El primer obispo de la Luna

Hacía escasamente un año que William D. Borders, un capellán de la campaña africana durante la Segunda Guerra Mundial, se convertía en el primer obispo de Orlando cuando partía la misión del Apolo XI, con la que el hombre pisaría la luna por primera vez.

Durante la posterior visita ad limina le dijo a Pablo VI que él era también «el primer Obispo de la Luna», no sólo de Orlando, pues así le correspondía según el Código de Derecho Canónico de 1917, puesto que la expedición que había llegado a ese «territorio recién descubierto» había partido de Cabo Cañaveral. Nombre, por cierto, que suponía una tortura para los teclados «deseñificados».

Me pareció una anécdota entrañable, no tanto porque yo naciese en esos días, más bien por el celo apostólico que manifiesta. Preocupación de llevar el Evangelio a todas….¿las gentes?

Porque ahora que estamos de veraneo en el Hemisferio Norte, a veces, las familias cristianas podemos sentirnos como en la Luna: la modestia, la apertura a la vida, las playas, las obras de misericordia, la sobriedad, la gimkana en la que se convierte la búsqueda de la Santa Misa, y no digamos a diario. A buen seguro que más de uno piensa, incluso, que nosotros somos los lunáticos. Pues en ese caso, asunto resuelto, tenemos hasta obispo.

Si os sirve mi experiencia personal, con la coherencia de querer al Señor en todas las circunstancias, con sus caídas y «levantadas», Dios hace maravillas, en nosotros y en los que nos rodean. No son tiempos para quejarse, nunca lo son, pero ahora menos.