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El mundo visto desde Roma

Servicio diario - 16 de agosto de 2015

La frase del día 16 de agosto

"¡Cómo cambian las ideas cuando las rezo!" Georges Bernanos

 


El papa Francisco

Texto completo del ángelus del Papa del 16 de agosto
Francisco recuerda que la Eucaristía no es una oración privada o una bonita experiencia espiritual, no es una simple conmemoración de lo que Jesús hizo en la Última Cena. La Eucaristía es memorial que actualiza y hace presente la muerte y resurrección de Jesús

Iglesia y Religión

Siria: Liberado el sacerdote melquita secuestrado hace meses
No hay ninguna noticia del destino de los otros sacerdotes católicos y ortodoxos secuestrados en los últimos meses en Siria. Entre ellos, el padre Dall’Oglio y los dos obispos greco-ortodoxos  

Espiritualidad y oración

Pan, carne y sangre
XX Domingo Ordinario

Santa Beatriz de Silva - 17 de agosto
«Fundadora de las concepcionistas. Mujer de gran belleza y virtud, permaneció tres días encerrada en un baúl de palacio a impulso de la reina. Fue rescatada sin daño alguno tras la milagrosa aparición de la Inmaculada a la que consagró su vida»


El papa Francisco


Texto completo del ángelus del Papa del 16 de agosto
 

Francisco recuerda que la Eucaristía no es una oración privada o una bonita experiencia espiritual, no es una simple conmemoración de lo que Jesús hizo en la Última Cena. La Eucaristía es memorial que actualiza y hace presente la muerte y resurrección de Jesús

Por Redacción

Ciudad del Vaticano, (ZENIT.org)

El santo padre Francisco se ha asomado a la ventana del Palacio Apostólico para rezar, como cada domingo, el ángelus con los fieles reunidos en la plaza de San Pedro.

Estas son las palabras del Papa antes de la oración mariana:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!                           

 En estos domingos, la Liturgia nos está proponiendo, del Evangelio de Juan, el discurso de Jesús sobre el Pan de la vida, que es Él mismo y que es también el sacramento de la eucaristía. El pasaje de hoy (Jn 6, 51 -58) presenta la última parte de este discurso, y habla de algunos que se escandalizaron porque Jesús dijo: “El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día” (Jn 6,54). El estupor de los oyentes es comprensible; Jesús, de hecho, usa el estilo típico de los profetas para provocar en la gente --y también en nosotros-- preguntas y, al final, una decisión. Primero de todo las preguntas: ¿qué significa “comer la sangre y beber la sangre” de Jesús? ¿es solo una imagen, un símbolo, o indica algo real? Para responder, es necesario intuir qué sucede en el corazón de Jesús mientras parte el pan entre la multitud hambrienta. Sabiendo que deberá morir en la cruz por nosotros, Jesús se identifica con ese pan partido y compartido, y eso se convierte para Él en “signo” del Sacrificio que le espera. Este proceso tiene su cúlmen en la Última Cena, donde el pan y el vino se convierten realmente en su Cuerpo y su Sangre. Y la eucaristía, que Jesús nos deja con un fin preciso: que nosotros podamos convertirnos en una sola cosa con Él. De hecho dice: “Quien come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él” (v. 56). Ese permanecer en Jesús y Jesús en nosotros.  La comunión es asimilación: comiéndole a Él, nos hacemos como Él. Pero esto requiere nuestro “sí”, nuestra adhesión a la fe.

A veces, se escucha sobre la santa misa esta objeción: “¿Para qué sirve la misa? Yo voy a la iglesia cuando me apetece, y rezo mejor en soledad”. Pero la eucaristía no es una oración privada o una bonita experiencia espiritual, no es una simple conmemoración de lo que Jesús hizo en la Última Cena. Nosotros decimos, para entender bien, que la eucaristía es “memorial”, o sea, un gesto que actualiza y hace presente el evento de la muerte y resurrección de Jesús: el pan es realmente su Cuerpo donado por nosotros, el vino es realmente su Sangre derramada por nosotros.

