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El mundo visto desde Roma

Servicio diario - 13 de julio de 2015

El papa Francisco

Paraguay: programa del Papa el 12 de julio
El Santo Padre concluye este domingo su gira por América Latina, que le ha llevado a Ecuador, Bolivia y Paraguay 

Texto completo del discurso del Papa a la sociedad civil paraguaya
16.30. Asunción. Encuentro en el estadio León Condou del colegio San José. El Santo Padre señaló que 'el bien común se busca desde nuestras diferencias'

El Santo Padre visita la periferia de Asunción
08.15. Asunción. Francisco visita el barrio Bañado Norte y recuerda que una fe que no se hace solidaridad, es una fe muerta

Texto completo del discurso del Santo Padre en Bañado Norte
8.15. Asunción. El Papa Francisco visita un barrio periférico de la capital paraguaya y les recuerda que la fe que despierta Jesús es una fe con capacidad de soñar futuro y de luchar por eso en el presente

Texto completo de la homilía del Santo Padre en Ñu Guazú
10.00. Asunción. Santa Misa en el campo grande de Ñu Guazú. Francisco invita a vivir la hospitalidad

Texto completo del Ángelus en Ñu Guazú
11.45. Asunción. Ángelus en el campo grande de Ñu Guazú. Francisco pidió que 'con la ayuda de María, la Iglesia sea casa de todos, una casa que sepa hospedar, una madre para todos los pueblos'

Francisco en Ñu Guazú: 'La Iglesia es la casa de la hospitalidad'
10.00. Asunción. Misa y Ángelus en el campo grande de Ñu Guazú. El Papa señaló que en la lógica del Evangelio no se convence con los argumentos, con las estrategias, con las tácticas, sino aprendiendo a alojar

El Santo Padre anima a los jóvenes a seguir haciendo lío
17.00. Asunción. La juventud paraguaya se reúne en la Costanera en el último encuentro del Santo Padre en su ruta por América Latina  

Texto completo del discurso del Papa a los jóvenes en Costanera
17.00 El Santo Padre improvisa el discurso con la juventud y les indica un camino: Corazón libre. Solidaridad. Trabajo. Esperanza. Esfuerzo. Conocer a Jesús. Conocer a Dios mi fortaleza.

El Papa ya está rumbo a Roma
Termina el noveno viaje internacional del pontificado de Francisco, que en esta ocasión le ha llevado a Ecuador, Bolivia y Paraguay

Espiritualidad y oración

Beato Carlos Manuel Rodríguez Santiago - 13 de julio
«“Charli”, el beato de Puerto Rico: un apóstol en la universidad. Su innegable carisma subyugaba a jóvenes y universitarios. Admirable por su audacia y compromiso llevado al límite»


El papa Francisco


Paraguay: programa del Papa el 12 de julio
 

El Santo Padre concluye este domingo su gira por América Latina, que le ha llevado a Ecuador, Bolivia y Paraguay 

Por Redacción

Ciudad del Vaticano, (ZENIT.org)

08:15 Visita al Bañado Norte-Capilla San Juan. Discurso del Santo Padre (14.15 hora central europea)
10:00 Santa Misa en el Campo Grande de Ñu Guasu. Homilía y ángelus. (16.00 hora central europea)
13:00 Encuentro con los Obispos del Paraguay en el Centro Cultural de la Nunciatura Apostólica (19.00 hora central europea) 
13:30 Almuerzo con los Obispos del Paraguay (19.30 hora central europea)
17:00 Encuentro con los jóvenes en la Costanera de Asunción. Discurso del Santo Padre. (23.00 hora central europea)
18.15 Salida hacia el Aeropuerto, con breve parada frente al local del "Ycuá Bolaños".  (00.15 hora central europea) 
19:00 Ceremonia de Despedida en el Aeropuerto y partida rumbo a Roma (01.00 hora central europea) 

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Texto completo del discurso del Papa a la sociedad civil paraguaya
 

16.30. Asunción. Encuentro en el estadio León Condou del colegio San José. El Santo Padre señaló que 'el bien común se busca desde nuestras diferencias'

Por Redacción

Ciudad del Vaticano, (ZENIT.org)

El papa Francisco se reunió este sábado por la tarde con una amplia representación de la sociedad civil paraguaya en un encuentro celebrado en el estadio León Condou del colegio San José, en Asunción. 

Tras la ceremonia de bienvenida, el Santo Padre escuchó atentamente las preguntas de algunos representantes locales. Después fue respondiendo a las diferentes cuestiones. 

A continuación publicamos las palabras del Pontífice:

Queridos amigos, buenas tardes:

Yo escribí esto en base a las preguntas que me llegaron, que no son todas las que hicieron ustedes, así que lo que falta lo iré completando en la medida que voy hablando. De tal manera que, en la medida que yo pueda,  logre dar mi opinión sobre las reflexiones de ustedes. 

Y estoy contento de estar con ustedes, representantes de la sociedad civil, para compartir esos sueños, ilusiones, en un futuro mejor y problemas. Agradezco a Mons. Adalberto Martínez Flores, Secretario de la Conferencia Episcopal del Paraguay, esas palabras de bienvenida que me ha dirigido en nombre de todos. Y agradezco a las seis personas que han hablado, cada una de ellas presentando un aspecto de su reflexión.

Verlos a todos, cada uno proveniente de un sector, de una organización, de esta sociedad paraguaya, con sus alegrías, preocupaciones, luchas y búsquedas, me lleva a hacer una acción de gracias a Dios. O sea, parece que Paraguay no está muerto, gracias a Dios. Porque un pueblo que vive, un pueblo que no mantiene viva sus preocupaciones, un pueblo que vive en la inercia de la aceptación pasiva, es un pueblo muerto. Por el contrario, veo en ustedes la savia de una vida que corre y que quiere germinar. Y eso siempre Dios lo bendice. Dios siempre está a favor de todo lo que ayude a levantar, mejorar, la vida de sus hijos. Hay cosas que están mal, sí. Hay situaciones injustas, sí. Pero verlos y sentirlos me ayuda a renovar la esperanza en el Señor que sigue actuando en medio de su gente. Ustedes vienen desde distintas miradas, distintas situaciones y búsquedas, todos juntos forman la cultura paraguaya. Todos son necesarios en la búsqueda del bien común. «En las condiciones actuales de la sociedad mundial, donde hay tantas iniquidades y cada vez más las personas son descartables» (Laudato si’ 158) verlos a ustedes aquí es un regalo. Es un regalo porque en las personas que han hablado vi la voluntad por el bien de la patria. 

1. Con relación a la primera pregunta, me gustó escuchar en boca de un joven la preocupación por hacer que la sociedad sea un ámbito de fraternidad, de justicia, de paz y dignidad para todos. La juventud es tiempo de grandes ideales. A mí me viene decir muchas veces que me da tristeza ver un joven jubilado. Qué importante es que ustedes los jóvenes – y ¡vaya que hay jóvenes acá en Paraguay!–, que ustedes los jóvenes vayan intuyendo que la verdadera felicidad pasa por la lucha de un país fraterno. Y es bueno que ustedes los jóvenes vean que felicidad y placer no son sinónimos. Una cosa es la felicidad y el gozo… y otra cosa es un placer pasajero. La felicidad construye, es sólida, edifica. La felicidad exige compromiso y entrega. Son muy valiosos para andar por la vida como anestesiados. Paraguay tiene abundante población joven y es una gran riqueza. Por eso, pienso que lo primero que se ha de hacer es evitar que esa fuerza se apague, que esa luz que hay en sus corazones desaparezca, y contrarrestar la creciente mentalidad que considera inútil y absurdo aspirar a cosas que valen la pena: “No, que no te metás, no, eso no se arregla más”. Esa mentalidad, en cambio, que pretende ir más adelante es considerada como absurda. A jugársela por algo, a jugársela por alguien. Esa es la vocación de la juventud y no tengan miedo de dejar todo en la cancha. Jueguen limpio, jueguen con todo. No tengan miedo de entregar lo mejor de sí. No busquen el arreglo previo para evitar el cansancio, la lucha. No coiméen al réferi. 

Eso sí, esta lucha no lo hagan solos. Busquen charlar, aprovechen a escuchar la vida, las historias, los cuentos de sus mayores y de sus abuelos, que hay sabiduría allí. Pierdan mucho tiempo en escuchar todo lo bueno que tienen para enseñarles. Ellos son los custodios de ese patrimonio espiritual de fe y valores que definen a un pueblo y alumbran el camino. Encuentren también consuelo en la fuerza de la oración, en Jesús. En su presencia cotidiana y constante. Él no defrauda. Jesús invita a través de la memoria de su pueblo. Es el secreto para que su corazón – el de ustedes– se mantenga siempre alegre en la búsqueda de fraternidad, de justicia, de paz y dignidad para todos. Esto puede ser un peligro: “Sí, sí, yo quiero fraternidad, justicia, paz, dignidad”, pero puede convertirse en un nominalismo: ¡pura palabra! ¡No! La fraternidad, la justicia, la paz y la dignidad son concretas, sino no sirven. ¡Son de todos los días! ¡Se hacen todos los días! Entonces, yo te pregunto a vos, joven: “¿Cómo esos ideales los amasás, día a día, en lo concreto? Aunque te equivoques, ¿te corregís y volvés a andar?”. Pero lo concreto. 

Yo les confieso que a veces a mí me da un poquito de alergia, o para no decirlo así en términos tan finos, un poquito de “moquillo”, el escuchar discursos grandilocuentes con todas estas palabras y, cuando uno conoce la persona que habla, dice: “Qué mentiroso que sos”. Por eso, palabras solas no sirven. Si vos decís una palabra comprometéte con esa palabra, amasá día a día, día a día. ¡Sacrificáte por eso! ¡Comprometéte! 

