Algo sobre el conocimiento humano

El conocimiento vulgar, empírico, técnico, prudencial, científico y sapiencial son distintos grados de profundidad del conocimiento humano. Pero el hombre no es el único ser cognoscente, es decir, el hombre no es el único ser que puede conocer puesto que, en primer lugar, la experiencia nos muestra que existen otros seres, a saber, los animales irracionales que también conocen, aunque de manera sensible y no intelectual como lo hace el hombre y en segundo lugar el raciocinio discursivo nos permite saber sobre la existencia de otros seres superiores al hombre como es el caso de Dios que conocemos tanto por la fe como por los efectos que produce y que necesariamente nos conducen a su Causa y los ángeles o formas puras, cuyo conocimiento es intuitivo aun cuando de ellos no tengamos certeza sino por la fe pero que, sin embargo, podemos concluir que dada la escala de los seres que va desde los minerales, vegetales, animales irracionales, el hombre y luego Dios, siendo el hombre un ser corpóreo espiritual, lo natural es que entre éste y Dios existan formas puras espirituales en una gradación que culmina en Dios cuya distancia de las criaturas siempre será infinita por ser  necesario a diferencia de la contingencia de todos los demás entes.

            De modo que cuando hablamos de conocimiento, es necesario reiterar, que el conocimiento no se limita al hombre y el conocimiento humano no se reduce a un tipo de conocimiento. Y como lo he dicho anteriormente, existe una escala de seres cuyas facultades de conocimiento les permiten conocer según sus potencias y su lugar dentro de la escala de los existentes. Así pues, mientras el conocimiento sensible se limita a las cualidades sensibles, el conocimiento intelectual tiene por objeto el ser que en el caso del hombre, es abstraído de las cosas sensibles y en el caso de los seres superiores a él, es intuido aunque de modo análogo entre Dios y los ángeles ya que mientras Dios conoce todo en su propia esencia, los ángeles, conocen en la esencia divina que pone en acto todas sus especies inteligibles, lo cual nos hace ver que dentro de la escala de los seres espirituales, el hombre es el más modesto de los espíritus y el más perfecto de los cuerpos. Podemos decir que siendo el más  perfecto de los seres corpóreos, es el más imperfecto de los seres espirituales por la limitación de la esencia y de la materia. Pero dado que en este momento estoy centrando mi atención en el conocimiento del ser corpóreo-espiritual que es el hombre y que como ya lo había dicho Aristóteles, este hombre entiende porque tiene un principio intelectivo que es un alma intelectual que constituye su forma.[1] Esto resulta evidente si partimos del análisis de la naturaleza de la especie humana, ya que la naturaleza de cualquier cosa queda manifestada por su operación y de aquí que como también Aristóteles lo expresó,[2] la operación más propia del hombre en cuanto hombre es la de entender, ya que por ella supera a los animales y alcanza la plena felicidad. De tal suerte que, en lo que se refiere a la forma de los seres, mientras más alta es su categoría dentro de la escala de los seres, más domina a la materia corporal y menos inmersa está en ella, y por lo mismo más impulsa a la materia por su operación y su capacidad, más supera su poder al de la materia elemental, y es así como podemos observar que el alma vegetativa supera a la forma de un metal, lo mismo que el alma sensitiva supera a la vegetativa, y de todas las formas corpóreas, la de más categoría es el alma humana debido a que tiene una capacidad de operación en la que no participa del todo de la materia corporal y la cual conocemos como entendimiento.[3]

            Una vez hechas estas observaciones, es necesario aclarar la definición de conocimiento humano, cosa que ha hecho Aristóteles quien ha dicho que conocer es “hacerse otro en cuanto otro”, es decir, transformarse inmaterialmente o intencionalmente en el objeto conocido, operación en la que el mismo sujeto puede hacer las veces de sujeto y objeto en el caso del autoconocimiento humano o reflexión. Todo esto gracias a la potencia activa del alma intelectiva o intelecto agente que permite al hombre, de alguna manera, ensancharse con los objetos de su conocimiento y gracias también a lo común entre el sujeto y el objeto que es la inmaterialidad, y que es aquello que permite la comunicación entre el sujeto y el objeto. Gracias a que todos los seres tienen algo de inmaterialidad, a saber, su forma, pueden ser conocidos por un cognoscente, y en el caso del hombre pueden ser conocidos intelectualmente gracias, como lo he dicho, al intelecto agente o potencia  activa para abstraer lo inteligible de los objetos sensibles.[4]