La eucaristía es Jesús mismo que se dona por entero a nosotros. Nutrirnos de Él y vivir en Él mediante la Comunión eucarística, si lo hacemos con fe, transforma nuestra vida, la transforma en un don a Dios y a los hermanos. Nutrirnos de ese “Pan de vida” significa entrar en sintonía con el corazón de Cristo, asimilar sus elecciones, sus pensamientos, sus comportamientos. Significa entrar en un dinamismo de amor oblativo y convertirse en personas de paz, personas de perdón, de reconciliación, de compartir solidario. Lo mismo que Jesús ha hecho.

Jesús concluye su discurso con estas palabras: “Quien come este pan tendrá vida eterna” (Jn 6, 58). Sí, vivir en comunión real con Jesús sobre esta tierra, nos hace pasar de la muerte a la vida. Y el Cielo empieza precisamente en esta comunión con Jesús.  En el Cielo nos espera ya María nuestra Madre --ayer celebramos este misterio. Ella nos obtenga la gracia de nutrirnos siempre con fe de Jesús, Pan de vida.

Palabras del Santo Padre después del ángelus:

Queridos hermanos y hermanas, os saludo a todos con afecto, romanos y peregrinos: las familias, los grupos parroquiales, las asociaciones, los jóvenes.

Saludo al grupo folclórico “Organización de arte y cultura mexicana”, los jóvenes de Verona que están viviendo una experiencia de fe en Roma, y los fieles de Beverare.

Dirijo un saludo especial a los numerosos jóvenes del Movimiento Juvenil Salesiano, reunidos en Turín en los lugares de San Juan Bosco para celebrar el bicentenario de su nacimiento; les animo a vivir en lo cotidiano la alegría del Evangelio para generar esperanza en el mundo.

Os deseo a todos un feliz domingo. Y por favor, ¡no os olvidéis de rezar por mí! ¡Buen almuerzo y hasta pronto!

                    

 

                    

 

                

            

        

 

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Iglesia y Religión


Siria: Liberado el sacerdote melquita secuestrado hace meses
 

No hay ninguna noticia del destino de los otros sacerdotes católicos y ortodoxos secuestrados en los últimos meses en Siria. Entre ellos, el padre Dall’Oglio y los dos obispos greco-ortodoxos

 

Por Redacción

Roma, (ZENIT.org)

Desde Siria, varias fuentes informan de que, en las últimas horas de este sábado, tras algunos meses de secuestro, fue liberado el padre Tony Boustros, de 50 años, melquita-católico. Finalmente, lo confirmó el patriarca Gregorios II Laham. El sacerdote, responsable de la Iglesia de San Felipe Apóstol en la ciudad siria de Shahba, fue secuestrado al sur de la ciudad.

Junto a él, en Siria, en los últimos meses han sido secuestrado varios sacerdotes católicos y ortodoxos. Se habla al menos de ocho personas. Entre ellos está el jesuita italiano Paolo Dall’Oglio y los dos obispos ortodoxos, el metropolita greco-ortodoxos Boulos Yazigi y el arzobispo siro-ortodoxo Yohanna Ibrahim, secuestrados en Alepo el 22 de abril de 2013.

 

 

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Espiritualidad y oración


Pan, carne y sangre
 

XX Domingo Ordinario

Por Mons. Enrique Díaz Díaz

San Cristóbal de las Casas, (ZENIT.org)

Proverbios 9, 1-6: “Coman mi pan y beban del vino que les he preparado”

Salmo 33: “Haz la prueba y verás qué bueno es el Señor”

Efesios 5, 15-20: “Traten de entender cuál es la voluntad de Dios”

San Juan 6, 51-58: “Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida”

