ZENIT

El mundo visto desde Roma

Servicio diario - 09 de agosto de 2015

La frase del día 9 de agosto

“Si reina la paz en tu corazón, entonces esa paz vendrá también al mundo”. Santa Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein)

 


El papa Francisco

El Papa en el Ángelus: 'Si tienes el corazón cerrado, la fe no entra'
Texto completo. Francisco explicó este domingo que la fe no es propiedad privada, sino que es un don para compartir

Francisco reclama el cese de la guerra y la violencia
El Pontífice recordó este domingo los lanzamientos de las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki. Pidió desterrar para siempre las armas nucleares y las de destrucción masiva

El Papa anima a la juventud a "no conformarse con una vida mediocre"
El Santo Padre ha enviado un mensaje a los participantes en el Encuentro Europeo de Jóvenes, organizado por la CEE con motivo del V Centenario del Nacimiento de Santa Teresa de Jesús

Iglesia y Religión

Perú: 24 aniversario del martirio de los primeros misioneros polacos
Los padres Zbigniew Strzalkowski y Michal Tomaszek fueron asesinados por Sendero Luminoso

El cardenal Blázquez pide a los jóvenes que no se queden en el desánimo y la indignación
En la misa de clausura del Encuentro Europeo de Jóvenes, el presidente de la CEE ha recordado a todos los presentes que los amigos fuertes de Dios no pierden la esperanza 

Espiritualidad y oración

La Comunión
Catequesis para toda la familia

Beato Francisco Drzewiecki - 10 de agosto
«Sacerdote orionita, mártir del genocidio nazi. El hombre que edificaba con su cortesía y premura a los internos del campo de exterminio en Dachau, donde en crueles condiciones siguió desplegando su gran labor apostólica»


El papa Francisco


El Papa en el Ángelus: 'Si tienes el corazón cerrado, la fe no entra'
 

Texto completo. Francisco explicó este domingo que la fe no es propiedad privada, sino que es un don para compartir

Por Redacción

Ciudad del Vaticano, (ZENIT.org)

Como cada domingo, el papa Francisco rezó el Ángelus desde la ventana de su estudio en el Palacio Apostólico, ante una multitud que le atendía en la Plaza de San Pedro.

Dirigiéndose a los fieles y peregrinos venidos de todo el mundo, que le acogieron con un largo y caluroso aplauso, el Pontífice les dijo:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En este domingo prosigue la lectura del capítulo sexto del Evangelio de Juan, donde Jesús, habiendo cumplido el gran milagro de la multiplicación de los panes, explica a la gente el significado de aquel “signo” (Jn 6,41-51).Como había hecho antes con la Samaritana, a partir de la experiencia de la sed y del signo del agua, aquí Jesús parte de la experiencia del hambre y del signo del pan, para revelarse e invitarnos a creer en Él.

La gente lo busca, la gente lo escucha, porque se ha quedado entusiasmada con el milagro, ¡querían hacerlo rey! Pero cuando Jesús afirma que el verdadero pan, donado por Dios, es Él mismo, muchos se escandalizan, no comprenden, y comienzan a murmurar entre ellos: “De él --decían--, ¿no conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo puede decir ahora: 'Yo he bajado del cielo'? (Jn 6,42)”. Y comienzan a murmurar. Entonces Jesús responde: “Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me envió”, y añade “el que cree, tiene la vida eterna” (vv 44.47).

Nos sorprende, y nos hace reflexionar esta palabra del Señor: “Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre”, “el que cree en mí, tiene la vida eterna”. Nos hace reflexionar. Esta palabra introduce en la dinámica de la fe, que es una relación: la relación entre la persona humana, todos nosotros, y la persona de Jesús, donde el Padre juega un papel decisivo, y naturalmente, también el Espíritu Santo, que está implícito aquí. No basta encontrar a Jesús para creer en Él, no basta leer la Biblia, el Evangelio, eso es importante ¿eh?, pero no basta. No basta ni siquiera asistir a un milagro, como el de la multiplicación de los panes. Muchas personas estuvieron en estrecho contacto con Jesús y no le creyeron, es más, también lo despreciaron y condenaron. Y yo me pregunto: ¿por qué, esto? ¿No fueron atraídos por el Padre? No, esto sucedió porque su corazón estaba cerrado a la acción del Espíritu de Dios. Y si tú tienes el corazón cerrado, la fe no entra. Dios Padre siempre nos atrae hacia Jesús. Somos nosotros quienes abrimos nuestro corazón o lo cerramos.

