Jesús nunca vaciló a predicar el temor al castigo, y tampoco deberían los predicadores modernos

Monseñor Charles Pope

 

Continuando con la nueva serie del castigo divino les comparto la traducción de un lúcido artículo de Monseñor Charles Pope quien es párroco de la iglesia Holy Comforter-St Cyprian de Washington. Estudió en el seminario Mount Saint Mary, donde consiguió una maestría en Divinidad y un grado de maestría en Teología Moral. Fue ordenado sacerdote en 1989, trabaja desde entonces en la arquidiócesis de Washington. 

Jesús nunca vaciló a predicar el temor al castigo, y tampoco deberían los predicadores modernos

Por Mons. Charles Pope

Hace algunos años conocí a un sacerdote que mientras a menudo le gustaban mis homilías, también a menudo criticaba mi uso de lo que él llamó “la predicación basada en el miedo". Tal vez había advertido a la congregación sobre el castigo por el pecado, o incluso de que algunas cosas eran pecados mortales que excluirían a uno del cielo y lo llevarían al infierno. A menudo en forma de juego recordaba a la congregación que faltar a misa los domingos era un pecado mortal. Les decía “ir a misa o ir al infierno.” También les advertía que los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los que practican la homosexualidad, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios (cf 1 Corintios 6,9).

Por supuesto que yo estaba predicando y citando las Escrituras y numerosos textos de advertencia y de tradición bíblica. Sin embargo, el sacerdote con frecuencia solía menear el dedo y decía: “Ah eso es predicación basada en el miedo… basada en el miedo!”

Tal vez lo fue, pero ¿y qué? Y sin embargo, muchos (no todos) los sacerdotes de su generación pensaban que advertir o incitar temor en el pueblo de Dios era una mala práctica pastoral, abusiva y pasada de moda. Parecen haber sido una generación en reacción a algo antes que ellos. Tal vez habían crecido con lo que pensaban era una predicación de demasiado fuego y azufre y no suficientemente motivados a fines más elevados arraigados en el amor y una madura reflexión espiritual.

Es cierto, que la Primera Carta de Juan establece una meta para nosotros, que seamos libres del miedo y del castigo y que arraiguemos nuestra vida moral en el amor:

No hay temor en el amor. Porque el amor perfecto expulsa el temor, porque el temor tiene que ver con el castigo. El que teme no ha sido perfeccionado en el amor(1 Juan 4,18)

Y, sin embargo, si esta meta buena e importante que es, tiene la intención de eliminar cualquier apelación al miedo movido por el castigo, al parecer, Jesús nunca se dio cuenta. Tampoco San Pablo, San Pedro, Santiago, San Judas, el autor de la Carta a los Hebreos, y hasta el mismo Juan parece haber olvidado la “regla” de vez en cuando.

El hecho es que la cita de primera carta de Juan establece una meta para la madurez espiritual, no quiere decir que todos estamos allí. De hecho, las personas se encuentran en diferentes etapas de crecimiento espiritual. Ciertamente el Señor, y los escritores del evangelio y las epístolas sabían esto, al igual que cada pastor experimentado.

Francamente, muchos todavía están en una etapa espiritual donde es necesario y saludable el temor al castigo.

Jesús ciertamente tuvo a bien apelar al miedo al castigo, la pérdida y al infierno. De hecho, se puede argumentar que este era su principal enfoque y uno tendría dificultades para encontrar muchos textos donde Jesús apela más a una contrición perfecta y a un temor puramente santo enraizado en el amor sólo como un motivo para evitar el pecado. Pero una y otra vez en docenas de pasajes y parábolas Jesús advierte del castigo y la exclusión del Reino por el pecado sin arrepentimiento y por la negativa a estar listo. Éstos son sólo algunos:

“«Entrad por la entrada estrecha; porque ancha es la entrada y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella; mas ¡qué estrecha la entrada y qué angosto el camino que lleva a la Vida!; y poco son los que lo encuentran.” (Mateo 7,13-14)

