“Reflexiones acerca del sentido de nuestra fe"- ¿Alguien cree que el pecado no existe?

 

 La expresión “Estos son otros tiempos” se utiliza mucho referida a la Iglesia católica. No sin error por parte de quien así lo hace. Sin embargo se argumenta, a partir de ella, acerca de la poca adaptación de la Esposa de Cristo a eso, a los tiempos que corren o, como dirían antiguamente, al “siglo”.

En realidad siempre son otros tiempos porque el hombre, creación de Dios, no se quedó parado ni siquiera cuando fue expulsado del Paraíso. Es más, entonces empezó a caminar, como desterrado, y aun no lo ha dejado de hacer ni lo dejará hasta que descanse en Dios y habite las praderas de su definitivo Reino.

Sin embargo, nos referimos a tal expresión en materia de nuestra fe católica.

¿Son,pues, otros tiempos?

Antes de seguir decimos que Jesús, ante la dificultad que presentaba la pesca para sus más allegados discípulos, les mostró su confianza en una labor gratificada diciéndoles (Lc 5,4)

 ‘Boga mar adentro, y echad vuestras redes para pescar.’

Quería decirles Jesús que, a pesar de la situación por la que estaban pasando siempre había posibilidad de mejorar y que confiar en Dios era un remedio ciertamente bueno ante la misma.

El caso es que, como es lógico, las cosas han cambiado mucho, para el ser humano, desde que Jesús dijera aquellas palabras u otras de las que pronunció y quedaron para la historia del creyente católico como Palabra de Dios.  Por eso no es del todo extraño que se pueda lanzar la pregunta acerca de si estos son otros tiempos pero, sobre todo, que qué suponen los mismo para el sentido primordial de nuestra fe católica.

Por ejemplo, si de la jerarquía eclesiástica católica se dice esto:

Por ejemplo, de la jerarquía eclesiástica se dice:

Que le asusta la teología feminista.

Que es involucionista.

Que apoya a los sectores más reaccionarios de la sociedad.

Que participa en manifestaciones de derechas.

Que siempre ataca a los teólogos llamados progres.

Que deslegitima el régimen democrático español.

Que no se “abre” al pueblo cristiano.

Que se encierra en su torre de oro.

Que no se moderniza.

Que no “dialoga” con los sectores progresistas de la sociedad.

Que juega a hacer política.

Que no sabe estar callada.

Que no ve con los ojos del siglo XXI.

Que constituye un partido fundamentalista.

Que está politizada.

Que ha iniciado una nueva cruzada.

Que cada vez está más radicalizada.

Que es reaccionaria.

Y, en general, que es de lo peor que existe.

Lo mismo, exactamente lo mismo, puede decirse que se sostiene sobre la fe católica y sobre el sentido que tiene la misma pues, como los tiempos han cambiado mucho desde que Jesús entregó las llaves de la Iglesia que fundó a Pedro no es menos cierto, eso se sostiene, que también debería cambiar la Esposa de Cristo.

Además, no podemos olvidar el daño terrible que ha hecho el modernismo en el corazón de muchos creyentes católicos.

Por tanto, volvemos a hacer la pregunta: ¿son, éstos, otros tiempos para la Iglesia católica?

 “Reflexiones acerca del sentido de nuestra fe - ¿Alguien cree que el pecado no existe?

A veces hay quien quiere vivir en la inopia o en Babia. Y tal es un problema más que grave. Y si se trata de un tema como el que hoy traemos aquí, la cosa va más allá de la gravedad porque puede ir, porque va de hecho, más allá de aquí mismo o, por decirlo de una forma clara, a la mismísima vida eterna.

Es posible, a tal respecto, que haya personas no creyentes que tengan a bien que, como no creen, a ellas en nada les afecta ni Dios ni todo lo que tenga relación con el Todopoderoso. Basta, pues, con no creer para vivir en un mundo ideal donde nada de lo que se haga tendrá consecuencias posteriores a la muerte.

