XXV. Existencia y naturaleza de la predestinación

Definición agustiniana de predestinación

De la doctrina de la gracia de Santo Tomás se sigue que la justificación y con ella la salvación del hombre dependen de la predestinación gratuita de Dios. La concesión de la gracia implica que la iniciativa de la salvación la tome Dios, que sea así la causa determinante de la misma, y que, por ello, dependa ante todo de su predestinación.

La cuestión de la divina predestinación de los buenos y reprobación de los malos es de las más difíciles, por no decir la más profunda e insondable. En el decreto sobre la justificación del Concilio de Trento se la califica de misteriosa e incomprensible. Por ello, se dice en el mismo: «Nadie tampoco, mientras exista en esta vida mortal, debe estar tan presuntuosamente persuadido del profundo misterio de la predestinación divina, que crea por cierto ser del número de los predestinados; como si fuese constante que el justificado, o no puede ya pecar, o deba prometerse, si pecare, el arrepentimiento seguro; pues sin especial revelación, no se puede saber quiénes son los que Dios tiene escogidos para sí»[1].

En su último libro, El don de la perseverancia, San Agustín define la predestinación –cuya palabra etimológicamente significa destinación previa– como ciencia de visión de los elegidos para la vida eterna y de la preparación de los medios sobrenaturales necesarios para que la alcancen. Escribe: «La predestinación de los santos no es otra cosa que la presciencia de Dios y la preparación de sus beneficios, por los cuales certísimamente se salva todo el que se salva; los qué no, son abandonados por justo juicio de Dios en la masa de perdición, donde quedaron aquellos tirios y sidonios, que hubieran creído si hubiesen visto las maravillosas obras de Cristo Jesús. Pero como no se les dio aquello por lo que hubieran creído, también se les negó el creer»[2].

En una obra anterior, La predestinación de los santos, San Agustín había afirmado que: «La predestinación es una preparación para la gracia y la gracia es ya la donación efectiva de la predestinación».

Explica en el mismo lugar que: «Por eso, cuando prometió Dios a Abrahán la fe de muchos pueblos en su descendencia, diciendo: «Te he puesto por padre de muchas naciones» (Gn 17, 4), por lo cual dice el Apóstol: «Y así es en virtud de la fe, para que sea por gracia, a fin de que sea firme la promesa a toda la posteridad»(Rm 4, 16), no le prometió esto en virtud de nuestra voluntad, sino en virtud de su predestinación».

La promesa fue sobre la gracia, no sobre el poder del hombre. «Prometió, pues, no lo que los hombres, sino lo que El mismo había de realizar. Porque si los hombres practican obras buenas en lo que se refiere al culto divino, de Dios proviene el que ellos cumplan lo que les ha mandado, y no de ellos el que El cumpla lo que ha prometido; de otra suerte, provendría de la capacidad humana, y no del poder divino, el que se cumpliesen las divinas promesas, y así lo que fue prometido por Dios sería retribuido por los hombres a Abrahán. Pero no fue así como creyó Abrahán, sino que «creyó, dando gloria a Dios, convencido de que Dios era poderoso para cumplir lo que había prometido» (Rm 20-21)»[3].

 

Definición etimológica

Santo Tomás siguió esta misma doctrina, pero añadió ciertas precisiones. La primera es sobre su etimología. En su Comentario a la epístola de San Pablo a los Romanos, Santo Tomás aduce otras puntualizaciones, que sirven para comprender mejor la naturaleza de la predestinación. Explica que: «La palabra predestinación se toma de destino, como destinado con anterioridad». Así lo expresa su significado etimológico, una destinación previa.

No es suficiente esta significación para expresar la naturaleza de la predestinación, porque: «Destinación se toma de dos maneras: a veces por misión, y así se dice que son destinados quienes son enviados a algo (…) y a veces destinar es lo mismo que proponerse (…) esta segunda significación parece derivar de la primera. Pues así como el mensajero que es enviado se dirige a algo, así también lo que nos proponemos a algún fin lo ordenamos. Por lo tanto, predestinar no es otra cosa que disponer de antemano en la mente qué se deba hacer en determinada cosa».

