Tribunas

Refugiados: todos somos hijos de un mismo Padre

Pilar González Casado
Profesora Agregada a la Cátedra de Literatura árabe cristiana de la Universidad San Dámaso.

Desde de marzo de 2011, cuando estalló en Siria el conflicto que ha aprovechado el Estado Islámico para dominar distintas zonas del país, han muerto 11.964 niños y, según cifras de la ONU, el número de desplazados (cristianos y musulmanes) roza los 10 millones. Siria, país musulmán mayoritariamente sunita y con un 8% de cristianos, está prácticamente asolado: el 90 % de las fábricas y 3 millones de hogares están destruidos; su población, malherida y abrasada por los explosivos, tiene un 70 % de paro, padece la escasez de medicinas, alimentos, agua y electricidad y hay 3 millones de niños sin escolarizar.

Mientras Europa decidía la cantidad de refugiados que podía acoger, el patriarca sirio greco-melquita Gregorio Laham III pedía en una carta a los jóvenes cristianos sirios la decisión heroica de no abandonar su país para que la presencia cristiana no se extinguiera definitivamente en aquella tierra. A Occidente y a los países árabes, les pedía que se enfrentaran a las causas de la guerra para detenerla. No quiere políticas de acogida sino la paz que garantice el futuro. El patriarca no teme quedarse junto a sus fieles ni afirmar que cristianos y musulmanes se necesitan en Siria, como ha sucedido a lo largo de los 1435 años de historia en común en los que la caridad de los cristianos ha sorprendido gratamente a los musulmanes. A finales de agosto, la asociación filantrópica sunita Al-Makassed, con sede en Beirut, publicaba una declaración en la que defendía el derecho a la libertad religiosa y se manifestaba en contra de todo acto destructivo en nombre del islam. Igualmente, pedía a sus compatriotas cristianos que resistieran ante el terrorismo, que no abandonaran sus tierras y que se quedaran junto a sus hermanos musulmanes gozando juntos de los mismos derechos y deberes.

La crisis humanitaria de los que huyen del terror de la guerra reta al cristianismo y al islam. Para los que creen en el Hijo de la Familia que huyó a Egipto, es la ocasión de demostrar, como dice el Papa Francisco, que «la Misericordia es el segundo nombre del Amor». Han de arriesgarse a abrir sus brazos también a los musulmanes indocumentados, desarraigados y sin fondos para financiar un equipo de fútbol, celebrar un mundial, comprar los almacenes Harrods o la cuarta parte del aeropuerto de Heathrow. Sólo la caridad convence. Akim, el joven musulmán francés protagonista de la película El apóstol, reflejo de las vivencias de su directora, inicia su búsqueda de Cristo conmovido por el gesto de caridad de un sacerdote católico.

Para los que creen en el mensaje del profeta que huyó de La Meca a Medina, es el momento de mostrar que el islam es verdaderamente la religión de la paz y que los países más adinerados están dispuestos a amparar a sus hermanos exiliados. El nobel egipcio Naguib Mahfuz relató la historia de la humanidad en su novela Hijos de nuestro barrio. El personaje que simboliza a Jesús es retratado como un altruista, apóstol de la no violencia, que muere víctima de la traición de un amigo. Cuando al personaje que simboliza a Mahoma, le preguntan si va a servirse de la fuerza, como Moisés, o del amor, como Jesús, para liberar a sus vecinos de la opresión de los caciques del barrio, contesta: «La fuerza cuando sea necesaria y el amor en todas las ocasiones». La declaración de Beirut es una antorcha en el camino para distinguir que entre hermanos sobra la primera la frase.