En el miércoles de la XI semana del tiempo ordinario (día 17 de junio) y siguiendo sus reflexiones sobre la condiciones de vulnerabilidad que ponen a prueba a las familias, el Papa Francisco partiendo del episodio narrado por el evangelista Lucas, que muestra la compasión de Jesús ante la viuda que ha perdido su único hijo, reflexionó precisamente sobre la experiencia de la muerte en la familia.

“Queridos hermanos y hermanas: Hoy deseo reflexionar sobre el luto en la familia por la pérdida de alguno de sus miembros. Por más que la muerte forme parte de la vida cotidiana, nunca nos parece algo natural. Provoca un dolor desgarrador y un desconcierto que no sabemos explicar, y hasta a veces echamos la culpa a Dios”.

La muerte no tiene la última palabra

La pérdida de un hijo o de una hija abre un abismo que traga el pasado y también el futuro, dijo el Papa en su catequesis en italiano. La familia queda como paralizada, muda, como si el tiempo se detuviese, y algo similar sufre también el niño que se queda solo por la pérdida de uno de los padres o de ambos. El vacío del abandono que se abre dentro de él es aún más angustiante porque ni siquiera tiene la experiencia para “dar un nombre” a lo sucedido.

“Sin embargo, con la gracia divina, muchas familias muestran que la muerte no tiene la última palabra. La fe y el amor que nos unen a quienes amamos impiden que la partida de este mundo se lo lleve todo, que nos envenene la vida y nos haga caer en el vacío”.

La muerte física muchas veces tiene cómplices que son peores que ella, prosiguió diciendo el Papa, e invitó a pensar en la absurda “normalidad” con la que en ciertos momentos y lugares, los eventos que agregan horror a la muerte son provocados por el odio y la indiferencia de otros seres humanos. “¡Que el Señor nos libere de acostumbrarnos a esto!”, rezó.

Sostenidos por la fe

Para impedir que la muerte nos envenene la vida y nos haga caer en el vacío, es necesario que la oscuridad sea afrontada con un “trabajo intenso de amor”, porque, precisó el Papa Bergoglio, “el Amor es más fuerte que la muerte”. Haciendo crecer el amor, éste nos custodiará hasta el día “en que cada lágrima será secada”.

“En esta fe podemos consolarnos unos a otros, sabiendo que el Señor ha vencido a la muerte de una vez por todas. Y la esperanza nos asegura que nuestros difuntos están en las manos fuertes y buenas de Dios. Así, la experiencia del luto puede ayudar a estrechar aún más los lazos familiares, a unirnos en dolor con otras familias y en la esperanza”.

Inmersos en la oscuridad de la muerte se corre el riesgo de recurrir a las “falsas consolaciones del mundo”, así pues, el Papa indicó que “la fe nos protege” para que la verdad cristiana “no corra el riesgo de mezclarse con mitologías de diferentes tipos” cediendo a los ritos de la superstición, antigua o moderna.

No negar el derecho al llanto

También Jesús lloró por el grave luto de una familia que amaba, recordó Francisco. Por eso, la recomendación del pontífice a los pastores es la de no negar el derecho al llanto, sino echar mano del testimonio simple y fuerte de las muchas familias que han sabido captar en el durísimo pasaje de la muerte, el concreto sacrificio de Cristo, muerto y resucitado por nosotros, y su promesa de vida eterna:

“Sin negar el derecho al llanto, el sentir la ausencia de uno de nosotros nos permite también percibir más concreto y cercano el sacrificio de Cristo, que murió, resucitó y fue glorificado por el Padre, y su irrevocable promesa de llevar consigo a todos los suyos a la vida eterna. El amor de Dios es más fuerte que muerte”.

“Pidamos a buen Pastor – concluyó el Sucesor de Pedro – que nos acompañe en el momento de la última soledad, que él ya ha atravesado y conoce bien el paso oscuro de esta vida a la otra, a la gloria. Muchas gracias”.

(GM – RV)