La predestinación es una previa disposición del entendimiento en el sentido de tomar una resolución y las medidas para realizar lo decidido. La predisposición o predestinación todavía puede entenderse como dirigida a la constitución de algo o del uso o gobierno de algo ya constituido, porque: «Puédese disponer sobre alguna cosa u operación futura: de un modo, en cuanto a la constitución misma de la cosa, así como el arquitecto ordena de qué modo deba hacerse la casa; de otro modo, en cuanto al uso mismo o gobierno de la cosa, así como alguien dispone de de qué manera se deba usar de su caballo; y a esta segunda pre-disposición pertenece la predestinación no a la primera».

El sentido de predestinación es de una previa disposición sobre el uso o del gobierno de algo, y, por tanto, de conferirle un nuevo fin, porque: «aquello de que alguien usa se refiere a un fin (…) usar es referir algo al fin por el cual se le debe gozar. Y como la cosa se constituye en sí misma, no está ordenada por esto mismo a otra. Por lo cual la pre-disposición de la constitución de una cosa no se puede decir propiamente pre-destinación».

La disposición divina «desde la eternidad de las cosas que son hechas en el tiempo» no puede llamársele propiamente predestinación, porque: «como todas las cosas naturales pertenecen a la constitución de la cosa misma, porque o son principios de los cuales se constituye la cosa, o de tales principios se siguen, consiguientemente las cosas naturales no caen propiamente bajo la predestinación, así como no decimos propiamente que el hombre esté predestinado a tener manos».

En cambio, la predestinación designa la disposición divina sobre un fin que ya no está relacionado con la naturaleza de las cosas. «La predestinación se dice propiamente solamente de aquellas cosas que están sobre la naturaleza, a las cuales se ordena la creatura racional. Ahora bien, sobre la naturaleza de la criatura racional está Dios solo, a quien se une la criatura racional mediante la gracia»[4]. La gracia cae bajo el objeto de la predestinación.

Naturaleza de la predestinación

En la Suma teológica, Santo Tomás, después de estudiar la providencia divina, trata el tema de la predestinación, porque la considera una parte del objeto de la misma, la de la bienaventuranza sobrenatural. La predestinación sería un efecto de la providencia en el orden sobrenatural, porque: «A la providencia pertenece ordenar las cosas al fin (…) Pero las criaturas están ordenadas por Dios a un doble fin».

Un fin, que se puede denominar natural o proporcionado a la naturaleza de la criatura racional y libre, porque puede conocerle y quererle como creador y fin último de todo y capaz de ser feliz con ello. Otro, conocido por la fe, «desproporcionado por exceso» a la naturaleza humana y que consiste en la «visión de Dios», en contemplar a Dios en su misma naturaleza.

Sobre este fin sobrenatural nota seguidamente el Aquinate que: «Para que algo llegue a donde no puede alcanzar con las fuerzas de su naturaleza, es necesario que sea transmitido por otro, como lo es la flecha por el arquero, y, por esto, hablando con propiedad, la criatura racional, que es capaz de vida eterna, llega a ella como si fuese transmitida por Dios».

La transmisión, o la destinación al fin de la vida eterna y la preparación, que implica, de los medios, que realizarán tal fin, preexiste en la mente divina. «La razón de esta transmisión preexiste en Dios, como preexiste en Él la razón del orden de todas las cosas a sus fines, que es en lo que consiste la providencia; y puesto que la razón que el autor de una obra tiene de lo que se propone hacer es una suerte de preexistencia en él de la obra que ha de realizar, síguese que a la razón de la antedicha transmisión de la criatura racional a fin de la vida eterna, se la llame predestinación, pues destinar es enviar»[5].

La predestinación es, por tanto, una parte de la providencia general de Dios, la que afecta a todas las criaturas. «La predestinación, en cuanto a sus objetos, es parte de la providencia»[6]. La predestinación es la providencia de Dios que se refiere a sus criaturas racionales en cuanto a su fin sobrenatural.

Advierte también Santo Tomás que la predestinación es exclusiva de los seres racionales, los ángeles y hombres, porque: «Las criaturas irracionales no son capaces de un fin que excede a las fuerzas de la naturaleza humana, y por esto no decimos que sean predestinadas»[7], aunque son objeto de la providencia general de Dios.

También que los ángeles han sido predestinados, aunque su naturaleza no estuviera afectada por el pecado. «Aunque nunca hayan sufrido miserias compete, sin embargo, a los ángeles ser predestinados, lo mismo que a los hombres, pues el movimiento no se específica por el punto de partida, sino por el de llegada. Para el hecho, por ejemplo, de ser blanqueado, nada importa que lo blanqueado haya sido negro, encarnado o gris, y, por lo mismo, para la razón de predestinación nada importa que el predestinado a la vida eterna haya o no sufrido miserias»[8].