Hay quien opina que esta fiesta tiene su raíces en tiempos prehispánicos como celebración de agradecimiento a los dioses por el maíz. Hay quien dice que es muy parecida a la Eucaristía que une a toda la comunidad. Lo cierto es que el ritual en la  fiesta de la comunidad Guaquitepec tiene mucho de banquete, de participación, de acción de gracias, de hermandad y de realización del ideal de la vida: una mesa donde todos aportan, una mesa donde todos reciben. Se van amontonando las diversas clases y colores de tortillas, se presentan los atoles y los alimentos cuidadosamente preparados. Llegan de muy diversas manos, traen sus alegrías y sus sueños, traen el “aroma” de diversos fogones, pero se unen al aroma de la hermandad. Es alimento que sabe a gratuidad, a alegría, a hermano. Y así se consumen, sin saber a ciencia cierta de dónde vienen, en un clima de fiesta, de confianza y de alegría.

Algo semejante sucedería con el cordero de Israel. Comenzaría como una ofrenda de las primicias de sus rebaños: ofrenda y protección contra el maligno. Después adquirió un profundo sentido: la carne y la sangre del cordero de la Pascua. Lo mismo sucedió con los panes ázimos. De una profunda motivación campirana, las fiestas pastoriles fueron adquiriendo el sentido de liberación. La carne del cordero pascual o los panes ázimos, no son sólo el sabroso  bocado de un pueblo campesino que se reúne a disfrutar lo que con tanto trabajo ha logrado. Ni siquiera, tienen la alegría entusiasta de quien da gracias a Dios por los rebaños o por las mieses,  o eleva sus cantos y oraciones por los frutos recibidos. Pan, carne y sangre, tienen un significado mucho más profundo: son la señal de la liberación de un pueblo que sufrió el yugo de la opresión y que por la mano poderosa de Dios, ha alcanzado su libertad. La sangre que mancha los dinteles dibuja y recuerda las hazañas del Señor; la carne, asada, comida de prisa, trae a la memoria los primeros pasos a la liberación y hace presente, en este día y en este momento, al Dios liberador; los panes ázimos, apenas puestos al fuego por la prisa, hacen revivir el caminar por el desierto, bajo la mano protectora de su Dios. Hablar de pan, de maná, de la sangre y de la carne, no es hablar de signos sin importancia, es tocar las fibras más íntimas de un pueblo.

El banquete que vislumbra el libro de los proverbios: “Ha preparado un banquete, ha mezclado el vino y puesto la mesa”, es el anhelo de un pueblo adolorido y con hambre.

Un anhelo que se hace más fuerte cuanta más oposición y dificultades encuentra, un anhelo encajado en la intimidad del corazón. Y allí es donde se hace presente Jesús: “el pan que yo les voy a dar es mi carne, para que el mundo tenga vida”. No es ya ni la carne ni la sangre del cordero, no es ya el pan ázimo, por más sentido de liberación que tengan, será el mismo Jesús quien se haga alimento para que el hombre tenga vida. Con el término “carne” se designa la condición terrena de Jesús, “el verbo se hizo carne”, que ahora se transforma en alimento. La Encarnación no es solamente presencia, sino da vida, salva y alimenta. La Encarnación no es sólo apariencia, sino realidad del Jesús que hecho carne se inserta profundamente en las aspiraciones de todo hombre, les da sentido y las plenifica. Cristo no se queda en la superficie, ni se contenta con apariencias, Cristo entra en carne viva en la historia humana, de todas y cada una de las personas. Se deja tocar, sentir, oler, partir y tragar. No es ideología que se aprende, se modifica y se desvirtúa. Es carne que se come y que da vida. Dios entra en nosotros a través del camino más natural, el de los sentidos. Se hace experiencia en cada comida compartida, en cada pan repartido y en cada Eucaristía celebrada.

