregación de los Misioneros de San Carlos (Scalabrinianos), aprobada por León XIII, para darles asistencia religiosa y humana. A él se debe el traslado de santa Francisca Javier Cabrini a América en 1889 para socorrer a niños, huérfanos y enfermos italianos. El beato nunca abandonó a sus emigrantes. Visitó a los que se hallaban en América del Norte y del Sur en dos ocasiones.

Su consigna fue: «Hacerme todo a todos para ganarlos a todos para Cristo». Y ciertamente lo consiguió. Tuvo dilección por los pobres, especialmente los «vergonzosos» (personas que gozaron de gran posición venidos a menos por la crisis), así como por los prisioneros. Fundó un instituto para sordomudos, organizó la asistencia a las obreras del arroz, impulsó la sociedad de mutuo socorro, asociaciones de obreros, cajas rurales y cooperativas. Con sus propios bienes rescató del hambre a millares de campesinos y obreros. Para ello vendió sus caballos, así como el cáliz y la cruz pectoral obsequios de Pío IX. Fue el creador del primer Congreso catequético nacional, y fundador de la primera revista italiana de catequesis. ¿El secreto? Sus numerosas horas de adoración ante el Santísimo Sacramento. Decía que la oración «es la parte más viva, más fuerte, más poderosa del apostolado».

Era un apasionado de la cruz que solía apretar junto a su pecho suplicando: «Haz que me enamore de la cruz», y de María, de la que hablaba con vehemencia en las homilías que pronunciaba. Impulsor de las peregrinaciones a santuarios marianos, donó las joyas de su madre para coronar a la Virgen. A su paso fue dejando el sello de su amor por la Iglesia y el pontífice. Llevaba trazada en sus labios la bendición del perdón. Es memorable y profético el discurso que pronunció en el «Catholic Club» de Nueva York en 1901 sobre la emigración. El 1 de junio de 1905 falleció agotado por tantas fatigas. Antes exclamó: «¡Señor, estoy listo. Vamos!». Juan Pablo II lo beatificó el 9 de noviembre de 1997 denominándolo «mártir de la verdad», aunque ya era mundialmente conocido como el «padre de los Migrantes», y «apóstol del Catecismo», título otorgado por Pío IX. En 1961, alumbradas por su enseñanza, nacieron las Misioneras Seglares Escalabrinianas.

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