Por último, que la predestinación es desconocida por los predestinados. «Aunque por predilección especial sea revelada a alguien su predestinación, no es, sin embargo, conveniente que se revele a todos, porque en tal caso los no predestinados se desesperarían y la seguridad engendraría negligencia en los predestinados»[9].

La providencia en sí misma pertenece a la razón práctica, que dispone que se haga algo con unos determinados medios. «La predestinación es una parte de la providencia, y la providencia, lo mismo que la prudencia, es una razón existente en el entendimiento, que manda se ordenen algunas cosas al fin»[10]. Es, por tanto, el acto del entendimiento práctico de imperar. No es un acto de la voluntad de Dios, aunque presupone el acto de la voluntad o de querer el fin. Supuesto la volición de la vida eterna, la predestinación es la ordenación a ella con la dirección de los medios.

La predestinación sería una planificación o un proyecto, pensado por la mente divina en la eternidad, que destina a la salvación sobrenatural de las criaturas racionales elegidas y dispone los medios necesarios para ello. Los medios que se proveerán por ser adecuados al fin serán también sobrenaturales, como son las gracias de Dios. Sin embargo, advierte el Aquinate: «No se incluye la gracia en la definición de la predestinación como si formase parte de su esencia, sino porque la predestinación tiene con la gracia la relación de causa a efecto o de acción a objeto»[11].

El acto divino de predestinar

La predestinación puede considerarse en cuanto acto del que predestina y en cuanto lo que recibe el predestinado. En el primer aspecto: «La predestinación no es nada en los predestinados, y sólo lo es en el que predestina. Se ha dicho que la predestinación es una parte de la providencia. Ahora bien, la providencia no está en las cosas provistas, ya que como también se ha dicho, es una determinada razón que hay en la mente del provisor. Únicamente la ejecución de la providencia, llamada gobierno, está pasivamente en lo gobernado; pero de modo activo está en el gobernante»[12].

En la predestinación en Dios, puede hacerse también una doble consideración. En primer lugar, es una idea que está en el entendimiento de Dios, un plan de transmisión de la vida eterna a la criatura. En segundo lugar, es la ejecución por el poder de Dios del proyecto sobrenatural tal como está en el entendimiento divino. Esta realización o ejecución se denomina «gobierno», porque es una parte del gobierno general de Dios.

Lo que Dios inicialmente ha planeado desde toda la eternidad, por la gobernación finalmente lo hace o realiza en el tiempo. La providencia es eterna, la gobernación es temporal,. Por ello, en su Comentario a la Epístola a los Romanos, indica Santo Tomás –al comentar el vérsiculo: «a los que preconoció, y los predestino»[13]– que: «Algunos dicen que aquí predestinación se toma por preparación que se da en el tiempo, por la cual Dios prepara a los santos para la gracia, y esto se dice para distinguir la presciencia de la predestinación. Pero si rectamente lo consideramos, una y otra cosa son eternas y sólo difieren por la razón»[14].

La presciencia o conocimiento del futuro y la predestinación coinciden en cuanto que ambas se dan en la eternidad[15]. «La predestinación entraña cierta preordenación en el ánimo de aquello que hay que hacer. Y desde la eternidad Dios predestinó los beneficios que se les darían a sus santos. De aquí que la predestinación es eterna. Y difiere de la presciencia por la razón de que la presciencia entraña tan sólo el conocimiento de las cosas futuras; y la predestinación entraña cierta causalidad respecto de ellas. Y por eso Dios tiene la presciencia aun de los pecados, pero la predestinación es de los bienes saludables»[16].

En el artículo citado de la Suma, añade que: «Por consiguiente, no cabe duda que la predestinación es la razón que en la mente divina hay del orden de algunos a la salvación eterna. En cuanto a la ejecución de este orden, pasivamente está en los predestinados, pero activamente está en Dios; y la ejecución de la predestinación es la vocación y la glorificación, como dice el Apóstol en Rom 8,30: «A los que predestinó, a estos llamó, y a los que llamó a esos glorificó»[17].

