Al portavoz de la Conferencia Episcopal de Chile

 

Acaba de producirse la renuncia del presbítero chileno Rodrigo Tupper (foto). Siendo que él no ha dado demasiadas explicaciones sobre su decisión, es preferible evidentemente no especular sobre las mismas. Ni ha sido ni será el primer y último sacerdote que hace lo mismo. Pediremos a Dios por el presente y el futuro de nuestro hermano. Dios lo guarde siempre en su misericordia y lo lleve a la vida eterna.

Lo verdaderamente llamativo de este caso son las declaraciones del portavoz de la Conferencia Episcopal de Chile, D. Jaime Coiro, diácono permanente y periodista. Dice:

«Probablemente se fue abriendo este discernimiento mayor, donde puso en la reflexión su vocación, que es lo más profundo, cuál es el lugar donde le toca servir ahora, y tomó esta decisión, que puede ser impactante y quizás conmovedora».

Y

También afirmó que está cambiando el modo en que la Iglesia aborda este tipo de hechos(la renuncia de un sacerdote), ya que «hace algunas décadas, que un sacerdote dejara el ministerio era una verdadera tragedia, un terremoto, era un tema que no se hablaba y incluso se ocultaba».

A ver si lo entiendo. Hace décadas que un sacerdote dejara el ministerio era una verdadera tragedia… y ahora, ¿qué es?, ¿motivo de gozo y de alegría? ¿Organizamos un Te Deum?, ¿salimos en procesión para dar gracias a Dios? ¿Ya no cuenta mucho eso de comprometerse a servir al Señor por toda la vida como sacerdote? ¿Quizás lo lógico es que los sacerdotes decidan cambiar de profesión al cabo de un tiempo? ¿Debemos los fieles dar por normal que pasen estas cosas? ¿No habíamos quedado en que “los dones y la vocación de Dios son irrevocables” (Rom 11,9)?… La archidiócesis de Santiago le agradece los servicios prestados -como cuando se despide a un entrenador de fútbol- y pide oraciones por él. Y el portavoz de los obispos chilenos poco menos que demuestra entusiasmo ante lo ocurrido.

Bien sabemos que jamás podemos juzgar al prójimo, en este caso a un sacerdote concreto que renuncia a seguir ejercitando su ministerio sacerdotal. “De internis, neque Ecclesia iudicat”. Puede tener válidas razones objetivas –problemas psicológicos, morales o del tipo que sean- que hagan honrado y aconsejable pedir la secularización de su condición sacerdotal a la Santa Sede.

Eso es una cosa. Pero otra cosa es presentar el abandono del ministerio sacerdotal, que de suyo es “para siempre” (in aeternum), como algo que puede considerarse positivo, o si se quiere, sin mayor importancia ni perjuicio para la vida de la Iglesia. Eso es falso. Esa reacción y valoración del caso es contraria a la tradición de la Iglesia. Es contraria, en concreto, a la reacción del Beato Pablo VI ante las “secularizaciones sacerdotales”, que en número tan grandísimo hubo de firmar en conciencia durante su Pontificado, haciéndolo con tan gran dolor, que algunos dicen que le abrumaron hasta acabar con su vida. Lo que él sentía lo expresa claramente en la Encíclica Sacerdotalis coelibatus (24-06-1967):

85. Las dispensas que eventualmente se vienen concediendo, en un porcentaje verdaderamente mínimo en comparación con el gran número de sacerdotes sanos y dignos, al mismo tiempo que proveen con justicia a la salud espiritual de los individuos, demuestran también la solicitud de la Iglesia por la tutela del sagrado celibato y la fidelidad integral de todos sus ministros. Al hacer esto, la Iglesia procede siempre con la amargura en el corazón, especialmente en los casos particularmente dolorosos en los que el negarse a rehusar llevar dignamente el yugo suave de Cristo se debe a crisis de fe, o a debilidades morales, por lo mismo frecuentemente responsables y escandalosas.

86. Oh si supiesen estos sacerdotes cuánta pena, cuánto deshonor, cuánta turbación proporcionan a la santa Iglesia de Dios, si reflexionasen sobre la solemnidad y la belleza de los compromisos que asumieron, y sobre los peligros en que van a encontrarse en esta vida y en la futura, serían más cautos y más reflexivos en sus decisiones, más solícitos en la oración y más lógicos e intrépidos para prevenir las causas de su colapso espiritual y moral.

Por supuesto, no sería prudente una declaración del Portavoz de la Conferencia Episcopal de Chile que citase este texto del Magisterio apostólico al comunicar el abandono del ministerio sacerdotal de un famoso sacerdote de Santiago. Pero de eso a mencionar “un discernimiento mayor”, una “decisión conmovedora”, haciendo crítica al mismo tiempo del modo en que la Iglesia “hace algunas décadas” reaccionaba ante, etc, hay un buen trecho, que nos parece lamentable.

Luis Fernando Pérez Bustamante