Me gustó la poesía de Carlos Miguel Giménez, que Mons. Adalberto ha citado. Creo que resume muy bien lo que he querido decirles: «[Sueño] un paraíso sin guerra entre hermanos, rico en hombres sanos de alma y corazón… y un Dios que bendice su nueva ascensión». Sí, es un sueño. Y hay dos garantías: que el sueño se despierte y sea realidad de todos los días, y que Dios sea reconocido como la garantía de la dignidad nuestra como hombres. 

2. La segunda pregunta se refirió al diálogo como medio para forjar un proyecto de nación que incluya a todos. El diálogo no es fácil. También está el “diálogo-teatro”, es decir, representemos al diálogo, juguemos al diálogo, y después hablamos entre nosotros dos, entre nosotros dos, y aquello quedó borrado. El diálogo es sobre la mesa, claro . Si vos, en el diálogo, no decís realmente lo que sentís, lo que pensás, y no te comprometés a escuchar al otro, ir ajustando lo que vas pensando vos y conversando, el diálogo no sirve, es una pinturita. Ahora, también es verdad que el diálogo no es fácil, hay que superar muchas las dificultades y, a veces, parece que nosotros nos empecinamos en hacer las cosas más difíciles todavía. Para que haya diálogo es necesaria una base fundamental, una identidad. Cierto, por ejemplo, yo pienso en el diálogo nuestro, el diálogo interreligioso, donde representantes de las diversas religiones hablamos. Nos reunimos, a veces, para hablar… y los puntos de vista, pero cada uno habla desde su identidad: “Yo soy budista, yo soy evangélico, yo soy ortodoxo, yo soy católico”. Cada uno dice, pero su identidad. No negocia su identidad. O sea, para que haya diálogo es necesaria esa base fundamental. ¿Y cuál es la identidad en un país? –estamos hablando del diálogo social acá–. El amor a la patria. La patria primero, después mi negocio. ¡La patria primero! Esa es la identidad. Entonces, yo, desde esa identidad, voy a dialogar. Si yo voy a dialogar sin esa identidad el diálogo no sirve. Además, el diálogo presupone y nos exige buscar esa cultura del encuentro. Es decir, un encuentro que sabe reconocer que la diversidad no solo es buena, es necesaria. La uniformidad nos anula, nos hace autómatas. La riqueza de la vida está en la diversidad. Por lo que el punto de partida no puede ser: “Voy a dialogar pero aquel está equivocado”. No, no, no podemos presumir que el otro está equivocado. Yo voy con lo mío y voy a escuchar qué dice el otro, en qué me enriquece el otro, en qué el otro me hace caer en la cuenta que yo estoy equivocado, y en qué cosas le puedo dar yo al otro. Es un ida y vuelta, ida y vuelta, pero con el corazón abierto. Con presunciones de que el otro está equivocado, mejor irse a casa y no intentar un diálogo, ¿no es cierto? El diálogo es para el bien común, y el bien común se busca, desde nuestra diferencias, dándole posibilidad siempre a nuevas alternativas. Es decir, busca algo nuevo. Siempre, cuando hay verdadero diálogo, se termina –permítanme la palabra pero la digo noblemente– en un acuerdo nuevo, donde todos nos pusimos de acuerdo en algo. ¿Hay diferencias? Quedan a un costado, en la reserva. Pero en ese punto en que nos pusimos de acuerdo o en esos puntos en que nos pusimos de acuerdo, nos comprometemos y los defendemos. Es un paso adelante. Esa es la cultura del encuentro. Dialogar no es negociar. Negociar es procurar sacar la propia tajada. A ver cómo saco la mía. No, no dialogues, no pierdas tiempo. Si vas con esa intención no pierdas tiempo. Es buscar el bien común para todos. Discutir juntos, pensar una mejor solución para todos. Muchas veces esta cultura del encuentro se ve envuelta en el conflicto. Es decir.. Vimos un ballet precioso recién. Todo estaba coordinado y una orquesta que era una verdadera sinfonía de acordes. Todo estaba perfecto. Todo andaba bien. Pero en el diálogo no siempre es así, no todo es un ballet perfecto o una orquesta coordinada. En el diálogo se da el conflicto. Y es lógico y esperable. Porque si yo pienso de una manera y vos de otra, y vamos andando, se va a crear un conflicto. ¡No le tenemos que temer! No tenemos que ignorar el conflicto. Por el contrario, somos invitados a asumir el conflicto. Si no asumimos el conflicto – “No, es un dolor de cabeza, que vaya con su idea a su casa, yo me quedo con la mía”- no podemos dialogar nunca. Esto significa: «Aceptar sufrir el conflicto, resolverlo y transformarlo en un eslabón de un nuevo proceso» (Evangelii gaudium 227). Vamos a dialogar, hay conflicto, lo asumo, lo resuelvo y es un eslabón de un nuevo proceso. Es un principio que nos tiene que ayudar mucho. «La unidad es superior al conflicto» (ibíd. 228) El conflicto existe: hay que asumirlo, hay que procurar resolverlo hasta donde se pueda, pero con miras a lograr una unidad que no es uniformidad, sino que es unidad en la diversidad. Una unidad que no rompe las diferencias, sino que las vive en comunión por medio de la solidaridad y la comprensión. Al tratar de entender las razones del otro, al tratar de escuchar su experiencia, sus anhelos, podemos ver que en gran parte son aspiraciones comunes. Y esta es la base del encuentro: todos somos hermanos, hijos de un mismo Padre, de un Padre celestial, y cada uno con su cultura, su lengua, sus tradiciones, tiene mucho que aportar a la comunidad. Ahora, “¿yo estoy dispuesto a recibir eso?”. Si estoy dispuesto a recibir, y a dialogar con eso, entonces sí me siento a dialogar; si no estoy dispuesto, mejor no perder el tiempo. Las verdaderas culturas nunca están cerradas en sí mismas –mueren, si se cierran en sí mismas mueren–, sino que están llamadas a encontrarse con otras culturas y crear nuevas realidades. Cuando estudiamos historia encontramos culturas milenarias que ya no están más. Han muerto. Por muchas razones. Pero una de ellas es haberse cerrado en sí mismas. Sin este presupuesto esencial, sin esta base de hermandad será muy difícil arribar al diálogo. Si alguien considera que hay personas, culturas, situaciones de segunda, tercera o de cuarta... algo, seguro, saldrá mal, porque simplemente carece de lo mínimo, que es el reconocimiento de la dignidad del otro. Que no hay persona de primera, de segunda, de tercera, de cuarta: son de la misma línea. 

3. Y esto me da pie para responder a la inquietud manifestada en la tercera pregunta: acoger el clamor de los pobres para construir una sociedad más inclusiva. Es curioso: el egoísta se excluye. Nosotros queremos incluir. Acuérdense de la parábola del hijo pródigo, ese hijo que le pidió la herencia al padre, se llevó toda la plata, la malgastó en la buena vida y, al cabo de un largo tiempo que había perdido todo –porque le dolía el estómago de hambre–, se acordó de su padre. Y su padre lo esperaba. Es la figura de Dios, que siempre nos espera. Y, cuando lo ve venir, lo abraza y hace fiesta. En cambio, el otro hijo, el que había estado en la casa, se enoja y se autoexcluye: “Yo con esta gente no me junto, yo me porté bien, yo tengo una gran cultura, estudié en tal o tal universidad, tengo esta familia y esta alcurnia. Así que con éstos no me mezclo”. No excluir a nadie, pero no autoexcluirse, porque todos necesitamos de todos. También un aspecto fundamental para promover a los pobres está en el modo en que los vemos. No sirve una mirada ideológica, que termina usando a los pobres al servicio de otros intereses políticos y personales (cf. Evangelii gaudium 199). Las ideologías terminan mal, no sirven. Las ideologías tienen una relación o incompleta o enferma o mala con el pueblo. Las ideologías no asumen al pueblo. Por eso, fíjense en el siglo pasado. ¿En qué terminaron las ideologías? En dictaduras, siempre, siempre. Piensan por el pueblo, no dejan pensar al pueblo. O como decía aquel agudo crítico de la ideología, cuando le dijeron: “Sí, pero esta gente tiene buena voluntad y quiere hacer cosas por el pueblo”. –“Sí, sí, sí, todo por el pueblo, pero nada con el pueblo”. Estas son las ideologías.  Para buscar efectivamente su bien, lo primero es tener una verdadera preocupación por su persona –estoy hablando de los pobres-, valorarlos en su bondad propia. Pero, una valoración real exige estar dispuestos a aprender de los pobres, aprender de ellos. Los pobres tienen mucho que enseñarnos en humanidad, en bondad, en sacrificio, en solidaridad. Los cristianos, además, tenemos además un motivo mayor para amar y servir a los pobres, porque en ellos tenemos el rostro, vemos el rostro y la carne de Cristo, que se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza (cf. 2 Co 8,9). Los pobres son la carne de Cristo. A mí me gusta preguntarle a alguien, cuando confieso gente –ahora no tengo tantas oportunidades para confesar como tenía en mi diócesis anterior-, pero me gusta preguntarle: “¿Y usted ayuda a la gente?” –“Sí, sí, doy limosna”. –“Ah, y dígame, cuando da limosna, ¿le toca la mano al que da limosna o tira la moneda y hace así?”. Son actitudes. “Cuando usted da esa limosna, ¿lo mira a los ojos o mira para otro lado?”. Eso es despreciar al pobre. Son los pobres. Pensemos bien. Es uno como yo y, si está pasando un mal momento por miles razones –económicas, políticas, sociales o personales-, yo podría estar en ese lugar y podría estar deseando que alguien me ayude. Y además de desear que alguien me ayude, si estoy en ese lugar, tengo el derecho de ser respetado. Respetar al pobre. No usarlo como objeto para lavar nuestras culpas. Aprender de los pobres, con lo que dije, con las cosas que tienen, con los valores que tienen. Y los cristianos tenemos ese motivo, que son la carne de Jesús.