Siguiendo esta pasaje de San Pablo, en la ejecución, cuyo sujeto activo es Dios y pasivo, la criatura racional predestinada, afirma el Aquinate que se da una vocación o llamada y la glorificación. Sobre estos efectos de la predestinación, se lee en este lugar de la Escritura: «Porque a los que conoció de antemano, también los predestinó para ser hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos; a los que predestinó, también los llamó; a los que llamó, también los justificó; a los que justificó, también los glorificó»[18].

Santo Tomás, en el Comentario a la epístola a los Romanos, sobre estos dos versículos escribe: «A los que preconoció, a ésos los predestinó a ser conformes a la imagen de su Hijo. De modo que esta conformidad no sea la razón de la predestinación sino el término o efecto. Porque dice el Apóstol: «Nos predestinó para la adopción de hijos de Dios» (Ef 1, 5). Porque la adopción de hijos no es otra cosa que la dicha conformidad. Porque quien es adoptado como hijo de Dios se conforma verdaderamente a su Hijo».

El último efecto de la predestinación es la gracia santificante y la filiación adoptiva, cuyos desenvolvimientos y manifestaciones tendrán lugar en la vida eterna, y, por tanto, la gloria es igualmente el término de la predestinación, aunque en este versículo se expresa implícitamente. El primer efecto de la predestinación, tal como se indica en el siguiente versículo es la vocación o llamada.

En este mismo lugar, explica Santo Tomás que: «Lo primero en que empieza a cumplir la predestinación es la vocación del hombre, la cual es doble: una externa, que se hace por boca del predicador. «Envió sus criadas a convidar que viniesen al alcázar» (Prov 9, 3). De esta manera llamó Dios a Pedro y Andrés, como leemos en Mateo 4, 18-20. Más la otra vocación es interior; que no es otra cosa que cierto impulso de la mente por el cual el corazón del hombre es movido por Dios a asentir en las cosas que son de fe o de virtud».

La vocación interior o moción divina es la esencial. «Esta vocación es necesaria porque nuestro corazón no se convertiría a Dios si el mismo Dios no nos atrajera a Sí. «Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no lo atrae» (Jn 6, 44). «Conviértenos ¡oh Señor! A Ti y nos convertiremos» (Lm 5, 21)».

Para los predestinados la vocación interior es infaliblemente eficaz. «Esta vocación es eficaz en los predestinados porque asienten de este modo a la vocación»[19]. Por ser obra de la moción de Dios, la predestinación es totalmente cierta en cuanto su éxito. Afirma Santo Tomás, en la cuestión de la Suma: «La predestinación consigue su efecto ciertísima e infaliblemente, y, sin embargo, no impone necesidad, o sea no hace que su efecto se produzca de modo necesario». La predestinación, con los medios que utiliza, no quita la libertad del predestinado.

El argumento que lo prueba es el siguiente: «Se ha dicho que la predestinación es una parte de la providencia. Más no todo lo sujeto a la providencia se produce necesariamente, ya que hay cosas que se producen de modo contingente, debido a la condición de las causas próximas que para tales efectos destina la providencia divina, no obstante lo cual, el orden de la providencia es infalible, según se ha dicho. Por consiguiente, es asimismo cierto el orden de la predestinación, y, sin embargo, no destruye la libertad del albedrío, del que proviene que su efecto sea contingente»[20].

El segundo efecto de la predestinación es la justificación. Según Santo Tomás se infiere de la naturaleza de la vocación interior. Después explicar el modo de actuación de este primer efecto de la predestinación añade: «De aquí que en segundo lugar pone la justificación, diciendo: «A los que llamó, también los justificó», es claro que infundiéndoles la gracia. San Pablo había dicho más arriba «Justificados gratuitamente por su gracia» (Rm 3, 24). Y esta justificación, aun cuando en algunos se frustre porque no perseveren hasta el fin, sin embargo, nunca se frustra en los predestinados».

De este segundo efecto, se deriva el tercero. Después de indicar que afirma San Pablo que la justificación se realiza por la gracia, que nos consiguió Jesucristo, añade el Aquinate: «Por lo cual pone lo tercero: la glorificación, agregando «también los glorificó». Y esto doblemente: de un modo mediante el adelanto en la virtud y en la gracia; y del otro, por la exaltación de la gloria».

