P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual,
profesor y director espiritual en el seminario diocesano
Maria Mater Ecclesiae de são Paulo (Brasil).
Idea principal: La Eucaristía es banquete
celestial donde Cristo nos une a Él en la comunión.
Síntesis del mensaje: Vimos en los
domingos pasados algunas dimensiones de la Eucaristía: la
Eucaristía como sacrificio, como presencia
real de Cristo y como prenda de inmortalidad.
Hoy la liturgia nos propone otra dimensión: la Eucaristía como
banquete y alimento que nos une a Cristo en la
comunión (1ª lectura y evangelio). Y los términos que san Juan
emplea y repite son de un realismo que no cabe duda alguna: no
es cualquier comida, sino comida celestial. A esta comida son
invitados todos sin excepción, como dice san Francisco de
Sales: “los perfectos para no decaer; los imperfectos,
para que aspiren a la perfección; los fuertes para no
enflaquecer; los débiles para robustecerse; los enfermos para
sanar; los sanos para no enfermar” (Introducción a la
vida devota, II, 21). Lógicamente, con las debidas
disposiciones interiores.
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, valoremos este
aspecto de la Eucaristía como banquete que nos une a
Cristo. Banquete sagrado de la comunión en el Cuerpo y Sangre
del Señor. Mediante la comunión, Cristo entra en común unión
íntima con nosotros. Nos hace partícipes de su vida divina.
Somos contemporáneos de la Última Cena. Conserva, aumenta y
renueva la vida de gracia recibida en el bautismo. Nos separa
del pecado. Borra los pecados veniales. Nos preserva de los
pecados mortales futuros. Y nos da la prenda de la gloria
futura, como ya vimos. La aspiración a la comunión con Dios
está presente en todas las religiones. De ahí, los sacrificios
y comidas sagradas en las que se considera que Dios comparte
algo con el hombre. Esos sacrificios del Antiguo Testamente
preparan ya ese deseo del hombre de entrar en comunión con
Dios. Fue Cristo quien llenó ese deseo del hombre. Con su
Encarnación, Cristo compartió nuestra naturaleza humana para
hacernos partícipes de su naturaleza divina. Fue en la
Eucaristía donde Dios concretó e hizo realidad este deseo del
hombre. De una manera plástica san Juan Crisóstomo dice:
“Tenemos que beber el cáliz como si pusiésemos los labios en
el costado abierto de Cristo”.
En segundo lugar, ¿qué efectos
produce, pues, esta comunión del Cuerpo y Sangre de Cristo en
nosotros? Efecto cristológico: nos incorpora a
Cristo, aumentando la gracia y concediéndonos el perdón de los
pecados veniales. Efecto eclesiológico: nos une a la
Iglesia, cuerpo místico de Cristo, pues la Eucaristía
simboliza la unidad de la Iglesia; es más, construye y edifica
a la Iglesia como nos dijo san Agustín y nos lo recordó san
Juan Pablo II en su encíclica sobre la Eucaristía. Efecto
escatológico: la Eucaristía es banquete del Reino,
inaugurado por Cristo y que se consumará de forma definitiva
en el cielo. La Eucaristía es figura del banquete celestial.
La Eucaristía anticipa el gozo del banquete futuro. La
comunión es el germen y remedio de inmortalidad, como nos dijo
san Ignacio de Antioquía.
Finalmente, ahora bien, para
entrar en este banquete se necesitan unas
condiciones. Primero, fe, pues la Eucaristía es un
misterio de fe. Vemos, saboreamos y tocamos pan; pero ya no es
pan, sino el Cuerpo Sacratísimo de Cristo y la Sangre bendita
de Cristo. “No te preguntes si esto es verdad, sino acoge
más bien con fe las palabras del Señor, porque Él, que es la
Verdad, no miente” (Santo Tomás de Aquino, Suma
Teológica III, 75, 1). Segundo, humildad, para
reconocernos hambrientos y necesitados de ese Pan de vida
eterna. Quien está ahíto y lleno de los manjares terrenos,
difícilmente tendrá hambre de este manjar celestial.
