Tribunas

La bandera del Estado Islámico y la profesión de fe musulmana

Pilar González Casado
Profesora Agregada a la Cátedra de de Literatura árabe cristiana de la Universidad San Dámaso.

Desgraciadamente, cada vez es más popular la bandera negra con una leyenda en árabe en color blanco como distintivo del grupo terrorista Estado Islámico. Numerosas imágenes en la red retratan a los miembros del grupo enarbolándola. Noticias, aún sin confirmar, denuncian que este grupo dejó una bandera similar junto al cadáver de la víctima del reciente atentado en la fábrica de productos químicos de Lyon para reivindicar su autoría.

La leyenda de semejante insignia no es otra cosa que la shahada, la profesión de fe islámica, el credo de todo musulmán, y cuya confesión es una de las cinco prescripciones básicas de la sharia. La frase, es decir, el dogma del islam, es muy breve y muy simple: «Yo testifico que no hay más dios que Dios y que Mahoma es su enviado». En árabe, dios es ilah, y Dios, el dios por excelencia, allah, que se castellaniza como Alá. La componen dos ideas básicas que, como un estribillo, recorren los capítulos coránicos: la unicidad de Dios y la misión encomendada a Mahoma, pero que en el Libro no aparecen unidas en una sola fórmula. La shahada es la síntesis de la fe musulmana que elaboró posteriormente la comunidad. Su contenido se clasifica del siguiente modo: lo que pertenece al tesoro común de las religiones reveladas, como judaísmo y cristianismo (la unicidad absoluta de Dios, su omnisciencia, su omnipotencia, su majestad y señorío, la creación del hombre y del mundo, la supervivencia de las almas después de la muerte y la recompensa o castigo eterno en el paraíso o en el infierno), y lo propiamente islámico (la misión profética de Mahoma, que clausura la profecía iniciada en Abraham y que llega hasta Jesús como precursor del Profeta del islam, y todo lo que depende de ella: la autenticidad del Corán, la negación de los dogmas cristianos de la Trinidad y la Encarnación y las disposiciones de la Ley islámica). Cuando esta fórmula se pronuncia delante de un tribunal autorizado, se ingresa en la comunidad musulmana, es decir, uno se hace musulmán. El que confiesa estas verdades reveladas desde antiguo, reconoce que las acepta en su versión definitiva y no tergiversada, la del islam. Por ello, es locura y necedad apostatar de ellas y convertirse a una de las dos religiones que precedieron al islam.

A pesar de este trasfondo bíblico que el islam comparte con el judaísmo y el cristianismo, Alá no interviene en la Historia como hace Dios en la Biblia. Su absoluta transcendencia le obliga a mantenerse fuera de ella y a no salir de su aislamiento. Con respecto al hombre, su criatura, la consecuencia principal de este aislamiento es que éste no es en ningún caso imagen y semejanza de Dios, como en el Génesis, ni está llamado a compartir la vida divina, como en el cristianismo. La distancia entre Alá y el hombre no puede ser salvada con una comunión que abarque a los dos y la dignidad humana queda así reducida a ser su siervo, a obedecerle como Creador, Legislador y Juez.

La bandera de Arabia Saudita porta la shahada subrayada por un sable. En el siglo XVIII, los fundadores de la actual dinastía saudí y del actual reino, acogieron a un reformista del pensamiento islámico, Muhammad Abdel Wahhab, fundador de la corriente conocida como wahabismo, que hizo de esta región el bastión fuerte de su predicación. Después, la dinastía saudí utilizó políticamente algunas de sus ideas religiosas en las campañas para recuperar los lugares santos de La Meca y Medina, en posesión de la dinastía hachemita, descendiente del bisabuelo de Mahoma, y para crear el reino saudí, cuyas tierras también estaban entonces en manos hachemitas. Dos de estas ideas, expresadas en El libro del monoteísmo de Muhammad Abdel Wahhab, eran la estricta unicidad de Dios y el fuerte sentido comunitario del islam primitivo centrado en el valor coercitivo del yihad. El yihadismo también ha hecho de estas dos ideas su bandera. La imposibilidad de que Alá sea una comunión de tres personas y de que el hombre sea imagen divina rebaja la dignidad de la vida humana hasta el punto de situarla por debajo de los fines político-religiosos que se pretenden alcanzar.