En cambio la fe, que es como una semilla en lo profundo del corazón, florece cuando nos dejamos “atraer” por el Padre hacia Jesús, y “vamos a Él” con ánimo abierto, con corazón abierto, sin prejuicios; entonces reconocemos en su rostro el rostro de Dios y en sus palabras la palabra de Dios, porque el Espíritu Santo nos ha hecho entrar en la relación de amor y de vida que hay entre Jesús y Dios Padre. Y ahí nosotros recibimos el don, el regalo de la fe.

Entonces, con esta actitud de fe, podemos comprender el sentido del “Pan de la vida” que Jesús nos dona, y que Él expresa así: “Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo” (Jn 6,51). En Jesús, en su “carne” --es decir, en su concreta humanidad-- está presente todo el amor de Dios, que es el Espíritu Santo. Quien se deja atraer por este amor va hacia Jesús, y va con fe, y recibe de Él la vida, la vida eterna.

Aquella que ha vivido esta experiencia en modo ejemplar es la Virgen de Nazaret, María: la primera persona humana que ha creído en Dios acogiendo la carne de Jesús. Aprendamos de Ella, nuestra Madre, la alegría y la gratitud por el don de la fe. Un don que no es “privado”, un don que no es “propiedad privada”, sino que es un don para compartir: es un don “para la vida del mundo”.

Al término de estas palabras, el Santo Padre rezó la oración mariana:

Angelus Domini nuntiavit Mariae...

Al concluir la plegaria, el Papa recordó a Hiroshima y Nagasaki en el 70 aniversario del trágico suceso:

Queridos hermanos y hermanas,

Hace setenta años, el 6 y el 9 de agosto de 1945, sucedieron los tremendos bombardeos atómicos en Hiroshima y Nagasaki. A distancia de tanto tiempo, este trágico suceso suscita todavía horror y repulsión. Este se ha convertido en el símbolo del ilimitado poder destructivo del hombre cuando hace un uso equivocado del progreso de la ciencia y de la técnica, y constituye una advertencia continua para la humanidad, para que repudie para siempre la guerra y destierre las armas nucleares y toda arma de destrucción masiva. Esta triste ocasión nos llama sobre todo a rezar y a comprometernos por la paz, para difundir en el mundo una ética de fraternidad y un clima de serena convivencia entre los pueblos. De cada tierra se eleve una única voz: ¡no a la guerra, no a la violencia, sí al diálogo, sí a la paz! Con la guerra siempre se pierde. ¡El único modo de vencer una guerra es no hacerla!

Además, el Pontífice manifestó su preocupación por la situación que atraviesa El Salvador:

Sigo con viva preocupación las noticias que llegan desde El Salvador, donde en los últimos tiempos se ha agravado la situación de la población a causa de la carestía, de la crisis económica, de agudos contrastes sociales y de la creciente violencia. Animo al querido pueblo salvadoreño a perseverar unido en la esperanza, y exhorto a todos a rezar para que en la tierra del beato Óscar Romero florezcan de nuevo la justicia y la paz.

A continuación llegó el turno de los saludos que tradicionalmente realiza el Santo Padre:

Dirijo mi saludo a todos ustedes, romanos y peregrinos; en especial a los jóvenes de Mason Vicentino, Villaraspa, Nova Milanese, Fossò, Sandon, Ferrara, y a los monaguillos de Calcarelli.

Saludo a los motociclistas de San Zeno (Brescia), comprometidos a favor de los niños hospitalizados en el Hospital Bambin Gesú.

Como de costumbre, el papa Francisco concluyó su intervención diciendo:

Y a todos les deseo un buen domingo. Y por favor, no se olviden de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!

