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El mundo visto desde Roma

Servicio diario - 24 de septiembre de 2015

Viajes pontificios

Francisco canoniza al misionero español Junípero Serra
En una ceremonia multitudinaria celebrada en Washington, el Pontífice señaló que el nuevo santo supo salir al encuentro de tantos y testimoniar la alegría del Evangelio

Francisco a los obispos de EEUU: trabajar para que nunca más existan crímenes de abusos
11:45 - Washington. Catedral de San Mateo: El Santo Padre pide más atención hacia los sacerdotes y los inmigrantes. Recordó a las víctimas del aborto, del hambre, de las bombas y de la droga. No ser predadores de la naturaleza sino administradores de los bienes de Dios

El Papa en Washington elogia la libertad religiosa e invita a defenderla
​09.15 - El Santo Padre encuentra en la Casa Blanca al presidente Obama, a su consorte y a las autoridades

El Papa Francisco conquistó a los medios de comunicación en Estados Unidos
Giro radical: Las cadenas internacionales del país no puden contener la admiración por el Papa humilde, sencillo y comprometido con la sociedad

Viaje del Papa a Estados Unidos - Programa del miércoles 23
Encuentro con Obama, con los obispos y canonización de Fray Junípero

El papa Francisco

Texto completo de la homilía del Papa en la misa de canonización de fray Junípero Serra
Francisco elogió las virtudes del nuevo santo. Durante su labor evangelizadora, el misionero de origen español "buscó defender la dignidad de la comunidad nativa" de California

Los obispos de EE. UU. presentan una App gratuita para seguir el viaje del Papa
El próximo presidente de la comisión de comunicaciones de la Conferencia Episcopal de Estados Unidos explica en qué consiste esta herramienta disponible en español e inglés

Texto completo del Papa en el encuentro con los obispos de Estados Unidos
En la Catedral de San Mateo en Washington el Santo Padre recuerda a los prelados que 'nuestra misión episcopal' consiste en primer lugar en cimentar la unidad 

Texto completo del papa Francisco en la Casa Blanca
Ante el presidente Obama y autoridades el Santo Padre habla de defender la libertad religiosa y ser custodios de la creación

Mundo

El rey de España asistirá a la intervención del papa Francisco ante la ONU
La necesidad de reemplazar la indiferencia global por una solidaridad global será uno de los principios que se espera defienda el Pontífice en su mensaje ante la Asamblea General de las Naciones Unidas

El Papa en Cuba
Refexiones del obispo de San Cristóbal de Las Casas, Felipe Arizmendi Esquivel

Fray Junípero Serra, santo, más allá de las polémicas
El Papa lo canonizó hoy en Washington. Objeciones y opiniones particulares sobre la vida del fraile

Espiritualidad y oración

¡No podemos dejar solos a nuestros hermanos presos!
Carta pastoral del arzobispo de Madrid, Mons. Carlos Osoro Sierra, con motivo de la celebración de la Virgen de la Merced. 'Reclusión no es lo mismo que exclusión'

Beata Columba Gabriel - 24 de septiembre
«Joven aristócrata polaca que eligió el camino de la santidad, fortaleciéndose en las pruebas. En cumplimiento de la voluntad divina fundó en Roma las Hermanas Benedictinas de la Caridad»  


Viajes pontificios


Francisco canoniza al misionero español Junípero Serra
 

En una ceremonia multitudinaria celebrada en Washington, el Pontífice señaló que el nuevo santo supo salir al encuentro de tantos y testimoniar la alegría del Evangelio

Por Redacción

Madrid, (ZENIT.org)

El papa Francisco ha declarado santo a fray Junípero Serra este miércoles en Washington. Este franciscano de origen español llevó el Evangelio al suroeste de Estados Unidos y fundó nueve misiones en el siglo XVIII. Con su canonización equipolente --es decir, de forma extraordinaria sin necesidad de milagro--, el Pontífice ha valorado el trabajo de tantos misioneros que evangelizaron América y ha reiterado su llamada a toda la Iglesia a la misión.

Uno de los diez templos católicos más grandes del mundo, la Basílica de la Inmaculada Concepción, se ha quedado pequeño para la Santa Misa que el Santo Padre ha oficiado al aire libre ante más de 25 mil personas, y que también ha contado con la presencia del vicepresidente de Estados Unidos, Joe Biden.

En los jardines adyacentes había 15 mil fieles que han podido presenciar la celebración sentados y otros 10 mil que lo han hecho de pie. Además, dentro de la iglesia se encontraban unos 2.300 seminaristas y novicias estadounidenses que la han seguido desde allí a través de pantallas.

En el pórtico este del santuario, donde se ha situado un escenario con un altar erigido expresamente para la ocasión, el Papa ha presidido la primera ceremonia de canonización de la historia que ha tenido lugar en suelo norteamericano.

En su homilía, pronunciada en español, Francisco ha presentado al nuevo santo como “uno de esos testigos de Jesús, que supo testimoniar en estas tierras la alegría del Evangelio”. Fue un hombre que “supo dejar su tierra y sus costumbres. Se animó a abrir caminos, supo salir al encuentro de tantos, aprendiendo a respetar sus costumbres y peculiaridades”.

El misionero hispano contagiaba la chispa de “la vida de Dios en los rostros de los que iba encontrando, haciéndolos sus hermanos”. Por eso, respondiendo a las protestas de algunos líderes indígenas de California, el Pontífice ha afirmado que “Junípero busco defender la dignidad de la comunidad nativa, protegiéndola de cuantos la habían abusado. Abusos que hoy nos siguen provocando desagrado, especialmente por el dolor que causan en la vida de tantos”.

En esta misma línea, el Santo Padre ha llamado a evangelizar “sin miedo, sin prejuicios, sin superioridad y sin purismos”, al tiempo que ha asegurado que el pueblo de Dios no “teme al error”. Así, ha detallado que Jesús no da una “lista selectiva de quién sí y quién no, de quiénes son dignos o no de recibir su mensaje y su presencia” y ha explicado que quien lo sigue se tiene que alejar “de esperar una vida maquillada, decorada, trucada”.

A continuación, Francisco ha pedido a todos los cristianos que “vayan a aquellos que viven con el peso del dolor, del fracaso, del sentir una vida truncada y anuncien la locura de un Padre que busca ungirlos con el óleo de la esperanza, de la salvación”. “Vayan a anunciar que el error, las ilusiones engañosas, las equivocaciones, no tienen la última palabra en la vida de una persona”, ha insistido.

Por otro lado, el Papa ha lamentado el encierro de la Iglesia y ha exhortado que no se cristalice “en las elites, al aferrarse a las propias seguridades”. En este sentido, ha explicado que “el encierro en sus múltiples formas es la causa de tantas resignaciones”. La misión “no nace nunca de un proyecto perfectamente elaborado o de un manual muy bien estructurado y planificado” sino de una vida que se sintió “buscada y sanada, encontrada y perdonada”, ha asegurado.

“La Iglesia, el Pueblo santo de Dios, sabe transitar los caminos polvorientos de la historia atravesados tantas veces por conflictos, injusticias, violencia para ir a encontrar a sus hijos y hermanos”, ha enfatizado el Pontífice.

Fray Junípero Serra --ha concluido el Santo Padre-- “supo vivir lo que es «la Iglesia en salida», esta Iglesia que sabe salir e ir por los caminos, para compartir la ternura reconciliadora de Dios”.  

Al finalizar la celebración, el papa Francisco ha regalado un cáliz a la Archidiócesis de Washington y ha depositado un rosario a los pies de la imagen de la Virgen María.

También puede leer: Texto completo de la homilía del Papa en la misa de canonización de fray Junípero Serra

 

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Francisco a los obispos de EEUU: trabajar para que nunca más existan crímenes de abusos
 

11:45 - Washington. Catedral de San Mateo: El Santo Padre pide más atención hacia los sacerdotes y los inmigrantes. Recordó a las víctimas del aborto, del hambre, de las bombas y de la droga. No ser predadores de la naturaleza sino administradores de los bienes de Dios

Por Rocío Lancho García

Ciudad del Vaticano, (ZENIT.org)

El Santo Padre se ha reunido este miércoles con sus “hermanos en el episcopado” de Estados Unidos, en la Catedral de San Mateo Apóstol de en Washington, a quienes ha dedicado un discurso muy extenso, algo poco habitual en Francisco. Son 457 los obispos que componen la Conferencia Episcopal de EE.UU., la segunda más numerosa tras la de Brasil.

Francisco, que llegó a la Catedral procedente de la Casa Blanca, ha pedido que “ningún miembro del Cuerpo de Cristo y de la nación americana se sienta excluido del abrazo del Papa”. Del mismo modo, les ha asegurado que “cuando echan una mano para realizar el bien” sepan que “el Papa los acompaña y los ayuda, pone también él su mano --vieja y arrugada pero, gracias a Dios, capaz todavía de apoyar y animar-- junto a las suyas”.

El Santo Padre no ha dejado pasar la ocasión para dedicar unas palabras a los casos de abusos a menores que golpearon con fuerza a la Iglesia de este país. Por eso ha indicado que sabe “cuánto les ha hecho sufrir la herida de los últimos años, y he seguido de cerca su generoso esfuerzo por curar a las víctimas, consciente de que, cuando curamos, también somos curados, y por seguir trabajando para que esos crímenes no se repitan nunca más”.

Recordó también a las víctimas inocentes del aborto, los niños que mueren de hambre o bajo las bombas, los inmigrantes se ahogan en busca de un mañana, los ancianos o los enfermos, de los que se quiere prescindir, las víctimas del terrorismo, de las guerras, de la violencia y del tráfico de drogas, el medio ambiente devastado por una relación predatoria del hombre con la naturaleza, “en todo esto está siempre en juego el don de Dios, del que somos administradores nobles, pero no amos”, ha advertido. Recordando que “no es lícito por tanto eludir dichas cuestiones o silenciarlas”. No menos importante --ha añadido-- es el anuncio del Evangelio de la familia.         

Ha destacado que “nuestra mayor alegría es ser pastores, y nada más que pastores, con un corazón indiviso y una entrega personal irreversible”. Por ello les ha pedido que custodien esta alegría.  Asimismo ha subrayado que “la esencia de nuestra identidad se ha de buscar en la oración asidua, en la predicación y el apacentar”.                    

