Opinión

La pastoral de los enfermos

 

La experiencia pastoral nos enseña que los enfermos y ancianos reciben la Santa Unción con gran fe y no se asustan, sino que encuentran fortaleza, esperanza, serenidad y consuelo.

19/06/15 9:35 AM | Monseñor Francisco Pérez González


El libro litúrgico que contiene los ritos para administrar el Sacramento de la Unción se titula: «Ritual de la Unción y de la Pastoral de Enfermos». Ya nos revela en su portada que es algo más que un simple ritual. Es un directorio de acción pastoral y una reflexión sobre el hecho de la enfermedad, el dolor humano y la debilidad de la ancianidad. Se trata de preparar y acompañar con una serie de servicios no tanto a los moribundos, sino todo el camino de la vida humana que en su final necesita una ayuda especial. Toda esta labor contempla muchas y variadas etapas de la existencia, que precisan la fuerza consoladora del Espíritu Santo y la tierna atención de la madre Iglesia.

Este enfoque es nuevo. Antes se llamaba: «Extrema unción». A este título se le había asociado la idea del miedo ante el tema tabú de ser la antesala de la muerte, que había que esconder para soslayarlo en lo posible. Sin embargo el hecho de morir está presente en la existencia humana igual que el nacer. La experiencia pastoral nos enseña que los enfermos y ancianos reciben la Santa Unción con gran fe y no se asustan, sino que encuentran fortaleza, esperanza, serenidad y consuelo. La novedosa concepción del Concilio Vaticano II, le dio un enfoque más amplio, más dirigido a orientar bien el sentido de la enfermedad, el dolor y la misma muerte desde la fe y la misericordia de Dios. No es un sacramento «extremo» sino de Salud y Vida espiritual que ayuda a estar con paz en los momentos de mayor sufrimiento.

Por eso la «Unción de los Enfermos» es un sacramento de la enfermedad y no una preparación dramática de la muerte. El ritual propone su celebración siempre que haya una debilidad importante causada por la enfermedad o la vejez, aunque no haya un inminente peligro de muerte. Es necesario catequizar a las comunidades cristianas en este sentido. Ya en muchos lugares se realizan celebraciones comunitarias de este sacramento, especialmente en la residencias de ancianos. Así se expresa el sentido eclesial del sacramento. También algunas personas, al afrontar una intervención quirúrgica, especialmente delicada, piden este sacramento.

La diócesis promueve en el entorno del sacramento de la «Unción de los Enfermos la Pastoral de Enfermos». Los párrocos, los capellanes de sanatorios, hospitales, clínicas y residencias de ancianos, los religiosos y religiosas especializadas, los voluntarios y agentes de la Pastoral de la Salud ofrecen un servicio esmerado, profesional y competente de atención personalizada a los enfermos. Su presencia humilde y servicial junto a los enfermos es la respuesta a una vocación y ministerio, que se basa en la invitación del Señor a realizar la obra de misericordia de «visitar a los enfermos». Así cumplen la parábola del «Buen Samaritano» (Lc 10, 30-35). En nombre de las comunidades cristianas cumplen la invitación del Apóstol San Pablo: «Si padece un miembro, de la comunidad, todos los miembros padecen con él» (1 Cor 12, 26).

La Iglesia, que está presente en los momentos más significativos de la vida de los fieles, los acompaña con un cariño y ternura especial en los preparativos del tránsito definitivo a la nueva vida en el encuentro con Dios. Toda la comunidad cristiana reza y encomienda a quienes van por delante en el signo de la fe y de la paz. Esta oración provoca que en los momentos de debilidad por la ancianidad y de la salud debilitada por la enfermedad, el Espíritu Santo conceda la «sabiduría del corazón» que no se adquirió en los años jóvenes. Se entiende cómo el Santo Job, lleno de paciencia al final de su dura experiencia, ora a Dios diciendo: «Yo te conocía sólo de oídas, pero ahora te han visto mis ojos» (Job 42, 5). El que recibe la Unción de Enfermos se une a la oración del salmo: «Enséñanos, Señor, a calcular nuestros días, para que entre la sabiduría en nuestro corazón» (Salmo 90, 12). Con esta preparación la muerte no horroriza a los creyentes. Es un momento de tránsito misterioso, luminoso y confiado hacia la resurrección, a una nueva vida en Dios. ¿Puede haber forma más digna y consoladora de entregar la propia vida en manos de Dios?

+ Francisco Pérez González, Arzobispo de Pamplona y Obispo de Tudela