P. Juan Masiá: ¿Tan difícil es entender esto?

 

Es bien cierto que hay cosas que, aun siendo muy importantes, cuesta que lleguen al común de creyentes católicos. Y es que las discusiones teológicas, por muy cruciales que sean, no dejan de estar muy alejadas de la gran mayoría de fieles de la Iglesia católica. Y eso se debería tener mucho en cuenta.

El caso es que sobre el Sínodo que se va a celebrar el próximo mes de octubre se ha escrito mucho, muchos han sido los que han aportado sus particulares pensamientos, ideas o imaginativas soluciones y, en fin, aquí cada uno dice lo que parece siendo lo dicho, eso sí, reflexionado (más o menos) y aportado por si cuela.

Esto de “por si cuela” es la actitud de muchos que creen tener la solución a las cuestiones que, en materia de familia, surgen en la historia de la salvación. Y pretenden, eso sí, para bien de la Iglesia católica, que las cosas vayan a mejor.

Pues bien. Aunque parezca que traer aquí a este sacerdote puede parecer posicionamiento en contra del que esto escribe (y es que hay muchos antecedentes de esto) no puedo dejar de recordar lo que ha escrito el nunca bien ponderado (será difícil que lo sea alguna vez como no cambie su forma de escribir y pensar) Juan Masiá Clavel, a la sazón sacerdote jesuita.

La cosa se titula “Matrimonio en cuatro tiempos. Se acerca el Sínodo, repensemos”.  Y hace lo que siempre hace.

Sí, se dedica a volver a pensar, a repensar, porque, al parecer no lo tiene nada claro. Bueno, a decir verdad, tiene más que claro que todo es posible. Eso lo tiene más que claro.

Este católico sui generis le da vueltas a la cosa hasta marear a la perdiz.

A mí este hombre me fascina. Y es que dice esto:

 

“El ‘sí’ de los contrayentes en la ceremonia nupcial no es el punto cero de la unión, sino la renovación formal de aquel primer sí de los novios (primer tiempo, en la intimidad del día de la declaración y aceptación mutua ) que inició el proceso de convivencia; y es también su confirmación pública ante la sociedad (segundo tiempo) y ante la comunidad que comparte el simbolismo trascendente (tercer tiempo) de la comunión íntima de dos personas en una, cuya realización se lleva a cabo temporal, biográfica y familiarmente a lo largo de la vida, re-eligiendo cada día la elección originaria (cuarto tiempo).”

 

¿Lo ven ustedes? La teología “cambiable, adaptable” es lo que predomina en este tipo de pensamiento. No hay nada fijo ni que permanezca para siempre. Puro relativismo.

¿Pero, vamos a ver? ¿Cómo es que el sí de los que contraen matrimonio católico no es el punto cero de la unión?

En realidad, es exactamente lo que es: el punto cero… ¡canónico!, católico. Lo que ha pasado antes, a tal nivel, da exactamente igual (entiéndase esto) si nos referimos al hecho de contraer matrimonio. Y, desde entonces, salvo caso de nulidad matrimonial la unión es para siempre, siempre, siempre.

Pues no. Para el P. Juan Masiá cada día se puede cambiar, nada es para siempre y, al fin y al cabo, poco importa que una persona casada católicamente se divorcie civilmente… ¡Es que está re-eligiendo! Y eso, según este pensador relativista y poco católico, es lo que importa. Nada del vínculo establecido en la ceremonia nupcial, nada de aquello a lo que se comprometen los novios ante el sacerdote, nada de aquello de “lo que ha unido Dios que no lo separe el hombre”.

Por tanto, ¿qué problema hay en que una persona casada católicamente se divorcie civilmente pueda acceder a la santa Comunión? Pues ninguna, nada de nada.

Y es que, además, dice el hombre que el vínculo matrimonial es llamado “impropiamente” indisoluble. Es decir que está mal que de lo que es indisoluble se predique que es indisoluble.

Pero hay más:

“La indisolubilidad matrimonial (no jurídica, sino antropológica) se verá más como vocación y meta de la fidelidad prometida, que como propiedad derivada exclusivamente de un compromiso canónicamente confirmado.”

¡Esto es para morirse de la risa! 

Ahora resulta que toda la ceremonia matrimonial, todas las palabras que se dicen, todas las promesas y todo el Código de Derecho Canónico valen, exactamente, ¡nada! Y no vale nada porque si de lo que se trata es de una mera “vocación” y de una meta basta con cambiar la vocación y la meta para poner en práctica en “ahí te quedas” y a otra cosa, mariposa.

Además, dice que el “vínculo no es un objeto a defender”. Entonces ¿qué hay que defender cuando se establece un vínculo matrimonial? A lo mejor lo que hay que defender  y fomentar es la actitud “veleta” que consiste en hoy sostener una cosa, mañana otra y pasado mañana ya veremos. Y es que ya lo dicho el gran Groucho Marx: “Estos son mis principios. Si no le gusta, tengo otros?

Por cierto, este jesuita admira mucho al cardenal Kasper que se ha hecho famoso por sus peregrinas ideas sobre el Sínodo. Pues bien, digo que lo admira porque dice el P. Masiá que, al respecto de la sanación de los casos se separación (digamos divorcio civil) no debe ser necesariamente penitencial, “como propone tímidamente la ponencia de Kasper, que se queda corto…”               

Y así podríamos seguir un rato largo pero, a lo mejor, se aburren ustedes con tanta idea peregrina sobre algo que es tan sencillo de entender como que hay una doctrina católica y que no se asienta en los gustos particulares de nadie sino en lo dicho por Jesucristo sobre algo que Dios hizo el Principio de todo.

Por otra parte ¿a nadie se le ha ocurrido que todo esto no es más que un acto voluntario de Satanás? Es más ¿a nadie se le ocurre que aquí lo que se trata es de romper el matrimonio establecido por Dios como Dios quiso? Y esto: ¿nadie ve el humo de Satanás introduciéndose, aun más, en el seno de la Iglesia católica?

Y no, no me refiero a los ciegos voluntarios que creen que tapándose los ojos no lo van a ver. A esos no. Lo tienen más que claro. Al fin y al cabo a eso se le llama colaboración con el delito, aquí pecado.

Por cierto que Pablo VI, en su bondad, habló, en su día de "alguna fisura” por la que había entrado el humo de Satanás. El caso es que ahora debe estar viendo que, en eso, hemos empeorado: no es que haya fisuras por las que pueda entrar el tal humo sino verdaderos boquetes que no son, sino, butrones por donde los ladrones de almas están entrando a mansalva para llevarse al Infierno lo que puedan llevarse.

 

Eleuterio Fernández Guzmán