Debemos decirles a tales personas que por mucho que se quieran decir que es de noche cuando son las tres de la tarde, el sol no va a ocultarse para cumplir la voluntad de quien eso crea. Por eso de nada sirve, y esto lo deberían tener en cuenta los ateos o los agnósticos, sostener peregrinas ideas acerca de la no existencia de Dios y, por tanto, de todo lo que eso supone que es, exactamente, todo.

Dios existe y a la vista está. Vamos, que puede verse con tan sólo mirar.

Pues bien, como estamos más que seguros de la existencia de Dios y que fue el Señor quien todo lo creó (es imposible creer que todo es producto de la casualidad o del azar) y mantiene, debemos sostener que actuar contra su santa voluntad no es nada conveniente.

Hablamos, pues, del pecado.

Como es más que sabido, peca quien actúa (o no, si es por omisión) contra lo que Dios tiene por bueno y mejor. También sabemos que es un misterio (llamado, por eso mismo, misterium iniquitatis) porque resulta difícil entender cómo, sabiendo que no nos conviene para nada pecar, acabamos pecando (y eso ya lo dijo muy bien san Pablo en Romanos 7, 19)

Es más que cierto, entonces, que pecamos con mucha, demasiada, asiduidad. También lo es que aunque exista un Sacramento destinado por Dios (e instituido por su Hijo Jesucristo) para limpiar nuestra alma de tales caídas, lo bien cierto es que parece que lo olvidemos demasiado pronto. Pero pecar, pecamos y que existe el pecado es algo tan obvio como que existimos nosotros mismos.

El caso es que, para que nadie se lleve a engaño, a excepción de Jesús y María, todos nacemos con un pecado llamado original porque fue el primero y que es más que conocido por todos. Desde entonces, y por generación, todo ser humano que nace (todo) lleva sobre sí tal mancha que se limpia, eso sí, con el bautismo. Por tanto, quien no esté bautizado lo lleva hasta que así sea limpiado.

De todas formas, resulta síntoma de ceguera voluntaria sostener que el pecado no existe porque, como decimos, Adán y Eva inauguraron el mercado de iniquidades con aquella pretensión (¿Para qué querían eso con lo bien que vivían y gozaban?) de ser igual que Dios. Desde entonces, cada ser humano, cada generación y, en fin, toda la humanidad, no ha cesado de inventar formas de pecar.

Deberíamos decir, para que nadie se lleve a engaño, lo que supone sostener (y actuar en consecuencia… pecando) que el pecado no existe. Y es que es tan grave seguir como si nada ennegreciendo el alma con manchas que no se van a limpiar (quien no cree en el pecado menos aún creerá, por innecesario, en algo que pueda limpiarlo) que eso ha de suponer, por fuerza, la condenación eterna. ¡Sí!, quien no cree en el pecado se condena para siempre porque es de suponer que más de uno va a cometer pues, aunque no crea en ellos Dios sí sabe que existe y eso no lo puede olvidar. Es más, peor ha de ser la situación de quien habiendo conocido al Todopoderoso (queremos decir su existencia y creencia en ella) lo aparta de su vida. En tales casos, la culpa ha de ser mayor…

Ciertamente es penoso, porque da pena, que haya personas que vayan por la vida viviendo en la inopia al respecto del pecado. Y es penoso porque a menos que muchos pidan por sus almas y Dios se apiade de ellas lo van a pasar más que mal cuando mueran sus cuerpos y tengan que presentarse ante el Tribunal del Todopoderoso.

¿Ni siquiera por tal posibilidad, pueden pensar que por si acaso, van a enmendar su actitud?

¡Ah!, les recordamos que esta vida dura muy poco y que la vida eterna (o muerte) es para siempre, siempre, siempre. ¡Sí!, para siempre, siempre, siempre. 

 

Eleuterio Fernández Guzmán