Ciertamente, es muy necesario para un país el crecimiento económico y la creación de riqueza, y que esta llegue a todos los ciudadanos sin que nadie quede excluido. Y eso es necesario. La creación de esta riqueza debe estar siempre en función del bien común, de todos, y no de unos pocos. Y en esto hay que ser muy claros. «La adoración del antiguo becerro de oro (cf. Ex 32,1-35) ha encontrado una versión nueva y despiadada en el fetichismo del dinero y en la dictadura de la economía sin rostro» (Evangelii gaudium 55). Las personas cuya vocación es ayudar al desarrollo económico tienen la tarea de velar para que éste siempre tenga rostro humano. El desarrollo económico tiene que tener rostro humano. ¡No, a la economía sin rostro! Y en sus manos está la posibilidad de ofrecer un trabajo a muchas personas y dar así una esperanza a tantas familias. Traer el pan a casa, ofrecer a los hijos un techo, ofrecer salud y educación, son aspectos esenciales de la dignidad humana, y los empresarios, los políticos, los economistas, deben dejarse interpelar por ellos. Les pido que no cedan a un modelo económico idolátrico que necesita sacrificar vidas humanas en el altar del dinero y de la rentabilidad. En la economía, en la empresa, en la política, lo primero siempre es la persona y el habitat donde vive.

Con justa razón, Paraguay es conocido en el mundo por haber sido la tierra donde comenzaron las Reducciones, una de las experiencias de evangelización y organización social más interesantes de la historia. En ellas, el Evangelio fue alma y vida de comunidades donde no había hambre, no había desocupación ni analfabetismo ni opresión. Esta experiencia histórica nos enseña que una sociedad más humana también hoy es posible. Ustedes la vivieron en sus raíces acá. ¡Es posible! Cuando hay amor al hombre, y voluntad de servirlo, es posible crear las condiciones para que todos tengan acceso a los bienes necesarios, sin que nadie sea descartado. Buscar en cada caso las soluciones por el diálogo. 

En la cuarta pregunta, he respondido con esto de una economía toda en función de la persona y no en función del dinero. La señora, la empresaria, hablaba de la poca efectividad de ciertos caminos. Y mencionaba uno que yo había mencionado en la Evangelii gaudium, que es el populismo irresponsable, ¿no es cierto? Y parece que no dan efecto, ¿no? Y hay tantas teorías, ¿no? ¿Cómo hacerlo? Creo que con esto que digo de una economía con rostro humano está la inspiración para responder a esa pregunta.

En la quinta pregunta creo que la respuesta está dada a lo largo de lo que dije cuando hablé de las culturas. O sea, hay una cultura ilustrada, que es cultura y es buena y hay que respetarla, ¿cierto? Hoy, por ejemplo, en una parte del ballet, se tocó música de una cultura ilustrada y buena. Pero hay otra cultura, que tiene el mismo valor, que es la cultura de los pueblos, de los pueblos originarios, de las diversas etnias. Una cultura que me atrevería a llamarla –pero en el buen sentido– una cultura popular. Los pueblos tienen su cultura y hacen su cultura. Es importante ese trabajo por la cultura en el sentido más amplio de la palabra. No es cultura solamente haber estudiado o poder gozar de un concierto, o leer un libro interesante, sino también es cultura mil cosas. Hablaban del tejido de Ñandutí. Por ejemplo, eso es cultura. Y es cultura nacida del pueblo. Por poner un ejemplo, ¿cierto? Y hay dos cosas que, antes de terminar, quisiera referirme. Y en esto, como hay políticos aquí presentes, –incluso está el Presidente de la República–, lo digo fraternalmente, ¿no? Alguien me dijo: “Mire, “fulano de tal” está secuestrado por el ejército, ¡haga algo!”. Yo no digo si es verdad, si no es verdad, si es justo, si no es justo, pero uno de los métodos que tenían las ideologías dictatoriales del siglo pasado, a las que me referí hace un rato, era apartar a la gente, o con el exilio o con la prisión o, en el caso de los campos de exterminio, nazis o estalinistas, la apartaban con la muerte, ¿no? Para que haya una verdadera cultura en un pueblo, una cultura política y del bien común, rápido juicios claros, juicios nítidos. Y no sirve otro tipo de estratagema. La justicia nítida, clara. Eso nos va a ayudar a todos. Yo no sé si acá existe eso o no, lo digo con todo respeto. Me lo dijeron cuando entraba. Me lo dijeron acá. Y que pidiera por no sé quién. No oí bien el apellido. Y después está otra cosa que también por honestidad quiero decir: un método que no da libertad a las personas para asumir responsablemente su tarea de construcción de la sociedad, y es el chantaje. El chantaje siempre es corrupción: “Si vos hacés esto, te vamos a hacer esto, con lo cual te destruimos”. La corrupción es la polilla, es la gangrena de un pueblo. Por ejemplo, ningún político puede cumplir su rol, su trabajo, si está chantajeado por actitudes de corrupción: “Dame esto, dame este poder, dame esto o, si no, yo te voy a hacer esto o aquello”. Eso que se da en todos los pueblos del mundo, porque eso se da, si un pueblo quiere mantener su dignidad, tiene que desterrarlo. Estoy hablando de algo universal.

Y termino. Para mí es una gran alegría ver la cantidad y variedad de asociaciones que están comprometidas en la construcción de un Paraguay cada vez mejor y próspero, pero, si no dialogan, no sirve para nada. Si chantajean, no sirve para nada. Esta multitud de grupos y personas son como una sinfonía, cada uno con su peculiaridad y su riqueza propia, pero buscando la armonía final, la armonía, y eso es lo que cuenta. Y no le tengan miedo al conflicto, pero háblenlo y busquen caminos de solución.

Amen a su patria, a sus conciudadanos y, sobre todo, amen a los más pobres. Así serán ante el mundo un testimonio de que otro modelo de desarrollo es posible. Estoy convencido, por la propia historia de ustedes, de que tienen la fuerza más grande que existe: su humanidad, su fe, su amor. Ese ser del pueblo paraguayo que lo distingue tan ricamente entre las naciones del mundo.

Y pido a la Virgen de Caacupé, nuestra Madre, que los cuide, que los proteja, que los aliente en sus esfuerzos. Que Dios los bendiga y recen por mí. Gracias.

Después del canto:

Un consejo, como despedida, antes de la bendición: Lo peor que les puede pasar a cada uno de ustedes cuando salgan de aquí es pensar: “Qué bien lo que le dijo el Papa a fulano, a sultano, a aquél otro”. Si alguno de ustedes acepta pensar así –porque el pensamiento suele venir, a mí también me viene a veces–, pero hay que rechazarlo: “¿El Papa a quién le dijo eso?” –“A mí”. Cada uno, quien sea: “A mí”. Y los invito a rezar a nuestro Padre común, todos juntos, cada uno en su lengua:

Padre nuestro...

Texto distribuido por la Sala de Prensa del Vaticano

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El Santo Padre visita la periferia de Asunción
 

08.15. Asunción. Francisco visita el barrio Bañado Norte y recuerda que una fe que no se hace solidaridad, es una fe muerta

Por Rocío Lancho García

Ciudad del Vaticano, (ZENIT.org)

El papa Francisco visitó las periferias de Asunción, en Paraguay, en su última jornada en su viaje de América Latina. El barrio del Bañado Norte, una zona muy pobre de la ciudad, recibió al Pontífice entre alegría y emoción. Gente humilde y sencilla que ha querido que su barrio luzca como nunca: pancartas, música, cánticos en guaraní, carteles, fotografías y mensajes de cariño para el Santo Padre. Todos, niños, adultos y mayores, salieron a las puertas de sus casas humildes para ver pasar a Francisco por las calles de su barrio.Y mensajes llenos de optimismo, un colorido cartel decía “Si la vida que vivimos no es digna, nuestra tarea es luchar para cambiarla”. El Papa pudo pasear algunos metros entre la gente y bendecir y acariciar a los allí congregados. Y en este humilde barrio, el Pontífice fue acogido en su casa por la señora Asunción. 

El Santo Padre fue acogido frente a la capilla de San Juan Bautista, una de las 13 distribuidas sobre el territorio y que forman la parroquia de la Sagrada Familia, por el párroco Ireneo Valdez, y el provincial de los jesuitas; que se encargaron de presentar a la comunidad. Tras algunos cantos y dos testimonios de habitantes del barrio, Francisco les dedicó unas palabras. “No podía estar en Paraguay sin estar con ustedes, sin estar en su tierra”, aseguró.

El Papa confesó que todo lo que vio mientras llegaba le recordaba a la “Sagrada Familia”. Ver sus rostros, sus hijos, sus abuelos. Escuchar sus historias y todo lo que han realizado para estar aquí, todo lo que pelean para tener una vida digna, un techo. “Todo lo que hacen para superar la inclemencia del tiempo, las inundaciones de estas últimas semanas, me trae al recuerdo a la pequeña familia de Belén”, afirmó. Una lucha --aseguró-- que no les ha robado la sonrisa, la alegría, la esperanza. Y añadió “una pelea que no les ha sacado la solidaridad, por el contrario, la ha estimulado, la ha hecho crecer”.