(Texto traducido y transcrito del audio por ZENIT)

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Francisco reclama el cese de la guerra y la violencia
 

El Pontífice recordó este domingo los lanzamientos de las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki. Pidió desterrar para siempre las armas nucleares y las de destrucción masiva

Por Redacción

Ciudad del Vaticano, (ZENIT.org)

El papa Francisco ha recordado este domingo por la mañana a las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki en el 70 aniversario de los lanzamientos de las bombas atómicas por parte de Estados Unidos y ha señalado que lo ocurrido “constituye una advertencia continua para la humanidad, para que repudie para siempre la guerra y destierre las armas nucleares y toda arma de destrucción masiva”.

“Hace setenta años, el 6 y el 9 de agosto de 1945, sucedieron los tremendos bombardeos atómicos en Hiroshima y Nagasaki”, ha dicho el Santo Padre durante el rezo del Ángelus, al tiempo que ha asegurado que “este trágico suceso suscita todavía horror y repulsión”.

Ante la multitud congregada en la Plaza de San Pedro, el Pontífice ha indicado que este hecho “se ha convertido en el símbolo del ilimitado poder destructivo del hombre cuando hace un uso equivocado del progreso de la ciencia y de la técnica”. “Esta triste ocasión nos llama sobre todo a rezar y a comprometernos por la paz, para difundir en el mundo una ética de fraternidad y un clima de serena convivencia entre los pueblos”, ha añadido.

Así, Francisco ha pedido que “de cada tierra se eleve una única voz: ¡no a la guerra, no a la violencia, sí al diálogo, sí a la paz!” “Con la guerra siempre se pierde. ¡El único modo de vencer una guerra es no hacerla!”, ha subrayado.

Por otra parte, el Papa ha afirmado que sigue “con viva preocupación” las noticias que llegan desde El Salvador, “donde en los últimos tiempos se ha agravado la situación de la población a causa de la carestía, de la crisis económica, de agudos contrastes sociales y de la creciente violencia”. “Animo al querido pueblo salvadoreño a perseverar unido en la esperanza, y exhorto a todos a rezar para que en la tierra del beato Óscar Romero florezcan de nuevo la justicia y la paz”, ha concluido.

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El Papa anima a la juventud a "no conformarse con una vida mediocre"
 

El Santo Padre ha enviado un mensaje a los participantes en el Encuentro Europeo de Jóvenes, organizado por la CEE con motivo del V Centenario del Nacimiento de Santa Teresa de Jesús

Por Redacción

Madrid, (ZENIT.org)

En un escrito enviado a los participantes en el Encuentro Europeo de Jóvenes (EEJ2015), el papa Francisco les ha animado a “no conformarse con una vida mediocre y sin aspiraciones”, así como a “esforzarse para crecer en una profunda vida de amistad con Cristo”.

Este mensaje firmado por el secretario de Estado, el cardenal Pietro Parolin, ha sido leído este domingo por el secretario general de la Conferencia Episcopal Española (CEE), el sacerdote y periodista José María Gil Tamayo, durante la misa de clausura del EEJ2015, que ha reunido esta semana en Ávila a más de 6.000 jóvenes de Europa y de otros continentes.

En su misiva, el Santo Padre ha saludado a los participantes y organizadores en este encuentro celebrado con motivo del V Centenario del Nacimiento de Santa Teresa de Jesús.

Así, ha hecho referencia a la expresión de la reformadora del Carmelo que dice “en tiempos recios, amigos fuertes de Dios”, para señalar que se trata de una frase con “una resonancia especial cuando se dirige a los jóvenes y a su anhelo de verdad, bondad y belleza”.

El Pontífice ha animado además a los jóvenes a “no conformarse con una vida mediocre y sin aspiraciones y a esforzarse, en cambio, para crecer en una profunda vida de amistad con Cristo”.

Al mismo tiempo, les ha instado a “tomar cada día más conciencia del don inmenso recibido en el bautismo y la confirmación”, que impulsa a los cristianos a “llevar el amor de Cristo a quienes son semejantes”.

“Su Santidad, al recordarles la necesidad de crecer siempre en el amor a la Iglesia y a los hermanos, les ruega que recen por él, a la vez que, con afecto, los encomienda a la protección de la Virgen María y les imparte de corazón la implorada bendición apostólica”, concluye el texto leído por el secretario general de la CEE.

