El santo padre Francisco desde la ventana de su estudio que da
a la Plaza de San Pedro, ante miles de fieles y peregrinos
allí reunidos, recordó este domingo que la práctica exterior
de los mandamientos y preceptos no son suficientes si no se
hacen con el corazón y si uno no se abre al encuentro con Dios
y su palabra, busca la justicia y la paz, ayuda a los pobres,
a los débiles, y a los oprimidos.
Rezó también por los
inmigrantes víctimas de los recientes naufragios en el
Mediterráneo y los muertos en un camión abandonado en la
autopista Budapest-Viena.
Recordó también que en el Líbano
acaba de ser proclamado santo el obispo siro-católico,
Flaviano Miguel Melki, quien murió durante el 'genocidio
asirio', defendiendo e invitando a los católicos a
permanecer fieles a su fe.
A continuación el texto completo
«El evangelio de este domingo presenta una disputa entre
Jesús y algunos fariseos y escribas. La discusión se refiere a
la “tradición de los antepasados”
(Mc 7,3) que Jesús citando al profeta Isaías define
“preceptos humanos”. Y que no deben nunca tomar el
“mandamiento de Dios”. Las antiguas prescripciones en cuestión
incluian no solamente los preceptos de Dios revelados a
Moisés, sino una serie de detalles que especificaban las
indicaciones de la ley de Moisés.
Los interlocutores aplicaban tales normas de manera muy
escrupulosa y las presentaban como expresión de la auténtica
religiosidad. Por lo tanto reprenden a Jesús y a sus
discípulos por la trasgresión de éstas, en particular las que
se refieren a la purificación exterior del cuerpo.
La respuesta de Jesús tiene la fuerza de un pronunciamiento
profético: “Dejan de lado el mandamiento de Dios, por seguir
la tradición de los hombres».
Son palabras que nos llenan de admiración por nuestro
Maestro: sentimos que en Él está la verdad y que su sabiduría
nos libera de los prejuicios.
¡Pero atención!, con estas palabras Jesús quiere ponernos
en guardia, hoy, ¿no? del pensar que la observancia exterior
de la ley sea suficiente para ser buenos cristianos. Como
entonces para los fariseos, existe también para nosotros el
peligro de considerar que estamos bien o que somos mejores de
los otros por el simple hecho de observar determinadas reglas,
costumbres, aunque no amemos al prójimo, seamos duros de
corazón y orgullosos.
La observancia literal de los preceptos es algo estéril si
no se cambia el corazón, si no se traducen en actitudes
concretas: abrirse al encuentro con Dios y su palabra, buscar
la justicia y la paz, ayudar a los pobres, a los débiles y a
los oprimidos.
Todos sabemos, en nuestras comunidades, en nuestras
parroquias, en nuestros barrios, el mal que hace ha Iglesia y
el escándalo dado por aquellas personas que se dicen muy
católicas, que van con frecuencia a la Iglesia, pero que
después en su vida cotidiana descuidan la familia, hablan mal
de los otros, etc. Esto es lo que Jesús condena, porque esto
es un anti-testimonio cristiano.
Siguiendo en su exhortación, Jesús focaliza la atención en
otro aspecto más profundo y afirma: “Ninguna cosa externa que
entra en el hombre puede mancharlo; lo que lo vuelve impuro es
aquello que sale del hombre”.
De esta manera subraya el primado de la interioridad del
'corazón': no son las cosas exteriores que nos hacen santos o
no santos, sino el corazón que expresa nuestas intenciones,
nuestros deseos y el deseo de hacer todo por amor de Dios.
Las actitudes exteriores son la consecuencia de lo que
hemos decidido en el corazón, y no lo contrario. Con actitudes
exteriores, si el corazón no cambia, no somos verdaderos
cristianos. La frontera entre el bien y el mal no pasa afuera
de nosotros, sino más bien dentro de nosotros, de nuestra
conciencia.
Podemos preguntarnos: ¿dónde está mi corazón? Jesús decía:
tu tesoro está donde está tú corazón. ¿Cuál es mi tesoro? ¿Es
Jesús y su doctrina? ¿El corazón es bueno o el tesoro es otra
cosa? Por lo tanto es el corazón el que tiene que ser
purificado y convertirse. Sin un corazón purificado, no se
puede tener nunca las manos verdaderamente limpias y los
labios que pronuncien palabras sinceras de amor, de
misericordia y de perdón.
Pidamos al Señor, por intercesión de la Virgen Santa, de
darnos un corazón puro, libre de toda hipocresía, este es el
adjetivo que Jesús dice a los fariseos: 'hipócritas', porque
dicen una cosa y hacen otra. Libres de toda hipocresía para
que así seamos capaces de vivir según el espíritu de la ley y
alcanzar su fin, que es el amor».
El Papa rezá el ángelus y a continuación dice:
«Ayer en Harisa, en el Líbano, fue proclamado beato el
obispo siro-católico Flaviano Miguel Melki, mártir. En el
contexto de una tremenda presecución contra los cristianos, él
fue defensor incansable de los derechos de su pueblo,
exhortando a todos a que permanecieran firmes en la fe.
También hoy, queridos hermanos y hermanas, en Oriente Medio
y en otras partes del mundo los cristianos son perseguidos. La
beatificación de este obispo mártir infunda en ellos
consolación, coraje y esperanza. Hay más mártires de los que
hubieron en los primeros siglos.
Pero sea también un estímulo a los legisladores y
gobernantes para que sea asegurada en todas partes la libertad
religiosa; y a la comunidad internacional le pido que haga
algo para que se ponga fin a las violencias y abusos.
Lamentablemente también en los días pasados, numerosos
inmigrantes han perdido la vida en sus terribles viajes. Para
todos estos hermanos y hermanas, rezo e invito a rezar. En
particular me uno al cardenal Schönborn --que hoy está aquí
presente-- y a toda la Iglesia en Austria, en la oración por
las 71 víctimas entre las cuales 4 niños, encontradas en un
camión en el autopista Budapest-Viena. Encomendamos cada una
de ellas a la misericordia de Dios, y a Él le pedimos de
ayudarnos a cooperar con eficacia para impedir estos crímenes
que ofenden a toda la familia humana. Recemos en silencio por
estos inmigrantes que sufren y por aquellos que han perdido la
vida
(Instantes de silencio).
Saludo a los peregrinos que provienen de Italia y
desde tantas partes del mundo, en particular a los scouts de
Lisboa, ¿Donde están? (se escuchan aplausos y gritos) y los
fieles de Zara (Croacia). Saludo a los fieles de Verona y
Bagnolo de Norgarole; a los jóvenes de la diócesis de Vicenza,
a los de Rovato y a los de la parroquia de San Galdino en
Milán; y a los niños de Salzano y de Arconate.
A todos les deseo un buen domingo. Y por favor no se
olviden de rezar por mi». Y concluyó con su «¡Buon pranzo e
arrivederci!».
(Traducido por ZENIT desde el audio)