El Pontífice reflexionó sobre la figura de José y María en Belén. “Tuvieron que dejar su lugar, los suyos, sus amigos. Tuvieron que dejar lo propio e ir a otra tierra”.Y en ese momento, esa joven pareja “tuvo a Jesús”, “nos regaló a Jesús”. Estaban solos, en tierra extraña, ellos tres. De repente, comenzaron a aparecer pastores. Pero después llegaron lo pastores, que “cuando se enteraron del nacimiento de Jesús, se acercaron, se hicieron prójimos, vecinos. Se volvieron de pronto la familia de María y José. La familia de Jesús”.

A propósito, el Santo Padre recordó que la fe “nos hace prójimos, nos hace próximos a la vida de los demás”. La fe  --añadió-- despierta nuestro compromiso, nuestra solidaridad.Y advirtió que “una fe que no se hace solidaridad, es una fe muerta”.

El Papa aseguró a los presentes que “yo como esos pastores. Me quiero hacer prójimo. Quiero bendecir su fe, bendecir sus manos, bendecir su comunidad”.

La fe que despierta Jesús --recordó el Santo Padre-- es una fe con capacidad de soñar futuro y de luchar por eso en el presente.

Asimismo les estimuló a seguir siendo misioneros, a seguir contagiando esa fe por estas calles, por estos pasillos.                     

El padre Valdéz, aseguró al Papa que le sienten como “padre, hermano, compañero, uno más entre nosotros. Te sentimos hermano de la mujer recolectora, del pescador, del albañil, del carpintero, del desplazado, del limpia parabrisas, del campesino, del indígena... Te sentimos hermano de aquel que no alcanza a vivir humanamente. Te sentimos hermano del bañadense”.

Habló María García, de la Coordinadora de ‘Organizaciones de los Bañados’ de Asunción. Indicó que son unas  23 mil familias, aproximadamente unas 100 mil personas, las que viven en la franja costera de la ciudad de Asunción. “La expulsión del campo a la ciudad, los altos precios de la tierra y la vivienda en la ciudad, sumados a los bajos ingresos que caracterizan a nuestras condiciones de vida, son las causas por las que llegamos a ubicarnos en el Bañado”, explicó. La señora aseguró que “ha sido una dura lucha levantar un hogar en medio de las penurias, pero no nos resignamos ni nos dejamos llevar por la tristeza. Encaramos los desafíos cotidianos con ese oxígeno, ese fuego de la fe y la esperanza”.  Y denunció que “el Estado no se ha ocupado de nosotros y no nos mira ahora con buenos ojos. No nos ven como sujetos de derechos, sino que para sus responsables somos, según nos suelen decir, "un pasivo social”.

Y sostuvo con convicción, “somos parte de la solución y sujetos de derechos, y el Estado no puede desconocernos ni avasallar esos derechos fundamentales”.

Por su parte, la señora Angélica Viveros aseguró que “en la enfermedad, la muerte, la incertidumbre, el hambre, ahora en las inundaciones que nos obligan a miles de familias a abandonar nuestro hogar, sentimos la fuerza, la protección, la cercanía de Dios nuestro Padre y de María nuestra madre”. Queremos ser --afirmó-- una Iglesia profética que anuncia la Palabra de Dios y que denuncia los atropellos a los derechos humanos, una Iglesia que acompaña a los campesinos de Curuguaty en su búsqueda de justicia por la muerte de sus hermanos, que acompaña la lucha por la tierra propia, por una atención digna en salud y educación. Soñamos con una iglesia paraguaya más comprometida con la opción preferencial hacia los pobres: campesinos, indígenas y pobres urbanos.

Asimismo, señaló que “ante la indiferencia y el individualismo buscamos la participación de los vecinos, la unidad y la solidaridad por una vida digna para todos y todas creando conciencia crítica para que dejemos de ser manipulados por los políticos oportunistas que se aprovechan de nuestras necesidades”. Soñamos con una Asunción incluyente --exhortó-- donde los pobres seamos ciudadanos de verdad.                     

Al finalizar, dos jóvenes asistidos por el proyecto Scholas Occurrentes, dieron un pequeño testimonio, resaltando la imporantancia de una eduación inclusiva y para todos. Y Francisco bendijo unos olivos, símbolo que ha acompañado a este proyecto desde el inico. El encuentro concluyó con la oración del Padre Nuestro en guaraní.               

        

 

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Texto completo del discurso del Santo Padre en Bañado Norte
 

8.15. Asunción. El Papa Francisco visita un barrio periférico de la capital paraguaya y les recuerda que la fe que despierta Jesús es una fe con capacidad de soñar futuro y de luchar por eso en el presente

Por Redacción

Ciudad del Vaticano, (ZENIT.org)

Queridos hermanos y hermanas, buenos días:

Con gran alegría he querido visitarlos esta mañana. No podía estar en Paraguay sin estar con ustedes, sin estar en su tierra.

Nos encontramos aquí en esta Parroquia llamada Sagrada Familia y les confieso que desde que comencé a pensar en esta visita, desde que comencé a caminar desde  Roma hacia acá, venía pensando en la Sagrada Familia. Y cuando pensaba en ustedes me recordaba a la Sagrada Familia. Ver sus rostros, sus hijos, sus abuelos. Escuchar sus historias y todo lo que han realizado para estar aquí, todo lo que pelean para una vida digna, un techo. Todo lo que hacen para superar la inclemencia del tiempo, las inundaciones de estas últimas semanas, me trae al recuerdo, todo esto, a la pequeña familia de Belén. Una lucha que no les ha robado la sonrisa, la alegría, la esperanza. Una pelea que no les ha sacado la solidaridad, por el contrario, la ha estimulado, la ha hecho crecer.

Me quiero detener con José y María en Belén. Ellos tuvieron que dejar su lugar, los suyos, sus amigos. Tuvieron que dejar lo propio e ir a otra tierra. Una tierra en la que no conocían a nadie, no tenían casa, no tenían familia. En ese momento, esa joven pareja tuvo a Jesús. En ese contexto, en una cueva preparada, esa joven pareja nos regaló a Jesús. Estaban solos, en tierra extraña, ellos tres. De repente, comenzaron a aparecer, gente, pastores. Personas igual que ellos que tuvieron que dejar lo propio en función de conseguir mejores oportunidades familiares. Vivían en función de las inclemencias del tiempo y de «otro tipo».

Cuando se enteraron del nacimiento de Jesús, se acercaron, se hicieron prójimos, se hicieron vecinos. Se volvieron de pronto la familia de María y José. La familia de Jesús.

Eso es lo que sucede cuando aparece Jesús en nuestra vida. Eso es lo que despierta la fe. La fe nos hace prójimos, nos hace próximos a la vida de los demás. La fe despierta nuestro compromiso, nuestra solidaridad. Una virtud humana y cristiana que ustedes tienen, que muchos muchos, tienen y que tenemos que aprender.  El nacimiento de Jesús, despierta nuestra vida. Una fe que no se hace solidaridad, es una fe muerta o una fe mentirosa. Yo soy muy católica, muy católico, voy a misa todos los domingo. Pero dígame, señor, señora, ¿qué pasa en los Bañados? No, no. No sé. Sé que hay gente ahí pero no sé. Por más misa de los domingo, si no tienes el corazón solidario, si no sabes lo que pasa en tu pueblo, tu fe es muy débil, o está enferma o está muerta. Es una fe sin Cristo, la fe sin solidaridad, una fe sin Dios, una fe sin hermanos. Entonces, viene ese dicho que espero recordarlo bien, pero que pinta este problema de una fe sin solidaridad, “Un Dios sin pueblo, un pueblo sin hermanos, un pueblo sin Jesús”. Esa es la fe sin solidaridad y Dios se metió en medio del pueblo, que Él eligió, para acompañarlo y le mandó su Hijo a ese pueblo para salvarlo, para ayudarlo. Dios se hizo solidario con ese pueblo y Jesús no tuvo ningún problema de bajar, humillarse, abajarse hasta morir por cada uno de nosotros, por esa solidaridad hermana, por esa solidaridad que nace del amor que tenía su Padre y del amor que tenía Él por cada uno de nosotros. Acuérdense cuando una fe no es solidaria, o está enferma o está muerta. 

El primero en ser solidario fue el Señor, que eligió vivir entre nosotros, que eligió vivir en medio nuestro. Yo vengo aquí como esos pastores que fueron a Belén. Me quiero hacer prójimo. Quiero bendecir su fe, quiero bendecir sus manos, quiero bendecir su comunidad. Vine a dar gracias con ustedes, porque la fe se ha hecho esperanza y es esperanza que estimula el amor. La fe que despierta Jesús es una fe con capacidad de soñar futuro y de luchar por eso en el presente. Precisamente por eso los quiero estimular a seguir siendo misioneros, a seguir contagiando esa fe por estas calles, por estos pasillos. Esta fe que nos hace solidarios entre nosotros, con nuestro hermano mayor Jesús, y nuestra madre la Virgen. Haciéndose próximos especialmente de los más jóvenes y de los ancianos. Soporte de las jóvenes familias, y de todos aquellos que estén pasando por momentos de dificultad.

Quizá el mensaje más fuerte que ustedes puedan dar hacia fuera, es esa fe solidaria. El diablo quiere que se peleen entre ustedes, porque así dividen y les derrota y les roba la fe. Solidaridad de hermanos para defender la fe, solidaridad de hermanos para defender la fe. Y además que esa fe solidaria sea mensaje para toda la ciudad.

Quiero rezar por sus familias y rezar a la Sagrada Familia, para que su modelo, su testimonio siga siendo luz en el camino, estímulo en los momentos difíciles y que nos dé la gracia de un regalo, lo pedimos juntos, todos, que la Sagrada Familia nos regale ‘pastores’, nos regale curas, obispos, capaces de acompañar, de sostener y estimular la vida de sus familias. Capaces de hacer crecer esa fe solidaria...