“El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, que recogerán de su Reino todos los escándalos y a los obradores de iniquidad,  y los arrojarán en el horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes.” (Mateo 13,41-42)

“«Guardaos de que no se hagan pesados vuestros corazones por el libertinaje, por la embriaguez y por las preocupaciones de la vida, y venga aquel Día de improviso sobre vosotros, como un lazo; porque vendrá sobre todos los que habitan toda la faz de la tierra.  Estad en vela, pues, orando en todo tiempo para que tengáis fuerza y escapéis a todo lo que está para venir, y podáis estar en pie delante del Hijo del hombre.»” (Lucas 21,34-36)

“Mas de aquel día y hora, nadie sabe nada, ni los ángeles de los cielos, ni el Hijo, sino sólo el Padre.  «Como en los días de Noé, así será la venida del Hijo del hombre.  Porque como en los días que precedieron al diluvio, comían, bebían, tomaban mujer o marido, hasta el día en que entró Noé en el arca,  y no se dieron cuenta hasta que vino el diluvio y los arrastró a todos, así será también la venida del Hijo del hombre. Entonces, estarán dos en el campo: uno es tomado, el otro dejado;  dos mujeres moliendo en el molino: una es tomada, la otra dejada. «Velad, pues, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor. Entendedlo bien: si el dueño de casa supiese a qué hora de la noche iba a venir el ladrón, estaría en vela y no permitiría que le horadasen su casa. Por eso, también vosotros estad preparados, porque en el momento que no penséis, vendrá el Hijo del hombre.” (Mateo 24,36-44)

“le separará y le señalará su suerte entre los hipócritas; allí será el llanto y el rechinar de dientes.” (Mateo 24,51)

“Mientras iban a comprarlo, llegó el novio, y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de boda, y se cerró la puerta. Más tarde llegaron las otras vírgenes diciendo: “¡Señor, señor, ábrenos!” Pero él respondió: “En verdad os digo que no os conozco.” Velad, pues, porque no sabéis ni el día ni la hora.” (Mateo 25,10-13)

“dos mujeres moliendo en el molino: una es tomada, la otra dejada. «Velad, pues, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor. Dichoso aquel siervo a quien su señor, al llegar, encuentre haciéndolo así.” (Mateo 24,41-46)

“Pues yo os digo: Todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón.  Si, pues, tu ojo derecho te es ocasión de pecado, sácatelo y arrójalo de ti; más te conviene que se pierda uno de tus miembros, que no que todo tu cuerpo sea arrojado a la gehenna. (Mateo 5,28-29)

“Pues yo os digo: Todo aquel que se encolerice contra su hermano, será reo ante el tribunal; pero el que llame a su hermano “imbécil", será reo ante el Sanedrín; y el que le llame “renegado", será reo de la gehenna de fuego.” (Mateo 5,22)

“Y si tu pie te es ocasión de pecado, córtatelo. Más vale que entres cojo en la Vida que, con los dos pies, ser arrojado a la gehenna. Y si tu ojo te es ocasión de pecado, sácatelo. Más vale que entres con un solo ojo en el Reino de Dios que, con los dos ojos, ser arrojado a la gehenna,” (Mateo 9,45-47)

“le dice: “Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin traje de boda?” El se quedó callado.  Entonces el rey dijo a los sirvientes: “Atadle de pies y manos, y echadle a las tinieblas de fuera; allí será el llanto y el rechinar de dientes.” Porque muchos son llamados, mas pocos escogidos.»” (Mateo 22,12-14)

“Jesús les dijo otra vez: «Yo me voy y vosotros me buscaréis, y moriréis en vuestro pecado. Adonde yo voy, vosotros no podéis ir.»  Los judíos se decían: «¿Es que se va a suicidar, pues dice: “Adonde yo voy, vosotros no podéis ir?» El les decía: «Vosotros sois de abajo, yo soy de arriba. Vosotros sois de este mundo, yo no soy de este mundo.  Ya os he dicho que moriréis en vuestros pecados, porque si no creéis que Yo Soy, moriréis en vuestros pecados.»” (Juan 8,21-24)