El Pontífice ha pedido a los obispos que “estén atentos a que la grey encuentre siempre en el corazón del Pastor esa reserva de eternidad que ansiosamente se busca en vano en las cosas del mundo”.  

Les ha recordado que “somos artífices de la cultura del encuentro” y asimismo, les ha subrayado que “el diálogo es nuestro método”, no “por astuta estrategia” sino por fidelidad a Jesús. De este modo, el Pontífice ha recordado que “el lenguaje duro y belicoso de la división no es propio del Pastor, no tiene derecho de ciudadanía en su corazón y, aunque parezca por un momento asegurar una hegemonía aparente, sólo el atractivo duradero de la bondad y del amor es realmente convincente”. Por ello, el Santo Padre ha invitado a los presentes a aprender a ser como Jesús, “manso y humilde” y a cimentar la unidad. 

Por otro lado, también ha deseado que el Año Santo de la Misericordia “sea para todos una ocasión privilegiada para reforzar la comunión, perfeccionar la unidad, reconciliar las diferencias, perdonarnos unos a otros y superar toda división”.  

El Santo Padre ha asegurado a los obispos “que una parte esencial de su misión es ofrecer a los Estados Unidos de América la levadura humilde y poderosa de la comunión”.            

Antes de terminar su larga intervención, les ha dado dos últimas recomendaciones. La primera: “Sean Pastores cercanos a la gente" y "de modo especial con sus sacerdotes”. Invitándoles a no caer "en la tentación de convertirse en notarios y burócratas", sino "expresión de la maternidad de la Iglesia que engendra y hace crecer a sus hijos”. 

La segunda se ha referido a los inmigrantes. “La iglesia en Estados Unidos conoce como nadie las esperanzas del corazón de los inmigrantes. Ustedes siempre han aprendido su idioma, apoyado su causa, integrado sus aportaciones, defendido sus derechos, promovido su búsqueda de prosperidad, mantenido encendida la llama de su fe".

 

"Incluso ahora, ninguna institución estadounidense hace más por los inmigrantes que sus comunidades cristianas”. Por todo ello, les ha dado las gracias y les ha animado que les acojan sin miedo, ofreciéndoles “el calor del amor de Cristo”.

 

Leer el texto completo aquí

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El Papa en Washington elogia la libertad religiosa e invita a defenderla
 

​09.15 - El Santo Padre encuentra en la Casa Blanca al presidente Obama, a su consorte y a las autoridades

Por Sergio Mora

Roma, (ZENIT.org)

​En una mañana de sol, el papa Francisco llegó este miércoles a la Casa Blanca desde la sede de la nunciatura apostólica en Washington, en donde pasó la noche, proveniente de Cuba en donde concluyó ayer su viaje apostólico.

A la entrada en la Casa Blanca en un coche Fiat, el Papa fue saludado con trompetas. El presidente y su consorte Michel le saludaron y a continuación los dos hombres más importantes del mundo subieron a un estrado, mientras la banda interpretaba primero el himno del Vaticano y a continuación el de Estados Unidos, y no faltó un pequeño desfile histórico.

“Qué linda jornada, en nombre de Michel y mio, bienvenido a la Casa Blanca”, dijo Obama y saludó “al primer papa de las Américas”. Consideró importante mostrar lo que la fe católica hace para reforzar a Estados Unidos porque, cuando joven habiendo trabajado con las Iglesias de Chicago pudo constatar cómo dan de comer a los hambrientos, casa a los sin techo, instrucción a los niños, en todas las ciudades.Y que vale también para los refugiados que huyen o para quien busca una vida mejor, “esto significa compasión por los marginados y los que sufren”, dijo.

Indicó dirigiéndose a Francisco, que está convencido “de su rol como Papa y sus cualidades como persona, humildad, simplicidad y generosidad de espíritu, que vive de las enseñanzas de Jesús”.

Y concluyó considerando que “tenemos que luchar por algo mejor, sacudir nuestras conciencias y amar más, ser más justos y más libres”.

En sus palabras pronunciadas en inglés, el Santo Padre le agradeció al presidente Barack Obama “la bienvenida que me ha dispensado en nombre de todos los ciudadanos estadounidenses”, y recordó que “como hijo de una familia de inmigrantes, me alegra estar en este país, que ha sido construido en gran parte por tales familias”.

Precisó que los católicos estadounidenses, junto con sus conciudadanos, están comprometidos con la construcción de una sociedad verdaderamente tolerante e incluyente, en la que se salvaguarden los derechos de las personas y las comunidades, y se rechace toda forma de discriminación injusta”. Y elogió la libertad religiosa y la necesidad de defenderla”.

Consideró postivo el deseo del presidente de reducir las emisiones que dañan el ambiente, y añadió que “el cambio climático es un problema que no se puede dejar a la próxima generación” y alentó a “hacer los cambios necesarios para lograr 'un desarrollo sostenible e integral, pues sabemos que las cosas pueden cambiar'". 

Citando a Luther King dijo que hemos incumplido un pagaré y ahora es el momento de saldarlo.

Y que en la Laudato Si' señala que “la humanidad aún posee la capacidad de colaborar para construir nuestra casa común” queremos “comprometernos con el cuidado consciente y responsable de nuestra casa común”.

Elogió también “los esfuerzos realizados recientemente para reparar relaciones rotas y abrir nuevas puertas a la cooperación dentro de nuestra familia humana”. Invitó así a proteger a los más vulnerables de nuestro mundo y para suscitar modelos integrales e inclusivos de desarrollo”, deseando que “gocen de la bendición de la paz y la prosperidad que Dios quiere para todos sus hijos”. Y tras agradecer al presidente Obama, pronunció la frase ¡Que Dios bendiga a América! 

Clicando aquí se puede leer el texto completo

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El Papa Francisco conquistó a los medios de comunicación en Estados Unidos
 

Giro radical: Las cadenas internacionales del país no puden contener la admiración por el Papa humilde, sencillo y comprometido con la sociedad

Por Enrique Soros

Washington, (ZENIT.org)

Tres ciudades reciben al Papa en Estados Unidos: Washington, Nueva York y Filadelfia. Las tres están transformadas. Ya sólo la presencia de 8.000 reporteros, camarógrafos con sus gigantes cámaras, y otra gente de medios es suficiente para advertir que algo absolutamente inusual está sucediendo. A esto se suman controles policiales, ambulancias con las sirenas que penetran los oídos, helicópteros volando a baja altura, francotiradores en edificios claves, y una multitud de turistas con sus mochilas a cuestas, que aparecen de pronto en estas ciudades, para formar parte del paisaje por unos días. Esto es lo que se precibe, esto es lo que se ve.

Se trata del primer viaje del Papa Francisco a Estados Unidos. Y, como no podría ser de otra forma, incluirá una agenda espectacular. La Casa Blanca, encuentro con los obispos de Estados Unidos en la Catedral de Washington, el Congreso de la Nación, canonización en el Santuario Nacional, Naciones Unidas, festival y misa con multitudes en Filadelfia, y entre todos estos eventos de importancia universal, un programa “extra”, que para Francisco es esencial: las periferias de los que sufren, los excluídos, aquellos por quienes se desvive.

Antes del aterrizaje del Papa, se concentraron en la seguridad. Luego en Francisco
Hasta la llegada del Papa al país, los medios de comunicación han acentuado el tema de la protección del Santo Padre. Nunca, en la historia de Estados Unidos, ha habido un operativo tan grande de seguridad, como el que ha provocado la llegada del papa Francisco. Comentaba un miembro del Servicio Secreto, que desde fines de agosto ningún miembro de dicha agencia tuvo autorización para tomarse vacaciones, ante la necesidad de contar con todos los recursos para preservar la seguridad del Santo Padre. Es que además de lo que significa la presencia de un pontífice, debe agregarse los dolores de cabeza que este Papa concreto provoca a los servicios de seguridad dondequiera que vaya, dado que suele ser poco formal en sus recorridos, y por saludar a la gente, se hace a veces imposible protegerlo.

A medida que se acercaba el momento del aterrizaje, las cadenas de noticias de Estados Unidos cambiaron la perspectiva, y comenzaron a desarrollar los temas de fondo: la implicancia de la visita del Papa Francisco a estas tierras. Hay clara conciencia que su viaje es pastoral, y que desea fortalecer la fe de los creyentes y evangelizar, pero no se deja de mencionar con énfasis que su meta es también tender lazos de unidad entre las personas y países en el mundo, y llamar la atención sobre temas esenciales, como la protección del medio ambiente, la inmigración y la dignidad del inmigrante, el hambre en el mundo, la importancia de la familia como núcleo de la sociedad, etc.

El Papa se ha ganado a los medios de comunicación en Estados Unidos
Dado que la Iglesia estadounidense ha acentuado en los últimos años con marcada unilateralidad la importancia de combatir el aborto, la anticoncepción y el llamado “matrimonio igualitario”, los medios de comunicación, que tienden a ser liberales, han mencionado estos temas, sin duda controvertidos para la sociedad, cada vez que mencionaban a la Iglesia o al Papa. Y su perspectiva, claro, era más bien de criítica. A los temas mencionados, se sumaba siempre, como caballito de batalla, y sin falta, el abuso que menores sufrieran en manos de sacerdotes.

Hoy podemos constatar un marcado giro. Esa Iglesia “tradicional, lejana del mundo, moralista, protectora de abusadores”, pareciera ser del pasado. Un papa afectivo, humilde, sencillo, parece haberse ganado el corazón de la gente de medios en Estados Unidos. Hablando de política, expresan que no es ni republicano ni demócrata. En el campo de la economía, explican que critica al capitalismo, pero también al comunismo. Buscan el equilibrio. Y hasta, increíble, defenderlo.

Hay al menos dos razones poderosas que motivan a los liberales (demócratas) a apoyar al Papa: la protección del medio ambiente y el combate al calentamiento global (cuya relación con conductas humanas los republicanos niegan tozudamente), y la justicia social, el seguro social (a lo que los republicanos se resisten). Pero también tienen dos razones importantes para combatirlo: los demócratas suelen favorecer el aborto (utilizando su eufemismo: pro choice), y presionan irrestrictamente la agenda del lobby gay.

