La mirada de Jesús

 

Recoge San Mateo que el Señor, tras retirarse a un lugar tranquilo y apartado, se encontró rodeado de una muchedumbre: “vio Jesús el gentío, le dio lástima y curó a los enfermos” (cf Mt 14,13-21).

Su mirada, su “ver”, y no solo su “mirar”, resulta completamente única. Solo Él puede mirar y ver de esa manera, con esa amplitud y con esa profundidad. Él lo ve todo, incluso la profundidad del hombre, su corazón.

La mirada de Jesús, abierta totalmente a los otros, y sensible a sus necesidades – es decir, una mirada compasiva – , contrasta a menudo con la nuestra, que tiende a ser narcisista., que tiende ahogarse en el reflejo de la nada, en la imposible levedad de un espejo que en lugar de abrirnos espacios nuevos nos encierra en lo que nos gustaría contemplar de nosotros mismos.

Y nos gustaría contemplar lo que ya no es, lo que nunca fue o lo que nunca podría ser. La belleza juvenil, de haberla tenido. La inmunidad al paso del tiempo. La fuerza o el vigor más imaginado que real. No somos así, por lo general o casi nunca. Somos humanos, demasiado humanos.

¿Qué buscarían en Jesús aquellos que se atrevieron, cuando Él, siempre tan soberano, se alejó por barca, a acercársele por tierra? Solo Él lo sabe, en el fondo. ¿Peticiones, acciones de gracias, curiosidad? De todo puede haber.

También lo pensaba ayer al comprobar cómo en una ciudad tan secularizada como la mía tantas personas seguían la efigie de Cristo, del Santísimo Cristo de la Victoria. Estaban allí nuestros corazones y el Suyo. Nuestras búsquedas, más o menos confusas, y su mirada, una mirada que siente lástima de nosotros.

Pero San Mateo anota, poco después, que Jesús “alzó la mirada al cielo”. Ahí está, en el fondo, la raíz de la preocupación de Jesús por las gentes, por cada persona. Él vive para el Padre – para Dios – y mira como el Padre – como nos mira Dios - . Él es Dios y hombre, el Hijo de Dios hecho hombre. Por eso es el Mediador entre Dios y los hombres. Sus milagros son signos de su divinidad. El carácter de signo de estos milagros nos hablan de su compasión sin límites.

No conseguiremos sustituir la mirada narcisista o la “mirada virtual”, que se fija en el PC o en el móvil creyendo que la realidad virtual es, sin más, la realidad real, si no empezamos a mirar un poco hacia lo alto, hacia Dios.

Una estancia de un palacio puede ser preciosa, pero si todas las ventanas permanecen cerradas, esta estancia puede llegar a parecer un calabozo infecto. El mundo es muy bello, hay en él múltiples cosas que nos atraen y nos fascinan. Pero el mundo solo puede ser mundo – o sea, más de lo mismo – si no se abre a Dios. Si lo hace, ya no es solo mundo, es un paraíso.

Jesús mira a la muchedumbre, mira a los hombres, y alza su mirada a Dios. Y entre una mirada y otra se obra el prodigio que solo Él puede hacer. Nosotros no podremos repetir el prodigio – o sí, si Él quiere hacerlo a través de nosotros - , pero sí podemos implorarle que nos permita reproducir su mirada.

 

Guillermo Juan Morado.