Tras su lectura al inicio de la multitudinaria celebración eucarística ante el Lienzo Norte de la muralla de Ávila, los asistentes han irrumpido en una calurosa ovación.

La Santa Misa, presidida por el cardenal Ricardo Blázquez, arzobispo de Valladolid y presidente de la CEE, ha sido concelebrada por una treintena de obispos y 52 sacerdotes.

Este mensaje se une al remitido también por el papa Francisco hace unos días, dentro del Congreso Interuniversitario organizado por la Universidad Católica de Ávila (UCAV), junto a otras universidades católicas de España.

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Iglesia y Religión


Perú: 24 aniversario del martirio de los primeros misioneros polacos
 

Los padres Zbigniew Strzalkowski y Michal Tomaszek fueron asesinados por Sendero Luminoso

Por P. Jan Maria Szewek

Cracovia, (ZENIT.org)

Hace 24 años, el 9 de agosto de 1991, dos misioneros polacos de la provincia franciscana de Cracovia, P. Zbigniew Strzalkowski, OFMConv. y P. Michal Tomaszek, OFMConv., fueron asesinados en Pariacoto, Perú. El 3 de febrero de 2015 el Papa Francisco aprobó el decreto de beatificación. La elevación a los altares se realizará el 5 de diciembre de 2015 en Chimbote, Perú. Serán así los primeros polacos misioneros mártires.

Los Siervos de Dios fueron acusados por los cabecillas del grupo maoísta “Sendero Luminoso” de realizar actividades pastorales con el objetivo de adormecer la conciencia revolucionaria de los indígenas. Según los senderistas, la religión es opio del pueblo y, al anunciar el Evangelio, los religiosos obstaculizaban la aceptación de la lucha armada por parte del pueblo.

Los misioneros realizaron actividades pastorales y caritativas en 72 pueblos andinos. Durante tiempos de sequía y de hambre se incorporaron al programa de alimentación tanto a nivel nacional como diocesano. Ayudaron a construir escuelas y en el equipamiento de bibliotecas. Ofrecieron enseñanza higiénica a los campesinos andinos cuando el cólera afectaba a la gente de aquellas regiones. De igual modo, conseguían medicamentos y ellos mismos transportaban a la población enferma al hospital regional. El P. Simón Chapiñski, quien desde el principio participó en el proceso de beatificación de los mártires franciscanos, recuerda que también prepararon un proyecto de construcción de la red de agua potable.

El 9 de agosto los terroristas cercaron el convento, ataron a los padres y los llevaron fuera del pueblo. Allá, con dos disparos en la nuca, asesinaron a los religiosos. El P. Zbigniew tenía entonces 33 años y el P. Michal 31 años. Los terroristas dejaron cerca de sus cuerpos una nota: “Así mueren los lames del imperialismo. Que viva la Revolución Popular”. Los misioneros fueron sepultados en la iglesia de Pariacoto. El proceso de beatificación comenzó en el año 1996.

Los Siervos de Dios pertenecían a la Provincia “San Antonio de Padua y Beato Jacobo de Strepa” de Cracovia, encargada de la misión en Perú desde el año 1988. Los P. Zbigniew Strzalkowski y P. Michal Tomaszek fueron los primeros que empezaron la misión en Pariacoto, una localidad situada en los Andes. Los franciscanos hasta hoy día realizan allá sus actividades, al igual que en Lima y Chimbote, donde están presentes.

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El cardenal Blázquez pide a los jóvenes que no se queden en el desánimo y la indignación
 

En la misa de clausura del Encuentro Europeo de Jóvenes, el presidente de la CEE ha recordado a todos los presentes que los amigos fuertes de Dios no pierden la esperanza 

Por Redacción

Madrid, (ZENIT.org)

El arzobispo de Valladolid y presidente de la Conferencia Episcopal Española (CEE), cardenal Ricardo Blázquez, ha pedido este domingo a los jóvenes que no se queden “en el desánimo y la indignación”, ante la “reciedumbre particular del desempleo amplio y duradero” que les afecta.