Pero lo cierto, es que el Papa se los ha ganado. CNN, Fox News y otras cadenas hablan de que Francisco es un hombre de fe, de esperanza, a quien todo el mundo quiere. Remarcan constantemente sus gestos de humildad, que no vive en el lujoso aposento del Vaticano, que utiliza vehículos sencillos, como el Fiat 500 que ayer lo llevó a la Nunciatura Apostólica en Washington, rodeado de 4x4 blindados, y expresan su admiración por la pasión de Francisco de visitar a los más necesitados, inmigrantes, presidiarios, enfermos. Y, llamativo, ¡le creen! Son conscientes de que no se trata de una fachada, sino de una actitud muy auténtica, noble y pura.

El Washington Post afirma en una nota que “ha llegado por primera vez a los Estados Unidos el argentino popular de 78 años, que ha suavizado el tono de los mensajes de la Iglesia, que ha marcado la importancia del cambio climático, ha llamado la atención por los pobres y que a obtenido un lugar en el escenario global". Ninguna crítica a la Iglesia en el recorrido de todo el artículo. Muy llamativo.

Hoy se ven carteles en Washington que piden sumarse a la autoridad moral del Papa Francisco para combatir el cambio climático. El mensaje está suscripto por activistas no católicos. Algo al menos, muy curioso, que se mencione al Papa como referente moral, en círculos en que siempre fuera acusado de asocial.

No podemos afirmar que el Papa se haya ganado al pueblo estadounidense. En realidad, no creemos que esto suceda. En los próximos días habrá en Washington, Nueva York y Filadelfia excepcionales muestras de fe, pero, claro, especialmente de parte de católicos, que conforman un cuarto de la población del país. El 75 por ciento restante, se estará nutriendo especialmente de los medios liberales, que pasaron a admirar a Francisco, y que a través de este giro, comienzan a tener una imagen positiva de la Iglesia, comprometida con los necesitados, con la justicia social, con los destinos de la humanidad. La Iglesia estadounidense está aprendiendo a no encasillarse histéricamente en sólo dos temas, sino que con Francisco, aprende a ver el mensaje del Evangelio desde una perspectiva amplia, completa, abarcando toda la realidad de la dignidad de la persona. Y de una forma positiva. Y eso tiene consecuencias también positivas en todo el mundo, incluyendo los medios de comunicación.

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Viaje del Papa a Estados Unidos - Programa del miércoles 23
 

Encuentro con Obama, con los obispos y canonización de Fray Junípero

Por Redacción

Roma, (ZENIT.org)

Miércoles, 23 de septiembre

-- 9:15 Ceremonia de bienvenida en el Jardín Sur de la Casa Blanca. Francisco hará un discurso y tiene un encuentro con el presidente Obama. (15:15 hora central europea)

-- 11:00 Encuentro con obispos de Estados Unidos en la Catedral de San Mateo. (17:00 hora central europea)

-- 16:15 Santa Misa para la canonización de Fray Junípero Serra en el Santuario Nacional de la Inmaculada Concepción. (22:15 hora central europea)

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El papa Francisco


Texto completo de la homilía del Papa en la misa de canonización de fray Junípero Serra
 

Francisco elogió las virtudes del nuevo santo. Durante su labor evangelizadora, el misionero de origen español "buscó defender la dignidad de la comunidad nativa" de California

Por Redacción

Madrid, (ZENIT.org)

El papa Francisco ha elevado a los altares a fray Junípero Serra, el primer santo hispano en Estados Unidos, en una ceremonia que ha tenido lugar este miércoles en el Santuario Nacional de la Inmaculada Concepción. Refiriéndose al misionero de origen español, el Pontífice ha destacado que siempre "buscó defender la dignidad de la comunidad nativa" durante su labor evangelizadora. A continuación publicamos el texto íntegro de la homilía del Santo Padre en la misa de canonización: 

«Alégrense siempre en el Señor. Repito: Alégrense» (Flp 4,4). Una invitación que golpea fuerte nuestra vida. «Alégrense» nos dice Pablo con una fuerza casi imperativa. Una invitación que se hace eco del deseo que todos experimentamos de una vida plena, una vida con sentido, una vida con alegría. Es como si Pablo tuviera la capacidad de escuchar cada uno de nuestros corazones y pusiera voz a lo que sentimos y vivimos. Hay algo dentro de nosotros que nos invita a la alegría y a no conformarnos con placebos que siempre quieren contentarnos.

Pero a su vez, vivimos las tensiones de la vida cotidiana. Son muchas las situaciones que parecen poner en duda esta invitación. La propia dinámica a la que muchas veces nos vemos sometidos parece conducirnos a una resignación triste que poco a poco se va transformando en acostumbramiento, con una consecuencia letal: anestesiarnos el corazón.

No queremos que la resignación sea el motor de nuestra vida, ¿o lo queremos?; no queremos que el acostumbramiento se apodere de nuestros días, ¿o sí?. Por eso podemos preguntarnos, ¿cómo hacer para que no se nos anestesie el corazón? ¿Cómo profundizar la alegría del Evangelio en las diferentes situaciones de nuestra vida?

Jesús lo dijo a los discípulos de ayer y nos lo dice a nosotros: ¡vayan!, ¡anuncien! La alegría del evangelio se experimenta, se conoce y se vive solamente dándola, dándose.

El espíritu del mundo nos invita al conformismo, a la comodidad; frente a este espíritu humano «hace falta volver a sentir que nos necesitamos unos a otros, que tenemos una responsabilidad por los demás y por el mundo» (Laudato si’, 229). Tenemos la responsabilidad de anunciar el mensaje de Jesús. Porque la fuente de nuestra alegría «nace de ese deseo inagotable de brindar misericordia, fruto de haber experimentado la infinita misericordia del Padre y su fuerza difusiva» (Evangelii gaudium, 24). Vayan todos a anunciar ungiendo y a ungir anunciando.

A esto el Señor nos invita hoy y nos dice: La alegría el cristiano la experimenta en la misión: «Vayan a las gentes de todas las naciones» (Mt 28,19).

La alegría el cristiano la encuentra en una invitación: Vayan y anuncien.
La alegría el cristiano la renueva, la actualiza con una llamada: Vayan y unjan.

Jesús los envía a todas las naciones. A todas las gentes. Y en ese «todos» de hace dos mil años estábamos también nosotros. Jesús no da una lista selectiva de quién sí y quién no, de quiénes son dignos o no de recibir su mensaje, y su presencia. Por el contrario, abrazó siempre la vida tal cual se le presentaba. Con rostro de dolor, hambre, enfermedad, pecado. Con rostro de heridas, de sed, de cansancio. Con rostro de dudas y de piedad. Lejos de esperar una vida maquillada, decorada, trucada, la abrazó como venía a su encuentro. Aunque fuera una vida que muchas veces se presenta derrotada, sucia, destruida. A «todos» dijo Jesús, a todos vayan y anuncien; a toda esa vida como es y no como nos gustaría que fuese, vayan y abracen en mi nombre. Vayan al cruce de los caminos, vayan... a anunciar sin miedo, sin prejuicios, sin superioridad, sin purismos a todo aquel que ha perdido la alegría de vivir, vayan a anunciar el abrazo misericordioso del Padre. Vayan a aquellos que viven con el peso del dolor, del fracaso, del sentir una vida truncada y anuncien la locura de un Padre que busca ungirlos con el óleo de la esperanza, de la salvación. Vayan a anunciar que el error, las ilusiones engañosas, las equivocaciones, no tienen la última palabra en la vida de una persona. Vayan con el óleo que calma las heridas y restaura el corazón.

La misión no nace nunca de un proyecto perfectamente elaborado o de un manual muy bien estructurado y planificado; la misión siempre nace de una vida que se sintió buscada y sanada, encontrada y perdonada. La misión nace de experimentar una y otra vez la unción misericordiosa de Dios.

La Iglesia, el Pueblo santo de Dios, sabe transitar los caminos polvorientos de la historia atravesados tantas veces por conflictos, injusticias y violencia para ir a encontrar a sus hijos y hermanos. El santo Pueblo fiel de Dios, no teme al error; teme al encierro, a la cristalización en elites, al aferrarse a las propias seguridades. Sabe que el encierro en sus múltiples formas es la causa de tantas resignaciones.

Por eso, «salgamos, salgamos a ofrecer a todos la vida de Jesucristo» (Evangelii gaudium, 49). El Pueblo de Dios sabe involucrarse porque es discípulo de Aquel que se puso de rodillas ante los suyos para lavarles los pies (cf. ibíd., 24).

Hoy estamos aquí, podemos estar aquí, porque hubo muchos que se animaron a responder a esta llamada, muchos que creyeron que «la vida se acrecienta dándola y se debilita en el aislamiento y la comodidad» (Documento de Aparecida, 360). Somos hijos de la audacia misionera de tantos que prefirieron no encerrarse «en las estructuras que nos dan una falsa contención... en las costumbres donde nos sentimos tranquilos, mientras afuera hay una multitud hambrienta» (Evangelii gaudium, 49). Somos deudores de una tradición, de una cadena de testigos que han hecho posible que la Buena Nueva del Evangelio siga siendo generación tras generación Nueva y Buena.

Y hoy recordamos a uno de esos testigos que supo testimoniar en estas tierras la alegría del Evangelio, Fray Junípero Serra. Supo vivir lo que es «la Iglesia en salida», esta Iglesia que sabe salir e ir por los caminos, para compartir la ternura reconciliadora de Dios. Supo dejar su tierra, sus costumbres, se animó a abrir caminos, supo salir al encuentro de tantos aprendiendo a respetar sus costumbres y peculiaridades. Aprendió a gestar y a acompañar la vida de Dios en los rostros de los que iba encontrando haciéndolos sus hermanos. Junípero buscó defender la dignidad de la comunidad nativa, protegiéndola de cuantos la habían abusado. Abusos que hoy nos siguen provocando desagrado, especialmente por el dolor que causan en la vida de tantos.

Tuvo un lema que inspiró sus pasos y plasmó su vida: supo decir, pero sobre todo supo vivir diciendo: «siempre adelante». Esta fue la forma que Junípero encontró para vivir la alegría del Evangelio, para que no se le anestesiara el corazón. Fue siempre adelante, porque el Señor espera; siempre adelante, porque el hermano espera; siempre adelante, por todo lo que aún le quedaba por vivir; fue siempre adelante. Que, como él ayer, hoy nosotros podamos decir: «siempre adelante». 

