Iglesia escuchante y dialogante

 

A lo más que llegó un servidor era a eso de “iglesia militante, purgante y triunfante”. Prometo que, desde mi mejor buena voluntad entendí que con eso bastaba. Ignorante. Necio. Botarate. Memo. Mostrenco. Cavernícola. Infocatólico. Ya lo ven, aquí servidor anclado en que si la purgante… Pero hombre, que todo el mundo está en el cielo y purgante ya solo suena a ricino y eso para los mayores. Ahora lo que se lleva es eso de Iglesia escuchante y dialogante. Nada menos que ambas dos.

A un servidor en principio le parecen bien estas dos cosas. ¡Cómo no estar de acuerdo en escuchar los gritos del mundo, su necesidad de pan y sobre todo su necesidad de Dios! Escuchar el lamento del pobre, el grito de auxilio del pecador, las voces calladas de los que no encuentran sentido a su vida. Pobres de nosotros si no somos capaces de comprender, emocionarnos, dolernos de tanto sufrimiento ajeno.

Dialogar siempre. Hablar con unos y con otros para que lleguen a conocer a Cristo el Señor. No un dialogar por dialogar, sino un hablar para que la luz del evangelio se haga patente y las gentes puedan reconocer en Jesús al Hijo de Dios hecho hombre por nosotros y por nuestra salvación.

Pero todo tiene su truco. Y lo que la gente quiere que escuchemos no son los gritos del pobre, aunque vayan por delante como gran pantalla, ni tampoco el vacío del que vive sin Dios o sin razones convincentes. Lo que pretenden es que escuchemos sus veleidades morales, sus caprichos, sus reivindicaciones más rastreras y para hacerlos pasar por criterios evangélicos.

Ni quieren dialogar para buscar juntos la Verdad y entregar la vida por ella. Diálogo se hace equivalente a consenso, bajada de principios, aguante de todo y democracia de a ver qué queremos y lo que queremos se nos ha de conceder. No puede ser.

En las parroquias se escuchan gritos desgarradores de personas que no tienen para dar de comer a sus hijos y que necesitan ayuda material, escucha, apoyo moral. Personas que precisan de todas nuestras horas y más que tuviéramos. Lamentos de los que acuden buscando confesión abrumados por sus pecados. Dolor de gente que duda, que necesita apoyo para descubrir su camino como persona, que suplica un consejo. Para esta gente, por ellos, necesitamos despachos parroquiales permanentemente abiertos, capacidad de escucha y acogida, patear el barrio, estar atentos a cada rostro.

A lo que ya me niego es a perder el tiempo escuchando por enésima vez que aprenderse las oraciones los niños es una bobada, que hay que ser más flexibles con lo de la misa del domingo, que hay que dialogar más con el mundo con respecto al sexto mandamiento y escuchar las reivindicaciones de las católicas por el derecho a decidir. Directamente no me da la gana.

Escuchantes, sí. Dialogantes, sí. Para predicar la Verdad. Para anunciar el Evangelio. Para socorrer al pobre. Bajantes de pantalones, no. Rebajas morales o de fe, tampoco.