Rafaela: lo que hay que ser es decentes

 

Acaban de terminar las fiestas del pueblo de Rafaela. La casa, hasta arriba: sobrinos, resobrinos, una cuñada. Pues nada, todos bien venidos que es la fiesta y ya nos apañaremos.

Bueno, la casa hasta arriba era otros años, porque en esta ocasión ha tenido una fuerte discusión con la familia, se han liado las cosas y han terminado negándose a dormir en casa de Rafaela y buscando un hostal en un pueblo cercano. Ya saben: parece mentira que nos trates así a tu familia, a ti lo que te pasa es que eres una vieja que no sabe adaptarse a estos tiempos, parece que sigues como cuando eras pequeña, pues a ver si espabilas que el mundo ha cambiado. Tanta iglesia y al final las de misa sois las peores, si hasta el papa dice que hay que ser comprensivos y tolerantes.

Todo empezó unas semanas antes, cuando su hermana acudió a ver a Rafaela y de paso a preguntar si se podrían quedar en casa.

-          Pues claro, mujer, como siempre.

-          Ya, pero es que la familia aumenta y claro…

-          ¿Cómo que aumenta?

-          Es que la niña está viviendo con el novio y querían venir los dos. Entonces a ver en qué habitación podían quedarse.

-          ¿En mi casa? ¿Sin estar casados? ¿Una habitación para ellos? De ninguna de las maneras. La niña que comparta habitación con sus primas y el chico a casa de Juan y que se quede en el cuarto de Javi.

-          Mujer, pero qué más te da, si llevan ya unos meses viviendo juntos, total por papeles más o menos…

-          Pues no, no me da. En mi casa, un hombre y una mujer no comparten habitación sin estar casados.

-          Rafaela, mira que me lo temía, pero me dije no creo que sea capaz.

-          Capaz del todo, ya lo ves, yo sigo como siempre, soy mayor y no me apetece cambiar.

-          Rafaela… hay que ser modernos.

-          No… lo que hay que ser es decentes.

Las peores fiestas de su vida. Todo preparado, la despensa bien provista, las camas recién hechas y la casa vacía mientras sus hermanos se hospedaban en un hostal cercano. La niña, la sobrina, ni saludar. La vio de lejos, acarameladita con su novio o lo que fuera. Veintiocho años. Veintiocho años pasando las fiestas en casa de la tía Rafaela. Este año ni un saludo, ni un beso a la tía. No se lo merece, por lo visto. Pero ya se sabe que si una tía, por más que haya dado la vida por todos no es suficientemente moderna no tiene derecho a nada.

Fiestas de sonrisa hacia fuera y lágrimas en el corazón. Fiestas para callar ante las preguntas de la gente:

-          ¿Cómo es que este año no se han quedado en tu casa?

-          Hay que entenderlos… la casa ya es antigua, son más, y tienen otras costumbres. Hay que comprender.

-          Claro, son otras costumbres…

Ni la hablaron. Apenas su hermana se despidió fugazmente el último día:

-          No sé si volveremos el año que viene. Los chicos se cansan del pueblo y dicen de ir a otro sitio, y nosotros si no vienen, pues para qué.

-          Como queráis. Mi casa siempre abierta. Y un beso muy grande a la niña.