“Así que por sus frutos los reconoceréis.  «No todo el que me diga: “Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial. Muchos me dirán aquel Día: “Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?” Y entonces les declararé: “¡Jamás os conocí; apartaos de mí, agentes de iniquidad!” (Mateo 7,20-23)

“Y les dijo: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará.” (Marcos 16,15-16)

“El que me rechaza y no recibe mis palabras, ya tiene quien le juzgue: la Palabra que yo he hablado, ésa le juzgará el último día;” (Juan 12,48)

“Mira, vengo pronto y traigo mi recompensa conmigo para pagar a cada uno según su trabajo. Yo soy el Alfa y la Omega, el Primero y el Ultimo, el Principio y el Fin.  Dichosos los que laven sus vestiduras, así podrán disponer del árbol de la Vida y entrarán por las puertas en la Ciudad. ¡Fuera los perros, los hechiceros, los impuros, los asesinos, los idólatras, y todo el que ame y practique la mentira!»  Yo, Jesús, he enviado a mi Ángel para daros testimonio de lo referente a las Iglesias. Yo soy el Retoño y el descendiente de David, el Lucero radiante del alba.»” (Apocalipsis 22,12-16)

“Todo sarmiento que en mí no da fruto, lo corta, y todo el que da fruto, lo limpia, para que dé más fruto. Si alguno no permanece en mí, es arrojado fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen, los echan al fuego y arden.” (Juan 15,2-6)

Docenas de otros textos, parábolas y advertencias se podrían añadir a esta lista, pero estos son suficientes. La conclusión es que Jesús advirtió e hizo un llamamiento al temor del castigo UN MONTON.

Nadie nos ama más que a Jesús y sin embargo, nadie nos advirtió del juicio y el infierno más de Jesús.  Él sabe lo terco y duro que somos, y por lo tanto él es nos advierte con claridad y caridad.

San Pablo y todos los otros escritores del Nuevo Testamento tienen también muchos textos de advertencia, así que proclaman un saludable temor al castigo. Un ejemplo común de los textos de advertencia de Pablo es el siguiente:

“¿No sabéis acaso que los injustos no heredarán el Reino de Dios? ¡No os engañéis! Ni los impuros, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los homosexuales, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los ultrajadores, ni los rapaces heredarán el Reino de Dios.” (1 Corintios 6,9-10)

Traducción: si uno se queda en el pecado grave y sin arrepentimiento va a ir al infierno. Y así, San Pablo al igual que los demás escritores del Nuevo Testamento apelan al miedo al castigo.

Ahora ¿por qué nosotros, que estamos llamados a predicar y enseñar en el nombre de Jesús, rechazamos una estrategia clave que él y sus apóstoles emplearon? Y sin embargo ha llegado a ser una práctica moderna y continua para todos ignorar estos textos importantes de advertencia que se producen en toda la predicación de Jesús y los Apóstoles.

Parte de la razón de nuestro rechazo parecería arraigada en el hecho de que vivimos en tiempos más delicados en los que la gente fácilmente se ofende. Además la cultura “autoestima” y sus premisas son hostiles a hablar de las personas como pecadores o rechazada de algún modo. En tercer lugar, muchos hoy en día han echado a Dios en el papel de padre sólo cariñoso, y Jesús como un hippie inofensivo. No importa qué tan antibíblico estas imágenes de Dios son, ellos se mantienen obstinados incluso cuando se enfrentan a textos bíblicos.

Pero, al fin y al cabo, aquellos que predicamos no tenemos excusa si descuidamos o rechazamos una práctica pastoral utilizada ampliamente por el mismo Jesús. Por nuestro silencio a este respecto engañamos al pueblo de Dios y llegamos a ser, en efecto, engañadores que no predican el “todo el designio de Dios” (cf Hechos 20,27).

Si bien es cierto que podemos ayudar a guiar al pueblo de Dios de una contrición imperfecta (arraigada en el miedo al castigo) a una contrición más perfecta (enraizada en el amor a Dios), sigue siendo un hecho bastante claro que muchos de los fieles se encuentran en diferentes etapas y todavía no están en la etapa de contrición perfecta.