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Los obispos de EE. UU. presentan una App gratuita para seguir el viaje del Papa
 

El próximo presidente de la comisión de comunicaciones de la Conferencia Episcopal de Estados Unidos explica en qué consiste esta herramienta disponible en español e inglés

Por Deborah Castellano Lubov

Washington, (ZENIT.org)

¿Quieres seguir a Francisco durante su viaje apostólico a Estados Unidos? ¿Quieres ver sus eventos, escuchar sus discursos y entender lo que está pasando en Washington, Nueva York y Filadelfia?

La aplicación creada por la Iglesia católica en EE. UU. te acerca al Santo Padre hasta tu teléfono móvil. El obispo Christopher Coyne de Burlington, Vermont, habló con ZENIT en Washington acerca de esta App y lo que ofrece.

El prelado estadounidense es el próximo presidente de la comisión de comunicaciones de la Conferencia Episcopal de Estados Unidos (USCCB), tras dirigir las relaciones públicas de la Arquidiócesis de Boston.

“Disponible en inglés y español, hay una nueva App para tabletas y teléfonos que utiliza tanto los sistemas operativos iOS como Android", comenzó explicando el obispo. Presentada por la USCCB, la aplicación es gratuita y está diseñada para cualquier persona.

"Va a ofrecer el contenido de todos los discursos papales. Tendrá contenido de todas las visitas y todos los textos. Todos los grandes eventos. Viviremos en directo todo, incluyendo --esperemos-- las conferencias en los centros de prensa".

"Así que cualquier persona, aquí y por todo el mundo, que hable inglés o español, simplemente tiene que descargar la aplicación. Tendrán acceso completo a lo que el Papa va a hacer en EE. UU. durante los próximos días".

Para todos la retransmisión en vivo, señaló, desde donde esté cada uno. "Cuando él esté hablando en español, van a estar traduciendo al inglés. Cuando él se salga del texto”, bromeó, "con suerte, van a ser capaces de seguirlo".

El próximo presidente de la comisión de comunicación, explicó que, a veces, la traducción es difícil porque el Santo Padre dice algunas cosas de manera espontánea y por tanto poco matizadas o usa modismos argentinos.

La aplicación en sí tendrá enlaces a los textos una vez que el Vaticano los ponga a disposición en su versión oficial.

Además de ofrecer noticias y contenido internacional y nacional, el obispo Coyne destacó que todas las diócesis y parroquias pueden utilizarlo para hacer material para ellos y sus actividades. Durante el primer año, señaló, es gratis y después a un precio asequible.

El obispo Coyne también compartió cómo los centros de prensa están respondiendo a la exhortación de Francisco de proteger el medio ambiente. Haciendo referencia a la encíclica del Pontífice Laudato Si', indicó cómo los centros de prensa están tomando medidas para proteger el medio ambiente, por ejemplo, en lugar de imprimir, van a proporcionar a los periodistas los enlaces a los discursos, para reducir los residuos.

 

***

Para descargar la App: https://itunes.apple.com/us/app/usa-catholic-church/id1023005804?mt=8

 

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Texto completo del Papa en el encuentro con los obispos de Estados Unidos
 

En la Catedral de San Mateo en Washington el Santo Padre recuerda a los prelados que 'nuestra misión episcopal' consiste en primer lugar en cimentar la unidad 

Por Redacción

Ciudad del Vaticano, (ZENIT.org)

Queridos Hermanos en el Episcopado:

Antes que nada quisiera enviar un saludo a la comunidad judía, a nuestros hermanos judíos que hoy celebran la fiesta de Yom Kippur, el Señor les bendiga con paz y les haga ir adelante en la vida de la santidad según esto que hoy hemos escuchado de su Palabra. Sed santos porque yo soy santo

Me alegra tener este encuentro con ustedes en este momento de la misión apostólica que me ha traído a su País. Agradezco de corazón al Cardenal Wuerl y al Arzobispo Kurtz las amables palabras que me han dirigido en nombre de todos. Muchas gracias por su acogida y por la generosa solicitud con que han programado y organizado mi estancia entre ustedes.

Viendo con los ojos y con el corazón sus rostros de Pastores, quisiera saludar también a las Iglesias que amorosamente llevan sobre sus hombros; y les ruego encarecidamente que, por medio de ustedes, mi cercanía humana y espiritual llegue a todo el Pueblo de Dios diseminado en esta vasta tierra.

El corazón del Papa se dilata para incluir a todos. Ensanchar el corazón para dar testimonio de que Dios es grande en su amor es la sustancia de la misión del Sucesor de Pedro, Vicario de Aquel que en la cruz extendió los brazos para acoger a toda la humanidad. Que ningún miembro del Cuerpo de Cristo y de la nación americana se sienta excluido del abrazo del Papa. Que, donde se pronuncie el nombre de Jesús, resuene también la voz del Papa para confirmar: «¡Es el Salvador!». Desde sus grandes metrópolis de la costa oriental hasta las llanuras del midwest, desde el profundo sur hasta el ilimitado oeste, en cualquier lugar donde su pueblo se reúna en asamblea eucarística, que el Papa no sea un nombre que se repite por fuerza de la costumbre, sino una compañía tangible destinada a sostener la voz que sale del corazón de la Esposa: «¡Ven, Señor!».

Cuando echan una mano para realizar el bien o llevar al hermano la caridad de Cristo, para enjugar una lágrima o acompañar a quien está solo, para indicar el camino a quien se siente perdido o para fortalecer a quien tiene el corazón destrozado, para socorrer a quien ha caído o enseñar a quien tiene sed de verdad, para perdonar o llevar a un nuevo encuentro con Dios... sepan que el Papa los acompaña y los ayuda, pone también él su mano –vieja y arrugada pero, gracias a Dios, capaz todavía de apoyar y animar– junto a las suyas.

Mi primera palabra es de agradecimiento a Dios por el dinamismo del Evangelio que ha hecho que la Iglesia de Cristo crezca con fuerza en estas tierras y le ha permitido ofrecer su aportación generosa, en el pasado y en la actualidad, a la sociedad estadounidense y al mundo. Aprecio vivamente y agradezco conmovido su generosidad y solidaridad con la Sede Apostólica y con la evangelización en tantas sufridas partes del mundo. Me alegro del firme compromiso de su Iglesia a favor de la vida y de la familia, motivo principal de mi visita. Sigo con atención el enorme esfuerzo que realizan para acoger e integrar a los inmigrantes que siguen llegando a Estados Unidos con la mirada de los peregrinos que se embarcan en busca de sus prometedores recursos de libertad y prosperidad. Admiro los esfuerzos que dedican a la misión educativa en sus escuelas a todos los niveles y a la caridad en sus numerosas instituciones. Son actividades llevadas a cabo muchas veces sin que se reconozca su valor y sin apoyo y, en todo caso, heroicamente sostenidas con la aportación de los pobres, porque esas iniciativas brotan de un mandato sobrenatural que no es lícito desobedecer. Conozco bien la valentía con que han afrontado momentos oscuros en su itinerario eclesial sin temer a la autocrítica ni evitar humillaciones y sacrificios, sin ceder al miedo de despojarse de cuanto es secundario con tal de recobrar la credibilidad y la confianza propia de los Ministros de Cristo, como desea el alma de su pueblo. Sé cuánto les ha hecho sufrir la herida de los últimos años, y he seguido de cerca su generoso esfuerzo por curar a las víctimas, consciente de que, cuando curamos, también somos curados, y por seguir trabajando para que esos crímenes no se repitan nunca más.

Les hablo como Obispo de Roma, llamado por Dios –siendo ya mayor– desde una tierra también americana, para custodiar la unidad de la Iglesia universal y para animar en la caridad el camino de todas las Iglesias particulares, para que progresen en el conocimiento, en la fe y en el amor a Cristo. Leyendo sus nombres y apellidos, viendo sus rostros, consciente de su alto sentido de la responsabilidad eclesial y de la devoción que han profesado siempre al Sucesor de Pedro, tengo que decirles que no me siento forastero entre ustedes. También yo vengo de una tierra vasta, inmensa y no pocas veces informe, que como la de ustedes, ha recibido la fe del bagaje de los misioneros. Conozco bien el reto de sembrar el Evangelio en el corazón de hombres procedentes de mundos diversos, a menudo endurecidos por el arduo camino recorrido antes de llegar. No me es ajeno el cansancio de establecer la Iglesia entre llanuras, montañas, ciudades y suburbios de un territorio a menudo inhóspito, en el que las fronteras siempre son provisionales, las respuestas obvias no perduran y la llave de entrada requiere conjugar el esfuerzo épico de los pioneros exploradores con la sabiduría prosaica y la resistencia de los sedentarios que controlan el territorio alcanzado. Como cantaba uno de sus poetas: «Alas fuertes e incansables», pero también la sabiduría de quien «conoce las montañas»1

No les hablo sólo yo. Mi voz está en continuidad con la de mis Predecesores. Desde los albores de la «nación americana», cuando apenas acabada la revolución fue erigida la primera diócesis en Baltimore, la Iglesia de Roma los ha acompañado y nunca les ha faltado su contante asistencia y su aliento. En los últimos decenios, tres de mis venerados Predecesores les han visitado, entregándoles un notable patrimonio de magisterio todavía actual, que ustedes han utilizado para orientar programas pastorales con visión de futuro, para guiar a esta querida Iglesia.                    

No es mi intención trazar un programa o delinear una estrategia. No he venido para juzgarles o para impartir lecciones. Confío plenamente en la voz de Aquel que «enseña todas las cosas» (cf. Jn 14,26). Permítanme tan sólo, con la libertad del amor, que les hable como un hermano entre hermanos. No pretendo decirles lo que hay que hacer, porque todos sabemos lo que el Señor nos pide. Prefiero más bien realizar de nuevo ese esfuerzo –antiguo y siempre nuevo– de preguntarnos por los caminos a seguir, los sentimientos que hemos de conservar mientras trabajamos, el espíritu con que tenemos que actuar. Sin ánimo de ser exhaustivo, comparto con ustedes algunas reflexiones que considero oportunas para nuestra misión.