Los invito a rezarles juntos y les pido que no se olviden de rezar por mí. Recemos juntos una oración a nuestro padre, que nos hace hermanos, nos mandó a nuestro hermano, su Hijo Jesús y nos dio una Madre que nos acompañara.

                

            

        

 

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Texto completo de la homilía del Santo Padre en Ñu Guazú
 

10.00. Asunción. Santa Misa en el campo grande de Ñu Guazú. Francisco invita a vivir la hospitalidad

Por Redacción

Ciudad del Vaticano, (ZENIT.org)

El papa Francisco celebró este domingo la Santa Misa en el campo de gran Ñu Guazú, una base aérea militar en Asunción. En el mismo lugar --un santuario con una gran cruz conmemora el acontecimiento--, san Juan Pablo II canonizó a san Roque González de Santa Cruz y compañeros durante su viaje apostólico a Paraguay en 1988.

Durante la Eucaristía de esta mañana, después de la proclamación del Evangelio, el Santo Padre pronunció la homilía que publicamos a continuación:

«El Señor nos dará la lluvia y nuestra tierra dará su fruto», así dice el Salmo (84,13). Esto estamos invitados a celebrar, esa misteriosa comunión entre Dios y su Pueblo, entre Dios y nosotros. La lluvia es signo de su presencia en la tierra trabajada por nuestras manos. Una comunión que siempre da fruto, que siempre da vida. Esta confianza brota de la fe, saber que contamos con su gracia, que siempre transformará y regará nuestra tierra.
Una confianza que se aprende, que se educa. Una confianza que se va gestando en el seno de una comunidad, en la vida de una familia. Una confianza que se vuelve testimonio en los rostros de tantos que nos estimulan a seguir a Jesús, a ser discípulos de Aquel que no decepciona jamás. El discípulo se siente invitado a confiar, se siente invitado por Jesús a ser amigo, a compartir su suerte, a compartir su vida. «A ustedes no los llamo siervos, los llamo amigos porque les di a conocer todo lo que sabía de mi Padre» (Jn 15,15). Los discípulos son aquellos que aprenden a vivir en la confianza de la amistad de Jesús.

Y el Evangelio nos habla de este discipulado. Nos presenta la cédula de identidad del cristiano. Su carta de presentación, su credencial.

Jesús llama a sus discípulos y los envía dándoles reglas claras y precisas. Los desafía con una serie de actitudes, comportamientos que deben tener. Y no son pocas las veces que nos pueden parecer exageradas o absurdas; actitudes que sería más fácil leerlas simbólicamente o «espiritualmente». Pero Jesús es bien claro. No les dice: «Hagan como que» o «hagan lo que puedan».

Recordemos juntos esas recomendaciones: «No lleven para el camino más que un bastón; ni pan, ni alforja, ni dinero... permanezcan en la casa donde les den alojamiento» (cf. Mc 6,8-11). Parecería algo imposible.

Podríamos concentrarnos en las palabras: «pan», «dinero», «alforja», «bastón», «sandalias», «túnica». Y es lícito. Pero me parece que hay una palabra clave, que podría pasar desapercibida frente a la contundencia de las que acabo de enumerar. Una palabra central en la espiritualidad cristiana, en la experiencia del discipulado: hospitalidad. Jesús como buen maestro, pedagogo, los envía a vivir la hospitalidad. Les dice: «Permanezcan donde les den alojamiento». Los envía a aprender una de las características fundamentales de la comunidad creyente. Podríamos decir que cristiano es aquel que aprendió a hospedar, que aprendió a alojar. Jesús, no los envía como poderosos, como dueños, jefes, cargados de leyes, normas; por el contrario, les muestra que el camino del cristiano es simplemente transformar el corazón, el suyo y ayudar a transformar el de los demás. Aprender a vivir de otra manera, con otra ley, bajo otra norma. Es pasar de la lógica del egoísmo, de la clausura, de la lucha, de la división, de la superioridad, a la lógica de la vida, de la gratuidad, del amor. De la lógica del dominio, del aplastar, manipular, a la lógica del acoger, recibir y cuidar.

Son dos las lógicas que están en juego, dos maneras de afrontar la vida y de afrontar la misión.

Cuántas veces pensamos la misión en base a proyectos o programas. Cuantas veces imaginamos la evangelización en torno a miles de estrategias, tácticas, maniobras, artimañas, buscando que las personas se conviertan en base a nuestros argumentos. Hoy el Señor nos los dice muy claramente: en la lógica del Evangelio no se convence con los argumentos, con las estrategias, con las tácticas, sino aprendiendo a alojar.

La Iglesia es madre de corazón abierto que sabe acoger, recibir, especialmente a quien tiene necesidad de mayor cuidado, que está en mayor dificultad. La Iglesia como la quería Jesús es la casa de la hospitalidad. Cuánto bien podemos hacer si nos animamos a aprender este lenguaje de la hospitalidad, este lenguaje de recibir, de acoger. Cuántas heridas, cuánta desesperanza se puede curar en un hogar donde uno se pueda sentir recibido. Para eso, hay que tener las puertas abiertas. Sobre todo las puertas del corazón.

Hospitalidad con el hambriento, con el sediento, con el forastero, con el desnudo, con el enfermo, con el preso (cf. Mt 25,34-37) con el leproso, con el paralítico. Hospitalidad con el que no piensa como nosotros, con el que no tiene fe o la ha perdido, y a veces por culpa nuestra. Hospitalidad con el perseguido, con el desempleado. Hospitalidad con las culturas diferentes, de las cuales esta tierra paraguaya es tan rica. Hospitalidad con el pecador, porque cada uno de nosotros también lo es.

Tantas veces nos olvidamos que hay un mal que precede a nuestros pecados, que viene antes. Hay una raíz que causa tanto pero tanto daño, y que destruye silenciosamente tantas vidas. Hay un mal, que poco a poco, va haciendo nido en nuestro corazón y «comiendo» nuestra vitalidad: la soledad. Soledad que puede tener muchas causas, muchos motivos. Cuánto destruye la vida y cuánto mal nos hace. Nos va apartando de los demás, de Dios, de la comunidad. Nos va encerrando en nosotros mismos. De ahí que lo propio de la Iglesia, de esta madre, no sea principalmente gestionar cosas, proyectos, sino aprender la fraternidad con los demás. Es la fraternidad acogedora el mejor testimonio que Dios es Padre, porque «de esto sabrán todos que ustedes son mis discípulos, si se aman los unos a los otros» (Jn 13,35).

De esta manera Jesús, nos abre a una nueva lógica. Un horizonte lleno de vida, de belleza, de verdad, de plenitud.

Dios nunca cierra horizontes, Dios nunca es pasivo a la vida, nunca es pasivo al sufrimiento de sus hijos. Dios nunca se deja ganar en generosidad. Por eso nos envía a su Hijo, lo dona, lo entrega, lo comparte; para que aprendamos el camino de la fraternidad, el camino del don. Es definitivamente un nuevo horizonte, es una nueva Palabra para tantas situaciones de exclusión, disgregación, encierro, aislamiento. Es una Palabra que rompe el silencio de la soledad.

Y cuando estemos cansados o se nos haga pesada la tarea de evangelizar es bueno recordar que la vida que Jesús nos propone, responde a necesidades más hondas de la persona, porque todos hemos sido creados para la amistad con Jesús y para el amor fraterno (cf. Evangelii gaudium 265).

Hay algo que es cierto, no podemos obligar a nadie a recibirnos, a hospedarnos; es cierto y es parte de nuestra pobreza y de nuestra libertad. Pero también es cierto que nadie puede obligarnos a no ser acogedores, hospederos de la vida de nuestro Pueblo. Nadie puede pedirnos que no recibamos y abracemos la vida de nuestros hermanos especialmente la vida de los que han perdido la esperanza y el gusto por vivir. Qué lindo es imaginarnos nuestras parroquias, comunidades, capillas, donde están los cristianos, no con las puertas cerradas sino como verdaderos centros de encuentro entre nosotros y con Dios, como lugares de hospitalidad y de acogida.

La Iglesia es madre, como María. En ella tenemos un modelo. Alojar, como María, que no dominó ni se adueñó de la Palabra de Dios sino que, por el contrario, la hospedó, la gestó, y la entregó.

Alojar como la tierra que no domina la semilla, sino que la recibe, la nutre y la germina.

Así queremos ser los cristianos, así queremos vivir la fe en este suelo paraguayo, como María, alojando la vida de Dios en nuestros hermanos con la confianza, con la certeza que: «El Señor nos dará la lluvia y nuestra tierra dará su fruto». Que así sea. 

Texto distribuido por la Sala de Prensa del Vaticano

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Texto completo del Ángelus en Ñu Guazú
 

11.45. Asunción. Ángelus en el campo grande de Ñu Guazú. Francisco pidió que 'con la ayuda de María, la Iglesia sea casa de todos, una casa que sepa hospedar, una madre para todos los pueblos'

Por Redacción

Ciudad del Vaticano, (ZENIT.org)

Al final de la celebración eucarística, y después de los saludos del arzobispo de Asunción, Mons. Edmundo Ponciano Valenzuela Mellid, SDB, y del arzobispo ortodoxo Tarasios, el papa Francisco guió el rezo del Ángelus dominical.

A continuación publicamos las palabras que el Santo Padre dirigió a los fieles paraguayos antes de rezar la tradicional oración mariana:

Agradezco al Señor Arzobispo de Asunción, Mons. Edmundo Ponziano Valenzuela Mellid, y al Señor Arzobispo de Sudamérica Tarasios las amables palabras.

