Gracias a Dios por la evangelización de América

Con ocasión del viaje actual del Papa Francisco al Ecuador, Bolivia y Paraguay, vemos una vez más a inmensas muchedumbres de pueblos de América que se congregan para recibirle con alegría. Recibiendo al Papa reciben, por supuesto, a Cristo mismo, que se hace presente por su Vicario, su re-presentante. Demos gracias a Dios, participando nosotros de la misma alegría de esos hermanos nuestros.

Y demos gracias a Dios por los misioneros que llevaron el Evangelio a América, pues asistidos por la gracia del Espíritu Santo, ellos fueron los primeros congregadores de estas muchedumbres que hoy aclaman a Cristo en el Papa. Yo no sabría expresar aquí ese agradecimiento a Dios y a sus misioneros, pero lo haré recordando algunos discursos del Papa San Juan Pablo II.

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El Papa Juan Pablo II, el 31 de octubre de 1982, en el aeropuerto de Madrid, al iniciar un viaje apostólico a España, hizo un precioso discurso que recordaré aquí en extractos, con subrayados míos.

1. Con verdadera emoción acabo de pisar suelo español. Bendito sea Dios, que me ha permitido venir hasta aquí, en este mi viaje apostólico […]

2. […] quiero expresaros mi más profunda gratitud. [Agradece primeramente a las Autoridades civiles y religiosas…] Gratitud a todos vosotros, queridos hermanos y hermanas españoles; por el calor de vuestro recibimiento, por el afecto puesto en la hospitalidad dispensada a un amigo, y sobre todo a quien España siempre ha querido entrañablemente a lo largo de su historia: al Papa.

3. […] Hoy me trae a vosotros la clausura del IV centenario de la muerte de Santa Teresa de Jesús, esa gran santa española y universal, cuyo mayor timbre de gloria fue ser siempre hija de la Iglesia y que tanto ha contribuido al bien de la misma Iglesia en estos cuatrocientos años.

4. […] Vengo a encontrarme con una comunidad cristiana que se remonta a la época apostólica. En una tierra objeto de los desvelos evangelizadores de San Pablo; que está bajo el patrocinio de Santiago el Mayor, cuyo recuerdo perdura en el Pilar de Zaragoza y en Santiago de Compostela; que fue conquistada para la fe por el afán misionero de los siete varones apostólicos; que propició la conversión a la fe de los pueblos visigodos en Toledo; que fue la gran meta de peregrinaciones europeas a Santiago; que vivió la empresa de la reconquista; que descubrió y evangelizó América; que iluminó la ciencia desde Alcalá y Salamanca, y la teología en Trento.

Vengo atraído por una historia admirable de fidelidad a la Iglesia y de servicio a la misma, escrita en empresas apostólicas y en tantas grandes figuras que renovaron esa Iglesia, fortalecieron su fe, la defendieron en momentos difíciles y le dieron nuevos hijos en enteros continentes. En efecto, gracias sobre todo a esa sin par actividad evangelizadora, la porción más numerosa de la Iglesia de Cristo habla hoy y reza a Dios en español. Tras mis viajes apostólicos, sobre todo por tierras de Hispanoamérica y Filipinas, quiero decir en este momento singular: ¡Gracias, España; gracias, Iglesia en España, por tu fidelidad al Evangelio y a la Esposa de Cristo!

5. Esa historia, a pesar de la lagunas y errores humanos, es digna de toda admiración y aprecio. Ella debe servir de inspiración y estímulo, para hallar en el momento presente las raíces profundas del ser de un pueblo. No para hacerle vivir en el pasado, sino para ofrecerle el ejemplo a proseguir y mejorar en el futuro. […]

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El Papa Juan Pablo II predicó el 10 de octubre de 1984 en la homilía de una Misa celebrada en Zaragoza, donde hizo una escala al inicio de un viaje apostólico a América:

En el umbral de un viaje eminentemente misionero, y en nombre de toda la Iglesia, he querido venir personalmente paraagradecer a la Iglesia en España la ingente labor de evangelización que ha llevado a cabo en todo el mundo, y muy especialmente en el continente americano y Filipinas.

En muchos de mis viajes he podido constatar el fruto actual de esa labor. Quería por ello, en esta ocasión tan señalada, repetir aquí en Zaragoza lo que ya tuve la oportunidad de decir en Madrid, apenas iniciada mi visita apostólica:“¡Gracias, España; gracias, Iglesia de España por tu fidelidad al Evangelio y a la Esposa de Cristo!”