Al concederles la gracia a los predestinados los glorifica, porque la gracia es la raíz de la gloria, porque la contiene como en germen. Es ya el inicio de la posesión de la gloria. También puede entenderse en cuanto que si por la gracia se adquiere el derecho a la gloria, se es ya ensalzado o elevado con la esperanza en conseguirla, ya que tal esperanza es ya una posesión anticipada de la misma.

Por último, nota el Aquinate que San Pablo presenta la glorificación con la expresión «glorificó», como un acto en el pasado. «Pone el pretérito en lugar del futuro, para que se entienda de la magnificación de la gloria, o bien por la certeza del futuro, o bien porque lo que en algunos es futuro en otros es acabado»[21].

La predestinación en los predestinados

En cuanto al sujeto que la recibe, la predestinación se refiere a la criatura racional elegida y amada por Dios. Explica Santo Tomás que: «La predestinación presupone una elección, y la elección, un amor». La razón es la siguiente: «Como no se manda ordenar algo a un fin si previamente no se quiere tal fin, síguese que la ordenación de algunos a la salvación eterna presupone, según nuestro modo de concebir, que Dios quiera su salvación, y en esto intervienen la elección y el amor. El amor, por cuanto quiere para ellos la salvación eterna, pues hemos visto que amar es querer el bien para alguien, y la elección, por cuanto quiere este bien para unos con preferencia a otros puesto que reprueba a algunos».

La predestinación de Dios es a los que ha elegido y amado. Sin embargo, nota seguidamente el Aquinate que: «la elección y el amor no guardan en Dios el mismo orden que en nosotros. En nosotros la voluntad que ama no es causa del bien, sino que, por el contrario, es un bien preexistente el que la incita a amar; y de aquí que elegimos a alguien para amarle, y por esto en nosotros la elección precede al amor. Pero en Dios sucede lo contrario, porque su voluntad, por la que quiere el bien para alguien amándole, es causa de que éste obtenga tal bien con preferencia a los otros».

El orden divino es el amor, la elección y el bien que pone. El humano es a la inversa: el bien que considera en lo amado, la elección y el amor. «Y de este modo se comprende que, según la razón, el amor precede a la elección, y la elección, a la predestinación, y por consiguiente, que todos los predestinados son elegidos y amados»[22].

También Santo Tomás lee esta doctrina en la Escritura. Expresamente dice San Pablo, igualmente en la Epístola a los romanos: «Porque no habiendo nacido aún, ni habiendo hecho algo bueno ni malo, para que según la elección permaneciese el decreto de Dios, no por las obras sino por el que llama, le fue dicho a ella (Rebeca, esposa de Isaac y madre de Jacob y Esaú) que el mayor serviría al menor, conforme a lo que está escrito: «Amé a Jacob y aborrecí a Esaú»[23].

Comenta Santo Tomás que al decir San Pablo »no habiendo nacido aún» (…) indica el tiempo de la promesa, y dice que por la promesa de salvación uno de los hijos de Rebeca es preferido al otro antes que naciesen. Y así (…) excluye la opinión de los judíos que confiaban en los méritos de los Padres».

En el versículo siguiente: «agrega: «ni habiendo hecho cosa buena o mala», con lo cual excluye el error de los pelagianos, que dicen que según está escrito (Tit 3, 5): «El nos salvó, no a causa de obras de justicia que hubiésemos hecho nosotros, sino según su misericordia». La falsedad de una y otra cosa se muestra por el hacho de que desde antes del nacimiento y de las obras uno de los hijos de Rebeca fue preferido al otro». De manera que: «el mismo Dios con libre voluntad pre-eligió al uno respecto del otro, no porque fuera santo, sino para que fuese santo»[24].

A continuación Santo Tomás, para confirmarlo, cita el siguiente pasaje de la Epístola a los efesios: «Así como nos eligió en él mismo, antes de la creación del mundo para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, en caridad. El que nos predestinó para adoptarnos como hijos suyos, por Jesucristo, según el propósito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia, por la cual nos ha hecho agradables en su amado hijo»[25].

En su Comentario a la epístola a los efesios, sobre estos versículos escribe Santo Tomás : «Por Él mismo nos escogió y apartándonos de pura gracia de la masa de perdición, de antemano dispuso en Él mismo, esto es, por Cristo, salvarnos. «no me habéis elegido vosotros a Mí, sino Yo a vosotros» (Jn 15, 16 ). Y esto «antes de la creación del mundo», esto es, desde toda la eternidad, antes que hubiésemos nacido (Rom 9, 11)».

