Los Presidentes de las Conferencias Episcopales de las naciones europeas, en su Asamblea Plenaria en Tierra Santa (11-16 septiembre 2015), expresan su cercanía a los fieles y agradecen al Patriarca de Jerusalén por la invitación. También expresan su agradecimiento a los religiosos, en este año dedicado a la vida consagrada, y a todos los cristianos que se han reunido y que viven en esta tierra, por su testimonio de fe y cuidado de los Lugares Santos, como lugares de memoria cristiana y de adoración. A través de su peregrinación, los obispos europeos también desearon incentivar las peregrinaciones en la tierra de Jesús, con el fin de renovar la fe y apoyar a los cristianos de estos lugares.

Al venir aquí, los prelados europeos también desearon renovar su arraigo en Cristo, en un momento en que Europa está pidiendo de la Iglesia, aunque no siempre conscientemente, que proclame sin miedo y con alegría la vida nueva en Cristo, que es el Evangelio. La exhortación apostólica del Papa Francisco, Evangelii Gaudium, a menudo se recordó como un incentivo para la renovación pastoral. El Jubileo de la Misericordia, también es un regalo para la Iglesia y oportunidad de gracia, la cual la comunidad cristiana, junto con sus sacerdotes, ya lo ha acogido como un tiempo de conversión espiritual y nuevo entusiasmo misionero.

En cuanto a las alegrías, sufrimientos y desafíos de la Iglesia en los diferentes países, surgió una imagen del gran movimiento de los pueblos: los que buscan asilo, los refugiados, los migrantes. La angustia no conoce límites. La complejidad de este éxodo, con sus inevitables diferenciaciones, exige una gran atención por parte de los Estados individuales, cuyas situaciones son radicalmente diferentes, con el objetivo de responder rápidamente a las necesidades de asistencia inmediata y acogida de personas desesperadas debido a la guerra, la persecución y la miseria. A través de las instituciones necesarias, los Estados deben mantener el orden público, garantizar la justicia para todos y ofrecer una generosa disposición a los verdaderamente necesitados, con miras a la integración respetuosa y de colaboración.

El compromiso de las Iglesias de Europa es grande, y siguiendo las indicaciones del Santo Padre Francisco, ellas están colaborando con los Estados, los cuales son los principales responsables de la vida social y económica de sus pueblos. Las muchas experiencias, ya en marcha, alientan la búsqueda y la intensificación de todos los esfuerzos. Dada la complejidad de las situaciones y la amplitud de las tragedias humanitarias, esperamos que la ONU tome la situación en consideración decisiva y alcance soluciones eficaces, no sólo con respecto a la primera acogida, sino también a los países de origen de los migrantes, tomando medidas apropiadas para detener la violencia y construir la paz y el desarrollo de todos los pueblos. Por otra parte, la paz en el Medio Oriente y en África del Norte es vital para Europa, al igual que es crucial que una verdadera paz pueda llegar tan pronto sea posible, en el propio continente, a partir de Ucrania.

El Medio Oriente, que sufre conflictos, divisiones y guerras, necesita justicia y estabilidad en las diferentes regiones y pueblos: los obispos reafirman que diálogo y desarrollo es el verdadero nombre de la paz. Garantizando la igualdad de los ciudadanos, los países del Medio Oriente y las sociedades, ricas en su propio patrimonio cultural y religioso, podrían ser un ejemplo de convivencia para la comunidad internacional. En Tierra Santa, la comunidad cristiana contribuye de una manera muy especial para la construcción de la paz, la comprensión y la cultura del perdón, la cual, sin la cohesión social no existe. En particular, los obispos esperan que la delicada situación en la región del Valle Cremisan pueda encontrar una solución adecuada, respetando los derechos de las familias, de sus propiedades y de las dos comunidades religiosas, así como su misión de enseñanza.

La necesidad de respetar la libertad religiosa como un derecho humano fundamental, surgió con fuerza. Una trágica prueba de ello es la persecución de los cristianos, muchos de los cuales han ofrecido sus vidas con el testimonio ejemplar de la fe: ellos están en nuestras oraciones, nuestra cercanía fraterna y admiración, se extiende a los mismos. Por otra parte, la secularización en curso, en los países de Europa, tiende a confinar la religión a la esfera privada y al margen de la sociedad. En esta imagen, viene el derecho fundamental de los padres a educar a sus propios hijos según sus convicciones. Para que esta libertad sea posible, es necesario que las escuelas católicas sean capaces de llevar a cabo su tarea educativa, en nombre de toda la sociedad con todo el apoyo necesario. Los obispos europeos reafirman este derecho innato en Tierra Santa, y también apoyan a los sacerdotes y familias, preocupados por la educación de sus hijos.

Uno de los temas que con frecuencia surgió y que vincula a la Asamblea al próximo Sínodo, fue el de la familia. Se reiteró sobre la belleza humana y cristiana de la familia y su realidad universal: padre, madre, hijos. El declive demográfico que se observa en casi todos los países europeos, es un asunto de especial preocupación. En Nazaret los Presidentes de las Conferencias Episcopales, junto con las familias locales, oraron por el Sínodo y, estas familias, junto con los párrocos, garantizaron que durante el Sínodo ofrecerán oraciones diarias en la Basílica de la Anunciación, por el Papa y los obispos reunidos en Roma.

La Iglesia cree firmemente en la familia fundada en el matrimonio entre un hombre y una mujer: es la célula básica de la sociedad y de la propia comunidad cristiana. Es difícil ver por qué diferentes situaciones de convivencia deben ser tratadas de la misma manera. De particular preocupación, es el intento de aplicar la “teoría de género”: es un plan de “un pensamiento” que tiende a colonizar Europa y, sobre el cual, el Papa Francisco también ha hablado con frecuencia. La Iglesia no acepta “la teoría de género”, ya que es una expresión de una antropología contraria a la apreciación real y auténtica de la persona humana.

En vista del Año de la Misericordia, los sacerdotes renovaron su compromiso para la verdadera felicidad y el destino de la humanidad. Para ello, al igual que los primeros apóstoles, ellos se dirigen a los ciudadanos europeos y a los países, con la palabra del Evangelio, conscientes de que sólo en Jesucristo se pueden encontrar respuestas a las preguntas profundas del corazón, para que el humanismo europeo pueda ser plenamente realizado.