Al terminar esta celebración dirigimos nuestra mirada confiada a la Virgen María, Madre de Dios y Madre nuestra. Ella es el regalo de Jesús a su pueblo. Nos la dio como madre en la hora de la cruz y del sufrimiento. Es fruto de la entrega de Cristo por nosotros. Y, desde entonces, siempre ha estado y estará con sus hijos, especialmente los más pequeños y necesitados.

Ella ha entrado en el tejido de la historia de nuestros pueblos y sus gentes. Como en tantos otros países de Latinoamérica, la fe de los paraguayos está impregnada de amor a la Virgen. Acuden con confianza a su madre, le abren su corazón y le confían sus alegrías y sus penas, sus ilusiones y sus sufrimientos. La Virgen los consuela y con la ternura de su amor les enciende la esperanza. No dejen de invocar y confiar en María, madre de misericordia para todos sus hijos sin distinción.

A la Virgen, que perseveró con los Apóstoles en espera del Espíritu Santo (cf. Hch 1,13-14), le pido también que vele por la Iglesia, y fortalezca los vínculos fraternos entre todos sus miembros. Que con la ayuda de María, la Iglesia sea casa de todos, una casa que sepa hospedar, una madre para todos los pueblos.

Queridos hermanos: les pido, por favor, que no se olviden de rezar por mí. Yo sé muy bien cuánto se quiere al Papa en Paraguay. También los llevo en mi corazón y rezo por ustedes y por su País.

Y ahora los invito a rezar el Ángelus a la Virgen:

El Ángel del Señor anunció a María...

Texto distribuido por la Sala de Prensa del Vaticano con añadidos de ZENIT tomados del audio

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Francisco en Ñu Guazú: 'La Iglesia es la casa de la hospitalidad'
 

10.00. Asunción. Misa y Ángelus en el campo grande de Ñu Guazú. El Papa señaló que en la lógica del Evangelio no se convence con los argumentos, con las estrategias, con las tácticas, sino aprendiendo a alojar

Por Iván de Vargas

Madrid, (ZENIT.org)

En su último día en Paraguay, el papa Francisco celebró este domingo por la mañana la Santa Misa en el campo grande de Ñu Guazú, donde al término de la multitudinaria Eucaristía rezó también el tradicional Ángelus dominical.

El Santo Padre llegó a la base aérea militar en papamóvil, saludando en medio de la gente, al son del impresionante coro de 500 voces, compuesto por la Orquesta Sinfónica Nacional, el Coro Papal y el Conjunto Nazarenos.

Más de 60 mil espigas de maíz, 20 mil calabazas y 150 mil cocos revistieron la estructura del altar donde el Santo Padre presidió la celebración central de su visita a la tierra guaraní. En la parte lateral se observaban las imágenes de san Ignacio de Loyola y san Francisco de Asís, en honor a las misiones de los jesuitas y los franciscanos que evangelizaron el país.

A los costados del altar destacaban también las imágenes de la Virgen de la Asunción y de san Roque González de Santa Cruz, canonizado en el mismo lugar por san Juan Pablo II durante su viaje apostólico a Paraguay en 1988.

En su homilía ante unos dos millones de personas, el Pontífice se dejó inspirar por “una palabra central en la espiritualidad cristiana, en la experiencia del discipulado: hospitalidad”. “Podríamos decir que cristiano es aquel que aprendió a hospedar, que aprendió a alojar”, añadió.

“La Iglesia es madre de corazón abierto que sabe acoger, recibir, especialmente a quien tiene necesidad de mayor cuidado, que está en mayor dificultad. La Iglesia como la quería Jesús es la casa de la hospitalidad”, subrayó el Papa. “De ahí que lo propio de la Iglesia, de esta madre, no sea principalmente gestionar cosas, proyectos, sino aprender la fraternidad con los demás”, explicó.

Así, pidió “hospitalidad con el hambriento, con el sediento, con el forastero, con el desnudo, con el enfermo, con el preso, con el leproso, con el paralítico. Hospitalidad con el que no piensa como nosotros, con el que no tiene fe o la ha perdido, y a veces por culpa nuestra. Hospitalidad con el perseguido, con el desempleado. Hospitalidad con las culturas diferentes, de las cuales esta tierra paraguaya es tan rica. Hospitalidad con el pecador, porque cada uno de nosotros también lo es”.

“Qué lindo es imaginarnos nuestras parroquias, comunidades, capillas, donde están los cristianos, no con las puertas cerradas sino como verdaderos centros de encuentro entre nosotros y con Dios, como lugares de hospitalidad y de acogida”, dijo.

Francisco señaló además que “en la lógica del Evangelio no se convence con los argumentos, con las estrategias, con las tácticas, sino aprendiendo a alojar”. “Cuánto bien podemos hacer si nos animamos a aprender este lenguaje de la hospitalidad, este lenguaje de recibir, de acoger”, insistió.

“Nadie puede obligarnos a no ser acogedores, hospederos de la vida de nuestro pueblo. Nadie puede pedirnos que no recibamos y abracemos la vida de nuestros hermanos especialmente la vida de los que han perdido la esperanza y el gusto por vivir”, advirtió.

Por último, el Santo Padre propuso “pasar de la lógica del egoísmo, de la clausura, de la lucha, de la división, de la superioridad, a la lógica de la vida, de la gratuidad, del amor. De la lógica del dominio, del aplastar, manipular, a la lógica del acoger, recibir y cuidar”.

Con el rezo del Ángelus, culminó la Santa Misa en el campo grande de Ñu Guazú. Durante sus palabras antes del rezo de la tradicional oración mariana, el Pontífice destacó que la fe de los paraguayos está impregnada de amor a la Virgen.

Por eso, les invitó a dirigir la mirada a la Madre de Dios: regalo de Jesús a su pueblo, que siempre ha estado y estará con sus hijos, en especial con los más pequeños y necesitados.

Esta tarde, el papa Francisco se reunirá con los obispos paraguayos en el Centro Cultural de la Nunciatura Apostólica y con los jóvenes en la Costanera de Asunción. 

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El Santo Padre anima a los jóvenes a seguir haciendo lío
 

17.00. Asunción. La juventud paraguaya se reúne en la Costanera en el último encuentro del Santo Padre en su ruta por América Latina  

Por Rocío Lancho García

Ciudad del Vaticano, (ZENIT.org)

Corazón libre. Solidaridad. Trabajo. Esperanza. Esfuerzo. Conocer a Jesús. Conocer a Dios mi fortaleza. Ese el el camino que Francisco mostró a los jóvenes en su último encuentro en Paraguay. Más de medio millón de personas le esperaban este domingo por la tarde en la Costanera, en Asunción. Y no sólo procedentes de Paraguay, ya que hasta allí llegaron fieles procedentes de los países vecinos como Brasil, Argentina y Uruguay. Y como no podía ser de otra manera, con la juventud se vivió un ambiente de fiesta, de alegría, celebración, música, bailes y de oración.

Después de una procesión con la Cruz peregrina, el encuentro se abrió con un saludo del monseñor Ricardo Jorge Valenzuela Ríos, encargado de pastoral juvenil. El obispo aseguró que “la juventud paraguaya viene hoy ante usted para decirle que tiene la mente y el corazón abiertos y sus alforjas cargadas de esperanza en sus orientaciones, en el camino que nos va a mostrar”. Y precisó que los jóvenes tienen el inmenso deseo de “combatir los antivalores que generan la sociedad consumista, masificadora y alienante, la cultura del hedonismo, del conformismo, de la marginación y del egoísmo”. Tienen altas metas e ideales: “el ideal de una nación honesta y solidaria donde se combata con seriedad la corrupción, la impunidad, el narcotráfico, la incoherencia de la clase política, la inseguridad, los secuestros y los asesinatos, la marginación de regiones y sectores del país, las desigualdades sociales y las nuevas ideologías relativistas”.  

A continuación, dos jóvenes dieron su testimonio y planteron sus interrogantes al Papa. Liz Fretes, de la pastoral de juventud, tiene 25 años y es enfermera. Esta joven contó que a causa de una enfermedad de su madre, ella debe sacar a su familia adelante. Por eso preguntó al Papa, entre tantas cosas que nos decepcionan, y en ocasiones vivimos sin esperanza, “¿en quién o en quiénes podemos confiar? ¿Qué modelo de Iglesia y sociedad buscar y construir?”

También Manuel de los Santos Aguiler, un joven campesino de 18 años, tras contar brevemente su historia de conversión y de empeño por salir adelante aún en la escasez de medios, dijo al Santo Padre que “necesitamos itinerarios más sólidos, que sean graduales, integrales y permanentes de formación en la fe cristiana”. Y adviertiendo que viven “con un futuro incierto”, “muchos estamos sin trabajo”, y “sin poder estudiar”, preguntó a Francisco: "¿qué podemos hacer y a quiénes podemos acudir?" 

Mientras los dos jóvenes hablaban, el Papa tomaba notas. A continuación, otro joven leyó el pasaje evangélico de las bienaventuranzas.

Francisco tenía un discurso preparado pero “los discursos son aburridos”, como él mismo dijo. Por eso el Papa decidió improvisar, tomando como referencia los testimonios de los jóvenes y la petición que le hizo Orlando después de leer el Evangelio. “Rece por nuestra libertad”.

De este modo, el Santo Padre afirmó que “la libertad es un regalo que nos da Dios pero hay que saber recibirlo, hay que saber tener el corazón libre, porque todos sabemos que en el mundo hay tantos lazos que nos atan el corazón. Y no dejan que el corazón sea libre”. El Pontífice invitó a los jóvenes a repetir en voz alta la oración que él fue pronunciando: “Señor Jesús, dame un corazón libre que no sea esclavo de todas las trampas del mundo, que no sea esclavo de la comodidad, del engaño, que no sea esclavo de la buena vida, que no sea esclavo de los vicios, que no sea esclavo de una falsa libertad que es hacer lo que me gusta en cada momento”.