Tercero, con el alma limpia de pecado grave. El
alma en gracia es el traje de fiesta que pedía Jesús (cf. Mt
22, 11). San Juan Crisóstomo dice: “Si te acercas bien
purificado, recibes gran beneficio; si te acercas manchado de
culpa, te haces acreedor a la pena y al castigo eterno. Porque
con tus culpas le vuelves a crucificar” (Homilía
evangelio de san Juan, 45). Junto a estas disposiciones
interiores están las disposiciones externas: ayuno, es decir,
no comer nada una hora antes de comulgar; el modo digno de
vestir y las posturas respetuosas. El cura de Ars decía:
“Debemos presentarnos con vestidos decentes; no pretendo que
sean trajes ni adornos ricos, mas tampoco deben ser
descuidados y estropeados…Habéis de venir bien peinados, con
el rostro y las manos limpias” (Sermón sobre la
comunión).
Para reflexionar: ¿Me acerco a la santa
misa y a la santa comunión con el alma en gracia? ¿Tengo
hambre de Cristo Eucaristía o puedo pasarme meses y meses sin
comulgar? En el caso de que no pueda comulgar
sacramentalmente, ¿he aprendido a hacer ya una comunión
espiritual?
Para rezar: Gracias, Señor, porque en la
Última Cena partiste tu pan y vino –ya consagrados en tu
Cuerpo y Sangre- en infinitos trozos, para saciar nuestra
hambre y nuestra sed...Gracias, Señor, porque en el pan y el
vino consagrados nos entregas tu vida y nos llenas de tu
presencia. Gracias, Señor, porque nos amaste hasta el final,
hasta el extremo que se puede amar: morir por otro, dar la
vida por otro. Gracias, Señor, porque quisiste celebrar tu
entrega, en torno a una mesa con tus amigos, para que fuesen
una comunidad de amor. Gracias, Señor, porque en la Eucaristía
nos haces UNO contigo, nos unes a tu vida, en la medida en que
estamos dispuestos a entregar la nuestra... Gracias, Señor,
porque todo el día puede ser una preparación para celebrar y
compartir la Eucaristía... Gracias, Señor, porque todos los
días puedo volver a empezar..., y continuar mi camino de
fraternidad con mis hermanos, y mi camino de transformación en
ti.
COMENTARIO A LA LITURGIA DOMINICAL
15 de agosto, Solemnidad de la Asunción de la
Virgen al cielo1
Ciclo B
Textos: Ap 11, 19ª; 12, 1.3-6a. 10ab; 1 Co 15,
20-27; Lc 1, 39-57
P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual,
profesor y director espiritual en el seminario diocesano
Maria Mater Ecclesiae de são Paulo (Brasil).
Idea principal: El misterio glorioso de la
Asunción de María al cielo es como la contrapartida del
misterio gozoso de la Anunciación.
Síntesis del mensaje: Si María se
encuentra en el cielo con cuerpo y alma no cabe el pesimismo
absoluto: la humanidad no está condenada a la corrupción. Si
María ha sido asunta al cielo, no cabe el orgullo prometeico:
el hombre no es un ser autosuficiente, sino que para alcanzar
su realización final depende de las manos de Dios.
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, resumamos un
poco la historia y el contenido del dogma de la Asunción de
María al cielo. Desde el siglo VI a este día, 15 de agosto, se
le llamaba la Dormición de la Virgen, título con que hoy se la
sigue designando en Oriente junto con el de Tránsito da María.
En el siglo VII fue adoptada por la Liturgia romana, por cuyo
influjo se difundió posteriormente en Occidente, donde se la
designó Asunción de María. La liturgia romana actual la
considera como la “fiesta de su destino de plenitud y
bienaventuranza, de la glorificación de su alma inmaculada y
de su cuerpo virginal, de su perfecta glorificación con Cristo
resucitado; una fiesta que propone a la Iglesia y a la
humanidad entera la imagen y la consoladora prenda del
cumplimiento de la esperanza final; pues dicha glorificación
plena es el destino de aquellos que Cristo ha hecho hermanos
teniendo en común con ellos la carne y la sangre” (Pablo
VI, Marialis Cultus, 6). La asunción de
María es un dogma definido solemnemente por Pío XII el 1 de
noviembre de 1950 con la constitución apostólica
Munificentissimus Deus. Ella participa de la resurrección
de Cristo en cuanto que estuvo perfectamente unida con él,
escuchando su palabra y poniéndola en práctica. La asunción es
la epifanía de la transformación tan profunda que la semilla
de la palabra divina produjo en María, en la integridad de su
persona.