Sobre el motivo de la elección divina precisa: »Nos eligió», repito, no porque tuviésemos en nuestro haber la santidad, «si ni siquiera existíamos», más para esto, «para que fuésemos santos», ejercitando las virtudes , «y sin mancha», dando muerte a los vicios, cosas ambas que obra la elección».

Sobre la santidad explica seguidamente: «Santos digo «en su presencia» esto es, internamente en el corazón, teatro reservado a sólo sus divinos ojos (Sal 33, 15)- O «en su presencia», esto es, para verle a Él, porque, según San Agustín, todo el galardón consiste en la visión. Y esto lo hizo, no por méritos nuestros, sino en su caridad, o en la nuestra, con la que formalmente nos santifica».

Por consiguiente, como indica más adelante: «La causa de la predestinación divina no es ninguna necesidad que tenga Dios, ni deuda de parte de los predestinados, sino un puro efecto de su buena voluntad (…) proviene de puro amor».

Un poco antes, como resumen de todo este extenso comentario y del mismo pasaje comentado, indica que: «El concepto de predestinación incluye seis cosas: primero, el acto eterno, allí «predestinó»; segundo, el objeto temporal, allí «nosotros»; tercero, el provecho presente, allí «la adopción»; cuarto, el fruto futuro, allí «el mismo» (la gloria); quinto, el modo gratuito, allí, según el propósito (un puro efecto de su buena voluntad). y sexto, el debido efecto, allí, alabanza de la gloria de su gracia».

Finalmente concluye su comentario al establecer que: ««Queda, pues, claro que la predestinación divina no tiene otra causa, ni puede tenerla, que la simple voluntad de Dios; y está claro también que la divina voluntad que predestina no tiene otra explicación que la comunicación a los hijos de la bondad divina»[26].

Algunas dificultades

En el artículo de la Suma, dedicado a la elección divina de los predestinados, Santo Tomás presenta una dificultad a esta tesis de la comunicación a algunos, a los predestinados, de la gracia y de la gloria. La objeción es que Dios al igual que el Sol derrama su luz para todos así también comunica a todos su bondad, y, por tanto, la gracia y la gloria[27].

Su solución es: «Si la comunicación de la bondad divina se considera en general, es cierto que Dios la comunica sin elegir, ya que nada hay que no participe en algo de su bondad, según se ha dicho.. Pero si se considera la comunicación de este o del otro bien, es cosa que no se hace sin elección, puesto que a unos concede bienes que niega a otros; y así es como se entiende la elección en la concesión de la gracia y de la gloria»[28].

Una dificultad más grave sobre la elección o selección. que incluye la predestinación, es que si se diera se haría sobre seres que todavía no existen[29]. A la que responde el Aquinate: «Cuando el bien preexistente en las cosas es el que provoca a la voluntad para elegir, la elección recae forzosamente sobre objetos que existen, y tal ocurre en nuestras elecciones. Pero en Dios, como hemos dicho, sucede de otra manera, y por esto «son elegidos por Dios los que no existen, y, sin embargo, no se equivoca el que elige», como dice San Agustín»[30].

Santo Tomás aplica a la elección previa de los predestinados el siguiente argumento de San Agustín sobre la elección de la creación especial del hombre en la eternidad: «El hombre que no existía no tuvo méritos anteriores para existir. Si lo mereció, existía ya; pero no existía aún. No existía, pues, quien tuviese méritos para ello, y, sin embargo, fue hecho y no fue creado como las bestias, o como un árbol o una piedra, sino que fue creado a imagen del Creador (Cf. Gn 1, 26-27). ¿Quién concedió este beneficio? Dios que existía y existía desde la eternidad. ¿A quién se lo concedió? Al hombre que aún no existía. Lo concedió quien existía; lo recibió quien no existía. ¿Quién pudo hacer esto, sino aquel «que llama a las cosas que no existen como a las que existen» (Rm 4, 17) ? Acerca de ello dice el Apóstol: «El cual nos eligió antes de la creación del mundo (Ef 1, 4). Nos eligió antes de la creación del mundo»: hemos sido hechos en este mundo, pero ni el mundo existía, cuando fuimos elegidos. ¡Realidades inefables y admirables, hermanos míos! ¿Quién se bastaría para explicarlas? ¿Quién se bastaría a lo menos para pensar lo que trata de explicar? Son elegidos quienes no existen. Quien elige no se equivoca ni elige fantasmas. Elige, pues, y tiene elegidos: aquellos a los que, por ser elegidos, habrá de crear. Los tiene en sí mismo; no en su naturaleza, sino en su presciencia»[31].