            En suma, siendo el intelecto la potencia o facultad cognoscitiva que constituye al hombre en su grado de perfección, el intelecto es de algún modo una potencia pasiva en virtud de que es un intelecto creado y ningún intelecto creado puede ser el acto de todos los inteligibles. Hay que aclarar que en los entes finitos el entendimiento está en potencia respecto a toda la realidad y en el caso del intelecto o entendimiento humano éste se encuentra en potencia no sólo en el sentido de que es pasivo de ellos cuando los recibe, sino porque además está naturalmente desprovisto de ellos.[5] De aquí la necesidad de una función activa de nuestro intelecto que esté en acto para que los inteligibles de las cosas sensibles puedan pasar de la potencia al acto. Esto debido a que como para mover hay que ser, no podemos esperar que un inteligible en potencia que incluso, en muchos de los casos no es ni siquiera cognoscente y que justamente es inteligible en potencia, se haga inteligible en acto para un cognoscente espiritual, en este caso el hombre, cuyo intelecto no tuviera la potencia activa para lograr conocer. Esto es tan sencillo como que no puede salir lo más perfecto de lo menos perfecto, por su propia virtud, lo cual nos lleva a concluir, en el caso del hombre, la existencia de esta potencia activa que llamamos intelecto agente o activo[6] y que San Agustín veía como una iluminación, participación del mismo Intelecto Divino. Nuestro intelecto tiene, por tanto, dos funciones: una activa o intelecto agente y una pasiva o intelecto posible que le permiten conocer los inteligibles ya sea por los sensibles que obran sobre sus sentidos y el intelecto, como por la enseñanza y la investigación que obra sobre su intelecto. Y como el objeto propio de la inteligencia es lo inteligible de lo sensible y esto inteligible es universal, no puede conocer lo particular más que volviendo por reflexión a la imagen sensible. De hecho los primeros principios del orden lógico son las primeras concepciones que forma el intelecto al entrar en contacto con lo sensible,[7]su aprehensión supone la intervención de lo sensible y son garantía de todos nuestros conocimientos ciertos y el punto de partida para descubrir la verdad, desarrollar la ciencia, etc. En el hombre se da el conocimiento sensible y el intelectual como dos especies distintas de un mismo género de operación gracias al elemento común que es la inmaterialidad. Con todo esto queda asentado que el conocimiento se da de forma a forma, que el elemento del objeto asimilable por el pensamiento es precisamente su forma. El ser del objeto se presenta frente al sujeto que se incrementa al conocerlo por lo que todo acto de conocimiento supone la presencia de un sujeto y un objeto. El sujeto cognoscente se trasforma intencionalmente en el objeto conocido gracias a la especie (forma en el intelecto) de modo que el objeto, sin dejar de ser objeto, se hace sujeto gracias a que puede hacerse presente en el sujeto por modo de especie, y es la especie sensible a la que el intelecto agente hace inteligible en acto, transformándose en la forma de nuestro intelecto posible. Por esta razón, la noción de especie salvaguarda la individualidad del sujeto y del objeto sin que lo que conocemos sea un ente distinto de su forma, sino únicamente un modo de existir distinto y con esto se garantiza la objetividad del conocimiento, que consiste en tener la certeza de que conocemos realmente el objeto y no únicamente una representación mental de éste, y una vez que el objeto, a modo primero de especie sensible y luego inteligible en acto, es recibido por el entendimiento posible, este produce el concepto, que es la semejanza del objeto que el intelecto engendra bajo la acción de la especie. Mientras la especie es el  singular concreto en la mente, el concepto es el universal abstracto que resulta de tener la especie en nosotros, es la transformación que en nuestro intelecto se produce cuando éste entra en contacto con la especie inteligible en acto.

 

 

 

 

 

 

 

 


 
[1]Cfr. S.Th.., I, q.76, a.1, sol.
[2]Cfr. Aristóteles, 10 c.7 n.1 (BK 1177 a 12): S. Th., lect. 10 n. 2080.
[3]Cfr. S.Th., I, q.76, a.1, sol.
[4] Cfr. Ocampo, Manuel. Las dimensiones del hombre. Un estudio sobre la persona humana a la luz del pensamiento filosófico de Santo Tomás de Aquino, Ed. EDICEP, Valencia, España, 2002, cap. III.
[5] Cfr. S.Th., I., q.79, a.3, ad. resp.
[6] Cfr. S.Th., I, q.79, a.3, ad. resp.
[7] Cfr. C.G., IV, II, ad.