Somos obispos de la Iglesia, pastores constituidos por Dios para apacentar su grey. Nuestra mayor alegría es ser pastores, y nada más que pastores, con un corazón indiviso y una entrega personal irreversible. Es preciso custodiar esta alegría sin dejar que nos la roben. El maligno ruge como un león tratando de devorarla, arruinando todo lo que estamos llamados a ser, no por nosotros mismos, sino por el don y al servicio del «Pastor y guardián de nuestras almas» (1 P 2,25).

La esencia de nuestra identidad se ha de buscar en la oración asidua, en la predicación (cf. Hch 6,4) y el apacentar (cf. Jn 21,15-17; Hch 20,28-31).

No una oración cualquiera, sino la unión familiar con Cristo, donde poder encontrar cotidianamente su mirada y escuchar la pregunta que nos dirige a todos: «¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?» (Mc 3,32). Y poderle responder serenamente: «Señor, aquí está tu madre, aquí están tus hermanos. Te los encomiendo, son aquellos que tú me has confiado». La vida del pastor se alimenta de esa intimidad con Cristo.

No una predicación de doctrinas complejas, sino el anuncio gozoso de Cristo, muerto y resucitado por nosotros. Que el estilo de nuestra misión suscite en cuantos nos escuchan la experiencia del «por nosotros» de este anuncio: que la Palabra dé sentido y plenitud a cada fragmento de su vida, que los sacramentos los alimenten con ese sustento que no se pueden proporcionar a sí mismos, que la cercanía del Pastor despierte en ellos la nostalgia del abrazo del Padre. Estén atentos a que la grey encuentre siempre en el corazón del Pastor esa reserva de eternidad que ansiosamente se busca en vano en las cosas del mundo. Que encuentren siempre en sus labios el reconocimiento de su capacidad de hacer y construir, en la libertad y la justicia, la prosperidad de la que esta tierra es pródiga. Pero que no falte sereno valor de confesar que es necesario buscar no «el alimento que perece, sino el que perdura para la vida eterna» (Jn 6,27).

No apacentarse a sí mismos, sino saber retroceder, abajarse, descentrarse, para alimentar con Cristo a la familia de Dios. Vigilar sin descanso, elevándose para abarcar con la mirada de Dios a la grey que sólo a él pertenece. Elevarse hasta la altura de la Cruz de su Hijo, el único punto de vista que abre al pastor el corazón de su rebaño.

No mirar hacia abajo, a la propia autoreferencialidad, sino siempre hacia el horizonte de Dios, que va más allá de lo que somos capaces de prever o planificar. Vigilar también sobre nosotros mismos, para alejar la tentación del narcisismo, que ciega los ojos del pastor, hace irreconocible su voz y su gesto estéril. En las muchas posibilidades que se abren en su solicitud pastoral, no olviden mantener indeleble el núcleo que unifica todas las cosas: «Lo hicieron conmigo» (Mt 25,31.45).

Ciertamente es útil al obispo tener la prudencia del líder y la astucia del administrador, pero nos perdemos inexorablemente cuando confundimos el poder de la fuerza con la fuerza de la impotencia, a través de la cual Dios nos ha redimido. Es necesario que el obispo perciba lúcidamente la batalla entre la luz y la oscuridad que se combate en este mundo. Pero, ay de nosotros si convertimos la cruz en bandera de luchas mundanas, olvidando que la condición de la victoria duradera es dejarse despojarse y vaciarse de sí mismo (cf. Flp 2,1-11).

No nos resulta ajena la angustia de los primeros Once, encerrados entre cuatro paredes, asediados y consternados, llenos del pavor de las ovejas dispersas porque el pastor ha sido abatido. Pero sabemos que se nos ha dado un espíritu de valentía y no de timidez. Por tanto, no es lícito dejarnos paralizar por el miedo.

Sé bien que tienen muchos desafíos, que a menudo es hostil el campo donde siembran y no son pocas las tentaciones de encerrarse en el recinto de los temores, a lamerse las propias heridas, llorando por un tiempo que no volverá y preparando respuestas duras a las resistencias ya de por sí ásperas.

Y, sin embargo, somos artífices de la cultura del encuentro. Somos sacramento viviente del abrazo entre la riqueza divina y nuestra pobreza. Somos testigos del abajamiento y la condescendencia de Dios, que precede en el amor incluso nuestra primera respuesta.

El diálogo es nuestro método, no por astuta estrategia sino por fidelidad a Aquel que nunca se cansa de pasar una y otra vez por las plazas de los hombres hasta la undécima hora para proponer su amorosa invitación (cf. Mt 20,1-16).

Por tanto, la vía es el diálogo entre ustedes, diálogo en sus Presbiterios, diálogo con los laicos, diálogo con las familias, diálogo con la sociedad. No me cansaré de animarlos a dialogar sin miedo. Cuanto más rico sea el patrimonio que tienen que compartir con parresía, tanto más elocuente ha de ser la humildad con que lo tienen que ofrecer. No tengan miedo de emprender el éxodo necesario en todo diálogo auténtico. De lo contrario no se puede entender las razones de los demás, ni comprender plenamente que el hermano al que llegar y rescatar, con la fuerza y la cercanía del amor, cuenta más que las posiciones que consideramos lejanas de nuestras certezas, aunque sean auténticas. El lenguaje duro y belicoso de la división no es propio del Pastor, no tiene derecho de ciudadanía en su corazón y, aunque parezca por un momento asegurar una hegemonía aparente, sólo el atractivo duradero de la bondad y del amor es realmente convincente.

 Es preciso dejar que resuene perennemente en nuestro corazón la palabra del Señor: «Tomen mi yugo sobre ustedes y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán descanso para sus almas» (Mt 11,28-29). El yugo de Jesús es yugo de amor y, por tanto, garantía de descanso. A veces nos pesa la soledad de nuestras fatigas, y estamos tan cargados del yugo que ya no nos acordamos de haberlo recibido del Señor. Nos parece solamente nuestro y, por tanto, nos arrastramos como bueyes cansados en el campo árido, abrumados por la sensación de haber trabajado en vano, olvidando la plenitud del descanso vinculado indisolublemente a Aquel que hizo la promesa.

Aprender de Jesús; mejor aún, aprender a ser como Jesús, manso y humilde; entrar en su mansedumbre y su humildad mediante la contemplación de su obrar. Poner nuestras iglesias y nuestros pueblos, a menudo aplastados por la dura pretensión del rendimiento bajo el suave yugo del Señor. Recordar que la identidad de la Iglesia de Jesús no está garantizada por el «fuego del cielo que consume» (cf. Lc 9,54), sino por el secreto calor del Espíritu que «sana lo que sangra, dobla lo que es rígido, endereza lo que está torcido».

La gran misión que el Señor nos confía, la llevamos a cabo en comunión, de modo colegial. ¡Está ya tan desgarrado y dividido el mundo! La fragmentación es ya de casa en todas partes. Por eso, la Iglesia, «túnica inconsútil del Señor», no puede dejarse dividir, fragmentar o enfrentarse. Nuestra misión episcopal consiste en primer lugar en cimentar la unidad, cuyo contenido está determinado por la Palabra de Dios y por el único Pan del Cielo, con el que cada una de las Iglesias que se nos ha confiado permanece Católica, porque está abierta y en comunión con todas las Iglesias particulares y con la de Roma, que «preside en la caridad». Es imperativo, por tanto, cuidar dicha unidad, custodiarla, favorecerla, testimoniarla como signo e instrumento que, más allá de cualquier barrera, une naciones, razas, clases, generaciones.

Que el inminente Año Santo de la Misericordia, al introducirnos en las profundidades inagotables del corazón divino, en el que no hay división alguna, sea para todos una ocasión privilegiada para reforzar la comunión, perfeccionar la unidad, reconciliar las diferencias, perdonarnos unos a otros y superar toda división, de modo que alumbre su luz como «la ciudad puesta en lo alto de un monte» (Mt 5,14).

Este servicio a la unidad es particularmente importante para su amada nación, cuyos vastísimos recursos materiales y espirituales, culturales y políticos, históricos y humanos, científicos y tecnológicos requieren responsabilidades morales no indiferentes en un mundo abrumado y que busca con afán nuevos equilibrios de paz, prosperidad e integración. Por tanto, una parte esencial de su misión es ofrecer a los Estados Unidos de América la levadura humilde y poderosa de la comunión. Que la humanidad sepa que contar con el «sacramento de unidad» (Lumen gentium, 1) es garantía de que su destino no es el abandono y la disgregación.

Este testimonio es un faro que no se puede apagar. En efecto, en la densa oscuridad de la vida, los hombres necesitan dejarse guiar por su luz, para tener la certidumbre del puerto al que acudir, seguros de que sus barcas no se estrellarán en los escollos ni quedarán a merced de las olas. Así que les animo a hacer frente a los desafíos de nuestro tiempo. En el fondo de cada uno de ellos está siempre la vida como don y responsabilidad. El futuro de la libertad y la dignidad de nuestra sociedad dependen del modo en que sepamos responder a estos desafíos.

Las víctimas inocentes del aborto, los niños que mueren de hambre o bajo las bombas, los inmigrantes se ahogan en busca de un mañana, los ancianos o los enfermos, de los que se quiere prescindir, las víctimas del terrorismo, de las guerras, de la violencia y del tráfico de drogas, el medio ambiente devastado por una relación predatoria del hombre con la naturaleza, en todo esto está siempre en juego el don de Dios, del que somos administradores nobles, pero no amos. No es lícito por tanto eludir dichas cuestiones o silenciarlas. No menos importante es el anuncio del Evangelio de la familia que, en el próximo Encuentro Mundial de las Familias en Filadelfia, tendré ocasión de proclamar con fuerza junto a ustedes y a toda la Iglesia.

 Estos aspectos irrenunciables de la misión de la Iglesia pertenecen al núcleo de lo que nos ha sido transmitido por el Señor. Por eso tenemos el deber de custodiarlos y comunicarlos, aun cuando la mentalidad del tiempo se hace impermeable y hostil a este mensaje (Evangelii gaudium, 34-39). Los animo a ofrecer este testimonio con los medios y la creatividad del amor y la humildad de la verdad. Esto no sólo requiere proclamas y anuncios externos, sino también conquistar espacio en el corazón de los hombres y en la conciencia de la sociedad.

