La novedad cristiana es Jesús y nada más

 

Algo así ha dicho, según recogen los medios, el papa Francisco: “La cruz es un escándalo”, y por tanto hay quien busca a Dios “con esta espiritualidad cristiana un poco etérea”, “los gnósticos modernos”. Después, advirtió, están “los que siempre necesitan la novedad en la identidad cristiana” y “han olvidado que fueron elegidos, ungidos”, que “tienen la garantía del Espíritu” y buscan: ‘¿Dónde están los videntes que nos cuentan hoy la carta que la Virgen mandará a las 4 de la tarde?’¿Por ejemplo, no? Y viven de esto. Esto no es identidad cristiana. La última palabra de Dios se llama Jesús y nada más”.

Estoy completamente de acuerdo con estas palabras que se le atribuyen, espero que con fundamento, al Papa. La identidad cristiana la marca de un modo absolutamente “nuevo” Jesucristo. No hay más que buscar. Nada más.

Jesús es la última Palabra de Dios. Y hablar de lo “último” es lo mismo que hablar de lo “nuevo”. El tratado de lo último – la “Escatología” – se llama también “Los novísimos”. La novedad viene de Dios; los hombres somos muy cansinos y terminaríamos, más o menos, repitiendo siempre lo mismo. Jesús es lo nuevo y lo último y, en definitiva, lo único que cuenta.

“Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, es la Palabra única, perfecta e insuperable del Padre. En Él lo dice todo, no habrá otra palabra más que esta” (Catecismo 65). Como decía San Juan de la Cruz:

“Porque en darnos, como nos dio a su Hijo, que es una Palabra suya, que no tiene otra, todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola Palabra […]; porque lo que hablaba antes en partes a los profetas ya lo ha hablado todo en Él, dándonos al Todo, que es su Hijo. Por lo cual, el que ahora quisiese preguntar a Dios, o querer alguna visión o revelación, no sólo haría una necedad, sino haría agravio a Dios, no poniendo los ojos totalmente en Cristo, sin querer otra alguna cosa o novedad (San Juan de la Cruz, Subida del monte Carmelo 2,22,3-5: Biblioteca Mística Carmelitana, v. 11 (Burgos 1929), p. 184.)”.

Afirmar estas cosas, obvias para un cristiano, con firmeza no significa menospreciar las posibles revelaciones privadas. Pero eso es otra cuestión. Una revelación privada, que por definición no pertenece al depósito de la fe, jamás podrá presentarse, de ser auténtica, como la “última palabra de Dios”. Las revelaciones privadas, de ser auténticas, no añaden nada a la revelación pública que tiene en Cristo su mediador y su plenitud.

La función de las revelaciones privadas, de ser auténticas, es ayudarnos a vivir más plenamente la revelación en una cierta época de la historia.

No seré yo quien pretenda restringir la libertad de Dios. Y creo que tampoco el Papa lo pretende. Pero hay un hilo conductor, así lo creo, que hace de lo extraordinario lo ordinario, de lo excepcional lo normal… Y ese hilo sospechoso une, es verdad, a los gnosticismos modernos y a los afanosos buscadores de “novedades”, incluso mediante apariciones, como si algo esencial hubiese quedado sin decir.

En eso no radica la identidad cristiana. Y hace bien el Papa en recordarlo.

 

Guillermo Juan Morado.

 

 PS: ¿Ha dicho algo el Papa sobre Medjugorje? No explícitamente en estas palabras. Sí ha dicho en Sarajevo que pronto habrá noticias sobre esas supuestas apariciones. De todos modos, lo esencial de la identidad cristiana no depende de que esas, u otras apariciones, sean aprobadas por la Iglesia. Lo esencial, lo último y lo nuevo, nos ha sido dado ya en Jesucristo. Todo lo demás, si viene de Dios, bienvenido sea. Si viene de Dios… Y a la Iglesia le compete llevar a cabo el discernimiento.