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El Papa Juan Pablo II, el 14 de mayo de 1992, en un discurso a los participantes del Simposio Internacional sobre la Historia de la Evangelización de América, celebrado en el Vaticano con ocasión del Vº Centenario del comienzo de es evangelización, dijo:

3. […] Ciertamente, en esa Evangelización, como en toda obra humana, hubo aciertos y desatinos, “luces y sombras", pero “más luces que sombras” (Cta. apost. Los caminos del Evangelio, 8), a juzgar por los frutos que encontramos allí después de quinientos años: una Iglesia viva y dinámica que representa hoy una porción relevante de la Iglesia universal […]

5. A cuantos sentimos como propia la tarea de evangelizar no puede por menos de producir una viva satisfacción examinar el contenido de las actas de los numerosos Concilios y Sínodos que se celebraron en la primera época, como también otros documentos de riquísimo contenido, como las Doctrinas o Catecismos, que fueron centenares y casi todos están escritos en las lenguas de las etnias y países donde los misioneros desarrollaban su misión.

Es también alentador repasar las crónicas sobre la acción misionera, así como los textos que censuraban los abusos y atropellos que, como en toda obra humana, no faltaron. El testimonio de la Escuela de Salamanca representa un encomiable esfuerzo por encauzar la acción colonizadora según principios inspirados en una ética cristiana. Fray Francisco de Vitoria, en sus célebres Relecciones sobre los indios sentó los fundamentos filosófico-teológicos de una colonización cristiana. El maestro de Salamanca demostró que indios y españoles eran fundamentalmente iguales en cuanto hombres. Su dignidad humana radicaba en que los indios, por su naturaleza, eran también racionales y libres, creados a imagen y semejanza de Dios, con un destino personal y transcendente, por lo cual podían salvarse o condenarse. Como seres racionales y libres, los indios eran sujetos de los derechos fundamentales inherentes a todo ser humano, y no los perdían por razón de los pecados de infidelidad, idolatría u otras ofensas contra Dios, pues estos derechos se basaban en su naturaleza y condición de hombres.

6. Los indios eran, por consiguiente, verdaderos dueños de sus bienes al igual que los cristianos, y no podían ser desposeídos de los mismos por su incultura. La situación lamentable de muchos indios añadía Vitoria se debía en gran parte a su falta de educación y formación humana. Por ello, en virtud del derecho de sociedad y de comunicación natural, los hombres y pueblos mejor dotados, tenían el deber de ayudar a los más atrasados y subdesarrollados. Así justificaba Vitoria la intervención de España en América.

Basándose en estos principios cristianos articuló el sabio dominico un verdadero código de derechos humanos. Con ello sentó los fundamentos del moderno derecho de gentes: derecho a la paz y la convivencia, a la solidaridad y la colaboración, a la libertad de conciencia y a la libertad religiosa. Porque la evangelización era —concluía Vitoria— un medio de promoción humana y suponía el respeto a la libertad, así como la educación de la fe en la libertad.

La doctrina de la Escuela de Salamanca fue en gran parte asumida por las Leyes de Indias, las cuales muestran la inspiración cristiana de la empresa colonizadora, aunque a veces dichas leyes no se cumplieran. Por eso, la así llamada «colonización» no se puede vaciar del contenido religioso que la impregnó o acompañó, ya que la Cruz de Cristo, plantada desde el primer momento en las tierras del Nuevo Mundo, iluminó el camino de los descubridores o colonizadores, como lo prueba la religiosidad que marcó toda su trayectoria y los numerosos escritos de la época, así como los nombres mismos de tantas ciudades y santuarios diseminados por América.

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Hasta aquí el Santo Papa Juan Pablo II.

Dice bien cuando señala con realismo que “a veces aquella leyes no se cumplían". Hoy también son muchos los políticos que incumplen las leyes en provecho propio o de su partido, y son muchos los que acaban en los Juzgados. También los gobernantes de España en las Indias, incluidos los de más alta jerarquía, eran sujetos a “juicios de residencia” cuando se producían denuncias o terminaban su servicio. La Corona española y la Iglesia velaron siempre, con más o menos éxito, por el cumplimiento de las leyes en el Nuevo Mundo. Y aquellas leyes, a diferencia de muchas actuales, eran de alta calidad jurídica y espiritual.

María Blanca García Oyanalde

(por la transcripción)