Mons. Blázquez ha lanzado este mensaje a los miles de asistentes a la misa de clausura del Encuentro Europeo de Jóvenes (EEJ2015) que desde el pasado 5 de agosto ha reunido en Ávila a más de 6.000 personas procedentes de Europa y otros continentes.

Ante las imágenes de santa Teresa de Jesús y del Santísimo Cristo de los Ajusticiados, situadas a los lados de un gran altar ubicado ante el Lienzo Norte de la muralla, el presidente de la CCE ha recordado cómo a escasos metros de allí, san Juan Pablo II celebró una multitudinaria eucaristía el 1 de noviembre de 1982.

El purpurado abulense, que ha hecho referencia a este lugar “cargado de recuerdos”, ha presidido la Santa Misa concelebrada por una treintena de obispos y 52 sacerdotes, al principio de la cual ha sido leída una carta remitida por el papa Francisco en la que ha instado a los jóvenes a “no conformarse con una vida mediocre y sin aspiraciones”.

En su homilía, el cardenal Blázquez se ha referido en varias ocasiones a santa Teresa de Ávila, de cuyo nacimiento se celebra este año el V Centenario, para citar la frase que ha sido el lema del EEJ2015: “En tiempos recios, amigos fuertes de Dios”.

En este contexto, ha invitado a los jóvenes a que “caminen con decisión, esfuerzo, esperanza, laboriosidad y paciencia, abrazando a Jesucristo, que es luz, fuente, camino, pan y amigo que nunca falla”.

“Los amigos fuertes de Dios son oyentes asiduos de su Palabra, en silencio oran, trabajan, cargan con la cruz siguiendo los pasos de Jesús, abren su vida a los indigentes, acompañan a los desamparados. En la oscuridad no pierden la esperanza”, ha señalado.

“Sabemos, queridos amigos, que los tiempos actuales tiene para vosotros la reciedumbre particular del desempleo, amplio y duradero. Os debe la sociedad mayor solidaridad; no os quedéis en el desánimo ni en la indignación”, ha subrayado.

“Cuando los tiempos son recios y plantean desafíos al sentido de la vida y se conmueven los mismos cimientos, no podemos dispersarnos ni distraernos en cosas de poca importancia”, ha afirmado.

El presidente de la CEE ha concluido sus palabras indicando que “santa Teresa es maestra del espíritu evangélico y por ello es maestra en la difícil asignatura de aprender a vivir”. Y ha deseado a todos los presentes “¡qué el cultivo de la amistad con Dios derrame en nosotros serenidad, amor y alegría!”

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Espiritualidad y oración


La Comunión
 

Catequesis para toda la familia

Por Redacción

Madrid, (ZENIT.org)

Los domingos procuramos ir a Misa en familia. Es lo más importante que hacemos durante la semana. Lo hemos de sentir así. Y es así porque vamos a encontrarnos de un modo muy especial con Cristo, Nuestro Señor... Cuando asistimos al acontecimiento más grande de nuestra fe que es la Santa Misa, renovamos ante Dios y los hermanos nuestro corazón, nuestro amor y dedicación. Él, nuestro Padre, lo hace siempre todo nuevo, y una y otra vez nos cambia el corazón para acercarnos más a Él y a los hermanos...

El momento culmen vendrá después de las preces de los fieles. Es el momento de la consagración, instante culminante de nuestra fe. Estaremos atentos, más que si viésemos a los mismos ángeles de Dios subir y bajar sobre el altar. Porque además eso está pasando de verdad. Aunque no lo veamos. Pero lo sabemos, y estamos seguros. Cosas de la fe...

Los niños han de ir siempre a Misa con sus padres, porque entonces es cuando sienten que verdaderamente es algo que merece la pena porque es muy importante; como cuando reciben un premio y están a su lado todos los de casa. Y nada hay más importante que recibir a Jesús en nuestra boca, en nuestro corazón, en nuestra alma... La familia debe asistir unida a la Santa Misa, porque es lo más grande que podemos hacer juntos. Y si estamos con nuestros niños, cuando llega el momento de la comunión será esa ocasión maravillosa para ser su ejemplo: Totalmente absortos en lo que el sacerdote hace en ese momento con el pan y el vino, invocando al Espíritu Santo para que vuelva Jesús, una vez más, a alimentarnos, a ser uno con nosotros.... Y después de comulgar, recogidos dando gracias por tanta cosa que Dios nos da, y pidiendo por nosotros mismos y los demás...