Sobre la joven Liz, el Papa destacó que con su vida “nos enseña que no hay que ser como Poncio Pilato, lavarse las manos”, ya que se ha responsabilizado de cuidar de su madre y de su abuela. Indicó que esta joven cumple el cuarto mandamiento, “honrarás a tu padre y a tu madre.” Liz --añadió-- muestra su vida, la quema en el servicio a su madre. Es un grado altísimo de solidaridad. Es un grado de amor.

Retomando el testimonio de Manuel, que no tuvo una vida fácil pero supo salir adelante, Francisco pidió a los jóvenes presentes que sí tienen una vida más cómoda, que dieran gracias al Señor y que rezaran por los jóvenes que están en dificultades.

El Papa también citó dos ideas que previamente habían dado Liz y Manuel: Conocer a Jesús y conocer a Dios que es mi fortaleza. Para no ser jóvenes aburridos, el Santo Padre les pidió que lean, mediten y vivan las bienaventuranzas.

Antes de marchar, el Pontífice hizo un última petición a los presentes “sigan haciendo lío”, pero después ayuden a organizar ese lío. “Un lío que nos dé un corazón libre, un lío que nos dé solidaridad, un lío que nos dé esperanza, un lío que nazca de haber conocido a Jesús y de saber que Dios es mi fortaleza”, concluyó. 

 

            

            

        

 

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Texto completo del discurso del Papa a los jóvenes en Costanera
 

17.00 El Santo Padre improvisa el discurso con la juventud y les indica un camino: Corazón libre. Solidaridad. Trabajo. Esperanza. Esfuerzo. Conocer a Jesús. Conocer a Dios mi fortaleza.

Por Redacción

Ciudad del Vaticano, (ZENIT.org)

Queridos jóvenes, buenas tardes:

Después de haber leído el Evangelio, Orlando se acercó a saludarme y me dijo te pido que reces por la libertad de cada uno de nosotros, de todos. Es la bendición que pidió Orlando para cada uno de nosotros. Es la bendición que pedimos ahora todos juntos. La libertad, porque la libertad es un regalo que nos da Dios, pero hay que saber recibirlo, hay que saber tener el corazón libre, porque todos sabemos que en el mundo hay tantos lazos que nos atan el corazón. Y no dejan que el corazón sea libre. La explotación, la falta de medios para sobrevivir, la drogadicción, la tristeza, todas esas cosas nos quitan la libertad. Así que todos juntos, agradeciéndole a Orlando que haya pedido esta bendición, tener un corazón libre, un corazón que pueda decir lo que piensa, que pueda decir lo que siente y que pueda hacer lo que piensa y lo que siente. Ese es un corazón libre. Y eso es lo que vamos a pedir todos juntos. Esa bendición que Orlando pidió para todos.

Repitan conmigo.

Señor Jesús, dame un corazón libre, que no sea esclavo de todas las trampas del mundo, que no sea esclavo de la comodidad, del engaño, que no sea esclavo de la buena vida, que no sea esclavo de los vicios, que no sea esclavo de una falsa libertad que es hacer lo que me gusta en cada momento.

Gracias Orlando por hacernos caer en la cuenta de que tenemos que pedir un corazón libre, pídanlo todos los días.

Y hemos escuchado dos testimonios. El de Liz y el de Manuel. Liz nos enseña una cosa, así como Orlando nos enseñó a rezar para tener un corazón libre, Liz con su vida nos enseña que no hay que ser como Poncio Pilato, lavarse las manos. Liz podía haber tranquilamente puesto a su mamá en un asilo, a su abuela en otro asilo y vivir su vida de joven divirtiéndose, estudiando lo que quería y Liz dijo no. La abuela, la mamá. Y Liz se convirtió en sierva, en servidora, y si quieren más fuerte todavía, en sirvienta de la mamá y de la abuela, y lo hizo con cariño.

Hasta tal punto, decía ella, que hasta se cambiaron los roles, y ella terminó siendo la mamá de su mamá, en el modo en cómo la cuidaba, su mamá con esa enfermedad tan cruel que confunde las cosas. Y ella quemó su vida hasta ahora, los 25 años, sirviendo a su mamá y a su abuela. ¿Sola? No, Liz no estaba sola. Ella dijo dos cosas que nos tienen que ayudar. Habló de un ángel, de una tía, que fue como un ángel. Y habló del encuentro con los amigos los fines de semana, con la comunidad juvenil de evangelización, con el grupo juvenil que alimentaba su fe. Y esos dos ángeles, esa tía que la custodiaba y ese grupo juvenil le daban más fuerza para seguir adelante. Y eso se llama solidaridad. ¿Cómo se llama? Cuando nos hacemos cargo del problema de otro. Y ella encontró allí un remanso para su corazón, cansado, pero hay algo que se nos escapa. Ella no dijo, ‘bueno, hago esto y nada más’. Estudió y es enfermera. Y haciendo todo eso, la ayuda, la solidaridad que recibió de ustedes, del grupo de ustedes, que recibió de esta tía que era como un ángel, la ayudó a seguir adelante. Y hoy a los 25 años, tiene la gracia que Orlando nos hacía pedir. Tiene un corazón libre.

Liz cumple el cuarto mandamiento, honrarás a tu padre y a tu madre. Liz muestra su vida, la quema en el servicio a su madre. Es un grado altísimo de solidaridad. Es un grado de amor. Un testimonio. Padre, ¿entonces se puede amar? Ahí tienen a alguien que nos enseña a amar.

Primero libertad, corazón libre. Entonces, todos juntos, primero corazón libre. Segundo, solidaridad para acompañar. Solidaridad. Eso es lo que nos enseña este segundo testimonio.

Y a Manuel no le regalaron la vida. Manuel no es un nene bien. No es un nene, no fue un nene, no es un chico, no es un muchacho a quien la vida le fue fácil. Dijo palabras duras. Fui explotado. Fui maltratado. A riesgo de caer en las adiciones. Estuve solo. Explotación, maltrato y soledad. Y en vez de salir a hacer maldades, en vez de salir a robar, se fue a trabajar. En vez de salir a vengarse de la vida, miró adelante.  

Manuel usó un frase linda. Pude salir adelante porque en las situaciones que yo estaba era difícil hablar de futuro. ¿Cuántos jóvenes, ustedes hoy, tienen la posibilidad de estudiar, de sentarse a la mesa con la familia todos los días, tienen la posibilidad de que no le falte lo esencia? ¿Cuántos de ustedes tienen eso? Todos juntos, los que tiene eso, digan ‘Gracias Señor’. Gracias porque acá tuvimos un testimonio de un muchacho que desde chico supo lo que era el dolor, la tristeza, que fue explotado, maltratado, que no tenía que comer y que estaba solo. Señor, salva a esos chicos y chicas que están en esa situación. Y para nosotros Señor, gracias, gracias Señor. Todos. Gracias Señor.

Libertad de corazón, ¿se acuerdan? Libertad de corazón, lo que nos decía Orlando. Servicio, solidaridad, lo que nos decía Liz. Esperanza, trabajo, luchar por la vida. Salir adelante, lo que nos decía Manuel. Como ven la vida no es fácil para muchos jóvenes y esto quiero que lo entiendan, quiero que se lo metan en la cabeza. Si a mí la vida me es relativamente fácil, hay otros chicos y chicas que no les es relativamente fácil. Más aún que la desesperación los empuja a la delincuencia, los empuja al delito, los empuja a colaborar con la corrupción. A esos chicos, a esas chicas les tenemos que decir que nosotros les estamos cerca, que queremos darles una mano, que queremos ayudarles con solidaridad, con amor, con esperanza.

Hubo dos frases que dijeron los dos que hablaron. Liz y Manuel. Dos frases son lindas, escúchenlas. Liz dijo que empezó a conocer a Jesús, conocer a Jesús. Y eso es abrir la puerta a la esperanza. Y Manuel dijo ‘conocí a Dios, mi fortaleza’. Conocer a Dios es fortaleza. Conocer a Dios, acercarse a Jesús es esperanza y fortaleza.

Y eso es lo que necesitamos de los jóvenes hoy. Jóvenes con esperanza y jóvenes con fortaleza. No queremos jóvenes debiluchos, jóvenes que están ahí no más, ni sí ni no. No queremos jóvenes que se cansen rápido y que vivan cansados, con cara de aburridos. Queremos jóvenes fuertes, jóvenes con esperanza y con fortaleza. ¿Por qué? Porque conocen a Jesús, porque conocen a Dios. Porque tienen un corazón libre. Corazón libre, repitan. Solidaridad. Trabajo. Esperanza. Esfuerzo. Conocer a Jesús. Conocer a Dios mi fortaleza. Un joven que vive así, ¿tiene la cara aburrida? ¿Tiene el corazón triste? Ese es el camino.

Pero para eso hace falta sacrificio. Hace falta andar contracorriente. Las bienaventuranzas que leímos hace un rato son el plan de Jesús para nosotros. El plan, ese plan contracorriente. Jesús les dice: ‘felices los que tienen alma de pobre’, no dice felices los ricos, los que acumulan plata. No, los que tienen el alma de pobre, los que son capaces de acercarse y comprender lo que es un pobre. Jesús no dice felices los que la pasan bien, sino que dice felices los que tienen capacidad de afligirse por el dolor de los demás. Y así yo les recomiendo que lean después en casa las bienaventuranzas, que están en el capítulo quinto de San Mateo. ¿En qué capítulo están? ¿De qué evangelio? Léanla y medítenla que le va a hacer bien.