Para ello, es muy importante que la Iglesia en los Estados Unidos sea también un hogar humilde que atraiga a los hombres por el encanto de la luz y el calor del amor. Como pastores, conocemos bien la oscuridad y el frío que todavía hay en este mundo, la soledad y el abandono de muchos –también donde abundan los recursos comunicativos y la riqueza material–, el miedo a la vida, la desesperación y las múltiples fugas.

Por eso, solamente una Iglesia que sepa reunir en torno al «fuego» es capaz de atraer. Ciertamente, no un fuego cualquiera, sino aquel que se ha encendido en la mañana de Pascua. El Señor resucitado es el que sigue interpelando a los Pastores de la Iglesia a través de la voz tímida de tantos hermanos: «¿Tienen algo que comer?». Se trata de reconocer su voz, como lo hicieron los Apóstoles a orillas del mar de Tiberíades (cf. Jn 21,4-12). Y es todavía más decisivo conservar la certeza de que las brasas de su presencia, encendidas en el fuego de la pasión, nos preceden y no se apagarán nunca. Si falta esta certeza, se corre el riesgo de convertirse en guardianes de cenizas y no custodios y en dispensadores de la verdadera luz y de ese calor que es capaz de hacer arder el corazón (cf. Lc 24,32).

Antes de concluir estas reflexiones, permítanme hacerles aún dos recomendaciones que considero importantes. La primera se refiere a su paternidad episcopal. Sean Pastores cercanos a la gente, Pastores próximos y servidores. Esta cercanía ha de expresarse de modo especial con sus sacerdotes. Acompáñenles para que sirvan a Cristo con un corazón indiviso, porque sólo la plenitud llena a los ministros de Cristo. Les ruego, por tanto, que no dejen que se contenten de medias tintas. Cuiden sus fuentes espirituales para que no caigan en la tentación de convertirse en notarios y burócratas, sino que sean expresión de la maternidad de la Iglesia que engendra y hace crecer a sus hijos. Estén atentos a que no se cansen de levantarse para responder a quien llama de noche, aun cuando ya crean tener derecho al descanso (cf. Lc 11,5-8). Prepárenles para que estén dispuestos para detenerse, abajarse, rociar bálsamo, hacerse cargo y gastarse en favor de quien, «por casualidad», se vio despojado de todo lo que creía poseer (cf. Lc 10,29-37).

Mi segunda recomendación se refiere a los inmigrantes. Pido disculpas si hablo en cierto modo casi in causa propia. La iglesia en Estados Unidos conoce como nadie las esperanzas del corazón de los inmigrantes. Ustedes siempre han aprendido su idioma, apoyado su causa, integrado sus aportaciones, defendido sus derechos, promovido su búsqueda de prosperidad, mantenido encendida la llama de su fe. Incluso ahora, ninguna institución estadounidense hace más por los inmigrantes que sus comunidades cristianas. Ahora tienen esta larga ola de inmigración latina en muchas de sus diócesis. No sólo como Obispo de Roma, sino también como un Pastor venido del sur, siento la necesidad de darles las gracias y de animarles. Tal vez no sea fácil para ustedes leer su alma; quizás sean sometidos a la prueba por su diversidad. En todo caso, sepan que también tienen recursos que compartir. Por tanto, acójanlos sin miedo. Ofrézcanles el calor del amor de Cristo y descifrarán el misterio de su corazón. Estoy seguro de que, una vez más, esta gente enriquecerá a su País y a su Iglesia.

Que Dios los bendiga y la Virgen los cuide.

 

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Texto completo del papa Francisco en la Casa Blanca
 

Ante el presidente Obama y autoridades el Santo Padre habla de defender la libertad religiosa y ser custodios de la creación

Por Redacción

Roma, (ZENIT.org)

El Santo Padre dirigió el 23 de septiembre las siguientes palabras en la Casa Blanca, en su viaje apostólico a Estados Unidos. 

 

Señor Presidente:
Le agradezco mucho la bienvenida que me ha dispensado en nombre de todos los

ciudadanos estadounidenses. Como hijo de una familia de inmigrantes, me alegra estar en este país, que ha sido construido en gran parte por tales familias. En estos días de encuentro y de diálogo, me gustaría escuchar y compartir muchas de las esperanzas y sueños del pueblo norteamericano.

Durante mi visita, voy a tener el honor de dirigirme al Congreso, donde espero, como un hermano de este País, transmitir palabras de aliento a los encargados de dirigir el futuro político de la Nación en fidelidad a sus principios fundacionales. También iré a Filadelfia con ocasión del Octavo Encuentro Mundial de las Familias, para celebrar y apoyar a la institución del matrimonio y de la familia en este momento crítico de la historia de nuestra civilización.

Señor Presidente, los católicos estadounidenses, junto con sus conciudadanos, están comprometidos con la construcción de una sociedad verdaderamente tolerante e incluyente, en la que se salvaguarden los derechos de las personas y las comunidades, y se rechace toda forma de discriminación injusta. Como a muchas otras personas de buena voluntad, les preocupa también que los esfuerzos por construir una sociedad justa y sabiamente ordenada respeten sus más profundas inquietudes y su derecho a la libertad religiosa. Libertad, que sigue siendo una de las riquezas más preciadas de este País. Y, como han recordado mis hermanos Obispos de Estados Unidos, todos estamos llamados a estar vigilantes, como buenos ciudadanos, para preservar y defender esa libertad de todo lo que pudiera ponerla en peligro o comprometerla.

Señor Presidente, me complace que usted haya propuesto una iniciativa para reducir la contaminación atmosférica. Reconociendo la urgencia, también a mí me parece evidente que el cambio climático es un problema que no se puede dejar a la próxima generación. Con respecto al cuidado de nuestra «casa común», estamos viviendo en un momento crítico de la historia. Todavía tenemos tiempo para hacer los cambios necesarios para lograr «un desarrollo sostenible e integral, pues sabemos que las cosas pueden cambiar» (Laudato si’, 13). Estos cambios exigen que tomemos conciencia seria y responsablemente, no sólo del tipo de mundo que podríamos estar dejando a nuestros hijos, sino también de los millones de personas que viven bajo un sistema que les ha ignorado. Nuestra casa común ha formado parte de este grupo de excluidos, que clama al cielo y afecta fuertemente a nuestros hogares, nuestras ciudades y nuestras sociedades. Usando una frase significativa del reverendo Martin Luther King, podríamos decir que hemos incumplido un pagaré y ahora es el momento de saldarlo.

La fe nos dice que «el Creador no nos abandona, nunca hizo marcha atrás en su proyecto de amor, no se arrepiente de habernos creado. La humanidad aún posee la capacidad de colaborar para construir nuestra casa común» (Laudato si', 13). Como cristianos movidos por esta certeza, queremos comprometernos con el cuidado consciente y responsable de nuestra casa común.

Los esfuerzos realizados recientemente para reparar relaciones rotas y abrir nuevas puertas a la cooperación dentro de nuestra familia humana constituyen pasos positivos en el camino de la reconciliación, la justicia y la libertad. Me gustaría que todos los hombres y mujeres de buena voluntad de esta gran Nación apoyaran las iniciativas de la comunidad internacional para proteger a los más vulnerables de nuestro mundo y para suscitar modelos integrales e inclusivos de desarrollo, para que nuestros hermanos y hermanas en todas partes gocen de la bendición de la paz y la prosperidad que Dios quiere para todos sus hijos.

Señor Presidente, una vez más, le agradezco su acogida, y tengo puestas grandes esperanzas en estos días en su País. ¡Que Dios bendiga a América! 

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Mundo


El rey de España asistirá a la intervención del papa Francisco ante la ONU
 

La necesidad de reemplazar la indiferencia global por una solidaridad global será uno de los principios que se espera defienda el Pontífice en su mensaje ante la Asamblea General de las Naciones Unidas

Por Redacción

Madrid, (ZENIT.org)

El rey de España, Felipe VI, intervendrá este viernes en la Cumbre de las Naciones Unidas sobre la Agenda de Desarrollo Sostenible 2015 que se celebra en Nueva York, donde escuchará el discurso de apertura que pronunciará el papa Francisco. El monarca español vuelve a Estados Unidos una semana después de reunirse en Washington con el presidente Barack Obama.

En su primera visita a este país, el Santo Padre hablará al comienzo de una importante cita mundial que reunirá en Nueva York a más de 150 jefes de Estado y de Gobierno, previa a la celebración de la 70ª Asamblea General de la ONU.

La necesidad de reemplazar la indiferencia global por una solidaridad global será uno de los principios que se espera defienda el Pontífice en su mensaje, según informó el nuncio apostólico ante las Naciones Unidas, Bernardito Auza.

Al igual que en las cuatro anteriores visitas de distintos papas a la sede de la ONU, Mons. Auza dijo que previsiblemente Francisco se referirá a temas como el desarrollo, la justicia social, el cambio climático y los métodos para reafirmar la paz mundial.

El Papa siempre habla de la “solidaridad global como antídoto contra la indiferencia global”, recordó el representante del Vaticano en una rueda de prensa que ofreció en la sede de la Nunciatura Apostólica en Nueva York.

También señaló que se espera que el Santo Padre insista en su principio de que “no puede haber paz mientras no haya desarrollo igualitario” entre las naciones.

El objetivo de esta cumbre es la adopción de una nueva y ambiciosa agenda de desarrollo sostenible que sirva como un plan de acción para que la comunidad internacional y los Gobiernos nacionales promuevan la prosperidad y el bienestar común en los próximos 15 años.

Felipe VI, que este mismo miércoles parte rumbo a los EE.UU., coincidirá en la ONU con otros líderes internacionales, muchos de ellos de Latinoamérica, y está previsto que mantenga encuentros bilaterales aún sin confirmar.

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El Papa en Cuba
 

Refexiones del obispo de San Cristóbal de Las Casas, Felipe Arizmendi Esquivel

Por Redacción

San Cristóbal de las Casas, (ZENIT.org)

 

VER

Me han preguntado por qué el Papa fue a Cuba y no vino a México. Por qué visitó Ecuador, Bolivia y Paraguay, y no su propia tierra. Es que el Papa es coherente con lo que nos ha pedido: privilegiar las periferias, los pobres, los marginados, los que sufren. Y estos países tienen problemáticas especiales y pasan por situaciones delicadas. Cuba está en una interesante transición, de un régimen que controlaba todas las libertades, a una apertura más democrática. Si va a Estados Unidos, no es por su riqueza y su poder, sino porque ahí se celebra la Jornada Mundial de la Familia y es tradicional que participen los papas.