La Comunión, pues, es lo más grande que existe para nosotros los hijos de Adán, y muy especialmente para los católicos: herederos de la fe apostólica. Nada hay sobre la tierra que lo iguale en grandeza porque cuando comulgamos nos revestimos de la naturaleza divina con el firme propósito de asemejarnos a Nuestro Señor... Él se nos da completamente para que tengamos vida verdadera: La vida de Dios, la vida de Jesús, Nuestro Señor... Anticipo de la vida eterna aquí en la tierra como dice el catecismo...

Pero..., siempre hay algún pero, no nos podemos acercar a comulgar de cualquier modo: Hemos de hacerlo aseados y limpios, por fuera y por dentro; sería como una traición, ir sucios a una invitación del mismo Cielo, y aún peor, sin limpiar muy a fondo por dentro. Nuestro corazón ha de refulgir como un sol gracias a ese sacramento que llamamos confesión de los pecados... La confesión hace que Cristo, al comulgar nosotros, tome posesión y habite como el Rey que es, en nuestro corazón.

Vayamos a Misa los papás y los niños juntos, acudamos toda la familia a la Iglesia cada domingo a la cima de nuestra fe, a la Eucaristía... A recibirle como el Rey que es en nuestro corazón. Y comulguemos para unirnos más entre nosotros y los mismos santos del cielo y sobre todo con Dios, Nuestro Señor. Y tendremos vida eterna.

Por: Mjbo

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Beato Francisco Drzewiecki - 10 de agosto
 

«Sacerdote orionita, mártir del genocidio nazi. El hombre que edificaba con su cortesía y premura a los internos del campo de exterminio en Dachau, donde en crueles condiciones siguió desplegando su gran labor apostólica»

Por Isabel Orellana Vilches

Madrid, (ZENIT.org)

Este sacerdote orionita fue uno de los gloriosos mártires que entregaron su vida por Cristo en el campo de exterminio de Dachau. Casi un millar engrosaron las filas, entre otros, y por mencionar algunos: Edith Stein, Maximiliano Kolbe y Tito Brandsma. Su muerte, humanamente una liberación que rescató a todos de la barbarie, espiritualmente les condujo directamente al cielo. En las causas abiertas se ha constatado que más de un centenar ya recorría el camino de la santidad antes de incrementar los terroríficos y nauseabundos barracones. Francisco era uno de ellos.

Nació el 26 de febrero de 1908 en la localidad polaca de Zduny, un entorno en el que la actividad común para sus habitantes era el campo. Tenía cuatro hermanos y seis hermanas, con lo cual los escasos ingresos de su humilde familia apenas cubrían los gastos esenciales. Fue pastor como otros muchachos de su edad. Así, de forma natural, aprendían desde niños el valor del esfuerzo, la disciplina y la generosidad. Fue creciendo en un ambiente afín a la fe y a las prácticas de piedad, acostumbrado al rezo diario de las oraciones que compartía con sus hermanos. Se distinguía por su finura de trato; era dador de paz. Al hecho de que los padres no pudieran costear los estudios que hubieran soñado a su numerosa prole, se unió la muerte del cabeza de familia, obligando a Francisco a dejar las clases en 1923, aunque era aplicado, inteligente y responsable.

Rosalía, su madre, conocía su vocación sacerdotal, y viendo con pesar que su situación económica podía interferir en ella, con toda sencillez y espontaneidad algunas veces comentaba su inquietud con personas cercanas. Fue en una de estas conversaciones cuando le informaron de la existencia de un colegio que no discriminaba a las personas que carecían de recursos económicos. Apuntaron que se hallaba cerca de Zdunska Wola; podía ser la solución. Rosalía, que fervorosamente rogaba la mediación de la Virgen, se puso manos a la obra de inmediato. Y Francisco ingresó en septiembre de 1924 en el seminario de la Pequeña Obra de la Divina Providencia fundada por el beato Luís Orione. Alentada por su director, el padre Aleksander Chwilowiez, estaba asentándose entonces en la ciudad y ofrecía a las clases menos pudientes la oportunidad de formarse con rigor. Rosalía interpretó el hecho viendo en ello la respuesta de María a sus súplicas.