Por esta razón, la Iglesia siempre ha permitido que la contrición imperfecta fuese suficiente para recibir la absolución. El tradicional acto de contrición dice:

“… Detesto todos mis pecados, no sólo porque temo la pérdida del cielo y las penas del infierno, pero sobre todo porque te ofendo mi Dios, que eres todo bueno y merecedor de todo mi amor …”

Este acto de contrición es preferible porque distingue contrición perfecta e imperfecta y correctamente señala que la mayoría de nosotros tenemos un poco de ambas. Pero este acto de contrición también ayuda al penitente recordar el viaje que debemos hacer desde el temor al castigo hacia el más perfecto amor de Dios y del prójimo para evitar el pecado.

Pero para la mayoría de nosotros, este es un viaje que está en marcha, en el que algunos han avanzado más que otros. Mientras tanto, los predicadores de la Iglesia hacen bien en apelar al miedo al castigo, entre otros motivos para evitar el pecado.

Jesús y los apóstoles nunca dudaron de recordar los resultados terribles de obstinación pecaminosa. Y tampoco debemos que predican hoy. Se necesita el miedo al castigo después de todo.


El artículo de Monseñor Charles Pope termina aquí en el cual comparte dos vídeos, que lamentablemente sólo están en inglés: (AQUÍ y AQUÍ) .

Tuve la idea de traducir este artículo, gracias a que un lector me había escrito para decirme que cuando le habló del tema a su párroco, éste le dijo que decir que Dios podía castigar era una predicación de siglos pasados y que era mejor predicar sólo que es amor, ya que eso atraía más personas. Me hizo recordar también las lúcidas advertencias del Papa San Pio X publicadas en el último número de nuestra revista Apologeticum:

San Pio X

Otra manera de hacer daño es la de quienes hablan de las cosas de la religión como si hubiesen de ser medidas según los cánones y las conveniencias de esta vida que pasa, dando al olvido la vida eterna futura: hablan brillantemente de los beneficios que la religión cristiana ha aportado a la humanidad, pero silencian las obligaciones que impone; pregonan la caridad de Jesucristo nuestro Salvador, pero nada dicen de la justicia. El fruto que esta predicación produce es exiguo, ya que, después de oírla, cualquier profano llega a persuadirse de que, sin necesidad de cambiar de vida, él es un buen cristiano con tal de decir: Creo en Jesucristo.

¿Qué clase de fruto quieren obtener estos predicadores? No tienen ciertamente ningún otro propósito más que el de buscar por todos los medios ganarse adeptos halagándoles los oídos, con tal de ver el templo lleno a rebosar, no les importa que las almas queden vacías. Por eso es por lo que ni mencionan el pecado, los novísimos, ni ninguna otra cosa importante, sino que se quedan sólo en palabras complacientes, con una elocuencia más propia de un arenga profana que de un sermón apostólico y sagrado, para conseguir el clamor y el aplauso; contra estos oradores escribía San Jerónimo: Cuando enseñes en la Iglesia, debes provocar no el clamor del pueblo, sino su compunción: las lágrimas de quienes te oigan deben ser tu alabanza. Así también estos discursos se rodean de un cierto aparato escénico, tengan lugar dentro o fuera de un lugar sagrado, y prescinden de todo ambiente de santidad y de eficacia espiritual. De ahí que no lleguen a los oídos del pueblo, y también de muchos del clero, las delicias que brotan de la palabra divina; de ahí el desprecio de las cosas buenas; de ahí el escaso o el nulo aprovechamiento que sacan los que andan en el pecado, pues aunque acudan gustosos a escuchar, sobre todo si se trata de esos temas cien veces seductores, como el progreso de la humanidad, la patria, los más recientes avances de la ciencia, una vez que han aplaudido al perito de turno, salen del templo igual que entraron, como aquellos que se llenaban de admiración, pero no se convertían“.

San Pio X, Motu Proprio Sacrorum Antistitum