No viaja por intereses políticos o económicos, sino para presentar a Jesús como el mejor camino para construir un mundo más justo y fraterno, sin guerras ni exclusiones. Algunos querrían que hubiera hablado más sobre derechos humanos y otros asuntos políticos coyunturales, pero no advierten el meollo profundo de su mensaje evangélico, que lleva a posturas capaces de transformar todo lo que atente contra la dignidad humana. En Cuba se acercó a los hermanos Castro, no para una discusión ideológica, sino con respeto y afecto. Esperamos que, en su diálogo privado con el Presidente Obama, abogue por el fin del bloqueo que ha padecido Cuba desde 1959.

PENSAR

Resalto algunas de sus palabras. Desde su llegada, habló sobre “la normalización de las relaciones entre dos pueblos (USA y CUBA), tras años de distanciamiento”. Citando a José Martí, gran prócer cubano, dijo que esa nueva relación es “un signo de la victoria de la cultura del encuentro, del diálogo, del ‘sistema del acrecentamiento universal... por sobre el sistema, muerto para siempre, de dinastías y de grupos’ ”. Y con toda claridad afirmó: “Animo a los responsables políticos a continuar avanzando por este camino y a desarrollar todas sus potencialidades, como prueba del alto servicio que están llamados a prestar en favor de la paz y el bienestar de sus pueblos y de toda América, y como ejemplo de reconciliación para el mundo entero. El mundo necesita reconciliación, en esta atmósfera de tercera guerra mundial por etapas que estamos viviendo”. 

Sobre las relaciones entre el Estado y la Iglesia, antes distantes, dijo: “Hoy renovamos estos lazos de cooperación y amistad para que la Iglesia siga acompañando y alentando al pueblo cubano en sus esperanzas y en sus preocupaciones, con libertad y con los medios y espacios necesarios para llevar el anuncio del Reino hasta las periferias existenciales de la sociedad”. Pero esto no es para tener poder, sino, como dijo en Santiago de Cuba, “queremos ser una Iglesia que sirve, que sale de casa, que sale de sus templos, de sus sacristías, para acompañar la vida, sostener la esperanza, ser signo de unidad. Como María, queremos ser una Iglesia que salga de casa para tender puentes, romper muros, sembrar reconciliación”.

En la plaza de la Revolución, recalcó: “Quien quiera ser grande, que sirva a los demás, no que se sirva de los demás. Ser cristiano entraña servir la dignidad de sus hermanos, luchar por la dignidad de sus hermanos y vivir para la dignidad de sus hermanos. Por eso, el cristiano es invitado siempre a dejar de lado sus búsquedas, afanes, deseos de omnipotencia ante la mirada concreta a los más frágiles. Todos estamos invitados, estimulados por Jesús a hacernos cargo los unos de los otros por amor. La importancia de una persona siempre se basa en cómo sirve la fragilidad de sus hermanos. «Quien no vive para servir, no sirve para vivir».

Jesús va delante, nos precede, abre el camino y nos invita a seguirlo. Nos invita a ir lentamente superando nuestros preconceptos, nuestras resistencias al cambio de los demás e incluso de nosotros mismos. Nos desafía día a día con la pregunta: ¿Crees que es posible que un recaudador se transforme en servidor? ¿Crees que es posible que un traidor se vuelva un amigo? Compartamos su ternura y su misericordia con los enfermos, los presos, los ancianos o las familias en dificultad”.

ACTUAR

Meditemos los profundos mensajes del Papa, y no nos quedemos sólo con estar informados de lo que hace o dice.

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Fray Junípero Serra, santo, más allá de las polémicas
 

El Papa lo canonizó hoy en Washington. Objeciones y opiniones particulares sobre la vida del fraile

Por Redacción

Madrid, (ZENIT.org)

“Fray Junípero fue un personaje controvertido en vida y en sepultura”, explica José A. Sanz, sacerdote misionero español en California y autor del libro Cruces y flechas. Fray Junípero Serra y los Gentiles, que se publicará en las próximas semanas. “En los últimos años del siglo XIX y principios del XX se le tuvo como el 'héroe evangelizador' de California. A mitad del siglo XX, cuando empezaron los movimientos de liberación de los africanos, hispanos, etc, fray Junípero pasó a ser el hombre cruel que atormentaba a los indios”, explica. “De hecho esta canonización ha sido mal recibida por grupos de nativos norteamericanos”, dicen las Obras Misionales Pontificias (OMP) en un comunicado.

“Sea como fuere, este misionero español dejó su cátedra de profesor en Mallorca para anunciar el Evangelio a la periferia más alejada de entonces, que era California”, añaden. Sanz afirma que fray Junípero vivió con gran descontento el tiempo en el que le tocó vivir, “haciendo que su vida fuera vivida en tensión continua, especialmente contra los gobernadores militares y los colonos que querían 'usar' y 'abusar' de los indios”. De hecho, el santo intercedió ante el virrey en Ciudad de México por los indígenas, donde presentó un documento llamado Representación, que ha sido considerado una carta de derechos de los indios.

Fray Junípero estaba convencido que la misión era el instrumento más adecuado para evangelizar y ayudar a los nómadas y evitar así que fueran presa de las ambiciones de los colonos y políticos de la época. Fundó nueve misiones, en las que además de evangelizar, enseñaba agricultura, ganadería y artesanía. “Aunque excepcionalmente hubo malos ejemplos, la mayor parte de los misioneros consumieron sus vidas entregándose con auténtica caridad cristiana a la evangelización”, afirma Guzmán Carriquiry, secretario general de la Pontificia Comisión para América Latina (CAL), en su escrito Junípero Serra en el contexto de la evangelización de América. Significado y alcance de su canonización. En él denuncia que se le haya tachado al nuevo santo de racista, cuando entregó su vida por los indígenas y les defendió.

El papa Francisco reconoce su santidad al canonizarle este miércoles en el Santuario Nacional de la Inmaculada Concepción, con un procedimiento extraordinario, sin necesidad de contar con un milagro. “Es como si el papa Francisco invitara a todos los fieles a crecer en una santidad caracterizada, especialmente en nuestros días, por el testimonio misionero”, explica Carriquiry. Fray Junípero, que está representado con una estatua en el Capitolio de Washington entre los padres fundadores y otros personajes destacados, se convierte por tanto en el primer santo hispano en Estados Unidos.

Desde Mallorca, un grupo de 60 personas --encabezadas por el obispo de la diócesis, monseñor Javier Salinas Viñals-- asistieron a los actos. Entre ellos, está la delegada de misiones de Mallorca, Catalina Alberti, quien afirma estar muy orgullosa de tener un nuevo santo misionero mallorquín.

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Espiritualidad y oración


¡No podemos dejar solos a nuestros hermanos presos!
 

Carta pastoral del arzobispo de Madrid, Mons. Carlos Osoro Sierra, con motivo de la celebración de la Virgen de la Merced. 'Reclusión no es lo mismo que exclusión'

Por Mons. Carlos Osoro

Madrid, (ZENIT.org)

El arzobispo de Madrid, Mons. Carlos Osoro Sierra, ha hecho pública una carta con motivo de la celebración de la Virgen de la Merced este jueves, 24 de septiembre, en la que recuerda que “no podemos dejar solos a nuestros hermanos presos”. A continuación publicamos el texto íntegro de la misma:

En la antesala del Año Santo, el Papa Francisco nos convoca a una de las obras de misericordia: «visitar a los encarcelados». La solicitud hacia las personas privadas de libertad ha tenido siempre tanta importancia para la Iglesia que el autor de la Carta a los Hebreos llega a pedirnos: «Acordaos de los presos como si estuvierais presos con ellos» (Hb 13,3). Así lo ha venido haciendo ininterrumpidamente la Iglesia en la Historia. En la actualidad, la Pastoral Penitenciaria, con callada abnegación y probada generosidad, continúa con este bendito ministerio.

Con motivo de la Fiesta de Ntra. Sra. de la Merced, quiero que mis primeras palabras se dirijan a todas las personas privadas de libertad. ¡Cuánto me gustaría poder abrazarlas a todas y, con mi gesto, llevarles la paz y el cariño que solo regala el Señor Jesús a sus predilectos! Con mi abrazo quisiera transmitirles el de la Iglesia que es Madre de misericordia y que, como su Señor, quiere que no se pierda ninguno de los que le han sido confiados (cfr. Jn 6, 39). Dios es el único dueño del tiempo y el único juez infalible. Por eso, el tiempo de reclusión, por paradójico que resulte, puede y debe ser tiempo para el encuentro fructuoso con Él, para reconducir la propia vida, asumir los errores cometidos y procurar reparar el mal causado. También debiera serlo para capacitar para la inserción social y, en no pocos casos, compensar déficits y solucionar problemas personales y sociales que estaban en la base del delito cometido. Con rotundidad lo afirmaba recientemente el Papa Francisco en la cárcel de Santa Cruz-Palmasola en Bolivia: «Reclusión no es lo mismo que exclusión, porque la reclusión forma parte de un proceso de reinserción en la sociedad». En otro caso, tornaríamos la privación de libertad en mera exclusión social, haciéndola sumamente odiosa (Cfr. san Juan Pablo II, Mensaje Jubilar para las prisiones del año 2000 - MJ 1b, 5b, 4b).

Por eso, ¡no podemos dejar solos a nuestros hermanos y hermanas presos! La mano larga de Dios y su ternura atraviesan los muros de los centros penitenciarios a través de la labor diligente y eficaz de la Pastoral Penitenciaria que constituye para la Iglesia –también en Madrid– un gozoso servicio. Este ministerio, prestado por las capellanías, parte de la convicción profunda de que «el Evangelio responde a las necesidades más profundas de las personas, porque todos hemos sido creados para lo que el Evangelio nos propone: la amistad con Jesús y el amor fraterno» (EG 265). A los capellanes y al voluntariado de esta Pastoral debemos el mayor reconocimiento.