Eudaldo Forment

 

 


 
[1] CONCILIO DE TRENTO, Decreto sobre la justificación, cáp. XII. En el canon 15 se dice: «Si alguno dijese que el hombre regenerado y justificado está obligado a  creer de fe que él es ciertamente del número de los predestinados, sea  anatema»; y en el 23: «Si alguno dijere que el hombre justificado no puede ya pecar más ni perder la gracia, y, por consiguiente, que el que cae y peca nunca fue verdaderamente justificado; o, por el contrario, que durante toda su vida puede evitar todos los pecados, hasta los veniales, a no ser por especial privilegio de Dios, como lo cree la Iglesia de la bienaventurada Virgen María, sea anatema».
[2] SAN AGUSTÍN, Del don de la perseverancia, c. 14, n. 35.
[3] IDEM, De la predestinación de los santos, c. 10, n. 19.
[4] SANTO TOMÁS, Comentario a la «Epístola a los Romanos», c. 1, lect. 3.
[5] SANTO TOMÁS, Suma teológica, I, q. 23, a.1, in c.
[6] Ibíd.
[7] Ibid., I, q. 23, a. 1, ad 2.
[8] Ibid., I, q. 23, a. 1, ad 3.
[9] Ibíd., I, q.23, a. 1, ad 4.
[10] Ibíd., I, q. 23, a. 4, in c.
[11] Ibíd., I, q. 23, a. 2, ad. 4.
[12] Ibíd., I, q. 23, a. 2, in c.
[13] Rm 8, 29: Nam, quos praescivit, et praedestinavit conformes fieri imaginis Filii eius, ut sit ipse primogenitus in multis fratribus; 
[14] SANTO TOMÁS, Comentario a la «Epístola a los Romanos», c. 1, lect. 3.
[15] En la versión española de la Vulgata, por ello, se da esta traducción: «a los que conoció de antemano, también los predestinó».
[16] SANTO TOMÁS, Comentario a la «Epístola a los Romanos», c. 1, lect. 3.
[17] IDEM, Suma teológica, I, q. 23, a.2, in c.
[18] Rm 8, 29-30: «Nam, quos praescivit, et praedestinavit conformes fieri imaginis Filii eius, ut sit ipse primogenitus in multis fratribus; quos autem praedestinavit, hos et vocavit; et quos vocavit, hos et iustificavit; quos autem iustificavit, illos et glorificavit».
[19] SANTO TOMÁS, Comentario a la epístola a los romanos,  c. 8, lect. 6
[20] IDEM, Suma teológica, I, q. 23, a. 6, in c.
[21] IDEM, Comentario a la epístola a los romanos,  c. 8, lect. 6

 

[22] IDEM, Suma teológica, I, q. 23, a. 4, in c.
[23] Rm 9, 11-12: «Cum enim nondum nati fuissent aut aliquid egissent bonum aut malum, ut secundum electionem propositum Dei maneret,  non ex operibus sed ex vocante dictum est ei: “ Maior serviet minori ”;  sicut scriptum est: “ Iacob dilexi, Esau autem odio habui ”».
[24] SANTO TOMÁS, Comentario a la epístola a los romanos,  c. 9, lect. 2
[25] Efes 1, 4-6. «Sicut elegit nos in ipso ante mundi constitutionem, ut essemus sancti et immaculati in conspectu eius in caritate; qui praedestinavit nos in adoptionem filiorum per Iesum Christum in ipsum,
secundum beneplacitum voluntatis suae,  in laudem gloriae gratiae suae, in qua gratificavit nos in Dilecto».
[26] SANTO TOMÁS, Comentario a la epístola a los efesios,  c. 1, lect. 1
[27] IDEM, Suma teológica, I, q. 23, a. 4, ob. 1
[28] Ibíd., I, q. 23, a. 4, ad 1
[29] Cf. I, q. 23, a. 4, ob. 2.
[30] Ibid., I, q. 23, a. 4, ad 2.

 

[31] SAN AGUSTÍN, Sermón 26, a. 4.