Yo te agradezco Liz, que andas por aquí supongo, estás allá, te agradezco Manuel ¿por dónde andas metido? Y te agradezco Orlando.

Corazón libre es lo que les deseo. Y me tengo que ir. El otro día, el otro día, un cura en broma me dijo: ‘sí, usted siga aconsejando a los jóvenes que hagan lío, siga, siga, pero después los líos que hacen los jóvenes los tenemos que arreglar nosotros’. Hagan lío, pero también ayuden a arreglar y a organizar el lío que hacen. ¿Eh? Las dos cosas. Hagan lío y organícenlo bien.   Un lío que nos dé un corazón libre, un lío que nos dé solidaridad, un lío que nos dé esperanza, un lío que nazca de haber conocido a Jesús y de saber que Dios, a quien conocí, es mi fortaleza. Ese es el lío que hagan.

Como sabía las preguntas porque me las habían pasado antes, había escrito un discurso para ustedes, para dárselo. Pero los discurso son aburridos, así que se los dejo al señor obispo, encargado de la juventud para que lo publique.

Y ahora, antes de irme, les pido, primero que sigan rezando por mí. Segundo que sigan haciendo lío. Tercero, que ayuden a organizar el lío que hacen para que no destruya nada. Y todos juntos ahora en silencio vamos a elevar el corazón a Dios cada uno.

Señor Jesús, cada uno desde su corazón, en voz baja, repita las palabras. Señor Jesús te doy gracias por estar aquí, te doy gracias porque me diste hermanos como Liz, Manuel y Orlando. Te doy gracias porque nos diste muchos hermanos que son como ellos, que te encontraron Jesús, que te conocen Jesús, que saben que vos sos, su Dios, sos su fortaleza. Jesús te pido por los chicos y chicas que no saben que vos sos su fortaleza y que tienen miedo de vivir, miedo de ser felices, tienen miedo de soñar. Jesús, enséñanos a soñar. A soñar cosas grandes, cosas lindas, cosas que aunque parezcan cotidianas son cosas que engrandecen el corazón. Señor Jesús, danos fortaleza, danos un corazón libre. Danos esperanza, danos amor. Y enséñanos a servir. Amén.

Ahora les voy a dar la bendición y les pido por favor, que recen por mí y que recen por tantos chicos y chicas que no tienen la gracia que tienen ustedes de haber conocido a Jesús que les da esperanza, les da un corazón libre y los hace fuertes.

Que los bendiga Dios Todopoderoso, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.



Texto transcrito por ZENIT 
 

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El Papa ya está rumbo a Roma
 

Termina el noveno viaje internacional del pontificado de Francisco, que en esta ocasión le ha llevado a Ecuador, Bolivia y Paraguay

Por Redacción

Ciudad del Vaticano, (ZENIT.org)

Ya ha despegado el avión papal procedente de Asunción y con destino Roma. En el aeropuerto internacional “Silvio Pettirossi”, el Santo Padre se ha despedido de Paraguay y de América Latina. Este domingo, ha puesto fin a su noveno viaje internacional, con el que ha visitado Ecuador, Bolivia y Paraguay, desde el 5 al 12 de julio.                        

En el aeropuerto, el Papa fue acogido por el presidente, Horacio Cartes, con el que pudo conversar unos minutos y después escuchar juntos los himnos y unas últimas representaciones musicales tradicionales. Finalmente, se saludaron las delegaciones mientras formaban fila un grupo de niños vestidos de guardias suizos.

La llegada al aeropuerto de Ciampino en Roma, del avión de Alitalia A330, está prevista para el lunes a las 13.45, hora local, tras 12 horas y 45 minutos de vuelo.                 

    

                                     

            

        

 

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Espiritualidad y oración


Beato Carlos Manuel Rodríguez Santiago - 13 de julio
 

«“Charli”, el beato de Puerto Rico: un apóstol en la universidad. Su innegable carisma subyugaba a jóvenes y universitarios. Admirable por su audacia y compromiso llevado al límite»

Por Isabel Orellana Vilches

Madrid, (ZENIT.org)

«Charli» pudo haberse escudado en buenas razones para no comprometerse, pero no lo hizo. Eligió al Dios que libera, dejando atrás lo que no procedía de Él, y la huella de su generosidad en multitud de jóvenes.

Nació en Caguas, Puerto Rico, el 22 de noviembre de 1918. La raigambre cristiana heredada de sus padres caló en su corazón y en el de sus hermanos. Dos de las chicas contrajeron matrimonio, el otro varón se vinculó a la Orden benedictina y fue el primer abad de Puerto Rico, y la benjamina ingresó en la Orden carmelita fundada por la Madre Vedruna. Poco duró la dichosa y sencilla existencia de la familia Rodríguez, truncada por un incendio que les arrebató morada, trabajo y pertenencias. Carlos tenía 6 años cuando sufrieron este revés, y tuvo que alojarse en casa de su abuela, una mujer religiosa que le transmitió su piedad.

En el centro católico donde inició su formación escolar trabó amistad con las Hermanas de Notre-Dame, quienes, junto a los redentoristas, le dieron una buena educación integral. Después de recibir la primera comunión, y siendo monaguillo, se sintió llamado a consagrarse. Culminó los estudios de primer grado y se matriculó en la escuela superior pública de Caguas. En plena adolescencia se le diagnosticó una colitis ulcerosa que lo mantuvo temporalmente apartado de las aulas. No fue una enfermedad pasajera; se agravaría con el tiempo. Luego se matriculó en la universidad de Puerto Rico (UPR) de Río Piedras, pero debido a su mala salud únicamente completó el primer año. Fue oficinista en Caguas, Gurabo y en la Estación Experimental Agrícola, adscrita a la UPR. Los modestos emolumentos que percibía los destinaba a difundir artículos relacionados sobre todo con la liturgia.

Su paciente progenitor, que había visto desaparecer de un golpe todo lo que tanto trabajo le costó amasar, murió en 1940. Carlos tenía 21 años y seguía acusando los problemas derivados de su frágil constitución, aunque esta realidad no constituyó un veto para sus estudios. Dejó en los centros académicos su impronta de alumno excelente, atestiguada por sus altas calificaciones, y su loable inquietud por todas las disciplinas. Era inteligente, poseía una memoria excepcional, gran sentido del humor, y voluntad de hierro para llevar adelante lo que se proponía. Tenía la sana curiosidad de los inteligentes. Por eso le apasionaba la lectura, el arte, disciplinas como las ciencias y la filosofía, y disfrutaba con la naturaleza. Estaba dotado para la música. Aprendió prácticamente solo a tocar el piano y el órgano, que ejecutaba en la iglesia.

Promovió el Misterio Pascual entre laicos, sacerdotes y religiosos, junto al padre McWilliams. Esta acción impulsada en la universidad fue guiada por el único afán de dar a conocer a Cristo: un Círculo de Liturgia que pasaría a denominarse Círculo de Cultura Cristiana; lo sostenía con su sueldo. Nació con vocación universal, sustentado en la fe: «Necesitamos católicos despiertos al momento actual [...]. Católicos del presente, que sepan nutrirse del pasado, pero con los ojos puestos en el futuro»; era el espíritu que animaba a Carlos. Inició los «Días de Vida Cristiana» dirigidos a los universitarios entre quienes difundió la liturgia. Además, se implicó en otras asociaciones católicas como la Sociedad del Santo Nombre y los Caballeros de Colón. En 1948, junto al padre McGlone, creó el coro parroquial Te Deum Laudamus.

Era integrante de la Cofradía de la Doctrina Cristiana. Le sirvió como trampolín para nuevas acciones apostólicas dirigidas a estudiantes de diversas poblaciones, a los que estimulaba a vivir la fe en grupos que les permitían poner en común los temas esenciales. Muchos jóvenes, impactados por su generosa entrega, se convirtieron. Le hacían partícipe de sus dificultades abriéndoles su corazón con plena confianza. Este fragmento de su respuesta a un joven, que se resistía a la llamada de Cristo, pone de manifiesto su celo apostólico: «Dios, Cristo, cielo, infierno, pecado, muerte, redención, salvación, sacramentos, gracia, Resurrección, vida eterna, visión beatífica, no son mera palabrería hueca y sin sentido; no son sueños de poetas, ni hipótesis de pseudo científicos, ni especulaciones de filósofos, ni escape para frustrados; son la realidad más objetiva sostenida y respaldada con las pruebas más irrefutables en todas las órdenes –sentido común, científico, filosófico, teológico– pero sobre todo, son la revelación hecha por Aquél que es la Verdad misma, y que sabe a perfección qué dice y por qué lo dice, Él mismo ha asegurado: ‘Yo soy el camino, la verdad y la vida... Yo soy la luz del mundo, quien me sigue no camina en tinieblas... El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no fallarán […]’. Ahora bien, si esto es la verdad, y esto es lo que pide, exige y necesita nuestra naturaleza humana, ¿por qué esa cobardía? ¿Por qué ese escape que nos lleva a la angustia y a la frustración? ¿Por qué no decidirse de una vez para siempre? ¿Por qué no arriesgarlo todo para ganarlo todo?...».

Culminando 1962 se le diagnosticó un cáncer terminal del recto, y prosiguió actuando con la audacia y el arrojo que le caracterizaba. Aunque el final de su existencia estuvo marcado por la «noche oscura», se mantuvo firme en la esperanza. En marzo de 1963 sufrió una gravísima operación, pero poco se pudo hacer. Murió el 13 de julio de 1963. Tenía 44 años. Juan Pablo II lo beatificó el 29 de abril de 2001. El milagro para el meteórico reconocimiento de sus virtudes: la curación de un linfoma maligno No-Hodgking en 1981, que fue aprobado por el pontífice en 1999.

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