Libro: Orar con Santa Teresa de Jesús. Meditar con la santa andariega

Título: Orar con Santa Teresa de Jesús. Meditar con la santa andariega.

Autor: Eleuterio Fernández Guzmán

Editorial: Lulu

Páginas: 99

Precio aprox.: 3.70 € papel – 1 € Libro electrónico 

ISBN Papel: 580011065383

ISBN eBook: 978-1-326-29952-1

Año edición: 2015

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Nace en Ávila el 28 de Marzo de 1515, en la casa señorial de Don Alonso Sánchez de Cepeda y Doña Beatriz Dávila de Ahumada. Eran 10 los hermanos de Teresa y 2 los hermanastros, pues su padre tuvo dos hijos en un matrimonio anterior.

 Es bautizada el 4 de Abril del mismo año.

Así da comienzo una biografía de Teresa, una niña que, con el paso del tiempo, sería fundadora o, mejor, refundadora de la orden carmelitana y que, por obra y gracia de Dios, llegaría a ser declarada santa por la Iglesia católica y Doctora de la misma.

Ciertamente que la mística del siglo XVI es reconocida en el mundo entero por su obra, decimos, de fundación que le llevó a fundar tanto conventos de monjas como de frailes pero la labor que aquí destacamos es la de escritora mística.

Nuestra santa, como ella misma dice en el punto 1 del capítulo 2 de su “Libro de la vida”,

Era aficionada a libros de caballerías… Y parecíame no era malo con gastar muchas horas del día y de la noche en tan vano ejercicio, aunque escondida de mi padre. Era tan extremo lo que en esto me embebía, que, si no tenía libro nuevo, no me parece tenía contento”.

Es más, ella misma, nos dice que

“Cuando se quitaron muchos libros de romance, que no se leyesen, yo sentí mucho, porque algunos me daba recreación leerlos, y yo no podía ya, por dejar los [escritos] en latín, me dijo el Señor: No tengas pena, que yo te daré libro vivo. Yo no podía entender por qué se me había dicho esto, porque aún no tenía visiones; después, desde a bien pocos días, lo entendí muy bien, porque he tenido tanto en qué pensar y recogerme en lo que veía presente, y ha tenido tanto amor el Señor conmigo para enseñarme de muchas maneras, que muy poca o casi ninguna necesidad he tenido de libros. Su Majestad ha sido el libro verdadero adonde he visto las verdades. ¡Bendito sea tal libro, que deja imprimido lo que se ha de leer y hacer de manera que no se puede olvidar!” (Libro de la vida 26, 6).

Teresa aún no había empezado a tener visiones, como ella misma dice y ello le llevaba a no entender las razones de que se le quitara la posibilidad de ocupar su tiempo en aquellas lecturas. Sin embargo, pronto se dio cuenta de que estaba llamada a producir otro tipo de escritos más edificantes para el espíritu y beneficiosos para muchas almas.

Es bien cierto que lo que escribe Teresa muchas veces lo hace obligada. A este respecto escribe Fray Luis de León en su “Carta-Dedicatoria a las Madres Prioras: Ana de Jesús y Religiosas Carmelitas Descalzas del Monasterio de Madrid”, que aquella mujer, mística y de fe profunda, por humildad y modestia escribía “mandada y forzada” porque, mandado  hacer eso por su confesor no tuvo más remedio que decir que “La obediencia se prueba de diferentes maneras“. Y así empezó, por ejemplo, la redacción de su autobiografía.

Por otra parte era ella, como decimos, reacia a dejar por escrito sus pensamientos. Y aducía razones como la falta de educación formal, el desconocimiento del latín, la mala salud, la frágil memoria, la falta tiempo o, también, las muchas responsabilidades en el convento y, por último, ser mujer y pecadora (siendo, lo primero un obstáculo bastante grande para según qué cosas y lo segundo lo ordinario de todo ser humano…)

Sin embargo, aquella mujer, verdadera emprendedora de su tiempo, supo dejar, para la posteridad, una serie de obras de las cuales taremos a este libro una representación de las mismas de las que puede hacerse uso espiritual como instrumento de primer orden de cara a la oración.