Quisiera destacar también que la preocupación por las personas presas debe ser objeto de la solicitud pastoral de toda la Iglesia en Madrid. «Acordaos de los presos como...». Sin este concurso de toda la vida diocesana, la Pastoral Penitenciaria quedaría reducida a una tarea benemérita, pero aislada de la diócesis. No puede ser así. Llamo al compromiso de todos, especialmente de las parroquias, para que se preocupen por los encarcelados y sus familiares y procuren coordinarse con la Capellanía para la visita y la atención de sus necesidades. La exhortación postsinodal Sacramentum Caritatis nos apremiaba para que los presos pudiesen «sentir la cercanía de la comunidad eclesial»(SC 59). Las personas más vulnerables en prisión experimentan de manera más apremiante esa necesidad de proximidad: enfermos mentales y físicos, ancianos, discapacitados, mujeres con hijos, extranjeros sin papeles abocados a la expulsión... Tenemos que ser capaces de generar respuestas alternativas y responsabilizadoras más humanas.

Más aún, asumamos el compromiso en la prevención social del delito mediante la promoción de una sociedad más justa, de una cultura con valores y condiciones de vida dignas para todos. Procuremos, asimismo, que el dolor provocado por el encarcelamiento dure el mínimo tiempo posible y que nadie tenga que volver a ingresar en prisión por falta de oportunidades. Todo ello es la traducción del no a la cultura de la exclusión y del descarte, a la que reiteradamente nos convoca el Papa. Sé que algunos aspectos pueden resultar difíciles de comprender cuando todos rechazamos el delito. Ciertamente, el delito es expresión del mal y nos atemoriza y quiebra la convivencia. Pero no podemos olvidarnos de la vieja máxima: «aborrece el delito pero compadécete del delincuente». En ese sentido, no debemos olvidar las cuatro etapas del peregrinaje de la misericordia: no juzgar, no condenar, perdonar y dar (cfr. MV 14b). Estas etapas son expresión de la misericordia «como viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia. La misericordia y el perdón, van más allá de la justicia y nos hace revestirnos de ternura» (cfr. MV 10). «Aunque el sistema penal cumple sus fines, la justicia sola no basta y la experiencia demuestra que apelando solo a ella se corre el peligro de destruirla» (cfr. MV 21b).

Os invito a toda la comunidad diocesana a «descubrir el rostro de Cristo en cada detenido» (cfr. M 25, 36) y a ser sensibles ante quien se queja y retrocede. La Iglesia es refugio de pecadores y casa de las segundas oportunidades. Para la Iglesia nadie hay definitivamente perdido. Dios regala una oportunidad a cada ser humano para abrir su corazón a un amor siempre más grande que su pecado. Sabemos bien que la dignidad de la persona presa y su perfectibilidad es siempre mayor que su culpa y su delito.

En esta fiesta tan señalada, no quiero ni puedo olvidarme de los hombres y mujeres que trabajan en los centros penitenciarios. Sin su tarea, sacrificada y no siempre reconocida, el ideal de la reinserción social estaría todavía mucho más lejos. Pido por todos ellos, para que el Señor les dé paciencia, fortaleza y humanidad para no renunciar jamás, por muchas que sean las dificultades, a su vocación educativa y reinsertadora.

Recuerdo también con afecto, a otras confesiones religiosas y ONG que se preocupan de atender las necesidades de los encarcelados y de defender sus derechos.

Quiero que tengamos muy presentes a las víctimas de los delitos, especialmente a aquellas que han sufrido los zarpazos y el dolor de delitos irreparables. Por paradójico que pudiera resultar, nuestra ocupación y preocupación por quienes han delinquido, no nos quita un ápice de solicitud exquisita por las víctimas. La Iglesia apuesta decididamente por la «justicia reconciliadora» (Cf. CDSI 403) que surge desde la atención a las necesidades de las víctimas, pero sin enfrentarla, sino todo contrario, a la rehabilitación del infractor. Con todo, es preciso redoblar nuestra atención hacia las víctimas y sería deseable regular la universalización de la atención hacia todas ellas, especialmente las que quedan en situación de mayor vulnerabilidad.

Ojalá que juntos hagamos realidad lo que formulamos en la plegaria de la Eucaristía: «que el amor venza al odio y la indulgencia a la venganza». En los albores del Año Santo de la Misericordia, empeñémonos en usar «la medicina de la misericordia y no empuñar las armas de la severidad» (MV 4b). Damos gracias a Dios porque, con independencia de nuestra culpas, «en la naturaleza humana nunca desaparece la capacidad de superar el error y de buscar el camino de la verdad» (PT 158).

Os presento a todos ante nuestro más señalado Cautivo y Víctima inocente, crucificado, muerto y felizmente resucitado, y os pongo en las manos entrañables de su Madre, Ntra. Sra. de la Merced. Así lo quiso el Señor, en Juan estábamos todos nosotros cuando le dijo desde la Cruz, «Ahí tienes a tu Madre».

Con gran afecto y mi bendición,

+ Carlos, Arzobispo de Madrid

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Beata Columba Gabriel - 24 de septiembre
 

«Joven aristócrata polaca que eligió el camino de la santidad, fortaleciéndose en las pruebas. En cumplimiento de la voluntad divina fundó en Roma las Hermanas Benedictinas de la Caridad»  

Por Isabel Orellana Vilches

Madrid, (ZENIT.org)

Hoy festividad de la Virgen de la Merced, la Iglesia también celebra la vida de esta beata. Se llamaba Juana Matylda Gabriel y era polaca. Nació el 3 de mayo de 1858 en Stanisławów (actualmente pertenece a Ucrania, pero entonces se hallaba bajo el dominio austriaco). Era la primogénita de los dos vástagos nacidos en el seno de una noble familia. Su ilustre procedencia y buenos recursos económicos le permitieron gozar de una esmerada educación, que recibió primeramente en su palacio, completándola en el centro de su localidad natal y en la escuela regida por las benedictinas de Lviv. Fue una etapa que le proporcionó gran riqueza espiritual y cultural. A las disciplinas ordinarias añadieron pintura, música y danza, lo cual acrecentó su sensibilidad natural hacia el arte y todo lo bello. El futuro era más que prometedor, pero su convivencia con las religiosas le instó a unirse a ellas como novicia en 1874, antes de culminar sus estudios. Allí tomó el nombre de Columba.

Dos años más tarde obtuvo el título de maestra con toda brillantez, y en 1879 el de profesora de educación secundaria. Acreditada como docente comenzó a dar clases mientras iba fortaleciéndose su vocación. Emitió la profesión perpetua en 1882. En 1889 esta ejemplar religiosa que hacía de la virtud el emblema de su quehacer, competente y gran profesional, fue nombrada priora de la comunidad por la abadesa Alessandra Hatal. Y en 1894 viendo su trayectoria espiritual que enmarcaba una vida de intensa oración, cuyos frutos eran más que visibles en su caridad, prudencia, discreción, sabiduría…, a los que se añadían sus cualidades organizativas y espíritu de iniciativa, la designaron maestra de novicias. Tres años más tarde, tras el fallecimiento de la abadesa Madre Hatal, le sucedió en esta alta misión.

Se distinguió por su fidelidad al cumplimiento de la regla. Y ese carácter observante fue instrumento de discordia para las religiosas que no lo eran, como suele suceder en toda rencilla y envidia en las que el rigor evangélico brilla por su ausencia. El dardo envenenado de las injurias sembró su gobierno de dudas, y fue obligada a dimitir de su cargo. Las presiones, lejos de amainar, arreciaron. Llevada de su ardiente caridad con los necesitados, acogió bajo su amparo a una joven huérfana de 12 años que no tenía a nadie, a la que se ocupó de proporcionarle una buena educación. Creyó firmemente en ella, considerando que podía tener buen fondo, pero se equivocó. Hundida en la increencia, la adolescente atacó con fiereza a su bienhechora. Juana siguió intentando que volviese los ojos a Dios, pero la muchacha se enfrentó a todo volcando su ingratitud en el monasterio. La suma de contratiempos y la fuerte oposición de la comunidad obligó a la beata a salir de la misma el 24 de enero de 1900.

Pero Dios Padre nunca abandona a sus hijos, y al final, la verdad, esa verdad que está clavada en la cruz, muestra su faz. La de Juana, como la de todos los elegidos, cabalgaba a lomos de esas celestes previsiones que Dios concibió para ella desde toda la eternidad. Las pruebas que le asaltaron no eran más que destellos del designio divino que acrisolaron su fe, disponiéndola para el destino al que iba siendo conducida. Primero buscó refugio en Roma donde llegó con el peso de su amargura, pero también esperanzada. La acogió la beata María Franziska Siedliska en su obra, la Sagrada Familia de Nazaret. Después, y aunque hubiera deseado volver con su anterior comunidad, por sugerencia del arzobispo de Lviv se trasladó al monasterio benedictino del Subiaco donde permaneció hasta 1902. De nuevo en Roma ejerció su labor apostólica a través de la educación que proporcionaba a la mujer.

Ese espíritu de desprendimiento, su amor a la pobreza, que le llevaba a identificarse con las personas desamparadas y sin recursos, tuvo nuevo cauce en esta etapa de su vida. En la parroquia de Testaccio y Prati los niños y los necesitados fueron los destinatarios de su encomiable labor social. Creó la «Casa de la Familia» que brindaba protección, alojamiento, formación cristiana y asistencia a las jóvenes trabajadoras carentes de medios económicos y alejadas de la familia. Para ello contó con la ayuda de un grupo de nobles mujeres que tenían al frente a la princesa Barberini. La respaldaron en su labor el beato dominico Jacinto Cormier, quien le presentó al cardenal vicario de Roma, Pietro Respighi, y el misionero del Sagrado Corazón, Vincenzo Ceresi. Ambos vieron en sus acciones nueva vía apostólica.

Ayudada por Ceresi abrió una casa en Roma para jóvenes obreras pobres. Simultáneamente, aglutinó en torno a sí muchachas dispuestas a involucrarse en esta misión, lo que dio lugar a la fundación de las Hermanas Benedictinas de la Caridad en 1908. El carisma de asistencia a las mujeres abandonadas lo extendieron después a las parroquias ampliando su radio de acción con niños y ancianos. Indicó a sus hijas que siempre hicieran la voluntad de Dios «con fervor y amor», recordándoles que había llegado a Roma para ejercer la caridad. Murió el 24 de septiembre de 1926 en Centocelle, una zona marginal de Roma. Después de su deceso, le sucedió en la misión la cofundadora de la Orden, Plácida Oldoini. Juana fue beatificada por Juan Pablo II el 16 de mayo de 1993.

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