En 1930 Francisco se integró en la fundación. El virtuoso joven, del que ya había oído hablar Don Orione, tenía ante sí un prometedor futuro apostólico. En Zdunska Wola y en lugares aledaños estaban abiertos diversos campos. Además de la parroquia: instituto para niños, cottolengo, cocina para los pobres, tipografía, y otras obras caritativas y acciones pastorales. Era importante que el beato estuviese bien preparado. Con ese fin le enviaron a Italia. Hizo el noviciado en Tortona y en 1936 fue ordenado sacerdote; comenzó su labor en el Pequeño Cottolengo de Génova-Castagna. Todos le estimaban por sus cualidades, su cercanía, y la entrega que percibían en las atenciones que les dispensaba. Él no ocultaba su felicidad. Así lo hizo saber a un amigo: «Tengo trabajo de sobra porque este año la familia del cottolengo aumentó y hay nuevas necesidades. Somos 150 personas. Estoy muy contento de encontrarme aquí, donde se hace la voluntad de Dios». Al año siguiente regresó a Zdunska Wola y ejerció la docencia en la facultad.

En el estío de 1939, cuando la tormenta de la guerra planeaba sobre Europa, y su país ignoraba que sería una de sus grandes víctimas, fue destinado al servicio de la parroquia del Sagrado Corazón y del Pequeño Cottolengo de Wloclawek. En septiembre se produjo la primera invasión alemana. Una vez más, la Iglesia estaba en el punto de mira y el engranaje contra los que la integraban se puso en marcha sin dilación. Todo católico, y especialmente los presbíteros y religiosos, fueron objeto de virulenta persecución.

A primeros de noviembre de ese año Francisco y la casi totalidad del clero de Wloclawek, con su prelado a la cabeza, fueron detenidos y encarcelados. Él sufrió su particular calvario en Lad, Szczyglin, Sachsenhausen y Dachau, donde llegó tras un viaje extenuante y espantoso, sometido a heladoras temperaturas. El número con el que le marcaron ignominiosamente en este último destino fue el 22.666. Esta cifra que le impusieron como un signo más de humillación encerraba las llaves del cielo. No le ocultaron que de allí no volvería a salir. Fue maltratado y obligado a trabajar 15 horas diarias en condiciones inhumanas, apenas sin alimento y descanso. Compartía este cruel e injusto destino con otros obispos, religiosos y sacerdotes; todos con la esperanza dibujada en sus demacrados rostros, haciendo verdaderos esfuerzos para sostener los cuerpos esqueléticos, agotados por continuas vejaciones. A Francisco se le recordaría como «el hombre que edificaba con su cortesía y premura», asumiendo la durísima tarea sin proferir queja alguna, sostenido por la fe y la oración que no cesaba de realizar y que efectuaba explícitamente, a pesar de la prohibición, cuando trabajaba en cuclillas.

Aunque estaba en plena juventud, el esfuerzo extenuante y la continuada violencia en el trato destruyó sus reservas y enfermó de gravedad. De nada le servía a sus verdugos, quienes lo trasladaron al barracón de los «inválidos», los incapaces para trabajar. Su destino era la cámara de gas. Poco antes de ser conducido a la muerte, se arriesgó a ir a otro barracón para despedirse de un compañero, a quien animó, diciéndole: –«¡Josefino, no te apenes. Hoy nosotros y tú mañana! […]. Nosotros vamos..., pero ofreceremos nuestra vida por Dios, por la Iglesia y por la patria». Y el 13 de septiembre de 1942 entregó su alma a Dios. Tenía 34 años y había pasado en aquél infierno tres de ellos. Fue beatificado por Juan Pablo II el 13 de junio de 1999 en Varsovia. 

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