Es bien cierto, sin embargo, que aquella mujer que se negaba a escribir tenía, al contrario de lo que pudiera pensar (por lo aducido por ella para no hacerlo) una muy especial inspiración del Espíritu Santo. Así, por ejemplo, Tomás Álvarez, en su Nota Histórica que acompaña su edición facsímil del Libro de la Vida (Monte Carmelo, Burgos, 1999) recoge el testimonio de Diego de Yepes, a la sazón Obispo de Tarazona quien, en la biografía que escribió sobre Teresa de Jesús (y refiriéndose al autógrafo del citado Libro de la Vida) dejó dicho que: “En sus originales escritos por su mesma mano, no se halla palabra borrada, ni enmendada, ni errada, que quando fuera molde de Imprenta fuera mucho, y el ser de mano, y en materia tan alta, con tan concertado estilo, paréceme que es uno de los mayores milagros que de la Santa se escriben, y el mayor testimonio de la luz y sabiduría que el Espíritu Santo la infundió”.

Sin embargo, acerca de esto un historiador de la OrdenFray Manuel de San Jerónimo, a mediados del siglo XVII, hace indicación de que una cosa es la inspiración del Espíritu Santo y otra que Santa Teresa no corrigiera nada de lo que escribía. Por eso nos dice (Reforma de los Descalzos del Carmen,  Fr. Manuel de San Jerónimo, tomo V, c. 35, p. 873) que

De la pureza de esta escriptura nos había dicho el señor Obispo de Tarazona ser tanta, que no se hallaba en todos los libros ni un renglón ni una dicción borrada… Pero porque la verdad es superior a toda devoción, testifico que vi no sólo algunas dicciones borradas, sino algunos renglones enteros, y algunas cláusulas que pasaban de tres, mejorando la Santa lo que antes había dicho, si no en la sentencia (porque toda era una), en el modo de declararla y dar a entender el pensamiento. Vi también a las márgenes, aunque muy angostas, algo añadido de la misma letra, y suplidas entre renglones algunas palabras que faltaban”.

De todas formas, abundando en lo que supone de inspiración por parte de la Tercera Persona de la Santísima Trinidad en la obra escrita de Santa Teresa de Jesús, el P. Jerónimo Gracián de la Madre de Dios (Monte Carmeno, 1932) nos dice acerca de que

 “esa misma falta de artificio que llevan estos libros de la madre Teresa de Jesús, descubre no ser invención suya, sino doctrina, dada del espíritu, que no aguarda al artificio humano, para entrar en el corazón. Y en ir en aquel estilo muestra con llaneza la verdad, sin composturas, retóricas ni artificio.

Estamos, por tanto, ante una escritora verdaderamente mística que, tanto por lo que escribe como por la forma de hacerlo, nos acerca a Dios en cada uno de los libros que, como ejemplo de arraiga fe católica, dejó escritos.

Bien podemos decir que la Iglesia católica reviste la obra escrita por Santa Teresa con el adjetivo de “celestial” (por su clara inspiración divina) porque nos descubre los rincones más recónditos del alma humana dando a entender, de forma sencilla, aquellas experiencias que por inefables pudiera parecer ser imposible de transmitir.

Según lo aquí apenas dicho es bien cierto que los escritos de la Doctora de la Iglesia (El 27 de septiembre de 1970 Pablo VI le reconoció este título) nacida en Ávila hacen especial hincapié en el espíritu de oración, en cómo practicarlo y, sobre todo, en los frutos que produce una buena práctica de oración. Es más, teniendo en cuenta el tiempo que le tocó vivir y la labor que desempeñó en lo tocante a la fundación de conventos, tal espíritu de oración (que reflejan sus obras escritas) muestra el propio vigor de la santa y, más que nada, su capacidad de recogimiento.

Digamos, al respecto del sentido de algunas de sus obras aquí traídas, que nuestra santa escribió, por ejemplo, “Camino de Perfección” para dirigir a sus religiosas, el libro de las “Fundaciones” para alentarlas y “Las Moradas del Castillo  Interior” a modo de instrucción de todos los cristianos que sirve, además, para mostrar el verdadero cariz de doctora de la vida espiritual que tiene Santa Teresa de Ávila. Todo esto sin olvidar las altas cotas espirituales que alcanza su poesía como verdadero cauce de oración y de relación del creyente cristiano con Dios.

Sirvan, por tanto, los textos llevados  este libro para que el corazón se ensanche y se acerque al Todopoderoso como Santa Teresa de Jesús supo hacer a lo largo de su vida.

  

Eleuterio Fernández Guzmán