En segundo lugar, este misterio
glorioso es la contrapartida del misterio gozoso de la
Anunciación. En el misterio de la Anunciación, el abismo de
humildad de María provocó el vértigo de Dios que descendió a
su seno. En el misterio de la Asunción, Nuestra Señora se
rinde a la nostalgia vertical del Dios que enamoró su juventud
y que ahora la atrae a las alturas. Y así como por la
Anunciación, María franqueó a Dios la entrada a este mundo
haciéndose en cierto modo puerta de la tierra, así por la
Asunción es llevada a la gloria como Madre nuestra,
convirtiéndose de esta manera en la puerta del cielo, “ianua
coeli”, según se las letanías lauretanas del santo
rosario. Ella es, así, la nueva escala de Jacob por la que
Dios desciende a los hombres (Anunciación), y por la que los
hombres ascendemos hasta Dios (Asunción).
Finalmente, la glorificación de
María asume un valor de signo escatológico para todo el pueblo
de Dios que camina todavía hacia el día del Señor; signo
adaptado para sostener en la seguridad la esperanza de la
propia realización escatológica, como la de María, y para dar
aliento a cuantos se encuentran aún en medio de peligros y de
afanes luchando contra el pecado y la muerte. Por tanto, la
asunción de María no es una realidad alienante para el pueblo
de Dios en camino, sino un estímulo y un punto de referencia
que lo compromete en la realización de su propio camino
histórico hacia la perfección escatológica final. Celebrar la
asunción de María, la petición tiene que dirigirse a suplicar
que cuanto se realizó -después de Cristo- en la Virgen Madre
se realice también para nosotros, sus hijos. Ni pesimismo:
todo acaba con nuestra muerte. Ni orgullo prometeico: yo
alcanzaré mi plenitud y realización aquí en la tierra, robando
a escondidas el fuego a nuestro Dios, sin necesidad de Él ni
de su cielo. Así como María fue llevada en cuerpo y alma al
cielo inmediatamente después de terminar el curso de su vida
aquí en la tierra, así también nosotros resucitaremos en
nuestros cuerpos al final de los tiempos, cuando venga
Jesucristo por última vez.
Para reflexionar: San Juan Damasceno, el
más ilustre transmisor de esta tradición, comparando la
asunción de la santa Madre de Dios con sus demás dotes y
privilegios, afirma, con elocuencia vehemente: "Convenía
que aquella que en el parto había conservado intacta su
virginidad conservara su cuerpo también después de la muerte
libre de la corruptibilidad. Convenía que aquella que había
llevado al Creador como un niño en su seno tuviera después su
mansión en el cielo. Convenía que la esposa que el Padre había
desposado habitara en el tálamo celestial. Convenía que
aquella que había visto a su hijo en la cruz y cuya alma había
sido atravesada por la espada del dolor, del que se había
visto libre en el momento del parto, lo contemplara sentado a
la derecha del Padre. Convenía que la Madre de Dios poseyera
lo mismo que su Hijo y que fuera venerada por toda criatura
como Madre y esclava de Dios".
Para rezar: Hoy, tu Hijo, te viene a
buscar, Virgen y Madre: “Ven, amada mía”, te pondré sobre
mi trono, prendado está el Rey de tu belleza. Te quiero junto
a mí para consumar mi obra salvadora, ya tienes preparada tu
“casa” donde voy a celebrar las Bodas del Cordero”.
Dichosa tú que has creído, porque lo que se te ha dicho
de parte del Señor, en ti ya se ha cumplido. Madre, prepárame
un lugar en el cielo, junto a Ti.
Cualquier sugerencia o duda pueden comunicarse con el padre
Antonio a este email:
arivero@legionaries.org
1. Para este comentario, me serví de algunas ideas del
padre Alfredo Sáenz en su libro “Palabra y Vida”,
ciclo B, Gladius 1993.
[1] Para este comentario, me serví de algunas ideas
del padre Alfredo Sáenz en su libro “
Palabra y Vida”,
ciclo B, Gladius 1993.