Recibir a Cristo hecho pan, no puede quedar, o no debería quedar, en un acto meramente externo. Se crea una comunión recíproca entre Cristo y el creyente a tal grado que asegura: “El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él”, una permanencia constante y estable. Quien cree en Jesús y vive en comunión de fe y amor con Él, se ve introducido misteriosamente en una amistad divina. “Comer la carne de Cristo”, nos involucra en todo su dinamismo pascual. Entramos en su misma entrega, muerte y resurrección. No es fácil para el mundo judío asimilar las palabras de Jesús y les causa escándalo. Tampoco es fácil para nosotros asimilar y comprender en profundidad estas palabras de Jesús. Hay quienes comulgan como un acto participativo de un evento social, muy comunicativo, muy emocionante, pero que queda en el exterior y que no implica la transformación interna. Al comulgar entramos a vivir todo el misterio del dolor y el sufrimiento de Cristo, participamos en carne viva de su misma misión y experimentamos su propia resurrección. Tan profunda, tan comprometedora y tan mística es la comunión.

Ya el banquete en sí es símbolo de comunión y de intimidad. Si, además, en este banquete tenemos como alimento la Carne y la Sangre de Jesús, adquiere una fuerza y una integración formidables. Cada Eucaristía nos asemeja más a Jesús y nos abre mil posibilidades para el encuentro con los hermanos. Hoy también nos dice a cada uno de nosotros que Él es pan, carne y sangre para vida nuestra. ¿Cómo vivo yo la Eucaristía y cómo experimento ese “permanecer” en Jesús? ¿Son la carne, la sangre y el pan, elementos que me llevan a una liberación plena e íntegra? ¿Me comprometen en el misterio de salvación?

Padre nuestro, concédenos que, unidos a Cristo, pan, carne y sangre de liberación, hagamos el banquete de  vida plena y compartida para toda la humanidad. Amén

 

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Santa Beatriz de Silva - 17 de agosto
 

«Fundadora de las concepcionistas. Mujer de gran belleza y virtud, permaneció tres días encerrada en un baúl de palacio a impulso de la reina. Fue rescatada sin daño alguno tras la milagrosa aparición de la Inmaculada a la que consagró su vida»

Por Isabel Orellana Vilches

Madrid, (ZENIT.org)

 

Hija de Ruy Gómez da Silva, capitán y conquistador de Ceuta, y de la noble Isabel de Meneses, condesa de Portalegre, nació hacia 1424 en Campo Mayor, Alentejo, localidad portuguesa de la que su padre fue alcalde. Los once hermanos fueron educados en la fe por sus progenitores, quienes les inculcaron su devoción por la Virgen María. Los padres franciscanos los instruyeron a todos. Dos de ellos, Juan y Amadeo, se abrazaron a este carisma. Amadeo, cinco años menor que Beatriz, es el artífice de los «amadeístas», nueva rama reformada de los Hermanos Menores, y fue confesor del papa Sixto IV. La infancia de la santa discurrió en Campo Mayor, lugar en el que su padre le hizo posar para un pintor al que encargó un cuadro sobre María. Ella, llena de pudor, no osó abrir los ojos, y la imagen del lienzo refleja su modestia fielmente captada por el autor. La pintura, denominada «La Virgen de los ojos cerrados», se conserva en una iglesia de Campo Mayor.

En agosto de 1447 la futura fundadora asistió a la boda de Juan II de Castilla e Isabel de Portugal, que la eligió como dama de la corte y con la que estaba emparentada por ser hija de su primo Alfonso V de Portugal. Beatriz, de singular belleza, no pasó desapercibida. Los jóvenes que pensaron en ella para desposarla tuvieron que desistir puesto que ya había percibido la llamada de Dios y de Él sería. Era frecuente verla por el Real Monasterio de Santa Clara postrándose a orar ante Jesús Sacramentado. Sin embargo, las bajas pasiones discurrían entre los pasillos de palacio, y el despecho, la envidia y la maledicencia no tardaron en llegar. Muchos sabían que era una mujer íntegra, pero afiladas lenguas la culparon de mantener secretos amoríos con el rey. Tan grave acusación debió provenir de un pretendiente resentido que no logró obtener sus propósitos.

La reina no dudó de la infidelidad de su esposo con la noble Beatriz, y los celos le impulsaron a urdir un plan diabólico para desembarazarse de la que consideraba su rival. La condujo hasta un recinto solitario donde había dispuesto un baúl y al pasar junto a él la empujó dentro y lo cerró con llave. Sin perder la paz en tan asfixiante espacio, Beatriz se encomendó a la Virgen, quien se le apareció vestida de blanco y cubierta con un manto azul. Le hizo saber que sería fundadora de una nueva Orden bajo la advocación de la Inmaculada Concepción, y que las religiosas deberían tomar por hábito los colores que Ella vestía. La joven, que amaba inmensamente a María, acogió con gratitud y esperanza este mensaje, consagrando su virginidad. Tras prometerle que sería rescatada de su encierro, la Madre del cielo desapareció.

Cumplidos tres días de esta infame reclusión, su tío Juan Meneses, que recelaba de la reina, acudió al monarca para averiguar el paradero de su sobrina. Presionada en interrogatorio Isabel declaró su gravísimo acto; todos tenían el convencimiento de que la muchacha habría muerto. Pero cuando Juan abrió el arcón, el gozo de la secuestrada y él ante este esperado encuentro se tornó en estupefacción para la reina y sus acompañantes. El prodigio rápidamente se extendió por Tordesillas. Beatriz abandonó el palacio y se dirigió a Toledo junto a dos doncellas. Por el camino se le aparecieron dos frailes con hábito franciscano. Pasada la primera impresión escuchó su vaticinio en el que auguraban un futuro lleno de bendiciones para ella y sus hijos. La santa, que no pensaba desposarse con nadie más que con Dios, les confió su determinación de consagrarse y los dos personajes ratificaron su profecía. Después, entendió que se trataba de Francisco y Antonio de Padua, santos de su devoción.

Beatriz permaneció en el monasterio toledano de Santo Domingo el Real tres décadas sin ser todavía religiosa, orando y meditando en las Sagradas Escrituras. Los beneficios que le reportaba su labor de hilado y bordado los repartía entre los pobres, igual que hizo con sus bienes. Para esconder su belleza a los ojos ajenos, cubrió su rostro con un velo blanco del que no se desprendía más que para hablar con escasas personas. Entre ellas estaba la reina, quien tras la muerte del rey se había arrepentido y suplicado su perdón. Después la visitó en varias ocasiones junto a sus hijos Alfonso y la futura Isabel la Católica, que prestó su apoyo a Beatriz para la fundación. La Virgen velaba por el cumplimiento de su indicación, y vistiendo de nuevo el hábito blanco y azul, se apareció a Beatriz cuando se hallaba a solas en el coro, orando. En 1484 la reina Isabel, devota de la Inmaculada, donó a la fundadora unas casa sitas en los palacios reales de Galiana, en Toledo y la anexa capilla de Santa Fe. En esos recintos se instaló Beatriz, que entonces tenía ya 60 años, junto con doce compañeras, erigiendo la Orden concepcionista con el fin de «servir a Dios y a Santa María en el misterio de su Concepción».

Según lo estipulado, la fundación debía regirse por una de las reglas que existían en la Iglesia. Pero la fundadora logró que al aprobar su obra Inocencio VIII en 1489, momento que conoció por revelación a través de san Rafael, introdujera en su bula «Inter Universa» su propia regla: el carisma mariano, un don del Espíritu. La llegada de la bula al convento de Santa Fe estuvo envuelta en un milagro. Después de informar a Beatriz que se había perdido en el fondo del mar al hundirse la nave que la portaba, tras las súplicas que elevó a Dios afligida por el hecho, la halló en un cofre. Al acercarse su fin en este mundo, diez días antes de tomar el hábito, la Virgen le aseguró que se la llevaría al cielo. El óbito se produjo el 17 de agosto de 1492. En 1924 Pío XI confirmó el culto que venía recibiendo. Pablo VI la canonizó el 3 de octubre de 1976.

 

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